viernes, 15 de septiembre de 2017

Roberto Calasso y los primeros resplandores de la conciencia

Comentario sobre "El ardor"

Roberto Calasso y los primeros resplandores de la conciencia
Impresiones acerca del último ensayo narrativo del escritor italiano

Roberto Calasso y los primeros resplandores de la conciencia
En "El ardor", Calasso vuelve a desplegar su fascinación por lo indescifrable.

El ardor tiene un propósito simple de explicar e imposible de resolver: averiguar qué es el pensamiento, cómo sucede, de dónde viene. El ensayista y editor Roberto Calasso cree que las respuestas más cautivantes –casualmente las más ciertas– son las antiguas y pioneras que se hallan en los libros sagrados de la India. Los Vedas pusieron a la conciencia en primer lugar, algo que Occidente y sus neurocientíficos necesitados sólo alcanzaron en el último medio siglo. Una idea nuclear subyace a los relatos reunidos en los Upanishads: uno se convierte en lo que piensa. Lo esencial para los Vedas era ser consciente, y Calasso repasa cómo esa sola semilla desarrolló toda una literatura. El punto más arduo del pensamiento, señala, es establecer una conexión entre lo visible y lo invisible, y paralelamente lo que parece lejano en el libro (en términos temáticos) se vuelve cercano, actual.
“La certeza de que la mayor parte (tres cuartos) de lo que existe está escondido se halla profundamente radicado en el pensamiento hindú”, anota. La invisibilidad –y el no dejar rastros– es una vieja obsesión de Calasso, cultivada a la sombra de su mentor huidizo Roberto Bazlen, que no sólo escribía poco sino que desconfiaba de las credenciales de la letra impresa. Es sabido que en la historia no pocos estuvieron convencidos de que la suerte que corriera su obra dependía de mantenerla en secreto. Cuando Calasso afirma que “es inmensa la variedad de ritos védicos, pero todos –sin excepción– convergen en un gesto: ofrecer algo al fuego”, un lector puede preguntarse qué papeles habrá quemado y terminaron fuera del libro, tan difícil es delimitar los alcances de su territorio. (El director de la casa editorial Adelphi se propone escribir libros que no requieran de editor).
En El ardor, Calasso vuelve a arrimarse a la resonancia poética de los rituales religiosos, y a desplegar su fascinación por lo secreto, lo indescifrable. Ya en Los jeroglíficos de Thomas Brownedeslizaba que “Browne ama ocultar las más preciosas y densas especulaciones en medio de los fragmentos más fatuos y secundarios”. Calasso indaga ciertos misterios y procura quedar de su lado (o al menos no regresar del todo). “Las respuestas a los enigmas tienen un rasgo peculiar: se vuelven enseguida otros tantos enigmas, aún más radicales”, acota quien no ignora los peligros de la tarea de un exégeta entusiasta, y recalca que los Brahmana “instruyen sobre ceremonias cuyo sentido, oscuro de por sí, se vuelve en ocasiones aún más oscuro por las explicaciones”.
En una aspiración casi piadosa, tal vez Calasso siempre buscó leer –creer leer– lo que nunca se ha leído, lo que nunca se ha escrito. Su fervor persigue una profundidad y una intensidad que lo arranquen de la literatura, hacia afuera, más lejos, más alto, asumiendo el continuo riesgo de caer. La religión como intoxicación para la escritura; la intoxicación recuperada de un pasado de espiritualidad encendida. Tal vez haya algo de exorcismo en su operación, un deseo de expulsar ese instrumental de su sistema, por demasiado poderoso. Transcribirlo como una manera –no confundir con la revancha de un nostálgico– de ofrendarlo. Como en Las bodas de Cadmo y Harmonía, Calasso regresa al tic shakespeariano de retomar y reescribir historias ajenas, clásicas, fundantes. A la vez prolonga sus propios libros; iniciación, posesión y sacrificio son asuntos cardinales en Ka y La ruina de Kasch. Se trata, otra vez en su bibliografía, del libro de un lector (véanse K. y La Folie Baudelaire). Cuando habla de “la alternancia incesante e imparable entre devorador y devorado” es inevitable imaginar que es esa su relación –sacrificios mediante– con sus materiales, y la del lector y el libro entre manos.
La paciencia para rehacer de Calasso es todo menos endulzada: rastrilla y glosa textos de autores remotos y dudosos y sale a corregir a lectores precedentes que posaban de irónicos u ofensivos. Al igual que sus tres Marcel de cabecera –Proust, Mauss y Granet– su destreza para recomponer va de la mano de su destreza para tender hilos y correspondencias en vastas extensiones. Acaso use la lectura –es uno de sus favores– como atajo para el pensamiento, que lo lleva a donde cree que de todas maneras llegaría por su cuenta. El texto sobre René Guénon que reproduce en Cien cartas a un desconocido no hace sino reseñar su método: “Con pocos y sobrios gestos Guénon consigue relacionar cosas tan diversas que al fin nos encontramos ante una perspectiva infinita”. Calasso, que no parpadea nunca, no se identifica con un personaje de una sola obra publicada, sino con un espíritu -el védico- de libros (un corpus entero, casi intangible) que vienen de antes de la instancia de publicación, y del futuro, porque él los deberá reescribir para que renazcan.
Mientras, Roberto Calasso prefiere presentarse como discípulo –en El ardor dice que todos los hombres son estudiantes atrasados– y se aproxima sigilosamente a la figura del renunciante que él mismo delinea y amplifica: “¿Con quién podemos comparar esa figura, a milenios de distancia? Con todos aquellos que actúan impulsados por una poderosa presión –y que por lo general no gustan de denominarla como un deber, sino como algo que creen deber a alguien, alguien que, además, es un desconocido... Son los artistas, son los estudiosos, y en la práctica de su arte o de su estudio encuentran el origen y el fin de lo que hacen… Sin preguntarse por qué motivo o con qué objeto; absorto en elaborar un ardor dentro de una forma”.
El hecho es que Calasso observa en estos antiquísimos textos védicos el origen de la novela como género: “Podemos constatar un resultado: el nacimiento de la prosa, en el sentido de una larga disertación, sin orden métrico, sobre un objeto único: en este caso, la totalidad de los ritos sacrificiales. Hasta entonces, nada se había manifestado de esa forma: como encarnecida investigación, meticulosa, obsesiva, tendencialmente infinita”. Y con ánimo erizado añade: “Con gran esfuerzo la historia ha conseguido separar químicamente esos elementos, vinculándolos a ciertas prohibiciones: el pensamiento no debe contar, el cuento no debe pensar, el rito es una actividad obsoleta de la que se puede prescindir”.
Ya desde su primer libro, El loco impuro, su propósito fue encontrar una manía y un mecanismo para entrar en una especie de delirio razonado, al que le es fiel esta traducción –un sacrificio de otra índole– de El ardor, que tiene la perfección del que le teme al autor. “La obra perfecta es la que no deja huellas”, repite Roberto Calasso en La marca del editor, en referencia al sabio Chuang Tzu. Lamentamos comunicarle a Signore Calasso que este nuevo libro que lleva su firma lo desmiente.
El ardor, Roberto Calasso. Anagrama, 536 págs.
El eterno femenino de una imaginativa pintora
https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/roberto-calasso-primeros-resplandores-conciencia_0_ryh9DPljl.html

ROBERTO CALASSO, NARRADOR DEL SACRIFICIO
“El sacrificio védico salva; el islámico es pura destrucción”
En su libro El ardor, dedicado a la religión de los vedas y su vigencia en el mundo contemporáneo, aporta claves sobre el sentido de los sacrificios y el origen de sus rituales..
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Cada vez que suspira es señal de impaciencia. Anuncia que su respuesta será elusiva. O breve. Al contrario de sus libros, que suelen rondar las 400 páginas, no le gusta explayarse cuando habla. "¿Por qué no?", suele responder con sorna. Hay, sin embargo, temas que lo entusiasman. La locura, la posesión, el sacrificio. Motivos sobre los que ha vuelto una y otra vez a lo largo de su vida. Los pilares de su trabajo literario que le han valido reconocimientos internacionales y múltiples traducciones.
Hace tres meses Roberto Calasso (Florencia, Italia, 1941) recibió en Mallorca el Premio Formentor de las Letras por el conjunto de su obra, integrada principalmente por un puñado de ensayos y, sobre todo, una serie —todavía en progreso— de ocho libros que difícilmente se pueden llamar novelas, dedicados a temas tan vastos y diversos como la mitología griega ( Las bodas de Cadmo y Harmonía), la pintura de fines del siglo XVII (El rosa Tiepolo), Franz Kafka (K.), y la religión de la India antigua con dos libros, KaEl ardor, éste último recién publicado en 2016 por Anagrama.
Se muestra reacio a clasificar su obra dentro de un género. "Para mí estas categorías no tienen un gran peso. Digamos que la narración siempre está presente en mis libros, pero no en la manera clásica de una novela. Cuando saqué Las bodas de Cadmo y Harmonía, en los diarios estuvo un tiempo en las listas de ficción y otro en las de no ficción. En lo que escribo hay simplemente un fuerte carácter narrativo, pero incluye análisis y lo que comúnmente se llama ensayo".
Recuerda que su tesis de licenciatura en literatura inglesa fue acerca de Thomas Browne. "Es un maestro del ensayo, una tradición que amo mucho y he estudiado", dice. Le gustan los ensayos de Borges, añade, porque se leen como si fueran cuentos.
Respecto del título de su más reciente libro traducido al español, El ardor, Calasso informa que "ardor" es la traducción de la palabra sánscrita tapas, fundamental de las cosmologías védicas, que pervive en la raíz latina tepor (tibieza), pero moderando su fuerza original. "Para saber, en la doctrina védica, es necesario arder", explica. Lo que tiene una estrecha relación con la importancia que los "crueles hombres védicos", que vivieron hace más de tres mil años en el norte del subcontinente indio, asignaban a los sacrificios.
"Nada era tan grave, para los hombres ni para los dioses, como quedar excluido del sacrificio. Nada implicaba, con parecido rigor, la pérdida de la salvación. La vida, por sí sola, no bastaba para salvar la vida. Hacía falta un procedimiento, una secuencia de gestos, una inclinación constante para no perderse", escribe Calasso en El ardor. Pero la pregunta última que formula el sacrificio es: "¿Por qué, si se quiere establecer un contrato entre lo humano y lo divino, es necesario matar a un ser vivo? ¿O, por lo menos, destruir -quemando o vertiendo- cierta cantidad de alguna materia?".
Es un tema inagotable, reconoce, y advierte que se debe ser muy cuidadoso al estudiar sus detalles, porque el sacrificio cambia completamente si se interpreta de una manera u otra. "No se pueden separar la violencia y lo sagrado. René Girard pretende que el cristianismo sea el final del sacrificio, cosa sobre la cual he escrito oponiéndome a su punto de vista", afirma. El cristianismo da continuidad a los rituales de los vedas y los cultos mistéricos de la antigüedad grecolatina, admite Calasso. Lo paradójico, a su juicio, "es que basta un sacrificio único, el de Jesús, pero el sacrificio se repite todos los días en la misa".
En la sociedad secular, por el contrario, no se admiten ceremonias sacrificiales. "El sacrificio es algo que se castiga en los códigos. El sacrificio cruel es una operación que la policía impediría, con toda justicia", observa. Salvo en tiempos de guerra, cuando la palabra se vuelve a emplear para nombrar a los caídos.

EL HOMBRE CAZADOR.

—También el terrorismo habla de sus atentados suicidas como de sacrificios.
—Pero es lo opuesto, porque ahí lo importante es matar. Es una inversión completa del sentido. El sacrificio védico salva, porque es un viaje hacia los dioses, mientras que el asesino suicida, el kamikaze islámico, por ejemplo, hace una ritualización de la destrucción pura. La violencia tiene un significado que va más allá y que se conecta con hechos muy antiguos. La extrañeza de nuestro tiempo es que invierte los hechos originales como lo haría un espejo, lo cual es muy peligroso.
—En Dioniso y Orfeo, el sacrificio era más altruista, ¿no?
—Pero no siempre. El sacrificio es la cosa más difícil de pensar en el mundo. Si usted encuentra algo más complicado, me avisa, porque no es solamente una cosa de generosidad. Hay un fundamento muy importante en la cacería prehistórica, no en la caza deportiva de hoy, que es una cosa ridícula y horrible. El sacrificio nace de la caza, un proceso que se dio hace 400 mil años más o menos. Es el gran evento de la historia humana, porque el hombre no era un cazador, sino la presa. Y hay un pasaje en el que el hombre empieza a imitar a su asesino. Este es el gran cambio de la historia. En el sentido más vasto, el sacrificio es como un reflejo de este cambio. Por eso hay que matar a los animales repetidamente a través de un rito. Esto se conecta con el hecho de comer carne, porque comerla era algo que tampoco le pertenecía al hombre; se descubrió hace dos millones y medio de años.

EL BOMBARDEO DE IMÁGENES.

¿Qué sucede en ese lapso prolongadísimo, anterior a los sacrificios, desde el momento en que el primate come carne por primera vez y el instante en que aprende a conseguirla? La transformación del hombre en cazador es lo que indaga en su más reciente libro, Il Cacciatore Celeste (Adelphi), aún no traducido y que Anagrama publicará en 2017. "Durante un largo período, el hombre imitó a un particular depredador, la hiena, que comía la carroña de animales que habían sido muertos por otros depredadores. Hay un rito védico muy misterioso con hienas que analizo", adelanta.
—¿Por qué usted mira hacia el pasado remoto de la humanidad?
—Hay un equívoco. Se piensa que si uno habla del pasado se trata de ir a algo lejano y en mis libros ese pasado es exactamente lo que tenemos alrededor. Se habla de las mismas cosas. Es difícil ver la relación, pero le voy a dar un ejemplo: los científicos de hoy, a los que les gusta llamarse neurocientíficos, entendieron finalmente, ya muy tarde, que su problema central es la conciencia, el puro hecho de estar conscientes, que es algo que pertenece a todos nosotros. Si alguien lee los textos védicos —del Rgveda a los textos brahmanas, los Upanisad y la Bhagavad Gita— se da cuenta de que quienes escribieron esos libros hablaban exactamente de esto y sabían mucho más que nosotros sobre la conciencia. Por lo tanto, no es un pasado en el sentido de algo que ya se perdió, sino algo que está frente a nuestros ojos y que simplemente tenemos que empezar a entender.
—¿Escribirá de esto en su próximo libro?
—De lo que tengo que escribir prefiero no hablar, porque es una vieja regla, pero sí puedo dar un ejemplo anterior. Tiepolo es un pintor en el que siempre he pensado, pero no sabía que un día iba a escribir un libro sobre él, El rosa Tiepolo. Así que puede ser que también en otros casos ocurra lo mismo. Ese libro, de hecho, era parte del libro La Folie Baudelaire. Hacia fines del 1600, Europa tuvo un momento de extraordinaria dicha, en el que las imágenes míticas de Grecia encontraban su lugar en la pintura. Esto se terminó en el siglo XIX. Pero fue un gran momento para entender el mito griego. A menudo, para entender los mitos es mejor conocerlos a través de los grandes pintores: cuadros, grabados, dibujos que se basan en los episodios de la mitología.
—¿Cómo es el momento que vivimos hoy?
—Nos atormentan las imágenes por todos lados, nos bombardean, eso no es ninguna novedad. Entender en el sentido mítico, lo que Nietzsche llamaba el "ojo mítico", está muy poco presente hoy. Se perdió. Hay modos totalmente distintos de acercarse a una imagen y no creo que éste sea un momento particularmente feliz en este sentido.

LA MARCA DEL EDITOR

Roberto Calasso es presidente y director literario de Adelphi, uno de los grandes sellos editoriales del mundo, que ayudó a fundar hace ya 54 años en Milán, secundando el proyecto del crítico y traductor Roberto Bazlen, como lo cuenta en su libro La marca del editor (Anagrama). El concepto de libro único, elaborado por Bazlen, fue entonces capital: el número uno de la Biblioteca Adelphi fue La otra parte, novela de Alfred Kubin. Le siguieron Padre e hijo, de Edmund Gosse, y Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki. Uno de los máximos retos asumidos por Adelphi fue la reedición, traducida y comentada, del libro Hypnerotomachia Poliphili("Batalla de amor en sueño"), novela de autor anónimo, escrita en una lengua compuesta de italiano, latín y griego, editada por Aldo Manuzio en Venecia en el año 1499. "El libro más hermoso que se haya impreso hasta nuestros días", a juicio de Calasso. "Libro único es aquel en el que rápidamente se reconoce que al autor le ha pasado algo y ese algo ha terminado por depositarse en un escrito", anota el editor italiano.
—¿Es posible hoy el libro único?
—Por qué no. Basta saberlo escribir. En la idea a la que llega Bazlen, es único también en la vida de la persona. Un buen ejemplo es Kubin, primer libro de la Biblioteca Adelphi, la única novela de un gran artista plástico, producto de una especie de delirio que le duró dos o tres meses. No es una entre muchas otras novelas; es algo que corresponde a una experiencia única. Todo eso pasa con muchos otros escritores.
—¿Autores vivos?
—Nunca se le pregunta a un editor sobre los autores vivos
—¿Es factible el libro único con el actual desarrollo tecnológico de la industria editorial?
—No ha cambiado casi nada. La industria del libro es más o menos como hace diez años, en términos generales. El e-book es una cosa que siempre va a estar al lado del libro. Se ha estabilizado. Tecnológicamente, un libro de papel es muy superior al e-book o cualquier otro dispositivo electrónico.
—¿Hace e-books?
—Sí, los produzco, pero nunca los leo.
Calasso reconoce que todo editor aspira a ser leído, pero ni siquiera se ilusiona con eso. "Hay libros que se entienden a la distancia de 30, 40 o 50 años. La relación no es inmediata, lo importante es que las cosas se hagan. Después, el efecto, la influencia son cosas imponderables", dice.
Asegura que la situación de la industria editorial es mala en toda Europa, porque hay una crisis económica generalizada. "El mundo editorial es un mundo frágil que, sin embargo, vive de esa fragilidad. Siempre ha sido así. Es cierto que se ha restringido un poco el área de las cosas que a nosotros más nos importan: hay una invasión de materiales modestos que ocupan nuestras librerías, pero se prosigue. No es un trabajo imposible, solo es difícil, pues tiene una base muy aleatoria", observa. "Como editor nunca he cambiado. He publicado libros con el único criterio de que nos gustaran mucho, y en Adelphi siempre el criterio ha sido el mismo", concluye.
(El ardor es de editorial Anagrama y lo distribuye localmente Gussi)
(El Mercurio/GDA)
http://www.elpais.com.uy/cultural/sacrificio-vedico-salva-islamico-pura-destruccion.html
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Una obra entre el cielo y la Tierra

VIERNES 05 DE JULIO DE 2013
Roberto Calasso (Florencia, 1944) es uno de los mayores escritores italianos de hoy. En 1961, cuando tenía veintiún años y era discípulo de Mario Praz, entró en la flamante editorial Adelphi, de Milán, gracias a la mediación del intelectual triestino Roberto Bazlen. Desde 1971 es su director. Paralelamente a su tarea de editor, desarrolló un vasto proyecto que indaga en la relación entre lo terrestre y lo divino. Con la publicación de La ruina de Kasch (1983) se impuso a la atención de la crítica por su modo particular de acercarse a la historia contemporánea. El análisis originalísimo de la Revolución Francesa a partir de los mitos antiguos, ya sea occidentales, ya sea orientales, lo aleja del discurso hegemónico que estudia la historia fuera de sus narraciones primigenias y que considera las leyendas antiguas como simulacros de una edad acabada. Calasso, en cambio, entiende el presente como una repetición cíclica del pasado y hace hincapié en el sentido originario de los mitos antiguos. Escribió:
La repetición es el invisible paso hacia atrás que acompaña cada gesto. Los historiadores se distinguen sobre todo por la capacidad que poseen de conjugarlo con la narración de los gestos y de las gestas invisibles. Pero, para llegar a esto, deben mezclarse sin prudencia con las sombras y emerger del pasado como desde el Averno. Michelet, Burckhardt, Warburg, Tocqueville...
A los volúmenes dedicados a la exploración de los mitos antiguos, Las bodas de Cadmo y Harmonía (1988) y Ka (1996), les siguieron otros tres dedicados enteramente a la búsqueda de lo sagrado en los albores de la modernidad: K.(2002), sobre la obra de Kafka; El rosa Tiepolo (2008), sobre el sentido oculto de la pintura del artista veneciano; La Folie Baudelaire (2010), sobre la prosa de arte del poeta francés y la inauguración violenta de un nuevo concepto de belleza. En 2010, publicó la séptima parte de su largo trabajo, El ardor (de próxima aparición en Anagrama), en el que regresa a los mitos védicos en una aguda relación con la cultura occidental. Mientras tanto, acaba de salir en Italia su libro L'impronta dell'editore ("La huella del editor"), que aparecerá en español en breve, en versión de Edgardo Dobry, traductor de sus últimas obras.
http://www.lanacion.com.ar/1597968-una-obra-entre-el-cielo-y-la-tierra

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