domingo, 10 de mayo de 2020

La Cábala en "Bajo el volcán" (DOSSIER)

Una nueva traducción de Bajo el Volcán, de Malcolm Lowry



Malcolm Lowry, el laberinto humano

Por Iñaki Urdanibia
Hace unos meses recordé al escritor con motivo del aniversario de su muerte y de la aparición de su novela más celebrada: https://kaosenlared.net/malcom-lowry-borrachera-la-humanidad/ Ahora presento una lectura más detenida de su novela y otros aspectos de su obra.
« Bajo el volcán » ( 1947 )
« Bajo el volcán es tal vez la novela que más veces he leído en mi vida. Qusiera no leerla más, pero sé que no será posible, porque no descansaré hasta descubrir dónde está su magia escondida »
 ( Gabriel García Márquez )
« El libro, concebido pura y simplemente como una obra de arte, es implícitamente – aunque no sea política – una denuncia del nazismo y sus métodos…[ el libro ] podría leerse muchas veces ay que el lector encontrará cada vez algo nuevo; que se podría considerar como un buen disco de swing »
 ( Carta de M. Lowry )
« Es una profecía, una puesta en guardia política, un criptograma, una película grotesca y un graffiti en el muro…»
« ¿ …a qué clase de esperanza pueden o podemos agarrarnos, si es que hay alguna esperanza ? »
 ( M. Lowry )
No es difícil comprender la afirmación del Nobel colombiano, ya que la novela del británico se presta a diferentes, múltiples, interpretaciones al estar cargada de simbolismos de los que no es fácil rendir cuenta como si un único hilo conductor hubiese; tampoco no le faltaba razón a Jorge Semprún cuando afirmaba que « Malcolm Lowry exige lectores exigentes » . La novela fue la obra – hubo tras novelas que se situaban en la misma línea trazada en esta- de una vida; a ella estuvo entregado más de diez años, revisándola, retocándola, corrigiéndola y discutiendo con su editor. Novela que fue , sin lugar a dudas, la que tras el fallecimiento del escritor, le hizo ascender al altar de las letras universales, y sobre la que giraba el resto de su producción.
No faltaron los problemas a la novela: rechazo por parte de muchos editores, pérdida de la segunda versión en un bar…otras obras suyas corrieron peor suerte, ya que los incendios de sus viviendas parecían perseguirle.
Lowry nunca escribió sobre nada que no hubiese vivido y así la novela que nos ocupa tiene claros tintes autobiográficos, reflejando las vivencias del escritor en el México de 1937; en un continuo puenteo entre ficción y realidad y viceversa. Son momentos que, como él mismo escribe en sus cartas, vio de cerca «la inminente locura», que le conducía a « un lugar oscuro. Perdido»; momentos de verdadero descenso a los infiernos: cantinas en las que se emborrachaba con litros de mezcal por unos pocos pesos, con las consiguientes paranoias, continuos estados de manía persecutoria ( que cobraba su rostro político con la protofascista Unidad Militar y los sinarquistas y con multitud de detectives que vigilaban su existencia, según creía); así si Arthur Rimbaud hablaba de una temporada en el infierno, Lowry nos cuenta un día en el infierno, que se engarza con otros tiempos e historias y con otras geografías que van más allá de la mexicana…estos momentos destructivos, hasta el fondo del barranco, con los zopilotes revoloteando, y el galopante delirium tremens ; de fantasmagoría mezcalizada hablaba Lowry…va a ser lo que dé pie a los momentos más creativos de su vida, y en consecuencia, de su literatura. Son momentos en que escribe a un amigo: «SOS Me hundo rápidamente tanto por la proa como por la popa »…pensando que su única salida es acudir en demanda de ayuda a la Virgen de los desamparados, venerada por los mexicanos Decía Lowry refiriéndose a aquellos tiempos que su « vida fue siempre la parte más difícil de mi trabajo…en medio de la danza psicótica». Este viaje al infierno personal que se traduce en la nebulosa narrativa de la obra, puede ser leído como una descripción de un ser borracho hasta los topes, que nos introduce –cierto es que de manera magistral- en un estado delirante en que se da un vaivén entre el pasado y el presente, entre el sueño y la realidad, entre los momentos alucinados, producidos por la ingesta de mezcal – y otras bebidas- al por mayor; en este orden de cosas podría hasta considerarse algunas de sus páginas ( muy en concreto la descripción de los Takerson) como modelo de cómo mantener el tipo- como señalase Eduardo Chamorro- cuando uno lleva un pedal importante. Nadie podrá negar que en una lectura lineal, ateniéndonse a la descripción ofrecida, somos sumergidos por el escritor en una honda melopea con sus alucines, delirios y otras yerbas; no se puede evitar, no obstante, constatar que ese retrato va acompañado de referencias literarias, filosóficas, mitológicas, musicales o cinematográficas que amplían la extensión de la travesía introspectiva del cónsul a un terreno más general. A esto, a esa visita al infierno personal a la que nos invita el escritor, se puede añadir el paralelismo del infierno que atravesaba la humanidad en aquellos años revueltos, de ahí las referencias a la batalla del Ebro y la desbandada de las Brigadas Internacionales , salpicaduras en torno al nazismo, además de algunas referencias a algunas organizaciones filo-fascistas mexicanas.. de modo y manera que se nos hace ver la humanidad del momento como un auténtico bateau ivre, arrastrado por una imparable rueda que conduce a la búsqueda del Paraíso perdido, terrenal o el Paraíso infernal, ya que al no ser capaces de reconocer la belleza de este mundo somos arrostrados al paraíso infernal, ya que « no hay paz que deje de pagar pleno tributo al infierno »
Sin forzar mucho la vena interpretativa sí que salta a la vista la existencia de dos vías: la de arriba y la de abajo; la primera en busca de la esperanza, del futuro, de un cierto éxito, mientras que la segunda es la que desciende hacia el lado oscuro de la vida, a la derrota, a la falta de esperanza, que va a ser a la que se ve abocado el cónsul, acompañado en su caida por la abundantísima ingesta de diferentes alcoholes( el mezcal dominando); de ahí a trazar, sin forzar las cosas, un paralelismo con el terreno moral ( bien / mal) no hay más que un corto paso ( « la novela aparece menos como una novela que como una especie de oscura y colosal, aunque absurda, hazaña moral que atestigua que posee un carácter fuerte e indomable, más que alguna habilidad estética concreta y corriente…[ planeando] el inconsciente humano; [retrato realizado] por un hombre que no escribe sino que es escrito » -describía el mismo Lowry- ). En esa contraposición entre las dos sendas que señalo, podemos pensar que Lowry está representado en exclusiva por el cónsul, aunque parece más cierto que si el otro decía je est un autre, Lowry es varios otros: ya que además de Geoffrey Firmin, el hermanastro Hugh con su compromiso y sus esperanzadas pretensiones puede resultar – sin rizar rizo alguno- el mismo Malcolm en sus años de juventud. A esto se ha de añadir que si damos por bueno aquello que dijese Jean-Paul Sartre de que el infierno son los otros, en el caso que nos ocupa el infierno, con todos sus demonios, anida en el interior del protagonista , que se debate en lucha contra su propio yo, indómito y rebelde a cualquier forma de domesticación / normalización, como un caballo encabritado.
No se agotan las interpretaciones de la novela con lo que vengo señalando, ya que ha habido interpretaciones para gustos bien variados ( política, bíblica, psicoanalítica, cabalística…) con respecto a esta catedral churrigueresca mexicana que dijese el propio escritor, en la que temas como la desesperanza, el desamor, el poder demoníaco del mezcal, van perlados con diferentes símbolos como el caballo, la rueda, los volcanes, los números ( 7 y 12), las referencias literarias y otras ( Fausto, Quijote, Ulises joyceano, Freud…), que ha llevado a alguno a preguntarse si « detrás de los libros diversos que constituyen este libro único no se esconde todavía otro, indescifrable este a modo de una cábala moderna» ( Maurice Nadeau, primer editor en publicar obras del escritor en el mercado francés).
Dicho esto, sí que parece sugerente y bastante nítida una posible interpretación, entre otras quizá más oscuras y alambicadas, que puede resultar complementaria a las anteriormente mencionadas ( lucha de los humanos entre el Bien y el Mal, la rueda como símbolo solar que representa « el eterno horror de los opuestos », y como símbolo del pasar irrevocable del tiempo, …) como la que liga varios episodios de la novela:. Tomando como lema inicial y director de tal hipótesis estaría la frase que está grabada en el muro de la mansión de Laruelle: « No se puede vivir sin amar », máxima que queda anulada por el comportamiento de los humanos que se desentienden de sus semejantes y hasta se aprovechan de ellos. Esta negación viene escenificada, en el capítulo VIII, cuando el autobús se detiene ante un hombre tumbado en el camino, por lo general la gente se desentiende, unos por no meterse en líos, otros porque tal vez tengan prisa por llegar a su destino, o los de más allá porque con ellos no va la cosa ( hasta alguno se aprovecha de la coyuntura para hacerse con el dinero que sobresale del bolsillo del indio caído, dinero con el que pagará el viaje). Únicamente Hugn Firmin se acerca y trata de socorrer al caído, los demás no entienden su conducta y hasta la afean…puede verse en esta diferencia de comportamiento las dos vías que antes he mencionado que enfrentan a diferentes posturas ante « el drama del combate humano entre las potencias de las luces y de las tinieblas >>. Diferertes opciones: unos pasando de todo y otros mostrando solidaridad y ganas de ayudar a los semejantes; cuestión que igualmente queda escenificada por la presencia del barco Samaritan , su nombre es realmente explícito recurriendo a la parábola evangélica ( Lucas, 10, 25-37) como signo de ayuda al prójimo, barco – digo- que so capa de transportar mercancías participa en la resistencia y lucha contra el fascismo. Los tiempos no eran favorables al compromiso y a la solidaridad con los abandonados de la historia, según la visión que se desprende de la novela, en la contraposición del comprometido Hugh y el pasotismo de los demás, y muy en concreto con el derrotismo de Geoffrey que , por otra parte, mira a su hermano con mirada burlona y con neta falta de confianza. ante el romanticismo humanitario de éste. Imposibilidad de amar a los demás, lo que se traslada igualmente al nivel de la pareja entre Yvonne y Geoffery.
Es obvio que no nos hallamos ante una novela de las que atrapan desde el primer momento, sino que quedó convertida en novela de culto y ensalzada por la peña de devotos , sino que en el avanzar de las páginas, vamos entrando en una atmósfera que se hace cada vez más angustiosa y en la que asistimos a las derivas de un ser , perfectamente borracho , que se ve arrastrado por el alcohol, como expresión de una rabia, de una fuerza vital y mortal entreveradas, el Día de los Muertos – el 1 de noviembre de 1938- en una aldea de México, Quauhnauac ( en realidad Cuernavaca), con sus dieciocho iglesias y sus cincuenta y seis cantinas. La belleza de Yvonne se refleja en un vaso y en la lejana Europa la guerra destruye en viejo continente. La violencia florece por todas partes y la muerte se va bebiendo en pequeñas dosis, bajo un volcán siempre amenazante. El viaje se inicia con una discusión – un año después de los hechos- entre dos personajes en torno a unos vasos de anís, Laruelle y el doctor Vigil se han enterado que Yvonne ha vuelto junto al cónsul Geoffrey y a partir de ahí, asistimos al camino que van tomando los personajes, entrecruzando sus estelas y preocupándose de la suerte del cónsul, ex-cónsul más bien ya que México ha roto las relaciones con Inglaterra ( cuestión en la que basa Lowry su sentimiento de que los mexicanos odian a los extranjeros…al poco el México de Cárdenas se convirtió en acogedor refugio de anti-franquistas y judíos), en su caída libre., alcohólico acosado por los fantasmas de su mente en la que de manera atorbellinada se cruzan el pasado, y la conciencia de los fallos cometidos y de las posibles direcciones que podría haber tomado su existencia si hubiera adoptado otros derroteros. Yvonne se relaciona con el hermanastro de Geoffrey, Hugh, hombre comprometido, y durante veinticuatro horas – más bien doce como el número de capítulos- en el escenario mexicano, cruce de paraíso e infierno, los personajes se entrecruzan , en un vaivén de encuentros y desencuentros, malentendidos y conflictos que les distancian , al tiempo que Geoffrey avanza arrastrado por los demonios etílicos hacia su definitiva caída. Una carrera hacia la muerte en la que amén de Dante, asoman el Fausto, y hasta don Quijote. Muerte que se palpa en la fiesta sangrienta del toro, y en las acaecidas por los propios protagonistas ( Yvonne y Geoffrey). A esto se puede sumar el caballo con el número siete gravado en su piel, el jardín-mundo para el que se pide respeto, y los siempre amenazantes volcanes Popocatepetl y Ixtaccihuatl. Todo siguiendo el ritmo ineluctable de la rueda…que gira hacia el fin, con los hondos resabios del desamor, ya que como decía el otro, y cantaba el de más allá, no hay amor dichoso.
La novela explicada por el propio escritor
La famosa respuesta a su editor inglés Jonathan Cape, en la que el escritor se muestra inflexible ante las sugerencias del editor de que para publicar su novela debería amputar el texto al menos en un tercio de su extensión, resulta, sin lugar a dudas, la mejor guía de lectura del libro. El texto es muestra de las tensiones que existen no pocas veces entre los autores y los editores. En este caso, el escritor llevaba trabajando su novela durante más de diez años y ya andaba por su cuarta versión. A pesar de la ambigüedad con la que se expresa el editor, Lowry le envía una cerrada defensa de su novela en el estado en el que se encuentra, manteniendo la pertinencia de su edificio en doce capítulos, que puede ser abordada – según él- como una sinfonía o quizá como una ópera; « es una música sincopada , un poema, una canción, una tragedia, una comedia , una farsa, etc. Es superficial, es profunda, divertida o aburrida según los gustos. Es una profecía, un a puesta en guardia política, un criptograma , una película grotesca y un graffiti en el muro. Se puede incluso interpretarla como una máquina: esto funciona también, puede usted creerme, que yo lo he pagado con creces », para posteriormente defender y justificar la extensión y la composición de cada uno de los doce capítulos y los puentes que unen unos con otros. Allá se explica que el funcionamiento de la novela gira en torno al fundamental capítulo VI, etc., etc., etc.
Soy de la opinión de que esta carta , fechada el 2 de enero de 1946, debería acompañar al propio texto de la novela, para la mayor comprensión de algunos – que no todos – los puntos oscuros por los que avanza la prosa del autor. [ El texto de la carta puede leerse en « El volcán, el mezcal, los comisarios»; pp. 19 – 67 / o también en « El viaje que nunca termina . Correspondencia ( 1926 – 1957) »; pp. 113 – 144. ]
… y el purgatorio y el paraíso
Si en la novela de la que acabo de hablar se representa el infierno al que se vio abocado en cónsul en aquel día de los Muertos de 1938, el plan de Lowry era completar su divina comedia con el retrato del purgatorio y el paraíso. El proyecto que desde hacía tiempo venía rumiando era –siguiendo el plan llevado a cabo por Dante- dedicar una novela al purgatorio ( Piedra infernal) . al infierno ( Bajo el volcán ) y al paraíso ( Rumbo al Mar Blanco ); « concebí, entre 1940 y 1941, la idea de una trilogía titulada El viaje que nunca termina. El Volcán sería la primera parte, infernal; un Lunar caustic ampliado sería la segunda, la parte del purgatorio y – una enorme novela en la que trabajaba también entonces En lastre hacia el Mar Blanco ( que perdí en el incendio de mi casa…) que era la tercera parte, el paraíso . El conjunto se refería a la lucha que adopta el espíritu humano ( indudablemente por su facilidad de engañarse a sí mismo) en su ascenso hacia un fin verdadero » ). Teniendo en cuenta el éxito que iba alcanzando la segunda de las nombradas, Random House le propuso un contrato, para llevar adelante el ciclo de tres novelas bajo el señalado título general de El viaje que nunca termina ; la propuesta no llegó a cumplirse. La desbarajustada existencia en que estaba sumido el escritor hizo que no respetase los plazos de entrega, con lo que los editores dieron por roto el compromiso.
« Piedra infermal »Lunar Caustic, 1969)
Como sucede con todas las obras del autor que fueron publicadas, éste habla de lo que conoce, de su experiencia vital. Así en esta ocasión , tras un ingreso en el servicio psiquiátrico de Bellevue Hospital, en 1934, narra la desesperada visión de un alcohólico que sintiéndose como un viajero de un barco al borde del naufragio, decide recluirse en una hospital psiquiátrico. En el interior padece las consecuencias de la vida del asilo que por momentos se combina con la de una prisión; sirviéndole tal tensión como reflejo de la vida del exterior, del mundo con sus ambigüedades y sus paradojas en lo que hace al terreno moral; « muchos de los que aquí se toma por locos, a diferencia de los borrachos, son simplemente personas que en un momento de sus vidas sintieron la necesidad, por confusa que fuera, de renacer, és es la palabra ».
La perdición del ser arrastrado por el poder del alcohol, le hace al escritor enfrentarnos con la tensión entre la crueldad y la compasión; retrato expresionista y por los bordes del delirio…verdadero grito de angustia tanto en lo que hace a su situación personal como ante el horizonte desesperanzado de la condición humana…« el contrabajo está en la guerra española, exponiendo su vida en esa corrida de toros, y los del saxo…»
«Rumbo al Mar Blanco » ( In Ballast to the White Sea, 2017)
Este mismo año se recuperó esta novela perdida de Lowry, oportunamente ha sido presentada por Malpaso en traducción de Ignacio Villaro.
En unos de los incendios que rodearon la vida del escritor, el de 1944 que destruyó la cabaña en la que vivía con su segunda esposa en tierras canadienses, el escritor jugándose el tipo – a resultas de su arrojo sufrió quemaduras de importancia en la espalda- pudo salvar el manuscrito de Bajo el volcán, más las llamas quemaron otra novela en la que trabajaba desde 1931, lo que le atormentó todo el resto de sus días. La pretensión era la de que tal novela fuese la última entrega que conduciría del infierno volcánico al paraíso del Mar Blanco. Su primera esposa, Jan Gabrial, halló en los cajones de la casa de su madre un original que el mismo Lowry había dejado allá. Sobre este manuscrito sin concluir se ha construido este viaje que tiene el sabor inequívoco, en estado incipiente, del laberíntico escritor.
El mar como búsqueda, como proceso de iniciación, la mirada del mar bajo el prisma de las botellas y el de otros escritores. Hay momentos gloriosos en la prosa de este libro pero no alcanza la potencia de su obra-insignia. Dos hermanos, Sigbjorn y Tor, estudiantes de Cambridge, tienen un padre, el capitán Tarnmoor, sobre el que pesa la culpa de un naufragio debido a una actuación no correcta. El primero de ellos se mantiene impasible ante el anuncio de su hermano de que se va a suicidar; ambos están enamorados de la misma mujer, Nina, mujer brillante donde las haya. El suicido de Tor nada tiene que ver con la disputa sobre la muchacha sino que es un contagio que Tor sufre del desprecio a la vida del que su hermano hace gala. Culpabilizado por la muerte de su hermano, Sigbjorn se dedica a la escritura, sin resultados notables…El Paraíso no está en ningún lado, sino que lo que sobresale en la historia presentada es la arrolladora potencia de algunas fuerzas ocultas…a lo más, ciertas esperanzas asoman en el remoto horizonte: la esperanza en las promesas, religiosas y políticas, de un mundo mejor, se tornan fútiles, se difuminan de inmediato ante el dolor que produce la debilidad humana que es movida, por los vaivenes del mundo, como un trozo de madera por las olas del mar.
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La vida del escritor
1909 : Nace Clarence Malcolm Lowry el 28 de julio en Warren Court, New Brighton, Cheshire, Inglaterra, en el seno de una familia acomodada; su padre era un rico y próspero industrial del algodón.
1923 : tras cursar sus primeros estudios en la escuela local, ingresa en la Leys School , en Cambridge, escuela pública en la que se preparaban muchos de los futuros alumnos de la prestigiosa universidad del lugar.
1925 – 1926 : Comienza a leer a Balzac, Joyce, y otros , y a publicar sus primeros relatos en la revista de la escuela.
1927 : Antes de ingresar en la universidad, su padre le permite enrolarse como marino en el S.S. Pyrrhus, mercante en el que, entre marzo y octubre recorre Extremo Oriente y el océano Índico. El que fuese llevado en el automóvil familiar al muelle de embarque no le facilitó las cosas entre sus compañeros de navegación al ser considerado “un niño bien”, un enchufado y posible chivato. Sus notas de navegación le sirvieron para escribir su Ultramarina, y también como inspiración del viaje de Hugh en Bajo el volcán.
1928 : Estancia en Alemania, en el English College, de Bonn. Allá conoce el cine expresionista alemán que tuvo indudable influencia en su obra y en su técnica literaria.
1929 : Viaje por mar, como pasajero a las Antillas y a Boston, con el fin de conocer al poeta norteamericano Conrad Aiken; con él pasó el verano. El mes de octubre ingresa en la universidad de Cambridge.
1931 : Se enrola en una barco como calderero, con destino a Noruega con el fin de conocer al novelista Nordahl Grieg, que le influyó en la escritura de su Ultramarina. A su vuelta a Cambridge, empieza a trabajar en Rumbo al Mar Blanco.
1932 : obtiene la graduación en filología inglesa, con una simple aprobado.
1933 : El editor londinense Jonathan Cape publica la primera novela de Lowry, Ultramarina. Viaja a España con Aiken y su mujer; el poeta se ha convertido en el administrador de la asignación que ha establecido su padre, dinero del que vive Malcolm. Larga estancia en Granada, en donde conoce a una actriz norteamericana, Jan Gabrial, de la que se enamora; En Bajo el volcán, el cónsul cuenta cómo conoció a Yvonne en los jardines del Generalife.
1934 : Se casa en París con la citada actriz . Seis meses después, ella se va a Nueva York y él vuelve a Londres. En octubre viaja a Nueva York en busca de su mujer.
1935 : Es ingresado en el departamento de psiquiatría del Bellevue Hospital de Nueva York, en donde pasa diez días. De tal experiencia surgirá la primera versión de Piedra infernal.
1936 : Viaja con su mujer a Los Angeles y desde allá a San Diego en donde se embarca rumbo a Acapulco. Ya en México se instala con Jan en Cuernavaca en donde comienza a trabajar en Bajo el volcán.
1937 : Descubre las cantinas, el tequila y el mezcal, y redacta la primera versión de Bajo el volcán. Su amigo / administrador le visita y contará que habiendo visto la primera versión de la obra redactada, ya observó en ella muchos de los temas que ocuparán las páginas de la versión definitiva. Jan le abandona y para curar las penas Lowry viaja a Oaxaca, probando los mejores mezcales de México, como el mismo cónsul en la novela volcánica. Es detenido, en medio de malentendidos debidos a su constante estado de ebriedad y del escaso conocimiento del idioma; se sospechaba además que fuese un espía ( su versión explicada en una carta a un amigo: « he sido arrojado a un calabozo junto a mi correspondencia no por estar borracho, como a buen seguro pensarás, sino por expresar con toda crudeza una opinión política genuina en lo que era un tugurio pro Franco») . Tras pasar las navidades en la cárcel es puesto en libertad vigilada. En Oaxaca traba amistad con Juan Fernández Márquez, que le va a inspirar los personajes de Bajo el volcán: el doctor Vigil y Juan Cerillo.
1938 : De vuelta a Acapulco, los abogados de su padre tratan de sacarle del país; al final lo logran y en Los Angeles comienza la segunda versión de Bajo el volcán.
1939 : Se traslada a Vancouver y Margerie Bonner , a la que ha conocido en Los Angeles, se une a él. Inicia la tercera versión de Bajo el volcán.
1940 : Tras lograr el divorcio con Jan contrae matrimonio con Margerie. Se instalan en una cabaña cerca de Vancouver, en un bosque junto al mar; se refleja la belleza del lugar en el mitificado Paraíso del Norte de Bajo el volcán.
1941 : Doce editores rechazan la novela.
1944 : Tras esta negativa se pone a redactar la cuarta versión de la novela, viviendo como un pionero, lejos de la civilización, vida idílica “ entre el bosque y el mar”, situación placentera interrumpida por varias crisis alcohólicas. El 7 de marzo la cabaña es destruida por un incendio que quema el manuscrito de Rumbo al Mar Blanco, logrando salvar el manuscrito de Bajo el volcán. sobre el que seguirá trabajando durante las navidades.
1945 : Vuelve al lugar con el fin de reconstruir la cabaña. Envía la versión definitiva de Bajo el volcán a su agente literario. En noviembre vuelve a México con su mujer con el fin de revisitar el escenario de la novela. En Cuernavaca vive en la transformada vivienda de Laruelle, y en Oaxaca se entera de que Juan Fernando Märquez ha sido asesinado en una riña en una cantina, como lo sería el cónsul. Este viaje le inspirará una nueva novela: Oscuro como la tumba en la que yace un amigo, que publicó póstumamente su esposa.
1946 : Ante las pegas puestas y las propuestas de recortes planteadas por el editor, responde con una extensa carta en la que defiende el estado actual de la novela y la explica y justifica capítulo por capítulo. Al final, el 6 de abril es aceptada tanto por su editor inglés, Jonatahn Cape, como por el americano, Reynal and Hitchcock.
En mayo, tras ser detenido, es deportado de México, acusado de no haber pagado una multa en su estancia anterior (Lowry relata , en una carta fechada en junio de 1946, a Ronald Pauton, sus peripecias y achaca el asunto a distintas confusiones burocráticas con respecto al permiso de residencia, etc.; a la inquina que tiene los mexicanos con respecto a los británicos, y a otras cuestiones de índole monetarias , relacionadas con la célebre mordida; con tal título escribirá una novela corta). Vuelve con Margerite a Dollarton, localidad en la que está ubicada la cabaña, y en diciembre viajan a Nueva Orleans y Haití.
1947 : Con motivo de la publicación de Bajo el volcán, viaja a Nueva York. La novela fue ignorada por la crítica a pesar de que fue traducida en Holanda, Polonia y Portugal. En noviembre se embarca en Vancouver rumbo a Francia por el canal de Panamá, viaje que le servirá para uno de sus relatos.
1949 – 1954 : Tras haber estado el año anterior en París y haber viajado por Italia y Bretaña, vuelve a Dollarton. Dedicándose a trabajar en los cuentos que compondrán Escúchanos, Señor, desde el cielo tu morada, y en su obra – que restará inconclusa- compuesta de varias novelas entrelazadas: El viaje que nunca termina. Abandona Dollarton a donde ya no volverá y tras una corta visita a Conrad Aiken en Nueva York, viaja en barco a Génova instalándose en Sicilia.
1955 : De vuelta a Londres, es ingresado – tras dejarse llevar por sus fantasmas que le provocaban la falta de alcohol hasta el punto de beberse la loción que hallaba en el cuarto de baño – en un hospital para ser sometido a tratamiento psiquiátrico. A pesar del tratamiento de choque, conductista, las crisis alcohólicas no desaparecen. Los galenos diagnosticaron que se hallaban ante un alcohólico recalcitrante ( ¡ eureka!) y le sometieron a una tratamiento de apomorfina en una pequeña celda acolchada , iluminada con una pequeña bombilla roja, en donde el paciente podía beber lo que le diese la gana, ingesta que se combinaba con inyecciones de apomorfina…pensaban los ilusos médicos que el paciente – envuelto en vómitos y náuseas- rechazaría el alcohol; el caso es que el paciente abandonó el hospital con el hígado más destrozado que antes y con secuelas en su sistema nervioso periférico. La conclusión de los especialistas fue que la bebida era provocada por las desbocadas ansias de escribir del sujeto: si no le salía…recurría de inmediato, al frasco.
1956 : Se instala en el pueblo de Ripe, Sussex y se vuelca en el trabajo.
1957 : Recorre la Región de los Lagos, en el norte de Inglaterra. El 27 de junio muere, por exceso de barbitúricos que tomó durante una aguda crisis alcohólica ( alimentada con litros de ginebra). El diagnóstico que certificó su defunción fue “ Death for misadventure “ ( muerte por desventura ).
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Artículo publicado en el diario Gara
Malcolm Lowry, el cónsul del infierno
Malcom Lowry
« El viaje que nunca termina. Correspondencia ( 1926 – 1957
Tusquets, 2000.
520 págs. / 3000 ptas.
Datos
Fecha y lugar de nacimiento : 28 de julio de 1909 en Warren Court ( Inglaterra)
Obras : Bajo el volcánOscuro como la tumba en la que yace mi amigoEscúchanos, Señor, desde el cielo, tu moradaPiedra infernal.
Profesión. Bebedor compulsivo y autor escaso en lo que hace a cantidad de libros publicados.
Fecha y lugar de fallecimiento : 27 de junio de 1957, en Ripe, Sussex ( Inglaterra)
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En Piedra infernal, uno de los protagonistas dice dirigiéndose a otro de los personajes: « pareces muy aficionado a usar palabras como tragedia, decadencia, muerte, …» , y cuatro páginas más adelante prosigue : « le gusta tanto contar esas historias, algunas de ellas tienen una extraña calidad. ¿ Se ha parado a pensar que la mayoría habla del desastre?…». Parece que tales palabras estén dirigidas directamente a este escritor de, casi, una sola novela que fue Malcom Lowry. En toda la prosa del autor de Bajo el volcán, aparecen por todos los rincones, el dolor, el caos, eclipses, desventuras, peregrinajes desbrujulados, delirium/es ( tremens y otros),…la muerte. Metáfora de un mundo que se hunde, arrastrado ineluctablemente por el principio de entropía ( « el libro entero puede considerarse como una especie de absurdo abominable y serio, tal como de hecho es el mundo» ).
La voz que da cuenta de todo eso, es una voz que habla desde el mismísimo fuego del infierno, cuya fuente de energía privilegiada es el mezcal ( « yo no estoy hablando de buen vino, sino de mezcal » ); y en la presente ocasión, la voz nos habla del propio emisor de la voz, del escritor, del escritor que quería escribir un gran libro, el libro, de las claves para interpretar su escritura y de los detalles para penetrar en los avatares existenciales de Malcolm Lowry. Estamos ante unos documentos inesquivables – y no lo digo solo de cara a conocer a un escritor y su obra, que también – que guardan valor e interés por sí mismos y en sí mismos. Unas cartas escritas con primor y que dan cuenta de una existencia francamente movida por el amor ilimitado a la literatura, ilusiones, sueños, vivencias, penurias, llamamientos de socorro a causa de una salud que se hunde debido a la ingesta industrial de alcoholes varios, y a causa de una falta absoluta de medios con los que subsistir.
Estas son las cartas de Lowry, unas cartas escritas con el corazón de quien quiere publicar por todos los medios, de quien quiere merecérselo ya que considera que está haciendo algo muy serio ( escribir sobre el infierno pero con tonalidades nuevas ), y así leeremos cartas a sus editores, a sus amigos, cartas de amor, y…cartas de derrumbe. Aquí está la verdadera materia prima con la que está hecha la escritura del maldito escritor, de quien sí que podría decirse que no escribió sobre nada sobre lo que no hubiese experimentado ( cambios perceptivos provocados por ciertas sustancias ), sobre ningún lugar en el que no hubiese puesto sus pies ( además de los geográficos propiamente dichos,…hospitales, manicomios, barcos, tascas de mal – y de buen- agüero, volcanes y hasta el propio infierno, en diferentes sucursales ). No queda, no obstante, la cosa en las filias y las fobias de un escritor alcohólico, preocupado únicamente de su ombligo – o de su dañado hígado – , sino que su mirada tiene como objeto el mundo y lo que en él se cuece, en aquellos tiempos de salvaje ebullición ( la sombra de la batalla del Ebro es alargada, como alargada es la sombra de las afiladas garras del nazismo). Desde este punto de vista, puede hablarse – Miguel Morey lo ha hecho co certero tino- de la vertiente ética de la escritura lowryana : lo que se juega en ella es el tira y afloja entretenido por el Bien y el Mal, en medio del cual se haya atrapado el mundo y por supuesto el hombre; y si bien, las cosas – hablo de la novela esencial del autor, Bajo el volcán, aunque a decir verdad también a las otras si exceptuamos Ultramarina ( experiencia marina del autor por mares asiáticos ) y Piedra infernal ( experiencia del autor en un hospital psiquiátrico )-se desarrolla en México, esto no supone de ninguna de las maneras que haya de darse lo relatado un carácter localista. Este país da el adecuado color, olor y sabor a las andanzas de un alcohólico cónsul que avanza hacia el fin en el Día de los Muertos.
Una dipsomanía galopante
Decía el bueno de Lowry, en una de las cartas que se presentan en este volumen, que « lo último que pretendía es escribir un sermón contra la bebida…» [ según cuentan sus biógrafos sus inicios en la bebida era una respuesta rebelde a la vida de excesivo orden de su progenitor y familia] . Sea como sea, el Cónsul no hace, a lo largo de las veinticuatro horas que dura la volcanesca novela, otra cosa que luchar contra el desorden que le rodea y que comienza en su propia mente encendida por las cantidades ingentes de alcohol que el caballero traga. Se ha hablado – el propio autor fue el primero en hacerlo- del libro como Divina comedia de borrachos, y de lo que no cabe la menor duda es de que desde que se abre el libro hasta que se cierra, las botellas liquidadas son innúmeras ( creo recordar que hace una quincena de años la revista Quimera, en un dossier que publicó sobre al autor, cifraba casi en 20.000 gramos de alcohol los consumidos por el protagonista, Geoffrey Firmin ). El mezcal también ocupa su esencial papel en Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, ya que al fin y al cabo fue la causa que provocó la muerte del amigo al que el escritor iba a buscar unos años después; « ¿ Cuántas botellas desde entonces? ¿ En cuántos vasos, en cuántas botellas se había escondido solo desde entonces ?. De pronto las vio, botellas de aguardiente, anís, jerez, Highland Queen, las copas, una babel de copas- que ascendía como el humo del tren aquel día- construida hasta el cielo y que luego se derrumbaba y los vasos se volcaban y rompíanse y rodaban cuesta abajo por las pendientes de los Jardines del Generalife, las botellas se quebraban, botellas de oporto, tinto, blanco, botellas de Pernod, Oxygenée, ajenjo, , botellas que se hacían añicos, botellas desechadas que caían con golpe seco en los terrenos de los jardines…botellas de Calvados….botellas, botellas, botellas y copas, copas, copas de amargo Dubonnet o de Falstaff, rye, Johny Walker, Vieux Whiskey blanc Canadien, , aperitivos, digestivos, demis, los dobles, los noch ein Herr Obres, los et glas Araks, tusen taks, las botellas, las hermosas botellas de tequila y las ollas, ollas, ollas, los millones de ollas de hermoso mezcal…»….litros y litros de variados alcoholes para evitar que el mundo cayese en la muerte por remordimiento, ya que según la visión de Lowry, si los humanos dejasen de beber por un instante morirían de culpa y vergüenza.
Como la vida misma, en Lowry botella y vida, botella y mundo, van indisolublemente unidos: sus crisis alcohólicas son numerosas, su estado de borrachera es habitual y le origina abundantes problemas en México, sus ingresos en psiquiátricos con fines desintoxicadores se suceden. Su muerte se produjo por exceso de barbitúricos ingeridos durante una crisis alcohólica. El diagnóstico del médico que certificó la defunción Death for misadventure ( muerte por desventura ). .Lowry se fue, siguiendo las palabras entrecortadas del Cónsul…« Elijo la única salida , punto y coma. Adiós, punto. Otro párrafo, otro capítulo, otros mundos …»
Libros manejados:
+ Malcolm Lowry, « El volcán, el mezcal, los comisarios » ( Tusquets, 1971)
+ Christine Pagnoulle, << Malcom Lowry. Voyage au fond de nos abîmes >> ( L´Age d´homme, 1977)
+ Eduardo Chamorro, « Galería de borrachos » ( Penthatlón Ediciones, 1981)
+ Malcolm Lowry, « Oscuro como la tumba donde yace mi amigo » ( Editorial Bruguera, 1981)
+ Malcolm Lowry, « Bajo el volcán » ( Bruguera, 1981)
+ Geneviève Bonnefoi et alii, « Malcolm Lowry. Études» ( Maurice Nadeau, 1987 )
+ Malcolm Lowry, «Piedra infernal » ( Montesinos, 1988)
+ Miguel Morey, Viaje con Malcolm Lowry: las desventuras del buen samaritano in « Psiquemáquinas » ( Montesinos, 1990; pp. 233-250)
+ Malcolm Lowry, « El viaje que nunca termina. Correspondencia ( 1926-1957) » ( Tusquets, 2000)
+ Malcolm Lowry, « Rumbo al Mar Blanco » ( Malpaso, 2017)


https://kaosenlared.net/malcolm-lowry-laberinto-humano/


LA LARGA BORRACHERA CABALÍSTICA DE "BAJO EL VOLCÁN" (SÍMBOLOS OCULTOS EN UNA DE LAS MEJORES NOVELAS DE LA HISTORIA)

POR: ALEJANDRO MARTINEZ GALLARDO - 04/03/2014


UNA NECESARIA REVISITA AL ENTRAÑABLE CLÁSICO DE MALCOLM LOWRY (LA ONCEAVA MEJOR NOVELA DE LA LISTA DE LA MODERN LIBRARY), CON EL DIABLO EN LA BOTELLA, PARA DIMENSIONAR SU PROFUNDIDAD SIMBÓLICA, SECRETA CÁBALA INFERNAL.



Las agonías del borracho encuentran su analogía poética más precisa en las agonías del místico que ha abusado de sus poderes.
-M. Lowry

Entre los varios y más ilustres descensos al infierno en la literatura universal, la novela Bajo el Volcán, escrita por Malcolm Lowry, tiene un lugar especial. La obra, en la que el volcán Popocatéptl aparece como la boca del infierno pero también por momentos como un paraíso fugitivo, nos muestra con una brillantez alucinatoria la caída del alma de un hombre, el cónsul Geoffrey Firmin, quien se hunde en el alcohol y en el abismo cósmico por igual. En el cónsul, Lowry destila su propio espíritu como si se tratara del envase de una potente bebida fermentada: en pocos otros libros en la historia podemos contemplar una transubstanciación tan espiritosa entre el autor y su artificio. Y no sólo por contener numerosas referencias autobiográficas, sino porque el libro se convierte en un objeto animado por la vida de Lowry, y el aciago destino de su personaje —su sacrificio ante la imponente deidad de fuego y nieve— se  vuelve un oscuro heraldo que lo une al de su creador (Lowry murió años después aparentemente intoxicado de alcohol y pastillas, algunos sugieren asesinado por su mujer; el juez dictaminó, con lo que parece una pincelada de humor negro británico, "muerte por desventura". Nosotros sabemos que murió en un sacrificio literario, por combustión interna).
Bajo el Volcán y la vida de Lowry —inextricables— han sido objetos de numerosos documentales, biografías y distintos análisis literarios, simbólicos y cabalísticos, algunos dignos del recuerdo. En la novela, el descastado escritor británico sintetiza y simboliza su vida entera, su familia y sus parejas en un tejido autobiográfico —en una sola jornada de agobiante duración— que sin embargo alcanza la altura alegórica. Mi intención es hacer una revisión en este último sentido, desde la visión simbolista (sincromística) y cabalística de la obra de Lowry, quien, para imbuirle ese polvo de eternidad a su novela, decidió hacer de su propia vida un pozo de correspondencias, “un bosque de símbolos” que hace de un hombre un pequeño universo o un vórtice encarnizado de la historia de toda la humanidad.   
Lo que ocurre cuando uno lee un libro que le cala hondo, por el placer de la prosa que se saborea y también de las imágenes e ideas que genera, surtidor de esa eterna conversación de mesa que es la literatura y que sigue discurriendo como un murmullo nocturno o una invencible telepatía, es que uno quiere compartir su ardor y formar una alianza con el autor, con la obra y con los otros lectores. Es el mismo impulso de quien ha descubierto un profuso manantial que fluye libremente. O una magnífica botella de tequila (de funesta alquimia) brillando en un jardín a lado de una barranca. Me gustaría ofrecer entonces al menú una serie de conexiones para tal vez volverlas transparentes y saborear con una doble opulencia ese mismo fuego transparente del alcohol. O ese mismo “pollo espectral de la casa”, que genialmente confunde el cónsul en un menú hechizado, después de tomar bebidas a hurtadillas de su mujer.
Para el diletante literario —y puesto que el mejor servicio que uno puede hacer a Lowry, con quien se tiene un pacto fáustico, es de alguna forma provocar que su obra se lea—, habrá que decir que dentro de las páginas de Bajo el Volcán se encuentra seguramente la descripción más lograda y exquisita —un verdadero espejo mágico— de una borrachera —no cualquiera, una beodo-beatífica borrachera total— que se haya podido encontrar en una novela. En el Ulises, uno de los referentes de Bajo el Volcán, existe un genial capítulo en el que el espacio mismo gira como un torbellino o una rueda de la fortuna chocando copas en una farsa etílica inolvidable, que llega a lo psicodélico y lo surreal, y se huelga en el lirismo sensual de la bebida y sus fantasmas (Joyce bebe siempre con Blake, Shakespeare, Homero, etc.). Pero ninguna inmersión se compara a vivir cientos de páginas dentro de la mente del cónsul Geoffrey Firmin –avatar de Lowry—, atormentada y obsesionada por encontrar su siguiente trago, una botella en la penumbra o libar el ardiente mezcal que se acerca al alkahest. Sentir la angustia por estrechar la copa y llevarla a los labios con pulso frenético al tiempo que se sella la conciencia de estar perdiendo el mismo paraíso que se acaricia en el trago.
El cónsul está en una cantina a las 7 de la mañana después de beber toda la noche, cuando regresa su mujer, que lo había dejado (y engañado), pero a la cual ama terriblemente. La cantina es el palacio del exceso del cual brota la gnosis, por momentos, a ráfagas, entre náuseas y visiones ominosas que transfiguran los rostros. El alcohol estará siempre identificado en su mente con la luz, como en un verso del poeta tabasqueño Carlos Pellicer “en sus ventanas el alcohol está mezclado con sol". La cantina es el depósito de la luz pero también se asemeja al infierno que se abre para recibir a los proscritos:
Qué belleza puede compararse con la de una cantina en las primeras horas de la mañana... porque ni las mismas puertas del cielo que se abrieran de par en par para recibirme podrían llenarme de un gozo celestial tan complejo y desesperanzado como el que me produce la persiana de hierro que se enrolla con estruendo,  como el que me dan las puertas sin candado que giran en sus goznes para admitir a aquellos cuyas almas se estremecen con las bebidas que llevan con mano trémula hasta sus labios. Todos los misterios, todas las esperanzas, todos los desengaños, sí, todos los desastres existen aquí detrás de estas puertas que se mecen.
El cónsul-Lowry mezlcará siempre el cielo y el infierno, paradójicamente estando en ambos, como en el vértice  en el cual uno alcanza a ver el paraíso a la vez que ya se encuentra enfilado a las puertas del infierno —o cómo al acercarse a un abismo también se puede ver con mayor amplitud el espacio celeste. En la claridad del exceso, en esa lucidez desaforada del alcohol —que es para él también una sobriedad de espíritu, una potencia destructora— percibe una dimensión que se sobreimpone a nuestra realidad, la cual parecería solamente transitoria y evanescente ante los mundos internos que la entretejen. La novela ocurre por esto en el Día de los Muertos, anécdoticamente el día que llegaron Lowry y su esposa a Cuernavaca, simbólicamente la apertura del inframundo; en México una representación teatral de la muerte, y también en la mente del cónsul que se va extravasando al mundo.
La filosofía esotérica mantiene que el mundo en el que habitamos es en realidad como un sueño en la mente de dios, y de la misma forma el autor de una obra nos permite habitar en su mente cuando leemos un libro. Esta irradiación de la mente que abarca el mundo que conocemos puede apreciarse en el delirius tremens del cónsul, cuya memoria, a la manera de un teatro itinerante, se va abriendo al mundo y poblándolo, hasta confundirse y trastocarlo todo de una perpetua simultaneidad. De tal forma que todos los sucesos de su vida, en esa sima con destellos celestes que produce el alcohol, suceden también en ese día, todos ardiendo en una sola flama. Y cada trago es un torrente de memoria en cuyas aguas diluvianas se entreveran los rostros y los momentos de una agonía incansable, ya sin fe en la felicidad.
El infierno personal del cónsul está modelado a partir de la vida de Lowry focalizada en una jornada: su dipsomanía, que habría empezado a los 14 años, su total desavenencia familiar, el incendio de su casa, el calor asfixiante de una Cuernavaca maléficamente encantada, las extrañas costumbres de México exacerbadas por la mirada de un inglés, las visiones exóticas de jardines creciendo salvajemente, enredaderas de buganvilias y ololiuqui invadiendo la estancia, perros callejeros olisqueando detrás de él, su horror ante la policía, el derrotero de su embarcación juvenil, el abandono de su primera mujer, etc… Paralelamente a ese infierno, en una capa más sutil de conexiones significativas, está el infierno de todos los hombres o de la literatura que simboliza a todos los hombres en su caída: ahí aparece Dante, Fausto, Altazor, o el mismo Satán (el más humano de los ángeles). Girando en un tiovivo infernal, el cónsul es todos los hombres, es William Blackstone acogido por los indios, es Magallanes cruzando el oscuro estrecho, es Maximiliano fusilado, es Quetzalcóatl serpenteando en el asfalto después de beber el pulque de su hermano diabólico, pero también el traicionero “tlaxcalteca del alma”,  es todos los hombres vacilando mareante entre el paraíso y el inframundo, inmolándose por un insondable designio. Ninguna pasión le es ajena, pero tampoco nada lo mueve a la acción. El cónsul presagia esta aquiesencia infernal en una carta a su esposa, parte de todo un legajo de malhadada correspondencia :
¿O acaso es porque a través del infierno hay un camino, como bien lo sabía Blake, y aunque no lo recorra, en los últimos tiempos he podido verlo a veces en mis sueños?
John Milton, que según Blake era secretamente “del partido del diablo”, escribió en Paraíso Perdido: “La mente es su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno, o un infierno del cielo”. Perle Besserman, autor de El Laberinto Privado de Malcolm Lowry: Bajo el Volcán y la Cábala, escribe: “Para los cabalistas el Jardín del Edén no era realmente nada más que la mente humana, en la que Dios ha plantado la decisión entre el bien y el mal”.  En el caso del cónsul este asiento que tiñe el mundo de cielo o infierno se encuentra en su corazón, como él mismo apunta  —acaso enardecido por el alcohol que sobrenada el pecho, el fuego líquido/fruto prohibido. Sitúa el infierno en su corazón, en su propia existencia bajo el volcán de los sacrificios. Es su propia naturaleza la que vomita el infierno que luego lo ahoga en una avalancha de lava. Pero su propia naturaleza sólo repite, como un espejo, un acto atemporal —y que por ello sigue ocurriendo en cada momento— que es la caída del hombre, que a su vez refleja la ruptura de la unidad en la creación.  Una gran vasija de luz que estalla en el espacio.
La construcción simbólica de nuestro universo se teje a través de analogías, una red de significados que se enlazan y cobran mayor dimensión por su relación, por su “caer conjunto en el tiempo”. Lowry, aunque sea simplemente para poder darle una mayor profundidad simbólica a su libro o a su idea de hacer una nueva representación del infierno, decidió hacer de su proceso de caída y de su significación mística del alcohol una analogía de principios cabalísticos. El Cónsul nos muestra en su biblioteca oscuros ejemplares de Cábala y Alquimia y en algunos pasajes hace referencia a Eliphas Levi, Jacob Boheme, Swedenborg, etc., pero es difícil decir si esta es también la la lista de lectura de Lowry. ¿Hasta qué punto Lowry se había iniciado en el estudio de la Cábala? Tal vez solamente lo suficiente para poder disponer de ciertas metáforas y ciertas analogías que dotan a la obra de una potencia numinosa. Son hallazgos afortunados, casualidades significativas, sincronicidades. El mismo Lowry da la pista en la aguerrida defensa de su obra que hace en su famosa carta al editor Jonathan Cape. Explica la importancia de los doce capítulos y la constante repetición del número 12: son doce las horas en la que sucede toda la acción de la novela (salvo un primer capítulo que ocurre 12 meses después), de las 7 am a las 7 pm, una singladura solar en la que la que luz es devorada por el abismo: bajo el volcán; son doce años lo que le lleva el cónsul a su hermano Hugh, quien en realidad es el mismo Lowry en una versión en la que aún puede imaginar un idilio en el bosque, un paraíso nórdico como un nuevo comienzo; Lowry nota que son doce los trabajos de Hércules (antes de su iluminación olímpica), doce las tribus de Israel, etc… La novela misma es una rueda que se repite, evocando el eterno retorno, un mismo pecado ineludible: “la máquina infernal”, es el nombre del tiovivo de Día de Muertos, tomado de la obra de Cocteau, en el que el cónsul sube: frente a él un hombre que llevaba una llanta de bicicleta como chaleco salvavidas se quita la llanta y la arroja y va por ella y la vuelve arrojar, interminablemente, “repitiendo este proceso hasta la lógica irreductible con la cual parecía eternamente comprometido, hasta desaparecer”.  Esta misma rueda, advierte Lowry, es la rueda del karma, la rueda del sufrimiento del budismo. Es el tiempo mismo: Bajo el Volcán, como toda gran novela es sobre todo eso, tiempo pasando, un espejo que guarda imágenes, una apertura en la conciencia con la que vislumbramos un prisma que deshebra la sustancia misma del tiempo.
No estoy seguro si es de manera consciente o como una manifestación del inconsciente colectivo, pero quizás la más notable analogía en Bajo el Volcán es la que podemos ver entre la ruptura de copas o botellas –paroxismo eventual de un borracho—, con el episodio seminal de la Cábala luriana de “la Ruptura de los Receptáculos”, vehículos de la luz divina, inmediatamente posterior a la creación del mundo y que da origen a la maligna pero necesaria emanación de qlipoth (o qlifot). Como los qlipoths –recipientes de la luz divina que se han hecho añicos— las botellas también atrapan el alcohol, que al menos en la mente del cónsul se equipara con la luz divina y es el vehículo de su febril y esquizoide iluminación:
Tras los ojos de Yvonne, más allá de ella, el cónsul por un instante vio Granada y el tren que valsaba proveniente de Algeciras sobre las llanuras de Andalucía, chófeti pópeti chófeti pópeti...  el Viejo tren número siete que hasta allí llevaba: cae la noche  y las imponentes carretas ascienden lentamente por los jardines, se arrastran sobre los portales, sube y pasan junto al lugar donde el eterno pordiosero toca su guitarra de tres cuerdas por los jardines, jardines, jardines por doquiera, arriba, arriba hasta las maravillosas terrazas de la Alhambra, más allá del pozo donde se conocieron, a la Pensión América; arriba, arriba, ahora ascendían ellos mismos a los Jardines del Generalife…
De pronto las vio, botellas de aguardiente, anís, jerez, Highland Queen, las copas, una babel de copas —que ascendía como el humo del tren aquel día— construida hasta el cielo y que luego se derrumbaba y los vasos se volcaban y rompíanse y rodaban cuesta abajo por la pendiente de los Jardines del Generalife, las botellas se quebraban, botellas de oporto, tinto, blanco, botellas de pernod, Oxygenée, ajenjo, botellas que se hacían añicos, botellas desechadas que caían con golpe seco en los terrenos de los jardines, bajo las bancas, camas, butacas de cine, ocultas en los cajones de los consulados, botellas de Calvados que al caer rompíanse o se hacían añicos, las que caían en montones de basura, las que eran arrojadas al mar, al Mediterráneo, al Caspio, Caribe, botellas que flotaban en el océano, escoceses muertos en las montañas del Atlántico; y ahora las veía, las olía a todas ellas, desde el principio: botellas, botellas botellas y copas, copas copas de amargo Dubonnet o de Falstaff, rye, Johnny Walker, Vieux Whiskey blanc, Canadien, aperitivos, digestivos, demis, las dobles, los noch ein Herr Obers, los et glas Araks, tusen taks, las hermosas botellas de tequila y las ollas, ollas, ollas, los millones de ollas de hermoso mezcal… ¿Cómo podía encontrarse a sí mismo, comenzar de nuevo, cuando, en algún lugar, tal vez en una de aquellas botellas rotas o perdidas, en una de esas copas, se hallaba para siempre la clave solitaria de su identidad? ¿Cómo volver atrás y buscar ahora, husmear entre los vidrios rotos bajo los eternos bares, bajo los océanos?
Aquí vemos un microcosmos de la ruptura de los recipientes de luz, que es también el origen del paraíso perdido (el acto que origina a nuestro mundo es la pérdida del paraíso), con la vida del cónsul, el paraíso simbolizado por su encuentro amoroso con su esposa en los jardines de Granada, repentinamente pulverizado por la explosión de las botellas. Por un momento el cónsul entretiene la idea de recuperar esa luz esencial perdida —porción de su alma— en una de esas botellas rotas, como en la Cábala se deben de restaurar  los receptáculos, en lo que se conoce como "la Elevación de las Centellas" o el Tikkun ha Olam, proceso de restauración del mundo del cual el individuo es espejo. Algunos de los mejores párrafos de la literatura son escritos por Lowry en sus proustianos ensueños de alcohol. Es siempre una imagen o una frase que lo hace evocar una serie de eventos reales e imaginarios, que se enlistan un poco como Borges enlistó una serie de cosas y lugares mezclados con recuerdos en su descripción del Aleph (cuya inspiración fue la Cábala también). El instante es el perpetuo Aleph del tiempo, en su presencia contiene todo lo que ha acontecido y transparenta la eternidad. Lowry tiene estas pesadillas místicas despierto, cuando el mezcal sube como una torpe víbora kundalini. Cada suceso se desdobla en una telaraña de luz solar en su mente que va conectando los lugares a los que ha ido con sus propias divagaciones estéticas y espirituales. Todo el día del cónsul es una especie de experiencia cercana a la muerte en la que su vida entera flashea. Así conecta las imágenes con rehiletes de tiempo:
Una cascada natural estrellábase en una especie de estanque construido en dos planos: le parecía que el espectáculo era no tanto refrescante como sugerente, en cierto modo grotesco, de alguna especie de último sudor agónico…
Había en realidad, más de un arco iris. Aunque sin ellos el mezcal habría dado al lugar un aspecto mágico. La magia estaba en las propias Cataratas de Niágara, no en su elemental majestad de ciudad de lunas de miel… pero ahora el mezcal hacía sonar una nota discordante, luego una sucesión de quejumbrosas notas discordantes a cuyo son parecían bailar todas las neblinas que se mecían en las elusivas sutilezas de los listones de luz, entre las cintas de flotantes arcoiris. Era una danza fantasmagórica de almas desconcertadas por estos engañosos matices, los cuales, no obstante, seguían buscando la permanencia en medio de lo que era sólo perpetuamente evanescente o se perdía para siempre. O era una danza entre el buscador y su meta, persiguiendo aquí los alegres colores que había asumido sin saberlo, y allá esforzándose por reconocer la más refinada escena en la que ya participaba sin que jamás llegará a percatarse de ellio
El estruendo amortiguado de  las cataratas llenaba el cuarto como el fragor de las máquinas de un barco… Eternidad… El Cónsul refrescado se apoyó en la barra contemplando su segunda copa de líquido incoloro con aroma de éter. Beber o no beber… Pero sin mezcal, imaginó, se había olvidado de la eternidad, se había olvidado de su viaje al mundo, de que la tierra era una nave fustigada por la cola del Cabo de Hornos y condenada a no llegar nunca a su Valparaíso. O que era cual pelota de golf lanzada a la Mariposa de Hércules que un gigante asomado a la ventana de un manicomoio en el infierno pescaba caprichosamente al vuelo. O que era un camión que hacía su excéntrico viaje a Tomalín. O que era… lo que fuese dentro de poco, después del próximo mezcal.
Este naufragio cósmico es sugerente también del qlipoth, esa especie de ascua de estrella del cuerpo divino.  Hagamos un paréntesis aquí para entender mejor qué es  el qlipoth y el episodio fundamental de la Cábala conocido como la "Ruptura de los Receptáculos” (Shevirat Hakelim). Según la corriente luriana de la Cábala, cuando surgió en la voluntad divina la idea de crear el universo se generó instantáneamente una contracción conocida como “Tzimtsum” (término que evoca una sensual onomatopeya). El escritor Paul Levy explica el Tzimtsum como el “ocultamiento de Dios para preparar el espacio y hacer campo para una creación finita con todos sus distintivos, multiplicidad y limitación”. En ese momento de concepción la luz infinita y divina llenó los “receptáculos que fueron al mismo instante llenados y destrozados por el influjo de la luz divina. Esta catástrofe original es lo que se conoce como “la Ruptura de los Receptáculos”: los pedazos rotos por el flujo incontenible de la luz divina llenaron el espacio primordial, “el vacío metafísico, mientras que al mismo tiempo dividieron los opuestos antes unidos (e inconscientes) que constituyen la estructura subyacente del universo. Cada pedazo atrapó una porción de luz divina, aparentemente separando a esta luz primordial de su fuente”. Podemos imaginar esto como si una vasija de cristal explotara por el influjo centrífugo de una fuerza luminosa y en cada pedazo de cristal quedara impresa la luz divina como un relámpago atrapado en un cuarzo. Estos pedazos son conocidos como qlipoths y se oponen complementariamente a los 10 sephiroths que forman una estructrura similar al árbol de la vida. Dice Paul Levy: “representan las constricciones malévolas en el ser,” que se convierten en “la fuente del mal y el sufrimiento. La negación e imagen espejo de la divinidad ” (el espejo es abominable porque hace una copia de lo divino).  Los qlipoths son “envolturas que ocultan la santidad como una cáscara oculta la fruta”. El artista visionario David Chaim Smith señala que "los qlipoths son ecos condensados del primordial tzimtsum que vuelven opaca y mantienen la estructura de los mundos. En este sentido cumplen una función viable".  Son de alguna manera las pruebas y obstáculos del drama (el dharma) cósmico.
Lowry nos revela la clave de su personaje al apuntar a la analogía poética entre “las agonías de un borracho” y “un místico que ha abusado de su poder”. El cónsul encarna un personaje fáustico con su particular fólclor, un cabalista que ha encontrado el infierno, que ha visto el centro de fuego del universo en sí mismo, y que ha dejado de buscar la redención: es un reverso de la visión divina, preclaridad de abismo: lo infernal también es lo místico. En este abandono –en el cual renuncia al jardín pristino del amor, de la re-union de los receptáculos, posible tikkun microcósmico— el Cónsul repite el mismo acto originario de los qlipoths y se consagra en el cáliz maligno. Sobre sus investigaciones cabalísticas el cónsul confiesa a su esposa, sin que esta pudiera leer su misiva: 
Mientras tanto, ¿me ves todavía trabajando en el libro, tratando aún de contestar a preguntas tales como: ¿existe una realidad última, externa, consciente y omnipresente? O acaso me encuentras entre Misericordia y Comprensión, entre Chesed y Binah (pero aún en Chesed)—mi equilibrio, y el equilibrio lo es todo—meciéndose, columpiándose sobre el horrible vacío infranqueable, el omnímodo aunque irreversible camino del relámpago de Dios que regresa a Dios. ¡Como si alguna vez hubiera estado en Chesed! Más bien como el Qlipoth.
El qlipoth en algunas ocasiones es representado como un árbol de la vida invertido y podemos vincularlo con la carta del Tarot del Hombre Colgado, el arcano número 12. El Cónsul deja poseerse por este arquetipo del hombre colgado, por ese patrón que irradia a través de nuestra historia y nuestra mente colectiva de sacrificarse y descender al infierno sin miramientos.
La vision cabalística está basada en el principio de la correspondencia entre el cosmos y el alma humana, por lo tanto “las flamas divinas atrapadas simbolizan la realidad esencial de cada individuo que ha sido olvidada”. La Ruptura de los Receptáculos ocurre también en el alma humana que yace fragmentada, con su propia divinidad retraída. Llevamos en nuestro interior el cáliz de luz roto, el santo grial extraviado. Sin embargo, nos recuerda Paul Levy, es en esa abyecta ruptura y en ese fondo existencial en el que “el proceso de sanación y transformación puede iniciar”. El mismo Jung, a partir de sus lectura de la Cábala, señala: “Aquel que comprende la oscuridad en sí mismo, tiene cerca la luz” y “No se puede rechazar el mal, porque el mal es el portador de la luz”.
*         *         *
Una de las ideas de la Cábala que podrían estremecer a la religión convencional es que el mal proviene de Dios, es el resultado de lo infinito encogiéndose para habitar en lo finito. Al ser obra de Dios --y bajo esta visión nada podría no serlo-- el mal cumple una función en la creación. En cierto sentido el mal es lo que permite que exista el libre albedrío y el proceso de indviduación de la psique. En un sentido espiritual en diversas tradiciones, incluso en la misma psicología jungiana, es necesario reconocer la sombra y descender al inframundo para poder luego ascender a la luz. Así se completa el arco completo del misterio cósmico. Solve et coagula: primero la separación y luego la síntesis. Sería arriesgado decir que el Cónsul hace un descenso para un ascenso, o que tiene una muerte chamánica pero ciertamente sí podemos pensar que su muerte es simbólica y cumple una función sacrificial de reeestablecer un orden, de la misma forma que los grandes mitos se repiten disfrazados en la vida cotidiana. Por otro lado Bajo el Volcán es el magnetismo de un abismo, de su propia muerte que encanta el espacio con su maleficio.
Así vive a la distancia la muerte del cónsul su esposa, en la conexión de las señales de la naturaleza que se convierte en el gran teatro de la transparencia simbólica, el relámpago que ilumina la oscuridad y luego la rueda magnética de las estrellas, un torbellino de “aves diamantinas:”
Hay, a veces, cuando estalla el trueno, otra persona que piensa por uno, alguien que pone al abrigo los muebles de nuestro pórtico mental, cierra y pone los postigos a las ventanas de la mente contra lo que parece menos aterrador como amenaza que como distorsión del recogimiento celestial, una estrepitosa locura de los cielos, una forma de catástrofe que los mortales tienen prohibido observar de muy cerca: pero en la mente queda entornada siempre una puerta —como se sabe que los hombres en las grandes tempestades dejan abiertas sus puertas verdaderas para que por ellas pase Jesús— pero el ingreso y la recepción de lo inaudito, la temible aceptación de la centella que nunca cae sobre uno, para el relámpago que siempre cae en la próxima calle, para el desastre que tan raras veces golpea en la desastrosa hora probable, y por esta puerta mental. Yvonne, que seguía equilibrándose en el tronco, percibió algo ominosamente aciago. En el trueno que disminuía acercábase algo como un rumor que no era de lluvia.
“El relámpago de Dios que regresa a Dios", había escrito el cónsul en su carta a Yvonne. De nuevo la imagen de la "Elevación de las Centellas", el tikkun. El relámpago es el signo natural de los dioses: símbolo por igual de la muerte y la iluminación. Que el cónsul sea llevado por el rayo habla de que pese a su pacto diabólico: el ennui de nuestra era, pese a su corazón invadido de oscuridad, hay algo numinoso operando —lo infernal también es lo místico, demon est deus inversus. La naturaleza, también asociada por el cristianismo con el diablo, con los instintos, parece estar animada por todo el proceso mental del Cónsul, en su larga borrachera trepidatoria que trastoca la realidad con una chispa de genio y decadencia...
Ominosa mensajería ambiental que persigue al Cónsul en su divagación, en pensamiento y acción, por el infierno morelense. Los escorpiones autoproféticos que se atenazan sobre sí mismos y que "morirán por su propio aguijón", los relámpagos que truenan encabritando a los caballos, rayos que parten el mundo en añicos, botellas que se quiebran, esquirlas y papeles carbonizados que se convierten en zopilotes. La pululación de la policía: una paranoia metafísica materializada; esa inmanencia de la barranca, que llama siempre a acercarse más, a desfondarse ahí. El abismo que aparece en todos lados, desde la infancia en un campo de golf: "golfo: abismo", en la botella donde la luz queda atrapada y finalmente afuera del "Farolito", entre el trueno refundido, su destino magnético: el faro nocturno: llevar el infierno, la ceniza del patíbulo, en el corazón...
Todo es cifra de su muerte, el espacio mismo es una psicogeografía resonante, no tanto porque encuentre una especie de profecía en el mundo, sino porque el mundo es parte de su mente, de su alucinación que se extiende e invade el mundo con su falsificación. 
Bajo el Volcán narra la historia de la caída de un hombre a una barranca bajo un majestuoso y oprimente volcán. Como hemos visto, la caída del cónsul Geoffrey Firmin es evidentemente también simbólica de todo un proceso cósmico personal que culmina en el crepúsculo del Día de Muertos en Cuernavaca. Es la culminación del proceso de su destrucción. Podríamos decir que se trata de una autodestrucción –una borrachera de los mil diablos que se abisma en sí misma, una negativa a asentarse en el amor que se le vuelve ofrecer, a huir del calor al idilio del bosque —pero en realidad se trata más bien de una condena, de una continuación inevitable de una emanación arquetípica. El infierno arde en el corazón del cónsul; la muerte existe paradójicamente como una elección a la vez que es inevitable: lo que es posible es la aceptación de la condición, el reconocimiento de lo signos. Al final es un policía, el Jefe de Jardineros  (¿el encargado de enrejar el paraíso?), el que le da el último empujón para así rodar por la barranca, seguido de un perro muerto. Pero en realidad es toda la rueda de la existencia la que lo lleva a ese lugar –una eterna repetición, un giro más en la máquina infernal. Su caída es la repetición arquetípica de la caída del hombre, caído desde el inicio del tiempo, y de la separación de la luz de dios. No es sólo la condición descastada y rastrera del hombre moderno en un mundo industrial decadente, es sobre todo la caída metafísica del alma humana a este mundo fuera del paraíso. Paseando borracho el cónsul encuentra un letrero que interpreta, en su mal español, como una clara señal del paraíso pérdido:
 ¿LE GUSTA ESTE JARDÍN? ¿QUE ES SUYO? ¡EVITE QUE SUS HIJOS LO DESTRUYAN!
En la muerte regresa la imagen seminal del Qlipoth, una especie de visión-aleph-negativa, otra vez la “ruptura de los receptáculos”, el instante fractal de la creación a través de la destrucción: “era el mundo mismo lo que estallaba, estallaba en negros chorros de ciudades lanzadas al espacio, con él, que caía en medio de todo, en el incontenible estrépito de un millón de tanques, en medio de las llamas en que ardía un millón de cadáveres, caía en un bosque, caía…". Una caída continua y conjunta, que sigue ocurriendo, que se sigue repetiendo, rueda del tiempo.
Twitter del autor: @alepholo

https://pijamasurf.com/2014/04/la-larga-borrachera-cabalistica-de-bajo-el-volcan-simbolos-ocultos-en-una-de-las-mejores-novelas-de-la-historia/
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EL LABERINTO PRIVADO DE MALCOLM LOWRY: BAJO EL VOLCÁN Y LA CÁBALA
por Epstein, Perle S.
Editorial: Monte Avila Editores, Caracas
Año de publicación: 1975
Encuadernación: Rústica - Soft Cover
Sobre el libro250 pp. Analizar la magistral novela de Lowry Bajo el volcán desde el punto de vista de sus relaciones con La Cabala es el propósito que cumple Perle S. Epstein a lo largo de este penetrante análisis. La autora se apoya no solamente en el propio texto de la novela sino también en la correspondencia de Lowry y en el material desconocido hasta ahora proveniente de informaciones brindadas por la viuda del novelista, Marjorie Bonner Lowry. De esa investigación exhaustiva y rigurosa surge una imagen fascinante y convincente de la tesis propuesta. Toda la escritura de Bajo el volcán se ilumina con una nueva luz esotérica que sin embargo no incomoda, más bien refuerza, el riquísimo contenido poético que caracteriza el estilo de Malcolm Lowry. El análisis de Perle S. Epstein desmonta cada paso de la narración señalando su íntima trabazón con la doctrina ocultista. Cada uno de los elementos jugados por el novelista ocupa su lugar en una gigantesca cosmogonía cabalística que no deja nada librado al azar. Magia y poesía se reencuentran en esta interpretación profunda y consecuente de una de las mayores novelas de este siglo. Un ensayo de esta intención y nivel no puede dejar de asociarse al marco demoníaco que ha venido insinuándose desde la noticia en los periódicos del mundo, el más reciente cine de terror y la literatura de consumo, que a distinta altura plantean la vieja pugna entre el bien y el mal que acompaña al hombre desde sus más remotos orígenes.

La Cábala en "Bajo el volcán"

Acabamos de rescatar el trabajo que nuestro compañero John Anderson, quien falleció en Junio de 2014, presentó en el Coloquio Internacional de Noviembre de 2009: "Possible Thematic Examples of 'Khiasmos' in the Twelve Chapters of Under the Volcano". Lo publicamos ahora con el afán de ofrecer con ello un homenaje a John Anderson y un agradecimiento a su generosidad con la Fundación y con La Casona Spencer.



La antigua tradición mística de los judíos tiene tres literaturas: El Libro de la Ley y los Profetas; el Talmud, que es una colección de comentarios a la Ley y los Profetas, y la Cábala, o interpretación mística de los textos. De estos tres, los antiguos rabinos dicen que el primero es el cuerpo de la tradición; el segundo, su alma racional, y la tercera, su espíritu inmortal. Los hombres ignorantes pueden con provecho leer el primero; los eruditos estudian el segundo, y el sabio medita en la tercera. Los Cabalistas conocen la sabiduría divina que Yahveh entregó a Abraham, que José comunicó a los sacerdotes en Egipto, que Moisés reveló por medio de símbolos en la Torá y que llegó a los rabinos estudiosos y ascéticos.

Según el Zohar, un libro del siglo XIII que es el libro sagrado de los cabalistas, Dios ha manifestado Su existencia en la Creación por medio de los sephirots o emanaciones. Los sephirots, organizados en un orden jerárquico, son mediadores entre el mundo material y el de lo invisible. Van de los estados espirituales a los físicos en una intrincada estructura llamada el Árbol Sefirótico, constituyen para el Adepto, los medios para encontrar la salvación. En el origen, el hombre era capaz de llegar a la cima del Árbol, formada por una tríada de SephirotsKether, la Corona; Chochma, la Sabiduría y Binah, el Entendimiento. Pero una vez fuera del Paraíso, no puede elevarse a menos que posea los secretos cabalísticos más allá de la segunda triada: Chesed, la Piedad; Geburah, el Poder y Tipheret, la Gloria Mundana. La mayoría de los hombres, sin embargo, sólo puede alcanzar las ramas inferiores del Árbol: las que pertenecen del todo al mundo material de los apetitos y las pasiones.

Mientras el Adepto es casto y abstemio, el Árbol permanece erguido y es posible aspirar a la salvación, pero en cuanto viola la Ley, el Árbol se invierte y el ascenso al cielo se transforma en una caída hacia el Qliphoth, el dominio de los desechos y los demonios. Y esto es precisamente lo que le sucede a Geoffrey Firmin y él lo sabe bien. Por eso en carta a Yvonne dice:

“¿O acaso me encuentras entre Misericordia y Comprensión, entre Chesed y Binah (pero aún en Chesed) –mi equilibrio, y el equilibrio lo es todo– meciéndose, columpiándose sobre el horrible vacío infranqueable, el omnímodo aunque irreversible camino del relámpago de Dios que regresa a Dios?” (Bajo el volcán)


En el mundo de Geoffrey Firmin, cada cosa está vinculada con todas las demás, su mundo es un mundo de correspondencias ocultas y totales. Hay en él nexos que conectan no sólo las cosas materiales con las espirituales, sino también, de un modo misterioso, que conectan las cosas que tienen solamente una existencia concreta: la materia es la materia de la vida.

Geoffrey Firmin es un alcohólico, pero también un místico; un brujo negro, pero también un buscador desesperado de la verdad; se entrega a su depravación y busca conscientemente su propia destrucción, pero como una vía pervertida hacia la iluminación espiritual. Como Rimbaud y Baudelaire y los otros poetas malditos, sabe que el camino hacia el infierno y el camino hacia el cielo son uno y el mismo y, como ellos, prefiere ir al fondo… Pero eso es, justamente, Khiasmos...


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