lunes, 11 de mayo de 2020

UN ABUSO Urbino y textos de Claudio Magris






"En el viaje, desconocidos entre gente desconocida, aprendemos en sentido fuerte a no ser Nadie, comprendemos concretamente que no somos Nadie. Y precisamente, en un lugar querido que se ha trocado casi físicamente en una parte o una prolongación de la propia persona, esto permite decir, haciéndole eco a don Quijote: aquí yo sé quién soy."


  "«¿Adónde os dirigís?», se pregunta en Enrique de Ofterdingen , la gran novela de Novalis. «Siempre hacia casa», es la respuesta. El suyo es uno de los grandes libros en los que el viaje aparece cual odisea o metáfora del viaje a través de la vida. Toda odisea pone el punto interrogativo en la posibilidad de atravesar el mundo haciendo de ello una experiencia real y formando así la propia personalidad. La pregunta es si Ulises —especialmente el moderno— vuelve finalmente a casa y, a pesar de las más trágicas y absurdas peripecias, ha confirmado su identidad y encontrado o corroborado un sentido de la existencia o descubre tan solo la posibilidad de formarse; o bien si pierde el significado de su vida y se pierde a sí mismo en el camino, disgregándose en vez de construirse el suyo."
El viaje pasa a ser entonces un camino sin retomo hacia el descubrimiento de que no hay, no puede ni debe haber un retorno. Al viaje circular, tradicional, clásico, edípico y conservador de Joyce, cuyo Ulises vuelve a casa, le releva el viaje rectilíneo, nietzscheano de los personajes de Musil, un viaje que procede siempre hacia delante, hacia un malvado infinito, como una recta que avanza titubeando en la nada, Ítaca y más allá , como reza el título de un libro que he escrito; dos modalidades existenciales, trascendentales del viajar. En la segunda el sujeto, el Yo, el viajero, se lanza siempre hacía delante; en su proceder no se lleva a sí mismo, totalmente a sí mismo, sino que todas las veces aniquila su integral identidad anterior y se desprende de sí. « Lâchez tout », salir de viaje, escribía Breton en 1922 exhortando al dépaysement .



    La realidad, tan a menudo impenetrable, de pronto cede, se cuartea; el viajero, dice Cees Noteboom, siente «las corrientes de aire que se filtran por las fisuras del edificio causal». Lo real se revela probabilista, indeterminista, sujeto a repentinos colapsos cuánticos que hacen desaparecer algunos de sus elementos, engullidos, absorbidos en vórtices del espacio-tiempo, remolinos de la mortalidad de todas las cosas, pero también del imprevisible brote de nueva vida.
    Viajar es una experiencia musiliana, confiada al sentido de las posibilidades más que al principio de realidad. Se descubren, como en unas excavaciones arqueológicas, otros estratos de lo real, las posibilidades concretas que no se han realizado materialmente pero existían y sobreviven en jirones olvidados por la carrera del tiempo, en brechas todavía abiertas, en estados fluctuantes aún. Viajar significa echar cuentas con la realidad pero también con sus alternativas, con sus vacíos; con la Historia y con otra historia u otras historias impedidas y destituidas por ella, mas no canceladas del todo.



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