martes, 5 de septiembre de 2017

DOSSIER sobre el Premio Nobel (2014) Patrick Modiano



El París de Patrick Modiano es un territorio casi onírico en el que, paradójicamente, las calles y los edificios aparecen con su nombre y ubicación real. El escritor ha comparado sus novelas con cuadros de Magritte en los que, pese a su atmósfera irreal, los objetos están dibujados de forma muy nítida. Modiano ha prestado especial atención a lo que llama las zonas neutras de París, barrios sin una identidad precisa, "tierras de nadie, donde se está en la frontera de todo".
 Manuel Peris/ El País


Si no hiciera falta leer más que cinco libros de Patrick Modiano

Denis Cosnard 

30/11/2014

Desde su primera novela, La Place de l’étoile, [El lugar de la estrella, en Trilogía de la Ocupación, Anagrama, Barcelona, 2012] en 1968, Patrick Modiano ha firmado más de treinta obras. Pero para embrollar las pistas, el autor, al que se concedió el Premio Nobel de Literatura de 2014 el jueves, 9 de octubre, asegura que escribe siempre el mismo libro, con alguna que otra variación. ¿Por dónde  empezar? Cinco sugerencias. 
Dora Bruder (1997) [Dora Bruder, Seix Barral, Barcelona, 2009]. Si no se va a leer más que un libro, se debe elegir éste,. El más desgarrador, el más fuerte de toda la obra de Patrick Modiano. A partir de un pequeño anuncio encontrado en un Paris-Soir de 1941, el escritor se lanza en pos de las huellas de una joven judía, tránsfuga desaparecida en la negra noche de la Ocupación. A través de esta investigación, Modiano busca a Dora, pero también a su propio padre, que se escondía igualmente en el París de esta época. Absolutamente magnífico, aunque no se trate de una novela.  
Rue des boutiques obscures (1978) [Calle de las Tiendas Obscuras, Anagrama, Barcelona, 2009]. Premio Goncourt 1978, esta novela es una de las más conocidas del autor. También es una de las mejores. El «détective» Modiano llega ahí a su cénit. Pasa de un testimonio a otro, hurga en los listines telefónicos a la busca de un nombre, explora pistas falsas. Guy, este amnésico en busca de su pasado, acaba por reencontrar una identidad y una historia, pero ¿son verdaderamente las suyas ? Nótese, contrariamente a tantos otros títulos de Modiano, que aquí no se refiere a Paris: es en Roma donde se encuentra la calle Botteghe Oscure.  
Livret de famille (1977) [Libro de familia, Anagrama, Barcelona, 2014]. Una quincena de relatos yuxtapuestos, todos más o menos autobiográficos. A partir del segundo, se descubre gracias a un par de réplicas que el narrador se llama Modiano, y tiene por nombre de pila, Patrick. ¿Es por tanto el escritor mismo? Bienvenidos al reino de la autoficción y de sus señuelos deliciosamente turbadores.
Remise de peine (1988) [Reducción de condena, Pre-Textos, Valencia, 2009]. Esta novela corta en torno a dos niños abandonados por sus padres en manos poco recomendables tiene un falso aire de cuentos de hadas. Es ante todo un túmulo a la memoria de Rudy, el hermanito de Patrick Modiano, muerto cuando éste último tenía once años. El escritor ha retomado este episodio vivido en su nueva novela aparecida el 2 de octubre, Pour que tu ne te perdes pas dans le quartier. [Para que no te pierdas en el barrio] (Gallimard, 148 páginas) Esta vez, constituye la base de una especie de novela policiaca un poco opresiva, de la que su hermano se ve borrado.
Un Pedigree (2005) [Un pedigrí, Anagrama, Barcelona, 2007]. Este libro quedará sin duda en la historia de la literatura. Después de haberse refugiado mucho tiempo tras la ficción, y luego tras la autoficción, Modiano termina por escribir una autobiografía…muy atípica. Al término de un desdoblamiento de personalidad, el autor adulto cuenta su infancia y su adolescencia con una terrible sequedad, como si se tratase de las de otro. Una suerte de hetero-autobiografía. De paso, este texto mayor constituye un manojo de llaves que permite desencriptar todos los demás libros de Modiano, localizando la parte biográfica que se esconde en cada uno.
En primicia, un sexto libro:
Catherine Certitude (1988). Un delicioso libro para niños, maravillosamente ilustrado por Sempé. Toda la atmósfera y el estilo de Modiano en 96 pages fáciles de leer. Una excelente forma de entrar en su obra «desde los 9 años».
Denis Cosnard es desde 2012 periodista de la sección económica de Le Monde y trabajó abajó antes para el diario financiero Les Echos. Apasionado del reciente Premio Nobel, publicó en 2010 el ensayo Dans la peau de Patrick Modiano(Fayard, París).

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
Fuente:
Le Monde, 10 de octubre de 2014


5 libros para conocer a Patrick Modiano

Una mirada a la obra del último Premio Nobel francés
MIÉRCOLES 23 DE MARZO DE 2016 • 

El francés Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) tuvo una llegada meteórica a la literatura. Con apenas veintritres años, su primer libro lo convirtió en punto de referencia de la nueva literatura francesa de entonces. Con los años, sus libros -publicados con regularidad años tras año- fueron dando forma a un rompecabezas en que lo autobiográfico se cruza magistralmente con la fabulación. El Premio Nobel de literatura, otorgado en 2014, le dio una merecida visibilidad que empezaba a perderse.

El lugar de la estrella (1968)

La primera novela de Modiano es también una de las más inclasificables de toda su producción. El título original juega con un doble sentido: alude a la plaza parisina donde se encuentra el arco del triunfo y, al mismo tiempo, al sitio en que los judíos debían llevar la estrella que los identificaba como tales al comienzo de la ocupación. Su protagonista, Raphaaël Schlemilovitch, es un hombre que asegura haber pertenecido a la gestapo francesa. Con un tono delirante -que luego el escritor abandonaría -, Modiano presenta a un personaje imposiblemente contradictorio, por medio del cual se burla con desesperación del silencio que todavía reinaba en la sociedad francesa sobre el colaboracionismo francés. En español hoy se lo consigue como parte de su Trilogía de la ocupación (que incluye además La ronda nocturna y Los paseos de circunvalación).

Calle de las tiendas oscuras (1978)

Con esta historia, que obtuvo el premio Goncourt, Modiano encuentra un tono definitivo. Un detective, Guy Roland, afectado por una amnesia de larga data, sale en busca de su identidad. Por medio de fotos, recuerdos desvaídos y entrevistas, comienza a descubrir que en algún momento habría sido un griego de origen judío que vivía en París durante la Segunda Guerra, ocultándose bajo un nombre falso. La reconstrucción, siempre parcial, le da a la novela un tono sepiado, porque el abismo entre los dos personajes nunca logra resolverse del todo: la vida recuperada se parece demasiado a una novela o, tal vez, a una película.

Dora Bruder (1997)

En cierto momento, Modiano -con su afán archivístico - leyó, en un viejo diario de tiempos de la ocupación, el anuncio de unos padres que buscaban a su hija, Dora Bruder. La investigación del pasado y del opresivo clima de la París bajo yugo tiene en esta breve novela bases documentales. El escritor, como un minucioso pesquisa del pasado más oculto, se dedica a buscar rastros de esa muchacha perdida y realiza una de las novelas más conmovedoras entre las que abordaron el destino judío durante aquellos años: el retrato tentativo de una desaparecida.

En el café de la juventud perdida (2007)

Modiano escribió muchas novelas breves donde se centraba en su vida personal, sobre todo en su extraña y dura infancia familiar como hijo como era de un italiano de origen judío (un estafador, en su descripción, que ganaba su dinero en el mercado negro) y una madre actriz, a la que poco veía. Pero En el café de la juventud perdida, una obrita engañosamente melancólica, aborda su juventud y sus comienzos como escritor, cuando, pensando en el futuro, era testigo de la bohemia en cierto reducto donde (sin nombrarlos explícitamente) se reunía el grupo situacionista, que influiría en las ideas de mayo del 68.

Para que no te pierdas en el barrio (2014)

Su última novela hasta la fecha vuelve a la infancia. Aunque el protagonista, un escritor entrado en años, lleva otro nombre no es difícil adivinar en la trama un sustrato autobiográfico. Acosado por un turbio admirador, el escritor se ve enfrentado a un episodio de infancia del que no recuerda casi nada: el período en que vivió en una casa de suburbios, cuidado por una mujer por la que le queda un afecto tan profundo como difuso. Investigador de su propio pasado, el escritor sale a la caza así de un recuerdo que esconde un mundo amenazado de sordidez, increíble por ajeno.
¿Y vos qué obra agregarías?

http://www.lanacion.com.ar/1882630-5-libros-para-conocer-a-patrick-modiano
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Patrick Modiano: La memoria y la niebla

Una escritura precisa y profunda sobre una realidad incierta e inasible: el París de la ocupación y de los años sesenta. Algunas claves de la obra del Premio Nobel de Literatura.
 Patrick Modiano ha contado la escena en varios de sus libros. Sus padres estaban separados, pero vivían en el mismo edificio. El 8 de abril de 1965 la madre de Modiano le pidió que llamara a la puerta de su padre para pedirle dinero. Le cerraron la puerta en las narices. La pareja de su padre, “la falsa Mylène Demongeot”, gritó que iba a llamar a la policía. El joven Modiano bajó al tercer piso. Al poco tiempo fueron a buscarlo unos policías, que se llevaron a Albert y Patrick Modiano en un furgón a comisaría, donde su padre lo denunció diciendo que era “un gamberro” y que había “montando un escándalo” en su casa. Era la primera vez que Patrick Modiano iba en un furgón celular. Pero, mientras el vehículo descendía por la calle Saints-Pères y el boulevard Saint-German, el joven sabía que para su progenitor era diferente: Albert Modiano, que una vez se había llamado Henri Lagroua, había estado en un furgón en 1942 y en 1943, durante la Ocupación.
Esa escena encierra algunas de las claves del mundo del sorprendente y más que merecido Premio Nobel de Literatura, un escritor extraordinario y discreto, cautivador y obsesionado por la reconstrucción de un pasado que siempre permanece inalcanzable, enigmático y levemente onírico: un hombre solitario y joven que huye y busca en el París de los años sesenta, con el telón de fondo de la guerra de Argelia y sus veteranos, y de crímenes como el caso Ben Barka; el recuerdo constante de la Ocupación, con sus persecuciones y su miedo, con la sensación de fragilidad e incertidumbre y sus negocios inconfesables; la expresión, profundamente conmovedora por su ausencia de retórica, de un desamparo profundo; el conflicto familiar y una identidad quebradiza. Sus novelas suceden, en más de un sentido, en un tiempo “entre perro y lobo”, en ese momento crepuscular y difuso. Otro gran escritor francés, Jean Echenoz, ha destacado “las variaciones de la luz”. Modiano ha escrito literatura juvenil, piezas de teatro y guiones de cine, pero en buena medida el atractivo de sus libros –numerosos y breves– reside en el placer de la repetición: en la exploración de un territorio de memoria y bruma a través de un estilo seco y preciso, que siempre recurre el anclaje de lo real y de los nombres: los nombres de las personas, de las calles, las fechas, los documentos. Esa observación muestra que las identidades son dobles, que los nombres son falsos, que uno debe registrar meticulosamente los detalles. José Carlos Llop ha dicho: “Modiano es uno de los escritores europeos esenciales de nuestra época, uno de sus principales retratistas, oculto tras una niebla narrativa. Porque la claridad, en Modiano, reside en la nitidez de su estilo, lo contado se acoge al impresionismo”.
Modiano nació en julio de 1945. Su madre era una actriz belga, “una chica guapa de corazón seco”. “No recuerdo ningún gesto de ternura o protección por su parte”, escribiría en Un pedigrí, una de sus obras maestras. Su padre descendía de una familia judía de Salónica de origen italiano; su abuelo paterno tenía pasaporte español. Era un hombre de negocios, a veces dudosos, que “habría desalentado a diez jueces de inscripción”. Se conocieron durante la Ocupación; algunos de los mejores libros de Modiano son una investigación sobre ese periodo, una encuesta sobre la “escena originaria” que a veces recuerda a Gil de Biedma: “Así yo estuve aquí/ dentro del vientre de mi madre,/ y es verdad que algo oscuro, que algo anterior me trae/ por estos sitios destartalados”.
Cuenta Modiano en Un pedigrí sobre su madre: “Su novio le había regalado un chow-chow pero ella no se ocupaba de él y se lo confiaba a diferentes personas, como haría más tarde conmigo. El chow-chow se suicidó tirándose por la ventana. Ese perro figura en dos o tres fotos y debo confesar que me emociona infinitamente y que me siento muy cerca de él”. Tuvo una adolescencia difícil, llena de internados, fugas y peleas con su padre. La literatura fue una especie de salvación. Una persona importante para él fue Raymond Queneau –con una risa que era, escribe Modiano, mitad géiser y mitad carraca–, que sería su padrino de boda y que le ayudaría con su primer libro, El lugar de la estrella, publicado en 1968 y recogido en Trilogía de la Ocupación en Anagrama. Escribió canciones, cubrió los sucesos de mayo del 68, ganó el Premio de la Academia Francesa por Los bulevares periféricos y el Goncourt por Calle de las tiendas oscuras. Escribió el guion de Lacombe Lucien, una película dirigida por Louis Malle que trataba un tema entonces tabú: el colaboracionismo. Entre sus más de veinte libros tiene obras admirables como Joyita,  Libro de familia o Accidente nocturno. No es “un hombre de letras” (aunque sí es un escritor culto, rico en alusiones y metadiscurso), sino un narrador, “un novelista”, ha dicho Pierre Assouline. Ha declarado que se siente prisionero del tiempo que le ha tocado vivir: se ha definido como su traductor. También se le puede ver como un pionero de la literatura de la realidad y de la autoficción. Sin la escritura de Modiano es difícil imaginar la de algunos de sus mejores contemporáneos. A veces se percibe su huella en obras de José Carlos Llop, de Ignacio Martínez de Pisón, de Félix Romeo o de Marcos Giralt Torrente.
En uno de sus libros más hermosos, Dora Bruder, Modiano encuentra un anuncio publicado en diciembre de 1941 en París-Soir donde se pide información sobre una adolescente judía desaparecida. Contrastando la fuga de la joven con las de su propia adolescencia, la historia de los Bruder con la de su familia, Modiano investiga el destino de Dora, que terminaría muriendo en Auschwitz, como su padre y su madre: “Se dice que al menos los lugares conservan una leve huella de las personas que los han habitado. Huella: hueco o relieve. Para Ernest y Cécile Bruder, para Dora, diría: hueco.  He sentido esa impresión de ausencia y de vacío cada vez que me encontraba en un lugar en el que hubieran vivido”. De las huellas en el espacio y en la memoria, de ese hueco de las personas extirpadas y negadas, habla buena parte de la literatura de Modiano. Dentro de él hay otro, que es el de una humanidad irreductible:
Siempre ignoraré qué hacía ella aquellos días, dónde se escondía, con quiénes estuvo durante los meses de invierno de su primera fuga y en qué semanas de primavera volvió a escaparse. Ese es su secreto. Un secreto pobre y precioso que los verdugos, las ordenanzas, las llamadas autoridades de la ocupación, el Calabozo, los cuarteles, los campos, la Historia, el tiempo –todo eso que mancha y que destruye– no le podrán robar.
En ese libro, Modiano cita una frase de Jean Genet: “El verdadero fondo del argot de París es la ternura triste”. Esa descripción podría aplicarse en ocasiones a Modiano, un hombre tímido que al describir su escritura habla de “estilo elíptico” y “frases simples”. Esa escritura insinúa más de lo que muestra y es mucho más profunda de lo que parece a primera vista. Modiano ha creado una geografía poblada por personajes fascinantes donde suceden variaciones de una misma historia: una historia, según Félix Romeo, “sencilla y compleja, transparente y turbia, antigua y muy moderna”. Cuando recibió el Nobel, Modiano dijo a su editorial: “Qué raro”. Para sus seguidores es una buena noticia. Para quienes no lo conozcan todavía, es la ocasión perfecta de abrir uno de sus libros y –parafraseando el título de su nueva novela– empezar a perderse en el barrio.
http://www.letraslibres.com/mexico-espana/patrick-modiano-la-memoria-y-la-niebla
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PATRICK MODIANO

(1945- )
Patrick Modiano nació el 30 de julio de 1945 en Boulogne-Billancourt (Francia), hijo de una corista y actriz belga llamada Louisa Colpeyn (puede ser vista en la película “Banda Aparte” de Jean-Luc Godard) y de un empresario francés judío de nombre Albert Modiano. Ambos, en especial su padre por su condición de judío, sufrieron la ocupación nazi en Francia con Albert teniendo que sobrevivir trapicheando en el mercado negro.
Patrick, que estudió en el instituto parisino del Lycée Henri IV, fue criado principalmente por sus abuelos maternos ante la ausencia casi permanente de sus progenitores. En el año 1957 falleció a causa de una leucemia su hermano Rudy, con quien el futuro escritor estaba muy unido y a quien dedicó algunos de sus libros.
patrick-modiano-foto-jovenLa ocupación nazi de Francia es el período histórico clave para la literatura de Modiano en un proceso melancólico de memoria, búsqueda, ausencia e identidad que se refleja en casi toda su obra.
Debutó como novelista en la parte final de los años 60 con “El Lugar De La Estrella” (1968), primer libro de lo que se llamaría “Trilogía De La Ocupación” continuada por “La Ronda Nocturna” (1968) y “Los Paseos De Circunvalación” (1972), novela conocida también como “Los Bulevares Periféricos”.
En el año 1970 se casó con la escritora e ilustradora Dominique Zehrfuss, hija del arquitecto Bernard Zehrfuss.
En 1974 colaboró por primera vez en el cine co-escribiendo con Louis Malle el guión de “Lacombe Lucien”, película con su ambiente habitual de la Francia ocupada por los nazis.
Un año después apareció “Villa Triste” (1975), novela con el protagonismo de un joven huyendo de la guerra franco-argelina y viviendo una historia de amor en una ciudad de provincias.
Su autobiografía es fundamento de casi todas sus novelas, algo perceptible en “Libro De Familia” (1977).
patrick-modiano-calle-de-las-tiendas-oscurasUno de sus títulos más populares es “Calle De Las Tiendas Oscuras” (1978), novela protagonizada por Guy Roland, detective sin memoria en busca de su identidad, por la que ganó el Premio Goncourt.
A partir de los años 80 reiteró sus temas sin la trascendencia previa. En la primera mitad del decenio escribió libros como “Una Juventud” (1981), “Memory Lane” (1981), “Tan Buenos Chicos” (1982) o “Barrio Perdido” (1984), novela con el protagonismo de Ambrose Guise, escritor de novelas policiacas, con su habitual catálogo de singulares personajes, tono taciturno, crepuscular, y asuntos sobre memoria e identidad.
Otros libros que el prolífico Modiano publicó en los años 80 son “Domingos De Agosto” (1986), “Catherine” (1988), novela infantil con ilustraciones de Jean-Jacques Sempé, “Reducción De Condena” (1988), libro conocido también como “Exculpación”, o “El Rincón De Los Niños” (1989).
Más tarde aparecieron “Viaje De Novios” (1990), “Flores De Ruina” (1991), “Perro De Primavera” (1993), “Un Circo Pasa” (1992), “Más Allá Del Olvido” (1996), “Dora Bruder” (1997), la historia de una adolescente que acaba en el campo de exterminio de Auschwitz, “Las Desconocidas” (1999), “Joyita” (2001), “Accidente Nocturno” (2003), “Un Pedigrí” (2004), “En El Café De La Juventud Perdida” (2007), “El Horizonte” (2010) y “La Hierba De Las Noches” (2012).
Patrick Modiano recibió el premio Nobel de literatura en el año 2014.
Comentarios de Libros
http://www.alohacriticon.com/literatura/escritores/patrick-modiano/



Quién es Patrick Modiano, el escritor que 

sorprendió en el Nobel de Literatura
No figuraba en las listas de los críticos europeos en la antesala del galardón, pero la Academia decidió reconocer su mirada de la ocupación alemana en Francia con el máximo premio de la literatura universal. 09 de Octubre de 2014  AFP


Patrick Modiano cuenta con casi una treintena de libros. En 1996 fue galardonado con el máximo premio de las letras francesas, por el conjunto de su obra.

AP SANTIAGO.- Se hablaba con insistencia del turno de África, con autores como el keniano Ngugi wa Thiongo o el somalí Nuruddin Farah. O que era hora de pagar la deuda con un ya anciano Milan Kundera, más aún en el año de su regreso a las librerías. O que tal vez ahora sí podía ser la oportunidad para el japonés Haruki Murakami o el sirio Adonis, dos que ya se pueden colgar el cartel de "eterno candidato". Todo eso sonaba en el entorno de los críticos literarios europeos en las horas previas a la entrega del Premio Nobel de Literatura, que finalmente quedó en manos que no se mencionó mayormente en esos círculos: El francés Patrick Modiani —quien sií figuraba en el tercer lugar de apuestas de Ladbrokes—. "El arte de la memoria con el que ha evocado los destinos humanos más inasibles y desvelado el mundo de la ocupación", fue el factor por el cual la Academia dijo haberse inclinado por el galo, aludiendo a novelas que abordan los años de la invasión alemana en Francia, durante la Segunda Guerra. Porque ésa es la característica principal en los relatos de Modiani, un arqueólogo de la memoria que ha descrito como pocos la vida en París, sobre todo de los años 40, y quien firmó una obra singular y propia, en la que se cruzan la novela policial y la romántica. La falta de cariño durante la infancia sería su obsesión de toda la vida, y uno de los tópicos que ha cruzado a cerca de 30 novelas llenas de melancolía y misterio. Entre ellas "El lugar de la estrella", la primera que publicó en 1967, con solo 22 años. Sólo cinco años más tarde, con 27, ya comenzaban a caer los premios, como antesala de un recorrido que culmina este 9 de octubre de 2014: Primero, el Gran Premio de Novela de la Academia francesa por "Los bulevares periféricos" (en 1972), y luego el premio Goncourt por "Calle de las tiendas oscuras" (1978). En 1996, sería el turno de uno mayor: El Gran Premio Nacional de las Letras de Francia, por el conjunto de su obra. Desde esos inicios, este escritor intranquilo y de perfecta cortesía ha conquistado también al público con sus ficciones, entre ellas "Dora Bruder" (1997), "Un pedigrí" (2005), "En el café de la juventud perdida" (2007), "La hierba de las noches" (2012) y "Para que no te pierdas en el barrio", su novela número 28, que acaba de publicarse en francés. En ella, el autor vuelve a navegar en los recuerdos. Una cita de Stendhal anuncia el tono de este paseo por el pasado sobre el que planean el abandono, los secretos y una difusa amenaza: "No puedo dar la realidad de los hechos, sólo puedo presentar su sombra". Un resumen perfecto del universo de Modiano. Tal es su arraigo entre los franceses que de sus libros hasta nace un neologismo, "modianesco", usado a veces para designar a un personaje o una situación en claroscuro, ni lógica ni absurda, a mitad de camino entre dos mundos, entre luz y sombra. Modiano ha señalado que cuanto más misteriosas son las cosas más interesantes son. "He intentado incluso hallar misterio donde no lo había", admite en "Un pedigrí", texto autobiográfico y "esqueleto" del resto de sus libros, según explicó. Por esa razón nunca se sabe de dónde exactamente provienen sus personajes, a veces recurrentes de un libro a otro, ni lo que realmente piensan, confundidos entre pasado y presente. El universo de la Francia ocupada Pero es la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial el mundo que más ha nutrido a este escritor de 69 años, que construyó novelas como "Reducción de condena", "Barrio perdido" o "Villa triste" en torno a aquel período. No lo conoció de primera fuente, por cierto, pero eso no fue impedimento para que supiera expresar desde muy temprano algo que se convertiría en obsesión nacional: La relación necesariamente complicada de Francia con la guerra y la colaboración con el ocupante alemán. En ello incidió en parte su origen: Su padre, Alberto Modiano, fue un judío alemán vinculado a la Gestapo y al mundo delictivo, que en 1942 conoció a una joven actriz belga, Louisa Colpeyn, en París. Tres años más tarde, el 30 de julio de 1945, nació su primer hijo, Patrick, quien vivió una infancia vagabunda y solitaria, con largos períodos de pensionado. Su hermano menor, Rudy, murió en 1957: El novelista le dedicó sus primeros libros. Patrick diría luego con ironía que su madre tenía el corazón tan seco que su perrito, desesperado ante tanta indiferencia, se suicidó arrojándose por la ventana. A los 17 años, ante tanta dureza e inconsecuencia, decidió no ver nunca más a aquel padre odiado, que está en la mira de varios de sus libros. Cumplió su promesa hasta que Alberto falleció, en 1977. Modiani abandonó los estudios tras el bachillerato, y, apoyado por Raymond Queneau, amigo de su madre, se puso a escribir. "No tenía ni 20 años, pero mi memoria era anterior a mi nacimiento", ha dicho. También sus dificultades en la expresión oral, su discreción y su indiferencia ante los honores, que le llevó a rechazar el ingreso en la Academia Francesa. Amante de las noticias policiales, casado desde 1970 con Dominique Zehrfuss y padre de dos hijas (Zina, directora de cine, y Marie, cantante y escritora), no vive retirado del mundo, como demuestra su gusto por el cine. En 1974, escribió junto al cineasta Louis Malle el guión de la película "Lacombe Lucien", que cuenta la historia de un adolescente en la Francia de 1944, y que fue un éxito de taquilla. Y es también autor de otros guiones, así como de un ensayo junto a Catherine Deneuve sobre la hermana prematuramente desaparecida de la actriz, Françoise Dorléac. Jurado en 2000 del festival de Cannes, también es autor de letras de canciones como "Etonnez-moi Benoît!", interpretada por Françoise Hardy, y publicó además un libro de diálogos con el ensayista Emmanuel Berl ("Interrogatorio").

Fuente: Emol.com - http://www.emol.com/noticias/magazine/2014/10/09/684175/modiano.html

Patrick Modiano

Una juventud, por Patrick Modiano

Editorial Anagrama. 183 páginas. 1ª edición de 1981, ésta es de 2015.
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia

Fue más o menos sobre el año 2000 cuando compré en unas casetas que, por motivo del día del Libro, se instalaban durante unas semanas en la avenida de Portugal de Móstoles la novela La roda de la noche de Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, Francia, 1945). Un saldo de la editorial Alfaguara, editado en España en 1979, que me costó 100 pesetas. Lo leí en 2005 y a estas alturas he olvidado casi todo sobre ella. Sé que trataba del París de la ocupación nazi, y que en este escenario se movían un gran número de personajes que se dedicaban principalmente al estraperlo. Recuerdo que no había una trama demasiado definida y que la novela me pareció distante y dispersa. Pensé entonces que Modiano debía ser un escritor menor francés, de esos que tienen cierto éxito en un momento y se traducen a otros idiomas para caer unos años después en el olvido.
Por este motivo me extraño que unos años después empezara Anagrama a publicar toda su obra y que ésta recibiera críticas muy positivas. Los libros que ha editado Anagrama de Patrick Modiano son además muy bonitos, con esas fotografías antiguas y en blanco y negro de París. Me dieron ganas de volver con él y darle una nueva oportunidad. Este deseo se reavivó cuando en 2014 le concedieron el premio Nobel.

Por el día del Libro, en el colegio donde trabajo, existe una tradición que me gusta mucho: en la tutoría de cada profesor se hace un amigo invisible para regalar un libro. Yo suelo dirigir bastante a mi amigo invisible, sobre lo que deseo como regalo, para no verme unas semanas más tarde con un libro que sé que no voy a leer. Me pareció que los libros de Modiano eran fáciles de encontrar y no demasiado caros. Así que eso fue lo que pedí -un libro de Patrick Modiano editado por Anagrama- y el alumno que fue mi amigo invisible me regaló éste de Una juventud (ya hubiera sido casualidad que me comprara el de La ronda de la noche).

Una juventud nos acerca a la pareja formada por Louis y Odile el día antes de que sea el treinta y cinco cumpleaños de Odile. Louis cumplirá la misma edad un mes más tarde. Después de doce años manteniendo en el campo un chalet que funciona como residencia infantil, la pareja ha decidido cambiar de negocio: van a abrir en el mismo lugar una casa de comidas. Louis y Odile tienen dos niños, y el día antes de su cumpleaños Odile se pregunta: “¿Le puede a uno pasar algo nuevo a los treinta y cinco años?” (pág. 12)

En las primeras páginas de la narración se describe una visita al médico y algunos momentos de la fiesta de cumpleaños de Odile. Tras unas doce páginas la narración (comprenderemos un poco más tarde de empezar a leerlo) retrocede en el tiempo: nos encontraremos con Louis justo cuando éste, a sus diecinueve años, está finalizando su servicio militar en una ciudad de provincias. Aquí conoce al simpático Brossier, de unos cuarenta años, que le ayudará a instalarse en París y a encontrar un trabajo.

Un poco más tarde se nos hablará de Georges Bellune, un cazatalentos musical que recorre los cafés de París con música en directo para tratar de encontrar a nuevos cantantes. De esta forma, a través de la mirada de este personaje secundario, nos acercaremos a la Odile de diecinueve años.

Modiano, a través del uso de la tercera persona, describe breves escena: después de las iniciales, con los protagonistas de la novela a los treinta y cinco años, nos acerca a Odile y a Louis a los diecinueve hasta que se conocen en un café de París. Aquí la novela empieza a coger más ritmo, porque hasta ahora, con las escenas sobre Odile y Louis, viviendo cada uno por separado en París no tenía muy claro hacia dónde se dirigía Modiano; y ya, habiendo superado la página 70, empezaba a pensar que la sensación que recordaba tras haber leído La ronda de noche se mantenía: las escenas están bien descritas, son evocadoras, pero la narración me estaba pareciendo muy fría y distante, sin tener nada claro cuál iba a ser el núcleo de la narración. Además los cortes narrativos están muy marcados en el texto, con profundas elipsis que crean más distanciamiento entre la narración y el lector, quien se siente durante unas frases desconcertado al acercarse a un nuevo fragmento de la novela, hasta que consigue situarse.

Cuando Louis y Odile se conocen y Brossier pone en contacto a Louis con el enigmático Roland de Bejardy para que éste le dé un trabajo, la novela empieza a cobrar una forma más definida. Odile trata de hacerse un hueco en el difícil mundo de la canción (donde tendrá que lidiar con managers no siempre bien intencionados) y Louis trabaja para Bejardy, intentado averiguar quién es este hombre y con qué clase de negocios se gana la vida.
Resolver el enigma que gira en torno a Bejardy y su relación con Brossier se va a convertir en el eje sobre el que acaba articulándose la trama de esta novela.

La acción del libro (la juventud de Louis y Odile) se sitúa en la década de 1960, y las alusiones a la Segunda Guerra Mundial y a la posguerra son constantes en la narración. Nuestros dos protagonistas son huérfanos, no han tenido posibilidades de estudiar una carrera universitaria, y tienen que ganarse la vida desde muy jóvenes en un mundo de dudosos referentes. En este sentido podemos leer en la página 119: “Estaban viviendo uno de esos momentos en que siente uno la necesidad de aferrarse a algo sólido y pedirle consejo a alguien. Pero no hay nadie.” Esta idea vuelve a repetirse en la página 145: “Nadie les había dado nunca consejos a Odile y a él. Estaban solos en el mundo.”

Creo que es a partir de la página 80 cuando el libro se lee con más interés, cuando el misterio creado en torno a los empleadores de Louis hace que el libro cobre fluidez y a partir de aquí el escenario creado para la novela -un escenario de cafés, estaciones de tren, apartamentos sobre el Sena, ciudad universitaria, un escenario puramente parisino- consigue lucir con más brillo.

Ya he apuntado que la prosa de Modiano es en gran medida distante, con algunas elipsis narrativas demasiado bruscas que hacen que al lector le cueste entrar en la historia y querer saber más de los personajes. El estilo narrativo es muy objetivo, con muy escasos énfasis, con frases en gran medida cortas y enunciativas (son contados los juegos metafóricos). Lo que sí está conseguido es la presencia vaporosa de los personajes secundarios (o “de reparto”, si esto fuese una película), que a veces entran y salen de la historia sin más.
No acaba de convencerme el hecho de que he tardado unas 80 páginas en entrar en una novela de 184. A partir de aquí, puedo apuntar que me ha gustado más la segunda mitad del libro que la primera. Desde luego mis impresiones han mejorado bastante desde la sensación tibia que me dejó hace ya una década la lectura de La ronda de noche; sin embargo, no acabo de estar seguro de que conecte demasiado con las propuestas narrativas de este autor, elegante y un tanto vacuo, quizás demasiado frío y distante para mí. Puede que lo vuelva a intentar más adelante. Lo reitero: me encantan las ediciones que hace Anagrama de sus libros, incluso su nombre es atractivo, Patrick Modiano. Y esto me hace pensar en Paul Auster: lo que he leído de él no me convence, pero más de una vez he tenido el deseo de seguir con él. Quizás compartan algo Patrick Modiano y Paul Auster: escriben libros cortos, que se editan elegantemente, y que vienen acompañados de un aura de sofisticación intelectual (a la crítica y al público les suelen gustar), una sofisticación que repite fórmulas y no se mancha mucho las manos narrativamente, que plantea juegos de cajas (en el caso de Paul Auster) o te muestra bonitas postales de París (en el caso de Patrick Modiano) a la que es fácil sucumbir. Productos diseñados para satisfacer a una intelectualidad media y biempensante.

 Ya veremos qué me deparará el futuro con Patrick Modiano.

http://desdelaciudadsincines.blogspot.com/2015/08/una-juventud-por-patrick-modiano.html




      


    París-Modiano. De la Ocupación a

     

    Mayo del 68


    Fernando Castillo - 19-11-2015


    Si la obra de Patrick Modiano es inseparable de la Ocupación, un contexto temporal muy preciso y esencial en su vida, lo es en la misma manera de París, una ciudad convertida en espacio de referencia, tanto la correspondiente a les années noires como la de los días de juventud del escritor en los cincuenta y sesenta. Se puede decir que, salvo las excepciones del imaginario y dordoñés Souleillac de Lacombe Lucien, del Barbizon de Boulevards de ceinture y del Megève de Rue des boutiques obscures, en las que tampoco París deja de estar presente, la Ocupación se contempla y describe exclusivamente desde la capital de Francia. Una ciudad que se había vuelto desconocida incluso para sus habitantes, en la que a medida que avanzaba la guerra todo se volvía más adverso para quienes no participaban de la colaboración. Días difíciles, sobre todo los del invierno, como ese de 1942 en que Ingrid y Rigaud, los protagonistas de Voyage de noces, solos y con miedo, vivieron en el piso de la rue Tilsit con la angustia del que cree que se acerca el fin: “Diciembre. Empezaba el invierno. Volvió a haber atentados y en esta ocasión el toque de queda se impuso a partir de las cinco y media de la tarde durante una semana. Toda la ciudad se hundía en la oscuridad, el frío y el silencio. Era preciso ovillarse allí donde uno se encontrara, hacer el mínimo posible de gestos y esperar”.

    En la quest de Modiano dedicada a Dora Bruder hay también una investigación que permite conocer la realidad de la ciudad en 1942, una ciudad en la que se escondían, entre otros miles, Dora Bruder, Victoria Kent o también el equívoco Albert Modiano. Era el París de la esperanza, pero también el de la desolación, el de la radio, de los vélo-taxis, de los fiacres, de las bicicletas y del metro. Pero también de los vehículos militares, de los oscuros Citroën policiales y de los grandes y lujosos automóviles con mujeres rubias siempre con pieles. La ciudad en la que convivían vencedores y vencidos, perseguidos y perseguidores. La urbe en la que casi todos vivían como si no ocurriese nada, en la que algunos, pocos, luchaban contra el invasor y en la que muchos intentaban aprovechar la impunidad para hacer fortuna y carrera. Unos, los más modestos, en el muy doméstico mercado negro de alimentos –patrimonio de los llamados bof, por aquello de los muy apreciados beurre, oeufs, fromage–, y otros, más escogidos, en el mucho más importante y comprometido del gross marché noir que impulsaron los invasores mediante los bureaux de compra. Era el París de los alemanes, de los boches, convertidos en turistas ricos que compraban lo que quedaba de la dulce Francia a precio de saldo –en realidad un saqueo, gracias al cambio favorable–, mientras paseaban con alguna midinette por los Campos Elíseos o los grandes bulevares, siguiendo las recomendaciones de Wohin in París?, como se conocía la guía publicada por el ocupante para sus soldados, recientemente reeditada. Era el París de las parejas de Helferin o souris grises, como se conocía a las auxiliares femeninas de la Wehrmacht y la Kriegsmarine, comprando en las tiendas de modas o paseando en grupos como dueñas de la urbe; de los muchos, casi infinitos, cabarets de Montmartre y de Montparnasse, que tanta presencia tienen en los libros de Modiano; de los restaurantes que podían esquivar el racionamiento y que frecuentaba Jünger, quien a la salida de la Tour d’Argent proclamaba la importancia que tenía en época de hambre tener el estómago lleno. Era el París de los desfiles de la Wehrmacht, de los legionarios de la LVF y de los miembros del PPF, que miraban desafiantes a los transeúntes al bajar por Les Champs-Élysées. Era la ciudad de las conferencias en el Instituto alemán, de los tea party del embajador Otto Abetz; de los viajes de escritores y artistas a Alemania organizados por Gerhard Heller y la Propaganda Staffel; de los salones de Florence Gould donde coincidían Jünger, Drieu La Rochelle y Cocteau; de las redacciones de periódico, como la de Je suis partout, en las que se jaleaba al ocupante y se ridiculizaba a Vichy; de las exposiciones del Nuevo Orden dedicadas a los enemigos de Francia, a los judíos, a los bolcheviques y a los masones, que se celebraban en la Salle Wagram, en el Grand Palais o en el Palais Berlitz; era el París de paredes llenas de carteles, que han fotografiado André Zucca y Roger Schall, que anunciaban las victorias alemanas, el peligro comunista o la invulnerabilidad del Muro del Atlántico, al tiempo que animaban a los obreros a ir a trabajar a Alemania y cumplir con la Relève, el acuerdo impulsado por Vichy consistente en el intercambio de un prisionero francés de 1940 por cada tres trabajadores, cuyo fracaso daría paso al odiado STO.

    Pero también era el mismo París de las redadas inesperadas de la policía francesa en cualquier bulevar, de los controles en el metro, de los rehenes, de los toques de queda, de la escasez de alimentos y de carbón, de las restricciones de electricidad, de los problemas de vestuario; de peatones con la estrella amarilla; de las empresas arianizadas; de la oscuridad y del silencio; de calles casi siempre vacías, cruzadas sólo por algunos automóviles de los ocupantes y de sus amigos franceses; de los periódicos de grandes proclamas de victoria y de inquina antisemita; la ciudad de los inviernos rigurosos, de las cañerías congeladas y las nieves eternas; de los cafés repletos de gente a todas horas; la ciudad de los primeros bombardeos, en la que vivían y morían quienes no formaban parte del mundo que había traído la Ocupación. A veces también era la ciudad de los atentados, en la que vivían quienes trabajaban para la Resistencia, como la temprana y heroica célula del Museo del Hombre, de quienes como Vercors imprimían en la clandestinidad montparno las obras de Éditions de Minuit, o de quienes como Georges Hugnet y esos surrealistas del interior que no se habían ido a Nueva York con Varian Fry esquivaban las penurias y el miedo publicando La Main à plume; era la ciudad de quienes, como Jean Guéhenno, redactaban sus diarios en la misma oscuridad que los años que estaban viviendo, como François Mauriac o Jean Paulhan, que intentaban mantenerse al margen de la vida cultural oficial y aproximarse a la Resistencia, pero sin odiar a los collabos. Era el París en el que continuaban pintando en estudios heladores artistas como Jean Fautrier, el pintor de la Ocupación por su tremenda serie Otages, que hizo fuera de la capital, de la que había tenido que huir; como Braque, cuyo comportamiento fue de una dignidad notable; o Picasso, quien no tenía problemas de abastecimiento, si acaso le faltaba algo de carbón, ni inconveniente en recibir en su estudio a quienes quemaban el arte degenerado, como también hacía el canario Óscar Domínguez. Era el París que, con la nostalgia del tiempo pasado, intentaba olvidar el presente yendo al cine o a la Comédie, a ballets, con Serge Lifar como figura, o conciertos, leyendo, aunque fueran Céline y Rebatet los más vendidos, escuchando la radio y convirtiendo las inacabables canciones de la época en la banda sonora de unos años que evoca la combinación de melancolía y deseos de alegría que tenían los parisinos.

    Nada hay mejor, y así lo ha sabido ver Modiano, que las canciones de los años negros para entender la vida en el París ocupado, una música que también forma parte de la vida del escritor, nacido en 1945, pues es sabido que la vida de las canciones es tan larga como los sentimientos que recogen y la época en la que aparecen. Es difícil, muy difícil, recoger algún ejemplo de la música que escuchaba la mayoría de los parisinos por la radio, a veces entre las emisiones incendiarias de Jean Hérold-Paquis en Radio París, quien siempre finalizaba proclamando la destrucción de Inglaterra, o de la Francia Libre desde la BBC. De todas formas hay nombres inseparables de este periodo, como las numerosas cantantes que arrastraban al público tales como Lys Gauty, Léo Marjane, Rina Ketty, las dos Lucienne, Boyer y Delyle, Édith Piaf, Eva Busch, Irène de Trébert, Rose Avril... y artistas de cine que cantaban como Danielle Darrieux y que mantenían con el ocupante una relación más o menos cercana. Luego estaba un grupo de solistas masculinos de fama consolidada como Charles Trenet, Tino Rosssi, André Claveau, Maurice Chevalier, Johnny Hess, Reda Caire... También había orquestas que se esforzaban en dar una sensación de alegría que a veces resultaba un poco forzada teniendo en cuenta lo que ocurría. Eran las orquestas de Raymond Legrand, Loulou Gasté, Joseph Reinhardt, Aimé Barelli, Ray Ventura... Por último, estaban los muchos grupos de jazz como el de Alix Combelle, por escoger alguno, y naturalmente Django Reinhardt, aunque de este gitano genio del jazz y la guitarra no debieron emitir muchas canciones por Radio París, y aún menos en las emisoras de Vichy.

    La capacidad de atracción de París era tan grande que, a pesar de las dificultades para viajar y de los problemas para conseguir las autorizaciones necesarias, aún continuó recibiendo viajeros durante la Ocupación. Se trataba de un nuevo tipo de visitantes que llegaba a la ciudad en unos años poco favorables y que eran muy diferentes de los turistas de antes de la guerra. A los americanos de la generación perdida, a los latinoamericanos más o menos millonarios, a los británicos que empezaban su Grand Tour en París, a quienes desde cualquier lugar del mundo, de Vietnam a Chile, habían ido antes de la guerra en busca de los nuevos aires en la literatura y en el arte o a disfrutar de la vida de libertad y placer que caracterizaba a la ciudad más literaria, todos ellos habían sido sustituidos por tipos procedentes de los países que formaban parte del Nuevo Orden hitleriano.

    Eran unos visitantes que, al contrario de aquellos que acudían en tiempos de paz, iban de paso, en viaje oficial o de negocios, y que, al conseguir el deseado visado, aprovechaban su estancia en una ciudad que continuaba siendo mítica. Así, el Gross Paris se convirtió en un lugar en el que recalaban, casi siempre con destino a Berlín o alguna ciudad alemana, o al campestre Vichy, unos personajes que llevaban a veces uniformes extraños y algo teatrales, siempre con camisas oscuras, algunas veces azules. Eran jóvenes, con la alegría exagerada de los que se saben en el bando de los vencedores, iban habitualmente en grupos algo ruidosos y se hacían fotos como si los indicadores en la muy alemana letra gótica, los soldados con uniforme feldgrau y los controles fueran parte del París de siempre. En realidad iban al París alemán, pero también buscaban una ciudad que, a pesar de haber perdido su luz, todavía brillaba en una Europa a oscuras y en guerra, aunque en este caso la iluminación resultara irreal, pues no lograba despejar las sombras de un mundo que se adivinaba inquietante, en el que sucedían cosas que unos jaleaban y otros preferían no saber. En las calles podían ver a gente con estrellas amarillas cosidas en el pecho y lugares prohibidos a los judíos, incluidos los niños. En los cabarets y en los restaurantes en los que el racionamiento era cosa de otros, coincidían con los siempre uniformados ocupantes y con la fauna collabo, formada por unos tipos vulgares con trajes algo exagerados que iban acompañados de mujeres de aspecto llamativo, lo que entonces en España se conocía expresivamente como vampiresas. En alguno de estos locales, quizás incluso en el mismo y algo equívoco La Vie Parisienne, escucharon la versión francesa de Lili Marleen que interpretaba Suzy Solidor.

    Probablemente a la mayoría les extrañaría también el silencio, la oscuridad y los vélo-taxis de una ciudad que era famosa por su luz, tanto como la belleza y la indumentaria de las parisinas, dispuestas siempre a convertir las dificultades en charme. Sin embargo, a estos “jóvenes europeos”, como los llamaba la propaganda nazi de la Europa antibolchevique, el desfile diario del destacamento alemán de guardia en el Arco del Triunfo en dirección a la Concordia, bajando por Les Champs-Élysées, debía de entusiasmarles. Probablemente lo contarían entre sus camaradas escuadristas de Bruselas, de Bucarest, de Ámsterdam o de Madrid, trasmitiendo la falsa impresión de que, como el Reich, el Gross Paris iba a ser eterno.

    Junto a ellos, había personajes más discretos que aprovechaban la presencia de conocidos en la ciudad como corresponsales de prensa o destinados en los servicios diplomáticos para visitar la que en el fondo seguía siendo la capital de Europa. Ciertamente, no era fácil para un extranjero poder viajar al París ocupado, como ha contado en sus memorias Luis Escobar, el director de teatro de La Tarumba, la réplica falangista a La Barraca, quien desistió de viajar a la ciudad por los inconvenientes que ponía la Embajada alemana en Madrid para concederle el Ausweis preceptivo. Sin embargo, otros personajes menos conocidos pero mejor relacionados –militares, policías, funcionarios– no tuvieron excesivos problemas para aprovechar las circunstancias y hacer una escapada al París alemán. Al fin y al cabo, el pionero de este extraño turismo de guerra fue el propio César González-Ruano, quien en octubre de 1940 ya estaba en la ciudad. Ya hemos contado en Noche y niebla la visita que le hizo a Pedro Urraca, el agregado policía en la Embajada española, su hermano Manuel, durante la cual, como turistas privilegiados, incluido el uso de un automóvil, recorrieron el París oku, aunque en este caso con la seguridad que da el ser agentes del Abwehr, uno con el nombre de “Unamuno” y el otro con el de “Cervantes”. Sin embargo, también hubo quien debía considerar París como un ejemplo de la decadencia de las democracias liberales y no sintió la atracción que se atribuye a la ciudad. Estos falangistas sin duda preferían otros destinos más recios como Berlín o más importantes como Roma. Quizás fuera ésta la razón por la que en las memorias de personajes de la cultura o de la política española de la época no haya apenas referencias a viajes a la capital de Francia. Extraña que ni siquiera el muy viajero Ernesto Giménez Caballero –que estuvo en Katyn viendo las fosas del martirio polaco que ha filmado Andrzej Wajda; en Weimar, en la reunión de escritores del Nuevo Orden en la que participó Gerhard Heller con su grupo de franceses encabezado por Drieu y Brasillach, y en Berlín haciéndole el paseíllo torero a Goebbels– viajara a una ciudad que había sido capital de la modernidad y que ahora estaba ocupada por sus admirados alemanes. El París ocupado representaba para Giménez Caballero una posibilidad única de contemplar reunido en el lugar más adecuado su fascismo surreal y su antigua inclinación por las vanguardias, de las que luego abominó. Quizás por esto, el inquieto GeCé prefirió siempre Roma, donde, caso único, se amalgamaba la historia y la vanguardia futurista y metafísica con el fascismo. Un cocktail que encantaba al escritor español.

    Ésta era la ciudad tanto de Albert Modiano como de Dora Bruder, la ciudad que recupera y recorre Patrick Modiano en Voyage de noces, en Les Boulevards de ceinture,en La Ronde de nuit, en Rue des boutiques obscures, en Livret de famillie, en Fleurs de ruine, en Un pedigree y, naturalmente, en Dora Bruder; una ciudad que el escritor, sin vivirla entonces, ha hecho suya ahora convirtiéndola en literatura y en testimonio de una época. Una ciudad que reconstruye e inventa a un mismo tiempo, combinando realidad y ficción para crear un escenario en el que situar a unos personajes tan reales como literarios. Según Roux, el París oku que aparece en la literatura de Patrick Modiano es una ciudad amenazante de la que era imposible huir y en la que las únicas opciones que existían eran esconderse, mimetizarse o la colaboración. Dos realidades que confirman la existencia de dos ciudades, la de la mayoría de los parisinos, para quienes la ciudad era “un bosque grande y oscuro lleno de trampas”, y la urbe de los ocupantes y los collabos, la de los dueños de París, para quienes no había ni racionamiento, ni veranos tórridos, ni inviernos heladores, ni estrellas amarillas, ni controles de la policía. Sin embargo, a estos también les alcanzará el miedo y la ira a medida que los atentados se repitan y la evidencia de que la guerra se iba perdiendo sea cada vez mayor.

    Este París de la Ocupación, como ha dicho Patrick Modiano en su Discours à l'Académie suédoise, que ha publicado Gallimard, era una ciudad extraña en la que aparentemente la vida continúa “como antes”. Y es que “los teatros, los cines, las salas de fiesta y los restaurantes estaban abiertos. Se escuchaban canciones en la radio. En los teatros y los cines había más gente que antes de la guerra, como si estos lugares fueran un refugio donde la gente acudía y se juntaban unos a otros para tranquilizarse”. Sin embargo, había detalles que indicaban que París era otra cosa, que también era una ciudad de pesadilla. Era una ciudad silenciosa, sin apenas vehículos, en la que se podía oír el ruido de las hojas, de los pasos, las voces de las conversaciones, en la que el toque de queda desde las cinco de la tarde la convertía en una ciudad sin vida. En ella “los adultos y los niños podían desaparecer en un instante, de un momento a otro, sin dejar ningún rastro. Una ciudad en la que se hablaba entre amigos en voz baja y en la que las conversaciones nunca eran francas porque se sentía una amenaza en el aire”. Sin duda, era el miedo al decreto Nacht und Nebel. Para Modiano, París es el paisaje natural de la Ocupación, una ciudad que tiene una geografía moral formada por el escenario de los verdugos y, en menor medida, los lugares de la Resistencia y de las víctimas.




    Este fragmento corresponde al libro París-Modiano. De la Ocupación a Mayo del 68que acaba de publicar la editorial Fórcola.




    Fernando Castillo Cáceres (Madrid, 1953) es escritor, ensayista y comisario de exposiciones. Colaborador en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, es autor de libros como Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid en la literatura y la sociedad, del 98 a la postguerra; Tintín-Hergé, una vida del siglo XX; Madrid y el Arte Nuevo. Vanguardia y arquitectura 1925-1936; Geografía Modiano y Noche y niebla en el París Ocupado. Traficantes, espías y mercado negro. En FronteraD Conchita Montes, un siglo de encanto, una época de España y Partrick Modiano, un Nobel para la memoria y la indagación

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