viernes, 29 de septiembre de 2017

Sarah Bakewell Cómo vivir. Una vida con Montaigne


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Un yo humilde y escéptico



Sarah Bakewell



Cómo vivir. Una vida con Montaigne





Traducción de Ana Herrera Ferrer, Barcelona, Ariel, 2011, 480 pp.

La autora británica Sarah Bakewell es profesora de escritura creativa en la londinense City University; a sus cuarenta y siete años y con otras dos obras publicadas, inéditas en español (The Smart y The English Dane), ha saltado a la fama gracias a esta magnífica y singular aproximación a la vida y la obra de Montaigne que ahora aparece en castellano. Críticos de prestigiosas revistas literarias e importantes suplementos culturales de habla inglesa la han puesto por las nubes, y en el ámbito hispanohablante seguro que ocurrirá igual, pues el libro se lo merece.
La figura del gentilhombre Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592) –oriundo de la región francesa del Périgord– ha gozado últimamente en España de cierto renacimiento gracias a la publicación en 2007 de una novedosa edición de su obra cumbre, Losensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), que ha visto la luz bajo el sello de la editorial barcelonesa Acantilado. Traducida con suma excelencia por J.Bayod Brau, esta nueva versión supera con creces cualquiera de las anteriores con las que contábamos en castellano (la más reciente databa de 1987). Poco después, también Acantilado publicó el extraordinario aunque breve ensayo que bajo el simple título de Montaigne escribió el gran escritor austríaco Stefan Zweig, y que en la actualidad es la única monografía con la que cuenta el lector hispanohablante que desee conocer la vida y la obra de autor tan imprescindible, pues este “Señor de Montaña” –como lo denominaba Quevedo, gran lector suyo– fue ni más ni menos que el “inventor” del género literario que conocemos bajo el nombre de “ensayo”.
Así que la presente biografía llega en buen momento, a la par que llena un clamoroso vacío, pues no contábamos con ninguna otra en castellano. Cómo vivirUna vida con Montaigne es un libro ameno y bien documentado. Bakewell domina la técnica de atrapar al lector desde las primeras páginas, pues nada más comenzar formula la pregunta de las preguntas, aquella que debemoshacernos todos los seres humanos siempre que aspiremos a ser algo más que simples animales: ¿Cómo he de vivir? Sócrates y Kant basaron gran parte de sus filosofías en responder a este interrogante, aunque tampoco hace falta ejercer de filósofo para plantearse semejante cuestión. La dificultad sobreviene al tratar de darle una respuesta adecuada, máxime cuando dicha respuesta habrá de traducirse en acción práctica y visible para nosotros mismos y para cuantas personas nos rodean. Bakewell sostiene que Montaigne supo cómo vivir y que su modo de vida puede servir de ejemplo en nuestros convulsos tiempos actuales; de ahí que la autora comience cada capítulo reiterando dicha pregunta: ¿Cómo vivir? Y que la respuesta sea en cada ocasión una actitud o un rasgo montaigneano, por ejemplo: Cuestiónatelo tododespierta del sueño de la costumbresé sociableve mundoten una habitación privada en la trastiendalee mucho y olvida lo leído, etc. Apoyándose en dichas rúbricas que encabezan cada capítulo del libro, Bakewell irá presentándonos los hechos más señeros de la vida de Montaigne, así como los rasgos más prominentes de su carácter, sin olvidarse de repasar someramente los acontecimientos históricos de la época.
La actividad literaria de Montaigne –a la que él se dedicó como a un simple hobby, sin pretensiones– comenzó con una epifanía: al igual que San Pablo, también a él le llegó la iluminación tras caerse de un caballo; contaba treinta y tres años y estuvo a punto de morir, mas el roce con la muerte lo convirtió en escritor. Se dio cuenta de que lo realmente importante es estar vivo, y que esa verdad única debía ser celebrada guardando su memoria. De manera que su tema debía ser su propio yo, su vida cotidiana, sus pensamientos, pequeños avatares y anhelos. Fue un escritor humilde, a pesar del asunto tan egocéntrico del que trataba, puesto que en su persona no había lugar para la vanidad. Al considerarse un hombre sencillo y común mostraba sus experiencias a modo de espejo en el que pudieran verse reflejados los demás hombres, ya que estaba seguro de que no existían grandes diferencias entre seres de la misma especie. Admirador de la obra de Plutarco y demás literatos de la Antigüedad, Montaigne escribía sobre todo aquello que le llamaba la atención: desde los caníbales hasta la educación de los niños, desde la amistad hasta la verdad de las fábulas antiguas o la existencia de monstruos marinos. Comenzaba reflexionando sobre una cuestión inicial para terminar explayándose sobre sus sentimientos e impresiones momentáneas, o comentaba sus enfermedades –las torturas físicas provocadas por sus cálculos en el riñón–, sus gustos sexuales o las inocentes delicias del juego con su gata.
Montaigne era de rancio y noble abolengo rural. Escribía retirado en el lugar que más amaba en el mundo, su biblioteca, instalada en una de las dos torres que flanqueaban su castillo solariego de la Dordoña, ubicado en medio de viñas y campos de labor. Atendía con displicencia los negocios, manejaba sin rigor los asuntos agrarios –en su castillo se producía un vino con denominación de origen– y se mantenía en muy buenas relaciones con sus subordinados y sirvientes. Disfrutaba de una vida sencilla y sin sobresaltos. No ocultaba esto en sus escritos, en los que jamás trató de maquillar sus debilidades, pues se sabía enteramente humano y hasta a veces se denomina a sí mismo un “simple ganso”. Era un sencillo mortal que merced a la mera conciencia de su fragilidad e insignificancia aprendió a gozar del evidente hecho de estar vivo, a apartar de su mente las ideas negativas y a abrazar lo bueno y positivo de esos pequeños instantes luminosos que de vez en cuando podemos robar a la existencia.
En suma, Montaigne nunca alardeó de sabiduría: “Infelices quienes sois sabios a vuestros propios ojos” fue uno de los lemas que había mandado grabar a fuego en las vigas del artesonado de su biblioteca; y otra sentencia más: “Los odres vacíos se hinchan de viento, los hombres, de presunción.” Nada hay más absurdo que creerse sabio, sostenía; y, sin embargo, sí que se alberga una suerte de sabiduría en la capacidad de aceptarse a sí mismo con los defectos y las pequeñas o grandes virtudes que se posean; ello nos capacita para aceptar el mundo tal cual es, con sus luces y sombras.
Debido a este talante sincero, humilde y antidogmático que Bakewellatribuye a Montaigne y que muy bien podemos extraer de la lectura de Los ensayos, la autora lo elige como “maestro de vida”. Sostiene que podemos aprender de él a pensar con autonomía. Montaigne amaba la libertad y regía sus actos con verdades simples y efectivas: huía de la gloria, la grandeza, la fortuna en demasía; consideraba que las mayores virtudes son las que se adquieren con la experiencia de la cotidianidad, que la buena salud y la inteligencia hacen felices al hombre y que la necedad y la ignorancia lo tornan infeliz y malvado. Montaigne no fue un “pensador” de grandes verdades, sino un individuo de pequeñas certezas. Elogiaba la buena salud porque durante gran parte de su vida padeció agudos cólicos de riñón. Pero hacia el final de sus días aprendió incluso a sonreír en medio de sus atroces sufrimientos y a deleitarse de antemano imaginando el goce que sentiría cuando remitieran. Admirador de los epicúreos antiguos, de los estoicos y los escépticos grecorromanos, asumió a su manera lo que más le gustaba de todos ellos: la capacidad para gozar de la vida de los primeros, el desapego de las posesiones de los segundos y la suspensión del juicio de los terceros. De esta manera el señor de Montaigne vivía como más le apetecía y del mismo modo también escribía sobre lo que le gustaba; dudaba de todo y no alardeaba de verdades concretas; nadie menos dogmático que él, nadie con menos rasgos de fanatismo o cabezonería ideológica. De aquí la admiración de Bakewell, como apuntábamos; pues esta manera de ser de Montaigne y la forma de explayarse en Los ensayos pueden servir como modelos y actitudes de vida en la actualidad. Hoy, cuando la individualidad extrema y la falta de compromisos parecen sinónimos de libertad, cuando la magia de internet posibilita la expresión sin trabas de tanto ego, conocer a Montaigne aportará quizás a sus lectores un temple dialogante, una actitud cortés ante la vida y los demás individuos; una cura de humildad y contra el fanatismo; en una palabra, más sentido común a nuestra relación con el mundo real.
Ciertamente, la semblanza de Montaigne escrita por Bakewell se lee con sumo placer. Percibimos el carácter del biografiado y nos seduce por su sencillez, valentía e idiosincrasia. Una gran ventaja del libro es que de inmediato queremos releer las páginas de Los ensayos  en las que el perigordino expresaba esto o aquello. Por lo demás, Bakewell no se limita a hacer hagiografía de su personaje, también nos adentra de manera concisa y somera en los avatares históricos de la terrible época de Montaigne: la Francia del Renacimiento tardío, abrasada por cruentas guerras de religión entre protestantes y católicos. La familia Eyquem Montaigne se mantuvo neutral en dichos conflictos;el propio Michel llegó a ser alcalde de Burdeos; buen diplomático y justo legislador, no tuvo que lamentar altercados bajo su mandato. Mas antes y después de aquel periodo Montaigne vivió muy de cerca –aunque sin inmiscuirse– los negros sucesos de la Noche de San Bartolomé y las guerras civiles consiguientes. Salió ileso de todo aquello gracias a su talante conciliador y a que vivía retirado en su propiedad rural, dedicado a sus escritos y a cuidar de sus viñedos.
Y uno más de los aciertos de esta obra rotunda lo conforma la extraordinaria información aportada por Bakewell sobre los avatares que ha sufrido la obra de Montaigne a lo largo de los siglos. A la vez que describe las peripecias por las que pasaron las diversas ediciones de Los ensayos, desde la establecida por Marie de Gournay –singular mujer, discípula y ahijada de Montaigne a quien Bakewell trata con cariño– hasta la posterior edición basada en el ejemplar de Burdeos, la autora narra la historia de la recepción de Los ensayos por parte de personajes importantes y del público en general; de cómo este libro extraordinario y originalísimo fue leído hasta la saciedad, tan elogiado como denostado y proscrito –tanto que se lo incluyó en el índice de libros prohibidos por el Santo Oficio y como “libro impío y maldito” permaneció hasta mediados del siglo XIX–. Pensadores tan relevantes como Pascal y Descartes despreciaron Los ensayos, mientras que Voltaire los admiró y Nietzsche los veneró de tal modo que afirmó que el hecho de que un hombre como Montaigne hubiera existido “aumenta el placer de vivir en este mundo”. El autor de Así habló Zaratustra afirmaba que con Los ensayos “uno está perfectamente preparado para aguantar con los pies firmes sobre la tierra”. A esta frase parece haberse ceñido Sarah Bakewell, cuyo presente libro ha de ocupar un lugar de relevancia en cualquier biblioteca que se precie junto a Los ensayos y el breve estudio de Stefan Zweig: nada más necesitarán cuantos deseen saber de aquel imperecedero autor que fue Michel de Montaigne. ~

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En el espejo de Montaigne

A Montaigne se llega por primera vez en un cierto momento de la vida y ya está volviendo siempre, o llegando siempre, porque siempre tiene algo de inédita bienvenida. Montaigne inventó una manera de escribir que antes de él no existía y unamanera de estar en el mundo que sigue siendo tan singular ahora como lo fue cuando él escribía, en la segundamitad del siglo XVI, en los años de las guerras de religión en Francia, cuando católicos y protestantes se dedicaban amatarse entre sí con un entusiasmo doble de salvación eterna y genocidio. A Montaigne lo imaginamos plácidamente retirado en su torre circular con las paredes llenas de libros y las vigas del techo adornadas con inscripciones en latín, levantando de vez en cuando los ojos de su escritorio para descansar la vista dejándola perderse en un fértil paisaje francés de viñedos y prados. Pero lo cierto es que ese paisaje estuvo atravesado con mucha frecuencia por tropas de fanáticos religiosos, cuadrillas de soldados sin paga entregados al pillaje, de gente enferma que huía de la peste y la iba propagando y agonizaba y moría a la orilla de los caminos.
En 1571, a los treinta y ocho años, hastiado de las obligaciones y las vanidades de la vida pública, el señor de Montaigne tomó la decisión de retirarse a cuidar de su casa y a leer los libros de su biblioteca. Escribir no entraba en sus planes; menos aún hacerlo de una manera nueva, con una naturalidad parecida a la del flujo del pensamiento o del habla, sin ningún plan y sin ningún propósito, sin el asidero de ninguno de los géneros respetables entonces. Como don Quijote unos años después, Montaigne se enfrenta al cambio formidable de sensibilidad que trae consigo una nueva tecnología de acopio y difusión del conocimiento: gracias a la imprenta, Montaigne, lo mismo que don Quijote, tiene a su disposición una cantidad inusitada de libros, unos mil volúmenes tan fáciles de ordenar como de leer, y es esa abundancia la que le permite sentirse gustosamente protegido y aislado y a la vez en contacto instantáneo con una red de interlocutores que se superpone a los límites del espacio y del tiempo. A don Quijote la catarata de la información impresa le hizo perder el juicio al trastornar en su conciencia los límites entre la realidad tangible y las poderosas realidades virtuales de la ficción. Montaigne, en lugar de perderse en las fantasías de otros, usó la lectura como unmétodo de examen de lo real, empezando por aquello que teníamás cerca, élmismo, y lo hizo tanteando, ensayando, tomando notas que al principio fueron poco más que citas copiadas de los libros. Dejaba de leer y escribía; estaba leyendo pero, a diferencia de don Quijote, no se dejaba subyugar del todo por las palabras impresas. La realidad le interesaba demasiado como para dejar de prestarle atención. Su inteligencia aguda pero también haragana y caprichosa no le permitía adentrarse demasiado en un solo tema que podría acabar en obsesión. De niño había aprendido a hablar latín antes que francés y conocía y amaba sobre todo a escritores latinos, pero fue el francés la lengua en la que prefirió escribir, quizás porque intuía que esa naturalidad a la que aspiraba sólo podría lograrse en el idioma de la gente común y de todos los días.
Como ocurre tantas veces, la originalidad de Montaigne no fue el fruto de una larga búsqueda consciente, sino de un hallazgo. Cervantes creyó que estaba empezando a escribir una breve novela cómica y se encontró escribiendo el Quijote. Proust progresaba más bien aburridamente en una diatriba contra el crítico Sainte-Beuve que en el fondo ya no le interesaba mucho y lo sorprendió de pronto la deflagración de las primeras sesenta páginas alucinatorias de En busca del tiempo perdido. Montaigne tomaba notas de lectura, sin concentrarse bien en nada, inquieto por las fantasías y las ensoñaciones sin sentido que provocaba en él la soledad, y descubrió una forma de escribir que se correspondía exactamente con la nueva materia inesperada que vio surgir ante sí: no los libros leídos, sino el reflejo de sí mismo que veía en ellos; no el fatigoso comentario erudito, palabras muertas agregadas sobre palabras muertas, sino una conversación que atravesaba el tiempo para suceder en el presente. Vivo en conversación con los difuntos / y escucho conmis ojos a losmuertos, podría haber escrito Montaigne. Lo escribió Quevedo, que fue lector suyo, y que también vivió recluido en una torre, aunque en circunstancias más adversas.
Pero era una escucha activa, no lúgubre ni reverencial, y estaba mezclada con el estrépito de la vida, para bien y para mal, con la alegría de la variedad de las cosas y de los seres humanos y con los horrores del fanatismo, de la sinrazón y la crueldad. Y su objetivo no es el conocimiento abstracto: es el deseo práctico de aprender a vivir y a morir. La mejor definición de lo que hizoMontaigne, lo que nos legó a todos los que hemos deseado aprender a vivir y a escribir gracias a él a lo largo ya de casi cinco siglos, la he encontrado en un libro de Sarah Bakewell que se publicó hace unos meses: "Escribir acerca de uno mismo para crear un espejo en el que otras personas reconozcan su propia humanidad".
Sarah Bakewell cuenta la vida de Montaigne no con los protocolos habituales de una biografía sino como un tratado divagatorio en el que cada uno de sus veinte capítulos lleva como título la misma pregunta repetida y veinte tentativas o ensayos de respuesta: ¿cómo vivir? De las actitudes personales y los escritos de Montaigne Sarah Bakewell va deduciendo una serie de proposiciones que están hechasmás de sugerencias que de normas, y que acaban siendo el boceto de una tradición viva que atraviesa los siglos y llega a nuestro presente: "No te preocupes demasiado por lamuerte"; "presta atención"; "somételo todo a examen"; "preserva una habitación propia"; "sé sociable y vive con los otros"; "despierta del adormecimiento de la costumbre"; "vive con templanza"; "preserva tu humanidad"; "haz algo que nadie haya hecho antes"; "asómate al mundo"; "haz bien tu trabajo, pero no demasiado bien"; "no quieras controlarlo todo"; "sé común e imperfecto"; "deja que la vida sea su propia respuesta"…
Bakewell divaga sobre Montaigne y sobre el linaje de Montaigne: desde Pascal, a quien sacaba de quicio su risueña aceptación de la incertidumbre, hasta Virginia Woolf, que encontró en su ejemplo la necesidad de la habitación propia donde una mujer puede escribir y la música de un estilo lo bastante flexible como para transmitir cadamatiz de la percepción y la consciencia. Tan discípulo de Montaigne es quien se explaya sobre símismo en un blog como lo fue Stefan Zweig al final de su vida, en 1942, al filo del suicidio, recién huido de una Europa todavíamás tenebrosa y sanguinaria que aquella en la queMontaigne se había esforzado en preservar lo que también entonces parecía destinado a extinguirse: el gusto de vivir, la curiosidad por lo distinto, el asombro respetuoso hacia la variedad de lo real, hacia la sagrada integridad humana.
How to Live, or, A Life of Montaigne (in one question and twenty attempts at an answer).Sarah Bakewell. Other Press, 2010. 400 páginas. www.sarahbakewell.com. Montaigne. Stefan Zweig. Traducción de Joan Fontcuberta, El Acantilado. 112 páginas. 14 euros. antoniomuñozmolina.es
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de enero de 2011


Cómo vivir o una vida con Montaigne, de Sarah Bakewell

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.
  
En el año de Cristo de 1571, a la edad de treinta y ocho años, el último día de febrero, aniversario de su nacimiento, Michel de Montaigne, muy cansado de las servidumbres de los tribunales y de los empleos públicos, aún entero, se retira al seno de las Vírgenes sabias (las Musas), donde tranquilo y libre de toda preocupación pasará lo poco que le quede de vida, ahora ya consumida en más de la mitad. Si el destino lo permite, completará esta morada, este dulce y ancestral retiro, y se consagrará a su libertad, tranquilidad y placer.


Con este texto, Montaigne (1553-1592), puso punto final a su relación con la vida pública. Y para ello, para que esa retirada a lo íntimo fuera lo más efectiva y placentera posible, habilitó en una de las torres de su castillo una biblioteca -por cierto, lo más lejos posible del cuarto de su esposa…-. Así, arropado por los libros y bajo el peso de las sentencias de los autores clásicos que mandó grabar en las vigas del techo, se dedicó a algo que hasta el momento no tenía precedente: meditar acerca de diferentes temas y experiencias sin saber más que el punto de partida, es decir, sin tener claro ni el camino ni la meta, un “método” que será el que dé título a su gran obra y que inaugura el género del ensayo. Y es que lo que Montaigne hacía con su pluma y su papel no era otra cosa que ensayar, es decir, ir probando rutas dejando que el texto fuera creciendo al calor de la escritura. Una manera de trabajar realmente curiosa y moderna, ya que lo que Montaigne hizo, y luego veremos en autores contemporáneos el mismo impulso, fue captar el movimiento de su conciencia, es decir, anotar en el papel el cauce de su fluir. Pero más allá de este método, de este ensayar, Montaigne destaca por haber creado una obra llena de vida y goce. Una obra en la que podemos encontrar, y eso es lo que nos propone Sarah Bakwell con esta biografía, una serie de respuestas a una pregunta decisiva: ¿cómo vivir? De esta manera, siguiendo el pulso de los autores clásicos, Montaigne pretende ofrecer a sus lectores una sabiduría, es decir, una arte sobre la vida y para la vida. Una sabiduría que se apoya en una síntesis brillante entre escepticismo, estoicismo, epicureísmo y cristianismo, de la que podemos extraer las siguientes máximas: no comprometerse con nada, asumir serenamente lo que ocurre, gozar y hacer gozar y confiar en que, en el fondo, la bondad es la que guía el mundo.

Los ensayos de Montaigne han estado siempre arropados por el éxito, y como prueba, no creo que haya otra mejor, llegaron a estar en el Index librorum prohibitorum et expurgatorum. Un reconocimiento que tuvo como resultado múltiples ediciones y numerosos ensayos sobre los Ensayos. Entonces, ¿qué aporta Sarah Bakwell?  Pues lo que aporta es que Cómo vivir o una vida con Montaigne es una biografía que sigue de cerca, que tiene como hilo conductor, las historias y experiencias que llenan de vida los Ensayos. De este modo, hace visible lo que estaba en la sombra, es decir, aquello que estaba implícito pero no dicho en el texto de Montaigne.

Cómo vivir o una vida con Montaigne, destaca por la fluidez de su estilo. Leerlo es deslizarse por un mosaico de experiencias que te llenan de gusto por la vida y, sobre todo, que enseñan que detrás de toda convulsión social, Montaigne padeció numerosos enfrentamientos entre protestantes y católicos, hay una soledad, un núcleo último, que estamos obligados a defender, a preservar de la barbarie, porque sólo desde él podrá la sociedad encontrar el equilibrio necesario para recuperarse. Y es en esta defensa, en esta lucha radical, es en donde Montaigne brille de manera especial y en donde resida, como ya lo señaló Stefan Zweig, su gran atractivo.
 http://www.culturamas.es/blog/2011/12/01/como-vivir-o-una-vida-con-montaigne-de-sarah-bakewell/

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