viernes, 8 de mayo de 2020

GIORGIO AGAMBEN / SOBRE EL FIN DEL MUNDO


El tema del fin del mundo ha aparecido varias veces en la historia del cristianismo y en cada ocasión han comparecido profetas anunciando como próximo el último día. Es extraño que hoy esta función escatológica, que la Iglesia ha dejado caer, haya sido asumida por los científicos, que se presentan cada vez más a menudo como profetas, que predican y describen con absoluta certeza las catástrofes climáticas que conducirán al fin de la vida en la tierra. Singular, pero no sorprendente, si se considera que en la modernidad la ciencia ha sustituido a la fe y ha asumido una función propiamente religiosa -es, en efecto, en todos los sentidos, la religión de nuestro tiempo, aquella en la que los hombres creen (o, al menos, creen que creen).
Como toda religión, la religión de la ciencia tampoco podía carecer de una escatología, es decir, de un dispositivo que, al mantener a los fieles en el temor, fortalece su fe y, al mismo tiempo, asegura la dominación de la clase sacerdotal. Apariciones como la de Greta son, en este sentido, sintomáticas: Greta cree ciegamente en lo que los científicos profetizan y espera el fin del mundo en 2030, así como los milenaristas de la Edad Media creían en el inminente retorno del mesías para juzgar al mundo. No menos sintomática es una figura como el inventor de Gaia, un científico que, concentrando sus diagnósticos apocalípticos en un solo factor -el porcentaje de CO2 en la atmósfera- declara con asombrosa franqueza que la salvación de la humanidad reside en la energía nuclear. El hecho de que, en ambos casos, lo que está en juego es religioso y no científico, es traicionado en la función central que desempeña allí una palabra -salvación- tomada de la filosofía cristiana de la historia.
El fenómeno es tanto más inquietante cuanto que la ciencia nunca ha contado la escatología entre sus tareas y es posible que la asunción del nuevo papel profético traicione la conciencia de su innegable responsabilidad en las catástrofes de las que predice el advenimiento. Por supuesto, como en cualquier religión, la religión de la ciencia también tiene sus incrédulos y sus adversarios, es decir, los seguidores de la otra gran religión de la modernidad: la religión del dinero. Pero las dos religiones, aparentemente divididas, son secretamente solidarias. Porque fue sin duda la alianza cada vez más estrecha entre la ciencia, la tecnología y el capital lo que determinó la situación catastrófica que los científicos denuncian hoy en día.
Debe quedar claro que estas consideraciones no pretenden tomar posición sobre la realidad del problema de la contaminación y las transformaciones nocivas que las revoluciones industriales han producido en las condiciones materiales y espirituales de la vida. Por el contrario, al advertir contra la confusión entre religión y verdad científica y entre profecía y lucidez, se trata de no ser guiados acríticamente por las partes interesadas en sus propias elecciones y razones, que en última instancia no pueden ser más que políticas.
18 de noviembre de 2019
Fuente: Quodlibet
Traducción: Ficción
Imagen principal: Tyler Shields, End of the World

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Umberto Eco – De Internet a Gutenberg

Conferencia pronunciada por Umberto Eco el 12 de noviembre de 1996 en la Academia Italiana de estudios avanzados en EE.UU. ...