viernes, 25 de agosto de 2017

Jean Paul Sartre una de las mentes más lucidas del siglo XX (DOSSIER)


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Jean-Paul Charles Aymard Sartre (París, 21 de junio de 1905 – ibíd., 15 de abril de 1980), conocido comúnmente como Jean-Paul Sartre, fue un filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, biógrafo y crítico literario francés, exponente del existencialismo y del marxismo humanista. Fue el décimo escritor francés seleccionado como Premio Nobel de Literatura, en 1964, pero lo rechazó explicando en una carta​ a la Academia Sueca que él tenía por regla rechazar todo reconocimiento o distinción y que los lazos entre el hombre y la cultura debían desarrollarse directamente, sin pasar por las instituciones establecidas del sistema. Fue pareja de la también filósofa Simone de Beauvoir. El corazón de su filosofía era la preciosa noción de libertad y su sentido concomitante de la responsabilidad personal. Insistió, en una entrevista pocos años antes de su muerte, en que nunca había dejado de creer que «al final uno siempre es responsable de lo que haya sido de él», versión sólo ligeramente modificada de su anterior y más audaz lema «el hombre se hace a sí mismo».

Sartre Sufrir por amor 

Pensamiento
Existencialismo
En una primera etapa desarrolló una filosofía existencialista, a la que corresponden obras como El ser y la nada (1943) y El existencialismo es un humanismo (1946). Desde que en 1945 fundó la revista Les Temps Modernes se convirtió en uno de los principales teóricos de la izquierda. En una segunda etapa se adscribió al marxismo, cuyo pensamiento expresó en La crítica de la razón dialéctica (1960), aunque él siempre consideró esta obra como una continuación de El ser y la nada.
Sartre considera que el ser humano está "condenado a ser libre", es decir, arrojado a la acción y responsable plenamente de su vida, sin excusas. Aunque admite algunos condicionamientos (culturales, por ejemplo), no admite determinismos. Concibe la existencia humana como existencia consciente. El ser del hombre se distingue del ser de la cosa porque es consciente. La existencia humana es un fenómeno subjetivo, en el sentido de que es conciencia del mundo y conciencia de sí (de ahí lo subjetivo). Sartre se forma en la fenomenología de Husserl y en la filosofía de Heidegger, de quien fue discípulo. Se observa aquí la influencia que ejerce sobre Sartre el racionalismo cartesiano. En este punto se diferencia de Heidegger, quien deja fuera de juego a la conciencia.
Si en Heidegger el Dasein es un «ser-ahí», arrojado al mundo como «eyecto», para Sartre el humano en cuanto «ser-para-sí» es un «pro-yecto», un ser que debe «hacerse».
El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo.




El existencialismo es humanismo

Consecuentemente para Sartre en el ser humano «la existencia precede a la esencia», que explica con un ejemplo: si un artesano quiere realizar una obra, primero «la» piensa, la construye en su cabeza: esa prefiguración será la esencia de lo que se construirá, que luego tendrá existencia. Los seres humanos no son el resultado de un diseño inteligente y no tienen dentro de sí algo que los haga «malos por naturaleza» o «tendientes al bien» —como diversas corrientes filosóficas y políticas han creído—, y continua: «Nuestra esencia, aquello que nos definirá, es lo que construiremos nosotros mismos mediante nuestros actos», éstos nos son ineludibles: no actuar es un acto en sí mismo puesto que nuestra libertad no es algo que pueda ser dejado de lado: ser es ser libres en situación, ser es ser-para, ser como "proyecto".
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Sobre la Libertad

Sartre sostuvo, con una seguridad mancilladora, que somos absolutamente libres, pero también tenemos una responsabilidad absoluta, sobre nosotros y sobre el mundo. Por eso dijo que estamos condenados a ser libres. La libertad del sujeto, entonces, tiene que ser ejercida con responsabilidad. El hombre como ser libre es su propio autor. Por eso, la existencia del hombre precede a su esencia. Arguye, con una brillantez de genio, que cuando el hombre nace, no tiene esencia, a saber, no tiene significado, no hay concepto de sí mismo, y es, como lo explica muy rigorosamente en su filosofía, la cual por esencia es compleja, el mismo que da significado a su existencia. Muchos filósofos fueron inspirados por el pensamiento de Sartre. Su filosofía, con un aspecto afín a la de Heidegger, pero infinitamente original, desafió a la filosofía y a los filósofos. Fue capaz, con un don único, de señalar con precisión los errores de las teorías epistemológicas, las cuales se fanfarroneaban de ser esencialmente objetivas. Se puede afirmar, y sin la gofa escama de equivocarse, que no puede concebirse, aunque en nuestro tiempo pareciera que es posible, el mundo intelectual de hoy sin la influencia, que tanto bien, según algunos, y tanto mal según otros, de Sartre.

Relación con el comunismo

Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre se entrevistaron con Ernesto Che Guevara, en Cuba en 1960.
El periodo inicial de la carrera de Sartre, definida por El ser y la nada (1943), fue seguido por un segundo periodo de activismo político e intelectual. En particular, su trabajo de 1948 Manos sucias examinaba el problema de ser un intelectual y participar en la política al mismo tiempo. Nunca llegó a afiliarse al Partido Comunista Francés (PCF), aunque fue simpatizante de la izquierda y desempeñó un papel prominente en la lucha contra el colonialismo francés en Argelia. Se podría decir que fue el simpatizante más notable de la guerra de liberación de Argelia. Tenía una ayudante doméstica argelina, Arlette Elkaïm, a quien hizo hija adoptiva en 1965. Se opuso a la Guerra de Vietnam, y junto a Bertrand Russell y otras luminarias organizó un tribunal con el propósito de exhibir los crímenes de guerra de los Estados Unidos. El tribunal se llamaba «Tribunal Russell».
Agudamente crítico del estalinismo, su pensamiento político atravesó varias etapas: desde los momentos de Socialismo y Libertad, agrupación política de la resistencia francesa a la ocupación alemana, cuando escribe un programa basado en Saint-Simon, Proudhon y demás, cuando consideraba que el socialismo de Estado era contradictorio a la libertad del individuo, hasta su brevísima adhesión al Partido Comunista Francés, y su posterior acercamiento a los maoístas. Su principal trabajo en el intento de comunión entre el existencialismo y el marxismo fue Crítica de la razón dialéctica, publicado en 1960.
El énfasis de Sartre en los valores humanistas de Marx y su resultante énfasis en el joven Marx lo llevaron al famoso debate con el principal intelectual comunista en Francia de los años sesenta, Louis Althusser, en el que éste trató de redefinir el trabajo de Marx en un periodo pre-marxista, con generalizaciones esencialistas sobre la humanidad, y un periodo auténticamente marxista, más maduro y científico (a partir del Grundrisse y El capital). Algunos dicen que éste es el único debate público que Sartre perdió en su vida, pero hasta la fecha sigue siendo un evento controvertido en algunos círculos filosóficos de Francia.
Durante la Guerra de los Seis Días se opuso a la política de apoyo a los árabes, pregonada por los partidos comunistas del mundo (excepto Rumanía). Y, junto con Pablo Picasso, había organizado a 200 intelectuales franceses para oponerse al intento de destrucción del estado de Israel, haciendo un llamado a fortalecer los sectores antiimperialistas de ambas partes como única forma de llegar a una paz justa y al socialismo. Sartre era un admirador del kibutz.

El existencialismo sartreano

En el pensamiento de Sartre, cabe destacar las siguientes ideas:
Conciencia prerreflexiva y conciencia reflexiva: La conciencia prerreflexiva es el mero hecho de percatarnos de algo, el tener conciencia de algo, y la conciencia reflexiva (el ego cogito cartesiano), surge cuando me doy cuenta de que me estoy percatando de algo.
El ser-en-sí: Sartre rechaza el dualismo entre apariencia y realidad y sostiene que la cosa es la totalidad de sus apariencias. Si quitamos lo que en la cosa es debido a la conciencia, que le confiere la esencia que la constituye en tal cosa y no en tal otra, en la cosa sólo queda el ser-en-sí.
El ser-para-sí: Si toda conciencia es conciencia del ser tal como aparecer, la conciencia es distinta del ser (no ser o nada) y surge de una negación del ser-en-sí. Por tanto, el para sí, separado del ser, es radicalmente libre. El hombre es el no-ya-hecho, el que se hace a sí mismo.
El ser-para-otro: Sartre defiende que mi yo revela la indubitable presencia del otro en la relación en que el otro se me da no como objeto sino como un sujeto (ser-para-otro).
Ateísmo y valores: Para el filósofo, la existencia de Dios es imposible, ya que el propio concepto de Dios es contradictorio, pues sería el en-sí-para-sí logrado. Por tanto, si Dios no existe, no ha creado al hombre según una idea que fije su esencia, por lo que el hombre se encuentra con su radical libertad. Este ateísmo tiene una consecuencia ética: Sartre afirma que los valores dependen enteramente del hombre y son creación suya.

Publicaciones

Durante las décadas de 1940 y 1950, las ideas de Sartre eran muy populares, y el existencialismo fue la filosofía preferida de la generación beatnik en Europa y Estados Unidos. En 1948, la Iglesia Católica listó todos los libros de Sartre en el Index Librorum Prohibitorum. La mayoría de sus obras de teatro están llenas de símbolos que sirven de instrumento para difundir su filosofía. La más famosa, Huis Clos (A puerta cerrada), contiene la famosa frase: «L'enfer, c'est l´Autre» («El infierno es el Otro»). El Otro —en francés tiene un alcance universal y casi metafísico— como otredad, como alteridad radical.
Además del impacto de La náusea, la mayor contribución literaria de Sartre fue su trilogía Los caminos de la libertad (compuesta por tres libros: La edad de la razón, El aplazamiento, y La muerte en el alma), que traza el impacto de los eventos de la pre-guerra en sus ideas. Se trata de una aproximación más práctica y menos teórica al existencialismo.
Sobresale también su famoso ensayo sobre Gustave Flaubert: El idiota de la familia. Es un minucioso y voluminoso texto relativo al autor de Madame Bovary, donde Sartre examina cómo brota el deseo de escribir.
En 1964 Sartre escribió una autobiografía denominada Les mots (Las palabras). Ese mismo año se le concedió el Premio Nobel de Literatura, que declinó.

Psicoanálisis existencial

Sartre rechazó durante décadas la noción del Unbewußtsein («lo inconsciente»), particularmente la planteada por Freud. Argumentaba que lo inconsciente era un criterio «característico del irracionalismo alemán», y por tal motivo se oponía a una psicología que se basara en un «irracionalismo».
De este modo es que Sartre intentó un «psicoanálisis racionalista» al cual llamó «psicoanálisis existencial», basándose en una total autocrítica del sujeto hasta profundización que eliminara la «mala fe», que es un autoengaño (basado principalmente en racionalizaciones) por las cuales el sujeto pretende tranquilizarse, y al tratarse precisamente de «fe», el individuo cree ciegamente en ellas sin cuestionarlas. Y argumenta: «Un ser humano adulto no puede ni debe estar defendiendo sus defectos en hechos ocurridos durante su infancia, eso es mala fe y falta de madurez».


https://es.wikipedia.org/wiki/Jean-Paul_Sartre


Muerte de Sartre


Una calle de París, el día de su funeral

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Funeral de Jean-Paul Sartre el 19 de abril de 1980, en el cementerio

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Sobre el problema de Dios de Sartre





Diría que Sartre, a pesar de su indiscutible vigor intelectual, su talento y su personalidad, es aún el hombre que descarriló el existencialismo, que lo sacó de cauce. Esto pudo ser, en parte, porque dio un rodeo demasiado grande para evitar el pensamiento de Heidegger. Heidegger dedicó su vida a trabajar con ahínco en la grieta de las asentaderas de la filosofía, justo ahí en la hendidura entre el Ser y el Ser-ahí. Incluso sugeriría que Heidegger estaba buscando una conexión viable entre lo humano y lo divino que no enardeciera irreparablemente a los mandarines alemanes de la era posterior a Hitler que reinaban entonces, que no tenían prisa por perdonarle su pasado y que difícilmente habrían fomentado su viraje hacia lo irracional.
Sartre, sin embargo, parecía cómodo como ateo incluso si su pisada filosófica carecía de una base en la cual apoyarse. Al diablo con eso, él no lo necesitaba. Estaba listo para sobrevivir en pleno aire. Somos franceses, estaba dispuesto a declarar. Tenemos mente, podemos vivir con el absurdo y no pedir recompensas. Esto es así porque somos lo suficientemente nobles para vivir con el vacío, y suficientemente fuertes para elegir una ruta por la cual incluso estamos dispuestos a morir. Y haremos esto en absoluto desafío al hecho de que, ciertamente, carecemos de base. No esperamos un Más Allá.
Era una actitud, una postura orgullosa; era igual a vivir con la mente de uno en el espacio informe, pero privó al existencialismo de exploraciones más interesantes. Pues el ateísmo es una empresa estéril cuando se encuentra con la filosofía. (¡Basta pensar en el Positivismo Lógico!) El ateísmo puede enfrentarse con la ética (como en ocasiones lo hizo Sartre brillantemente), pero cuando se trata de metafísica el ateísmo termina en una celda cerrada. Después de todo, es casi imposible para un filósofo indagar sobre cómo es que estamos aquí sin manejar alguna noción de lo que debió ser una fuerza previa. Si la existencia surgió ex nihilo, la especulación cósmica se asfixia. Y peor, en el caso de Sartre. La existencia se dio sin una sola clave que sugiriera si estamos aquí por un buen propósito o si no hay razón alguna para nosotros.
De cualquier manera, el talento filosófico de Sartre era condenadamente hábil. Era capaz de funcionar con precisión en las altas esferas de cada una de las estructuras lógicas que levantaba. ¡Si tan sólo no hubiera sido un existencialista! Pues un existencialista que no cree en algún tipo de Otredad es igual a un ingeniero que diseña un automóvil que no requiere de conductor ni acepta pasajeros. Si el existencialismo ha de florecer (es decir desarrollarse a través de una serie de nuevos filósofos que construyan sobre premisas previas), necesita un Dios que no esté más seguro del fin que nosotros; un Dios artista, no un legislador; un Dios que padezca las incertidumbres de la existencia; un Dios que viva sin ninguna de las garantías preestablecidas que se posan como íncubos sobre la teología formal, con su egoísta y flatulenta suposición de un Ser que es Todopoderoso y Bondadoso. Qué pantagruélico oxímoron —Todopoderoso y Bondadoso. Una noción que pasmaría a cualquiera y a todos los teólogos formales que intentaran explicar un terremoto. Ante la furia de un tsunami, sólo pueden soltar una ventosidad. La noción de un dios existencial, de un Creador o Creadora que probablemente hizo su mejor esfuerzo artístico pero que, aun así, fue descuidado al diseñar las placas tectónicas, está fuera de su alcance.
Sartre era ajeno a la posibilidad de que el existencialismo podía prosperar si tan sólo asumiera que, de hecho, tenemos un Dios quien, sin importar Sus dimensiones cósmicas (ya sean más grandes o más pequeñas de lo que suponemos), encarna de todos modos algunas de nuestras faltas, nuestras ambiciones, nuestros talentos y nuestra oscuridad. Pues el fin no está escrito. Si lo está, no hay lugar para el existencialismo. Si nuestras creencias se basaran en el hecho de nuestra existencia, no nos costaría demasiado trabajo asumir que no sólo somos individuos, sino que bien podemos ser parte vital de un fenómeno más grande que busca una visión más aguda de la vida, una visión que posiblemente podría emerger de nuestra condición humana presente. No hay razón, se puede argüir, por la que esta suposición no esté más cerca del ser real de nuestras vidas que cualquier otra que nos ofrezcan los teólogos oximorónicos. Sin duda es más razonable que la suposición de Sartre —a pesar de su deseo apasionado de una sociedad mejor— de que estamos aquí querámoslo o no y que debemos lidiar de la mejor manera posible con la nada endémica instalada en la eterna falta de base. Sartre fue ciertamente un escritor de grandes dimensiones, pero también fue un verdugo filosófico. Guillotinó el existencialismo cuando más necesitábamos escuchar su aullido, su graznido salvaje diciendo que hay algo en común entre Dios y todos nosotros. Como Dios, somos artistas imperfectos haciendo lo mejor que podemos. Podemos tener éxito o fracasar —Dios y nosotros. Ése es el aire implícito, aunque no desarrollado, del existencialismo. Haríamos bien viviendo otra vez con los griegos, con la esperanza de que el fin permanece abierto pero que la tragedia humana bien puede ser nuestro fin.
Las grandes esperanzas no tienen una base real a menos que uno esté dispuesto a encarar la fatalidad que también puede estar en camino. Ésos son los polos de nuestra existencia —tal y como han sido desde el primer instante del Big-Bang. Algo inmenso puede estar fraguándose, pero para enfrentarlo haríamos mejor esperando, no que la vida provea las respuestas que necesitamos, sino que nos ofrezca el privilegio de afinar nuestras preguntas. No es el absolutismo moral sino el relativismo teológico el que haríamos bien en explorar, si lo que realmente necesitamos es un Dios con el que podamos comprometer nuestras vidas.~

     

Traducción de Julio Trujill

http://www.letraslibres.com/mexico/libros/sobre-el-problema-dios-sartre


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5 puntos para entender a Sartre




Sartre es conocido por desarrollar la filosofía existencialista. Sus obras más famosas son: El ser y la nada y El existencialismo es un humanismo. En 1945, fundó la revista Les Temps Modernes y debido a sus inclinaciones políticas, se convirtió en uno de los principales teóricos de la izquierda. En esta etapa se adscribió al marxismo, cuyo pensamiento expresó en La crítica de la razón dialéctica (1960) aunque siempre consideró esta obra como una continuación de El ser y la nada.


¿Cómo concibe Sartre al ser humano?

Sartre piensa que el ser humano está condenado a ser libre, es decir, responsable plenamente de su vida. Aunque admite algunos condicionamientos, no acepta determinismos –cosas que nos conduzcan a actuar sólo de cierta manera–. Para Sartre, el ser humano es una existencia consciente y un fenómeno subjetivo.


Este filósofo se basa en la fenomenología de Husserl y en la filosofía de Heidegger, sin embargo, se diferencia de este último en que no deja fuera de juego la conciencia. Si en Heidegger el Dasein es un ser arrojado al mundo como ‘eyecto’, para Sartre el humano es un ‘pro-yecto’, esto es, un ser que debe ‘hacerse’.

Para Sartre, ‘la existencia precede a la esencia’. Expliquemos esto mediante su ejemplo clásico: si un artesano quiere realizar una obra, primero la construye en su cabeza para después ejecutarla, es decir, dotarla de una existencia física; en este caso, la esencia precede la existencia. Sin embargo, el caso del ser humano es al revés: primero existe y después se define, es decir, adquiere una esencia. No podemos demostrar –ni negar– la existencia de un artesano que primero nos haya pensado.

Así, destruye toda concepción de alguna ‘formación previa’: no somos el resultado de un diseño inteligente y, por lo tanto, no tenemos que cumplir cierta esencia o determinaciones. Para Sartre, no somos ‘malos por naturaleza‘ ni ‘tendemos al bien’. Somos nada, pero de ésta nace nuestra libertad:

‘Nuestra esencia, aquello que nos definirá, es lo que construiremos nosotros mismos mediante nuestros actos’

Este filósofo incluso afirma que la no-acción es una acción en sí misma que también tiende a la libertad.


5 puntos para entender a Sartre
En el pensamiento de Sartre cabe destacar las siguientes ideas:

Conciencia prerreflexiva y conciencia reflexiva: La conciencia prerreflexiva es el mero hecho de percatarnos de algo. Poseer conciencia reflexiva es el cogito cartesiano.
El ser-en-sí: Es el ser sin esencia, sin algo que lo defina.
El ser-para-sí: Para Sartre, la conciencia es distinta del ser y surge de una negación. Por lo tanto, el hombre es el ser que se hace a sí mismo.
El ser-para-otro: Sartre defiende que el yo revela la indubitable presencia del otro como un sujeto.
Ateísmo y valores: Para el filósofo, la existencia de Dios es imposible, ya que el propio concepto de Dios es contradictorio para su filosofía, pues sería el en-sí-para-sí logrado (un ser ya completo en sí mismo y que no necesita hacerse). Esta idea confronta al hombre con su total libertad. Tal ateísmo tiene una consecuencia ética: los valores dependen enteramente del hombre y son creación suya.
¿Qué opinas sobre el pensamiento de Sartre?

http://fahrenheitmagazine.com/cultura/letras/5-puntos-para-entender-a-sartre/



Sartre y el sentido de la vida

Francis Fernández Domingo, 23 de Abril de 2017


Jean- Paul Sartre.
HTTP://WWW.TARINGA.NET
Jean- Paul Sartre.
'Como todos los soñadores confundí el desencanto con la verdad'. Jean-Paul Sartre
¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué se espera de mí que haga? ¿Por qué son tan angustiosos y aburridos los domingos? ¿Por qué siempre se me olvida poner la muda de ropa interior en la maleta? Vale, las dos últimas preguntas son más propias de un guion de una película de Woody Allen, que de una reflexión metafísica sobre la angustiosa existencia de nuestra vida, pero  tampoco vamos a negar que ambas situaciones pueden ser igualmente agobiantes. El pensador danés Sören Kierkegaard abrió la espita del grifo de la angustia existencial al plantearse las amargas decisiones que continuamente nos vemos obligados a tomar en la vida, a la que venimos, no ya sin un pan bajo el brazo, como se decía antiguamente, sino sin manual de instrucciones que nos diga cómo ir resolviendo todos esos acertijos en los que se convierten las decisiones de nuestra vida, desde que en el jardín de infancia aquella hermosa niña nos preguntó si nos atreveríamos a besarla y nos quedamos paralizados ante tal aterrador reto. Y a partir de ahí, todo fue a peor.
Jean- Paul Sartre, el filósofo francés que recorrió las avenidas de la existencia durante los años más terroríficos del siglo XX, y nos transmitió toda su angustia vital en sus obras, recogió el guante lanzado por Kierkegaard, e intentó responder a esas preguntas que todos alguna vez hemos declamado a altas horas de la madrugada
Jean- Paul Sartre, el filósofo francés que recorrió las avenidas de la existencia durante los años más terroríficos del siglo XX, y nos transmitió toda su angustia vital en sus obras, recogió el guante lanzado por Kierkegaard, e intentó responder a esas preguntas que todos alguna vez hemos declamado a altas horas de la madrugada, algo perjudicados, mientras reflexionábamos sobre las p… que nos hacía nuestra vida. Su respuesta fue contundente y esclarecedora; no hemos venido a nada en especial en esta vida, porque nuestra naturaleza es la libertad; el hombre está condenado a ser libre. Una respuesta algo chocante, porque hasta el más afortunado de los seres humanos, no vamos a hablar ya de aquellos que en la historia de la humanidad han vivido, o viven, bajo el yugo de algún tipo de esclavitud, siempre se han sentido encadenados de una u otra manera. Pero no,  no hemos venido con manual de instrucciones por una cuestión muy sencilla; todos los objetos artificiales tienen una función concreta. Todos vienen con manual de instrucciones. Pero nosotros no, podemos decidir en qué nos convertimos y a qué nos dedicamos. Podemos elegir, siempre podemos elegir. Cada una de esas decisiones que tenemos que tomar es un ejercicio de libertad para Sartre.
Por mucho que nos quejemos de la falta de libertad, lo que estamos haciendo es renunciar a ella y dejar que otros elijan por nosotros, preferimos la comodidad de ser miembros de un rebaño y dejarnos conducir por los perros pastores, que decidir libremente nuestro propio camino
Por mucho que nos quejemos de la falta de libertad, lo que estamos haciendo es renunciar a ella y dejar que otros elijan por nosotros, preferimos la comodidad de ser miembros de un rebaño y dejarnos conducir por los perros pastores, que decidir libremente nuestro propio camino. Claro que ser libres no te garantiza ni que seas feliz ni que tengas éxito, pero es tu elección. En la doctrina del existencialismo del pensador francés, no hay nada nuevo en la base de este pensamiento. Los antiguos estoicos tenían claro que la vida puede ponerte las cadenas que quieras, que pueden encerrarte en una prisión real o virtual, atraparte en mil dependencias que impiden tu libre albedrío, pero hay un lugar al que nunca podrán controlar, si te resistes y ejerces tu voluntad de ser libre, para la que has nacido. Tu interior, tus pensamientos, tus deseos, tus sentimientos. Todos ellos los controlas tú en última instancia y si renuncias a hacerlo es por comodidad o miedo, lo que lleva ineludiblemente a la angustia, que tan importante papel jugaría en la filosofía sartriana; “¿Llegamos a disipar o a disminuir nuestra angustia? Lo cierto es que no podríamos suprimirla puesto que nosotros mismos somos angustia”
Un burócrata atrapado en un aburrido trabajo, siempre levantándose a las mismas horas, siempre respondiendo en una ventanilla a las mismas preguntas, siempre poniendo el sello a los mismos papeles, siempre llegando al hogar y coreografiando la misma y aburrida coreografía con su familia y amigos. Siempre quejándose de su falta de libertad, del sinsentido de su vida y del aburrimiento eterno en el que vive. Sartre diría que en realidad este personaje actúa con mala fe, pues es él mismo, el que ha renunciado a la libertad de aprender otras coreografías y qué diablos, por qué no, inventarse algunas de su propia creación.
“El existencialismo es humanismo”, decía Sartre, y lo es, porque descubrimos que no hay nadie que realmente pueda, en última instancia, responsabilizarse de nuestros actos, salvo nosotros mismos, y eso es lo que nos lleva a la angustia; escribía en su obra más famosa, El ser y la nada“La angustia se distingue del miedo en que el miedo es miedo de los seres del mundo, mientras que la angustia es angustia ante mí mismo”.
Esta angustia se acrecienta por la naturaleza social del ser humano, cada acción resulta un ejemplo para todos aquellos que nos rodean, si actuamos con sinceridad. Si decidimos vivir una vida como la del aburrido burócrata, esperamos que los demás nos sigan, porque creemos que es lo adecuado. Si decidimos salir cada noche a divertirnos sin temor a las consecuencias, también de una manera u otra estamos lanzando un mensaje ejemplarizante a todos aquellos que nos conocen, diciéndoles, qué estáis haciendo con vuestra vida sin divertiros tanto como yo. Pero no hay elecciones colectivas de este calibre sobre cómo vivir, porque cada uno hemos de hacerlo por nosotros mismos, sin depender de los demás. En última instancia eres libre, hasta para seguir un ejemplo concreto u otro, o no seguir ninguno. No hay forma de renunciar a la libertad, pues incluso en la sumisión de dejar que otros elijan por nosotros, hay una elección libre que en su momento tomamos, de rendirnos.
'El existencialismo es humanismo', decía Sartre, y lo es, porque descubrimos que no hay nadie que realmente pueda, en última instancia, responsabilizarse de nuestros actos, salvo nosotros mismos, y eso es lo que nos lleva a la angustia
El existencialismo no es sino la toma de conciencia de la preeminencia de la existencia sobre la esencia, de aceptar que primero estamos aquí en este mundo tan caótico y tan lleno de posibilidades, de encrucijadas, de éxitos y fracasos, y que luego está la esencia, aquello en lo que queremos convertirnos, aquellas funciones que queremos desempeñar. Un objeto privilegia la esencia sobre la existencia, nace con una función concreta y existe por ella. Si el ser humano privilegia la esencia sobre la existencia y suprime la libertad de elegir qué queremos ser, destruimos aquello que nos dota de sentido, quizá del único sentido por el que merece la pena vivir. Puede que así acallemos la angustia que permanente nos acosa en las elecciones que hemos de tomar, sobre qué hemos de hacer en nuestra vida, pero al acallar esa angustia, nos encadenamos, y el precio es demasiado alto. Siempre demasiado alto.
Simone de Beauvoir escribió una magistral reflexión en El segundo sexo sobre el existencialismo. Es falso, una terrible mentira, la que se ha contado a cada mujer que ha nacido, sobre el papel que debían desempeñar en nuestra sociedad; como madres, como compañeras, como esposas, como trabajadoras, en su estética, en su forma de sentir o en su forma de vivir el sexo. Se les atribuía la esencia antes que la existencia, se les atribuida una función que habían de cumplir si querían encajar en nuestra sociedad. Se las objetivaba, mientras el hombre era libre de elegir, a la mujer se le venía a decir que si querían ser mujeres debían cumplir con los papeles que les asignaban los hombres. Pero la libertad también tiñe la existencia de cada mujer, y por tanto son responsables de rechazar esos roles y elegir en cada momento como quieren existir, como quieren amar, como quieren vivir el sexo, la familia, las relaciones, el trabajo. No son objetos, no vienen con una función que hayan de cumplir para satisfacer su papel en la sociedad, como ningún otro ser humano.
No es de extrañar que durante la mágica década de los sesenta del pasado siglo XX cada joven occidental se sintiera de una manera u otra atraída por esta filosofía que les devolvía algo a lo que las generaciones anteriores parecían haber renunciado, la libertad de existir cada uno a su manera, y no es de extrañar que los lobos que dirigen los rebaños se sintieran, y se sientan, tan amenazados por esta manera de pensar. En el mito de SísifoAlbert Camus hacía una metáfora muy acertada sobre la vida humana;  castigado por engañar a los dioses a subir eternamente una roca por la ladera de la montaña, que después volvía a caer y tenía que iniciar de nuevo el proceso, Sísifo, aceptaba el castigo, sin miedo. Pues nada hay más precioso que aceptar la carga de una vida sin sentido sabiendo que a cada instante tienes la libertad de dotarte de un nuevo sentido, equivocado o no, pero libre.

 http://www.elindependientedegranada.es/blog/sartre-sentido-vida
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Cuando la CIA estudiaba a Foucault y Sartre

Un informe desclasificado revela que la agencia de EE UU siguió de cerca la vida intelectual en la Francia de los ochenta



Michel Foucault, con megáfono, y Jean-Paul Sartre, hablando con periodistas, durante una manifestación, en 1972, frente a la fábrica de Renault en protesta contra el asesinato de Pierre Overney.
Michel Foucault, con megáfono, y Jean-Paul Sartre, hablando con periodistas, durante una manifestación, en 1972, frente a la fábrica de Renault en protesta contra el asesinato de Pierre Overney.  INA VIA GETTY IMAGES

En los últimos días de la Guerra Fría, la CIA hizo algo más que controlar los movimientos de Gorbachov y observar el paisaje cambiante del antiguo telón de acero. También tuvo a sueldo a un grupo de espías que siguió de cerca a los principales filósofos franceses y analizó su actividad intelectual. Su objetivo consistía en evaluar las posibles consecuencias de su corpus teórico respecto a la percepción de Estados Unidos en el viejo continente. Un informe firmado en diciembre de 1985, desclasificado en 2011 y desenterrado ahora por la revista Los Angeles Review of Books, revela que la CIA dedicó medios y personal a estudiar la obra de autores como Michel Foucault, Roland Barthes, Louis Althusser o Jacques Lacan, entre otros nombres de la corriente posestructuralista.
Este informe de 20 páginas, titulado Francia: defección de los intelectuales izquierdistas, sostenía que los citados autores habían terminado por “repensar y rechazar el pensamiento marxista”. Según la oficina parisiense de la CIA, se abría así una nueva etapa marcada por “un espíritu de antisovietismo”, lo que podía favorecer una mejor acogida de la política exterior de Ronald Reagan en territorio francés. “Aunque las políticas estadounidenses nunca son inmunes a la crítica en Francia, está claro que es la Unión Soviética la que está a la defensiva. La notable frialdad del presidente Mitterrand respecto a Moscú deriva, en parte, de esta extendida actitud”, reza el informe. Para demostrarlo, la CIA se apoyaba en un sondeo de 1985, que demostraba que solo el 27% de los franceses tenía una opinión desfavorable de Estados Unidos. Tres años atrás, los críticos sumaban el 51%.
No es secreto que la CIA tenía a la cultura en muy alta estima, al considerarla un instrumento ideológico fundamental. Por ejemplo, mantenía estrechos vínculos con el Congreso para la Libertad de la Cultura, con sede en París y delegaciones en 35 países, que promovía libros, exposiciones y conciertos para difundir el anticomunismo en Europa y Latinoamérica. Por otra parte, la prestigiosa revista literaria The Paris Review fue fundada en 1953 como tapadera a las actividades como espía de su director, Peter Matthiessen, según confesó antes de su muerte en 2014. Para la CIA, la capital francesa constituía, en ese sentido, un punto estratégico. “Los intelectuales importan en Francia, probablemente más que en la mayoría de democracias occidentales. Tradicionalmente han jugado un papel clave para defender las políticas de distintos partidos”, apunta el informe.






André Glucksmann (izquierda) y Jean-Paul Sartre, en el Palacio del Elíseo en junio de 1979.
André Glucksmann (izquierda) y Jean-Paul Sartre, en el Palacio del Elíseo en junio de 1979. AFP


Los autores del estudio recuerdan que, hasta el primer tercio del siglo pasado, existió un equilibrio ideológico entre los intelectuales franceses. Apuntan que hubo un Tocqueville por cada Jaurès. Es decir, un conservador ilustrado por cada izquierdista empecinado. “Esa paridad se evaporó durante la guerra”, lamenta el informe. El conservadurismo francés quedó vinculado a Vichy. Y la izquierda, en cambio, a la lucha contra el fascismo, lo que explicaría, según la CIA, su atractivo entre los intelectuales.
Sin embargo, la agencia considera que, a partir de Mayo de 68, se produce un cambio de paradigma. De entrada, a través de la emergencia de los llamados Nuevos Filósofos, como André Glucksmann y Bernard-Henri Lévy, una nueva generación desencantada con la aventura marxista que deja de hacer la vista gorda respecto a su deriva totalitaria y adopta posturas menos críticas con Estados Unidos. “Han compensado su prosa abstrusa convirtiéndose en personajes mediáticos que defienden sus opiniones en programas de radio y televisión largos e intelectualizados, que los franceses veneran”, reza el informe. La CIA califica a esos jóvenes pensadores como “renegados que rechazan las enseñanzas de sus antiguos maestros”. Es decir, Sartre, Derrida o Althusser, “la última camarilla de sabios comunistas, ahora bajo el fuego implacable de sus antiguos protegidos”.
El informe, de un incorregible optimismo, celebra la emergencia de pensadores neutrales o incluso de derechas. Pero no cae en la cuenta de que, mientras las teorías de Barthes y Foucault se extinguían en Francia, también se empezaban a infiltrar en las universidades de EE UU. Bajo el nombre genérico de French Theory, inspiraron la emergencia de los estudios culturales y la llamada política identitaria, que propició la creación de los estudios de género o la atención académica a minorías como los afroamericanos. El canon tradicional de las humanidades quedó fracturado para siempre. “Los intelectuales conservadores se quejaron, a principios de los noventa, de que se enseñara el nihilismo francés a sus hijos en los campus”, apunta François Cusset, profesor de Civilización estadounidense en la Universidad de Nanterre, en un artículo dedicado al informe en Le Monde.
El novelista Laurent Binet, que publicó recientemente La séptima función del lenguaje (Seix Barral), donde ponía en escena a esa generación de filósofos en torno al asesinato (ficticio) de Barthes, se admira ante la importancia que la CIA otorgaba a esos pensadores. “Resulta halagadora la influencia que les suponía. También es halagador para los franceses, a los que la agencia ve como lectores asiduos de Foucault y compañía, lo que me parece un poco exagerado”, afirma el escritor. “Y, por último, es halagador para la propia CIA. Ignoraba que en su interior hubiera especialistas capaces de leer y entender sus ideas y debates. En el fondo, es tan divertido como revelador. Si la CIA se toma en serio el mundo de las ideas, será que el mundo de las ideas todavía no ha muerto”.





PENSADORES VIGILADOS


Michel Foucault. El informe de la CIA lo califica como “el pensador más profundo e influyente” de su tiempo, conocido por sus estudios sobre el poder, el derecho o la transgresión y sus teorías sobre la biopolítica, o el impacto de la política sobre todos los ámbitos de la vida.
Louis Althusser. Estudió el concepto de ideología y la renovación del marxismo tras el fin de la etapa estalinista. La agencia destaca más bien su agitada biografía: el informe recuerda que Althusser “estranguló a su mujer en 1980 y pasó cinco años en la cárcel”.
André Glucksmann. Junto a Bernard-Henri Lévy, fue el jefe de filas de los Nuevos Filósofos, críticos con las derivas del comunismo. El informe de la CIA considera que puede propiciar un clima menos antiestadounidense en Francia. Glucksmann acabó convirtiéndose al atlantismo y votando a Sarkozy.
Jean-Paul Sartre. El gran pensa dor francés del siglo XX ya había sido espiado por el FBI. El informe lo erige en representante de la vieja intelectualidad marxista a la que una nueva generación quiere dejar atrás. “En su última entrevista televisiva, reconoció que el marxismo había sido un fracaso”, dice una nota a pie de página.





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Nietzsche, Sócrates y Sartre; filosofía para transformar tu vida

Sábado, 8 De Agosto De 2015 3:00
|Alex Campos

Los embates de la vida, con sus glorias y derrotas, ocasionan que a veces perdamos el camino. Ante la eterna duda de qué es aquello que motiva nuestra propia existencia y preguntas que rayan en los pensamientos de Meursault en El Extranjero, los seres humanos recurren a aquello que les da una certidumbre. Sea en la religión, la auto-ayuda, el hedonismo o la filosofía, cada uno de nosotros cuenta con un bote salvavidas que alivia esos cuestionamientos, aunque en esta ocasión nos ocuparemos de la filosofía.

Aunque apelemos al reduccionismo para comprender un poco mejor la esencia de los textos filosóficos, ello no demerita el poderoso conocimiento que estos esconden. Se trata entonces de un repaso al trabajo de tres filósofos cuyas ideas nos permiten establecer una perspectiva distinta a lo que nos acontece día a día. ¿Con qué planteamiento te quedas?

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Nietzsche

La obra de Friedrich Nietzsche puede dividirse en dos capítulos de su vida: el periodo negativo y el positivo. En el primero, el filósofo prusiano critica el cristianismo y los valores promovidos por esta doctrina religiosa, mismos que serán suplantados por la construcción de nuevos valores, en los que Nietzsche ahonda durante la segunda parte de su vida, y en la cual destaca la obra Así habló Zaratustra.En cambio, como parte de su periodo negativo, Nietzsche escribió La gaya ciencia, un título en el cual aborda el concepto de poder, pero sobretodo del 'eterno retorno'; una concepción retomada por múltiples corrientes filosóficas que plantea una repetición del mundo en el cual éste se extingue para volver a crearse. 


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"¿Qué ocurriría si un día o una noche un demonio se deslizara furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijera: 'Esta vida, como tú ahora la vives y como la has vivido, deberás vivirla aún otra vez, innumerables veces, y no habrá en ella nada nuevo; sino que cada dolor y cada placer, pensamiento, suspiro, y cada cosa pequeña y grande de tu vida deberá retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión -y así también esta araña y esta luz de luna entre las ramas y así también este instante y yo mismo-.¡La eterna clepsidra de la existencia se invierte siempre de nuevo y tú con ella, granito de polvo!?' ¿No te arrojarías al suelo, rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que te hablado de esta forma? ¿O quizá has vivido una vez un instante infinito, en que tu respuesta habría sido la siguiente: 'Tú eres un dios y jamás oí nada más divino'? Si ese pensamiento se apoderase de ti, te haría experimentar, tal y como eres ahora, un transformación y tal vez te trituraría; la pregunta: '¿Quieres esto otra vez e innumerables veces más?' pesaría sobre tu obrar como el peso más grande. O también, ¿cuánto deberías amarte a ti mismo y a la vida para no desear ya otra cosa que esta última, eterna sanción, este sello?"

El planteamiento de Nietzsche no versa respecto a la sensación de ver tu vida pasar al final de tu vida, sino que la repetirás eternamente. Resultado de esa condición tras la muerte, ¿repetir tu vida es una condena o un regalo? En función de la respuesta, una persona podrá valorar su vida como buena o mala. Sin embargo, dicha valoración no reside en función de la felicidad, el bien hecho o el deber cumplido, sino en la experiencia de la vida como un gran instante enorme. 

Nietzsche ahonda en el planteamiento de que todo sucede siempre al mismo tiempo, no hay presente, pasado o futuro. En realidad, el logro de la felicidad humana consiste en no querer que nada de tu vida sea diferente, de ninguna etapa. Según el filósofo bávaro, cuando aceptas y amas el momento, es que has triunfado. Cada acción y decisión de tu presente determinará un evento que se repetirá eternamente. ¿Disfrutarías repetir aquello que vives hoy? He ahí el cuestionamiento.

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Sócrates

El pensamiento de este filósofo ateniense, maestro de Platón, y por consiguiente de Aristóteles también, ha sido uno de los pilares de la filosofía occidental. Resumido en su máxima, "Yo sólo sé que no sé nada", erróneamente interpretada como el hecho de no saber nada, en realidad habla del hecho de que no se puede saber nada con certeza, por muy seguro que se esté. 
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Sócrates determinó que la vida del ser humano sólo puede brindar placer o disminuir el dolor. Siempre tratamos de acercarnos al bien (placer) o alejarnos del mal (dolor), y ello aunado a la racionalidad humana, nos acerca al planteamiento de Sócrates:

Dado que somos racionales, nadie podría elegir de manera consciente el dolor por encima del placer, lo que se traduce en que la gente sólo "hace el mal" porque no conocen nada mejor. Tomemos el alcohol como ejemplo. Sócrates podría argumentar que si la gente realmente supiera que el alcohol les hace daño, entonces no tomarían. Alguien podría decir que tiene un amigo que sabe de los riesgos pero sigue tomando. Sócrates contestaría que si verdaderamente supiera, no lo haría. Siguiendo lo dicho por Sócrates en su máxima, nadie puede demostrar que está en lo cierto, y en realidad no importa quién tiene "la verdad", sino simplemente que 'podría' tener razón. 

La enseñanza aquí consiste en el autoconocimiento y en asegurarse de conocer lo más que puedas al respecto de lo que te rodea, en aras de evitar lastimarte a ti mismo. Conoce qué te hace daño y qué te hace bien, pero sobretodo cambia esas cosas que no te hacen ningún bien. He ahí el crecimiento personal. 

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Jean-Paul Sartre

Jean-Paul Sartre es uno de los emblemas del existencialismo, cuya obra se guía por la máxima "la existencia precede a la esencia"; es decir, la conciencia, entendida como la capacidad de actuar de forma independiente, es más importante que los roles, valores y definiciones impuestas por una sociedad; no existe una "naturaleza humana". Bajo dichos preceptos, el ser humano está condenado a ser libre, pues no existe un Dios o una entidad natural que determine el camino/destino de cada persona. Ante tal libertad, en la cual incluso no tomar una decisión es tomarla, cada persona es dueño de su propio destino, y por tanto, responsable de lo que acontece en su día a día. 



Lo que podría parecer una condena, en palabras de Sartre, en realidad se trata de una oportunidad de aceptar aquello que sucede en nuestras vidas como resultado de nuestras decisiones, y por tanto, con la capacidad de modificar lo que sea necesario. Aunque la vida tiene esos tintes de incertidumbre ante lo que no puedes controlar, sí tienes la capacidad de elegir cómo te sentirás al respecto. La actitud, esa pequeña decisión, es la máxima expresión de nuestra libertad humana.
https://culturacolectiva.com/letras/nietzsche-socrates-y-sartre-filosofia-para-transformar-tu-vida/

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