jueves, 17 de agosto de 2017

Notas al pie de películas enteras - Unos cuantos extractos de Tarkovski Martirologio,


Diarios de cineastas

Notas al pie de películas enteras

Directores como Andrei Tarkovski, Werner Herzog, Yasujiro Ozu y Jean Cocteau llevaron fascinantes registros de sus filmaciones. 
Notas al pie de películas enteras
Herzog en Perú. Durante la filmación de la mítica “Fitzcarraldo”,
protagonizada por Klaus Kinski. Años después, el director publicaría el diario de
esa experiencia con el título de “Conquista de lo inútil”


El 22 de junio de 1973, Andrei Tarkovski anotó en una libreta: “Debido al tiroteo en el aeródromo de Buenos Aires, el viaje a Argentina se pospone una semana. Eso significa que ya no podré ir en absoluto”. Dos días antes se había producido la masacre de Ezeiza con el regreso de Perón. No revela qué es lo que venía a hacer acá, pero Argentina se quedó sin Tarkovski y este se quedó sin algún vacío patagónico.
Un diario íntimo informa acerca de ínfimos virajes secretos en el azar de un destino, o acerca de intenciones insospechadas, a menudo fallidas. Tarkovski tituló el suyo Martirologio, menos en busca de canonización que de ironía (en solitario, la solemnidad se desarma sola). Podría pensarse que un cineasta escribe lo que no puede filmar, y al revés, excepto que sea Godard, que se ocupó de conseguir financiamiento para filmar cuadernos de citas. Las películas en forma de diario de Jonas Mekas y Robert Frank, en cambio, desafiaron dos nociones: que el cine es todo lo contrario del despedazamiento del tiempo y que la honestidad no se lleva bien con el montaje.
Para Tarkovski el tiempo –en más de un sentido– lo era todo y un diario el modo de mantenerlo en pie, una zona ideal –a ras de la tierra, como los arbustos que capturaba– para desahogarse de la opresión de la Rusia soviética. Ultimo refugio de privacidad bajo ese régimen, allí consignó un clima irrespirable: permisos para filmar o salir del país, comités que censuraban sus películas, que prohibían su exhibición en salas y reclamaban cambios a los que el director se negaba. Estos contratiempos hostigaban la concentración de Tarkovski, que hizo de exigir la atención del espectador un método de composición.
Si un cuaderno puede registrar y conjurar la incomprensión de los otros, para él el diario resultó un género de autoayuda. Justo él, que creía que el cine era “el arte más personal, más íntimo”. También una filmación tiene un tono, debe encontrar su tono, y acaso un diario sea un modo de hallarlo y cultivarlo. Otros servicios que presta un diario son el convencerse de la propia valía –una tiranía se especializa, entre otras cosas, en el menosprecio sistemático– y alentar redefiniciones de un oficio, una vocación.
El repertorio que presenta La bella y la bestia. Diario de un film, de Jean Cocteau, ofrece variantes: la sindicalización puntualísima de los franceses ya entonces, en 1945, y sus horarios inamovibles (para una tarea como el cine, impredecible), la preparación de instrucciones a actores y colaboradores, la expectativa de una cierta luz, siempre a merced de nubes y tormentas.
En el libro que inició en Jacques Rivette el deseó de ser cineasta, con su bella letra Cocteau anotó que “esperar es el drama del cine”, y allí se explaya sobre las cámaras y sus virtudes (como para un escritor, un diario es un lugar para pensar lo técnico). Pero el autor de Los niños terribles estaba a favor de los obstáculos y la escasez de recursos: “la imaginación se adormece bastante rápido en contacto con la riqueza”. Cocteau escribió los diálogos de Las damas del bosque de Boulogne de Robert Bresson, que publicó sus Notas sobre el cinematógrafo, no pocas de ellas redactadas en rodaje, en forma de aforismos (y un buen aforismo se parece a una buena imagen: una flecha en un centro).
En Conquista de lo inútil, bitácora de la filmación de Fitzcarraldo, ese diario le sirve a Werner Herzog para crear más imágenes, en paralelo a las que va registrando con la cámara. La escritura es para él un atajo para imágenes que sería demasiado arduo o costoso aguardar o producir: “Buitres que extienden sus alas como el Crucificado y que perseveran como estatuas en esa posición, presumiblemente para refrescarse o ahuyentar parásitos que pican”. Quizá Herzog recurre al formato del diario porque la cámara no es suficiente para contener el torrente de naturaleza amazónica que se le venía encima durante el rodaje en la selva (lo otro que se le venía encima era la furia de Klaus Kinski).
Más serenos son los cuadernos de Yasujiro Ozu que, como sus películas, son un retrato fiel de lo cotidiano, pura superficie: almuerzos y cenas detallados, horarios de trenes, siestas en cualquier momento del día, torneos de sumo por la radio, apuestas en carreras de bicicleta, lecturas y visitas frecuentes, consumo de sake y somníferos, caídas de nieve ligeras y otros caprichos del clima: “Hace frío y la lluvia cae a baldes. Escritura del guión”. Es como si los films de Ozu se hubieran realizado en los huecos de lo diario, pero es cierto que los japoneses son expertos en intersticios. Los días que evocan las anotaciones simples del maestro Ozu brillan como un ejemplo supremo –es decir, lo contrario de presumido– de cuanta criatura de Dios haya jugado al solitario con la primera persona del singular.
https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/notas-pie-peliculas-enteras_0_BJVRbJKvb.html



Unos cuantos extractos:  

Para vivir, hay que cobrar algo. Pero en tu arte eres libre. Claro que hay que publicar, hacer exposiciones, pero si esto no es posible, queda lo más importante, la posibilidad de crear sin tener que pedir permiso a nadie. En cine esto no es posible. Sin el beneplácito del Estado no se puede grabar ni una secuencia. Y aún menos se puede hacer con el dinero de uno. Se entendería como un robo, como una agresión ideológica, como una subversión. Si a pesar de su talento un escritor deja de escribir porque no lo publican, no es un escritor. El deseo de crear define al artista, y este rasgo entra en la definición de talento.

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La masa no necesita el arte, necesita otra cosa distinta: la diversión, un espectáculo para descansar con un argumento moralizante de fondo.

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8 DE OCTUBRE

Hoy es el entierro de mamá.
(Y en la exposición de los sesenta años de cine soviético sólo está una de mis películas, La infancia de Iván (de la guerra) ¡?).
El entierro de mamá. El cementerio de Vostriakovo. Ahora me siento indefenso. Y que nadie en el mundo me querrá como me quiso mi madre. En el ataúd no se parecía nada a sí misma. Y madura en mí la convicción de cambiar de vida. Tengo que hacerlo con más valentía y mirar al futuro con seguridad y esperanza. Querida, querida mamá. Verás, si Dios lo permite, que aún haré muchas cosas: ¡tengo que empezar desde el principio! Adiós… no, adiós no, porque estoy seguro de que volveremos a vernos.

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28 DE FEBRERO

Nunca he deseado ser adorado (me avergonzaría hacer el papel de ídolo). Lo que siempre he deseado ha sido ser necesario.

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(Año 83; extracto de una carta al Presidente Pertini)
Créame, no soy un disidente en mi país y mi reputación política en Rusia puede considerarse incluso ejemplar. Hace más de veinte años que trabajo en el cine soviético y siempre he intentado, en la medida de mis fuerzas y talento, conseguir que fuera apreciado más ampliamente. Lamentablemente, en estos veinte años sólo he conseguido hacer –y no por mi culpa– cinco películas.
La causa principal –y mis películas nunca han tenido un carácter político ni han ido contra la Unión Soviética, sino que siempre han sido obras poéticas– ha sido el deseo de rodar mis “propias” películas, pensadas a partir de los guiones escritos por mí, es decir, como las llaman en Italia, “películas de autor”, y no las películas encargadas por la cinematografía soviética.
Consecuentemente, hacer cine en mi país se ha vuelto cada vez más difícil. Y cada vez que una de mis películas se proyectaba públicamente, los dirigentes del cine soviético intentaban hundir y relativizar su éxito, por ejemplo, prohibiendo a la prensa hablar de él. Al público soviético, sobre todo a los jóvenes, le gustan mis películas, como sucede en otros países aparte de Rusia. Pero este éxito no gusta al poder y la prensa guarda silencio sistemáticamente.
En la Unión Soviética no he recibido ni un solo premio por mi trabajo. Ni a una sola de mis películas le han dado un premio en los festivales soviéticos. A pesar de ser recibidas con admiración en todo el mundo y recibir premios importantes en festivales internacionales que dieron prestigio al cine soviético. Mis películas se distribuían en Occidente y yo no recibía nada de la venta. A pesar de mis inclinaciones pedagógicas, nunca me propusieron dedicarme a la enseñanza en ninguna escuela de cine de Moscú.

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15 DE DICIEMBRE

El hombre vive y sabe que morirá tarde o temprano. Pero no sabe cuándo y por eso deja este momento para el futuro. Esto le ayuda a vivir. Pero ahora yo sé cuándo moriré. Y nada puede ayudarme a vivir. Y esto es muy duro. Pero lo más importante es Lara. ¿Cómo decírselo? ¿Cómo darle este golpe horrible con mis propias manos?

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Leo los Relatos de Kolymá de Shálamov. ¡Son increíbles! ¡Es un escritor genial! Y no por lo que escribe, sino por los sentimientos que deja después de leerlo. Muchos se sorprenden: ¿de dónde surge este sentimiento de purificación después de tanto horror? Muy sencillo. Shálamov habla de sus sufrimientos y, con su verdad más allá de toda ideología (su única arma), nos obliga a padecer e inclinarnos ante un hombre que ha estado en el infierno. Los hombres temieron y respetaron a Dante: ¡había estado en el infierno! En el que ellos imaginaban. Pero Shálamov estuvo en el verdadero infierno. Y el verdadero ha resultado ser más espantoso.

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(15 dic. 1986; final de la última anotación)  
Si ahora me pudiera liberar:
1. del dolor de espalda, y después
2. de los brazos
se podría hablar de volver a crear después de la quimioterapia. Pero ahora no tengo fuerzas para volver. Este es el problema.
El negativo, cortado por muchas partes al azar, y no sé por qué…


[Traducción de Iván García Sala]
Martirologio. Diarios, Andrei Tarkovski. Ediciones Sígueme, 608 págs.
Conquista de lo inútil, Werner Herzog. Entropía, 274 págs.



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