miércoles, 11 de octubre de 2017

LIBROS POR TODAS PARTES (híbridos de cafetería-restaurante-vinería )

LIBROS POR TODAS PARTES

El desaparecido bar Crystal City, en la calle Balmes de Barcelona
Hace años había en Barcelona un bar que se hizo célebre por poseer una rara peculiaridad: era un bar-librería. El sitio en cuestión se llamaba Crystal City y era frecuentado, como es natural, por intelectuales, editores, estudiantes y gentes de ese pelaje. Por aquel entonces -según mis fuentes, el bar inició su andadura a finales de los cincuenta, pero al parecer su tuvo su apogeo entre finales de los sesenta y los setenta- los bares eran bares y las librerías, librerías. A nadie se le pasaba por la cabeza ir a comprar un libro a los primeros ni pedir un cortado en las segundas. De ahí la rareza, que hacía de Crystal City algo único en su especie. Hoy, en cambio, muchas librerías se han reconvertido en híbridos de cafetería-restaurante-vinería o qué sé yo qué otra exótica combinación más. Es una transformación que sin duda ha venido propiciada por el descenso de ventas de libros; los libreros se han visto empujados a buscar actividades complementarias que, al tiempo que generan ingresos, atraen a los clientes a su local. No tengo nada que objetar, más bien al contrario, resulta ciertamente agradable quedar con un amigo para tomar un café o una copa en una librería y, de paso, echarles un ojo a las últimas novedades editoriales. Lo que me inquieta, sin embargo, es la creciente presencia de libros en todo tipo de establecimientos. Y lo más preocupante es que, en su mayor parte, no se trata de libros para su venta, ni siquiera para ser leídos. Proliferan los libros como telón de fondo o elemento decorativo: los hoteles con pretensiones incorporan salones-biblioteca, los restaurantes se decoran como salones particulares, incluyendo estanterías con libros, incluso se pueden encontrar remedos de biblioteca en lugares donde, a priori, estos no vienen a cuento.

Un lujoso hotel en Zúrich donde libros y vino se mezclan
sin complejos
El muy chic hotel Montalembert, en París, junto a la editorial
Gallimard, presume de libros de la NRF en sus estanterías

Mi último hallazgo ha sido una panadería revestida de libros. ¿Acaso los clientes se pondrán a hojear alguno mientras esperan a que les corten el pan de molde?
Forn La llibreria, en Barcelona
De repente, los libros, históricamente relegados a las bibliotecas o las librerías privadas, salen a la luz. Todo lo que tiene forma o apariencia de libro adquiere una pátina de prestigio. Los lugares públicos presumen de esculturas no ya de próceres, como antaño, sino de lectores, o de libros.
Read reader, escultura de Terry Allen en el campus
de la Texas Tech
Hasta hay a quien se le ha ocurrido hacer bancos para sentarse en forma de libro (con pinta de no ser muy cómodos, todo hay que decirlo).

Cuanto más se extiende esta moda, más me inquieto. Es sabido que, cuando a un personaje del mundo de la cultura empiezan a lloverle los premios y los homenajes, es que suele estar en las últimas. Vean si no cuántos de ellos fallecieron al poco de lograr esos galardones que en sus tiempos de madurez creativa les resultaron esquivos. No puedo evitar sentir algo parecido con respecto al libro. Esta ubicuidad libresca, este reivindicar a troche y moche el libro -me disculparán, pero los lectores de raza siempre hemos sido más bien discretos, nos gusta escondernos en lugares recónditos para darnos a la lectura- me suena peligrosamente al fin de una era. No creo en absoluto que el libro en papel vaya a desaparecer de la noche a la mañana, como auguraban hace pocos años algunos cenizos, pero percibo en la sensibilidad pública señales de cambio. Hacia dónde, lo ignoro.
Sólo sé que se acerca peligrosamente el momento en que hasta la pollería de la esquina estará decorada con libros. Cuando lleguemos a este punto, sabré que estamos perdidos.
http://notasparalectorescuriosos.blogspot.com/

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