lunes, 4 de septiembre de 2017

Sin destino IMRE KERTÉSZ (Premio Nobel 2002 )

Si existe la libertad entonces no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino“.  (KERTÉSZ, Imre: Sin destino, Acantilado, pag. 260)
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Imre Kertész

Escritor húngaro nacido en Budapest en 1929, vástago de una familia judía. Contaba 15 años cuando fue deportado al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. El año 1945 fue liberado del campo de exterminio de Buchenwald. Siguieron después 15 años, hasta que Imre Kertész comenzó a trabajar en la novela Sin destino (1975). Cuando, después de diez años, concluyó el manuscrito, había escrito una de las obras literariamente más destacadas sobre el llamado holocausto, una obra maestra estremecedora y al mismo tiempo provocadora. Trabajó inicialmente como periodista, pero el diario para el que escribía fue declarado en breve tiempo órgano del Partido Comunista, y él fue despedido el año 1951. Ha escrito musicales y piezas amenas para la escena teatral, y después de publicar su libro Sin destino comenzó a trabajar como traductor. Ha traducido al húngaro a Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Hugo von Hofmannsthal, Elías Canetti, Ludwig Wittgenstein, Joseph Roth, Arthur Schnitzler, Tankred Dorst y otros muchos. El prestigio de que goza Imre Kertész es fiel reflejo del expresivo vigor filosófico con el que se enfrenta a la vida. Cuenta entre los escritores del presente siglo que han devuelto a la tarea narrativa su honda seriedad vital. El no quiere emplear para sus narraciones la levedad de la invención poética. Conoce bien la gravedad de un relato que no se aparta de la vida, sino que permanece firme ante ella, plena de inquietud existencial y de tensión intelectual. La terrible experiencia del campo de exterminio constituye el horizonte de su incansable meditación. Hay que tomar también en serio a Imre Kertész en sus nocturnos paseos intelectuales. Este escritor no gusta de filosofar a la luz diurna de los tratados lógicos o ensayísticos. Prefiere a ella la oscuridad protectora y reveladora propia de la narración. No será posible superar la consternación que se apodera del lector cuando recorre las páginas de Sin destino, si acaso, reprimirla. Pero si aprenderá a comprenderla si está dispuesto a seguir a Imre Kertész en su línea de pensamiento. Sus novelas son una reflexión profunda de toda una vida, y muy cercana a esta, sobre el destino y la falta del mismo, sobre la libertad y la angustia de sobrevivir, sobre el sistema y la moral. Sin destino, es una de las obras más importantes de la literatura europea de este siglo. Ha escrito también, la novela El fracaso (1988), Un instante de silencio en el paredón (1998) y Kaddish para un niño no nacido (2001), así como el Diario de la galera (1992) y el diario Yo y el Otro (1997). En el año 2002 fue galardonado con el premio Nobel de literatura, siendo el primer escritor húngaro que lo consigue. © Eberhard Rathgeb
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ENTREVISTA:IMRE KERTÉSZ | ESCRITOR | 55º FESTIVAL DE BERLÍN

"Contemplo mi existencia como una obra de arte"


Berlín 
En Berlín todavía resuenan los ecos del viaje al Holocausto que experimentó el público del festival de la mano de Imre Kertész, el premio Nobel de Literatura húngaro que presentó el martes su propia adaptación al cine de su novela Sin destino. El horror se fue endulzando con un múltiple baile de estrellas como Anjelica Huston y Cate Blanchett, protagonistas junto a Bill Murray de La vida acuática con Steve Zissou, de Wes Anderson, que se exhibió ayer en la sección oficial junto a la francesa Las palabras azules, de Alain Corneau, que cuenta con Sergi López en uno de los papeles principales. También la Berlinale fue escenario para el pop con la presencia de George Michael, que mostró un documental sobre su vida y su carrera.
No le ha costado volver a aquellos territorios del horror para reconstruirlos en imágenes. Imre Kertész (Budapest, 1929) ha conseguido congelarlos en una distancia larga, pero con una presencia constante en su vida y ha sido siguiendo ese camino, del que pocas veces se ha desviado, como ha llegado a escribir el guión de su novela Sin destino, planteándoselo como un ejercicio artístico y no de exorcismo personal. El escritor húngaro, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 2002, dice que una de las razones por las que consigue sobrevivir a experiencias como las suyas sin perder la lucidez es transformando su vida en trabajo. "No ha sido doloroso llevar al cine Sin destino porque contemplo mi existencia como una obra de arte. Lo que me ha pasado se ha convertido en eso", dice Kertész.

"Escribo novelas, ensayos, y así es como saldo las cuentas con lo que he vivido. Mi honestidad es lo único que puedo ofrecer"
"Con el Holocausto se derrumbaron todos nuestros valores, nuestros ideales, y eso no afecta sólo a una nación, afecta a la civilización"
"En Hungría existe el trauma de creer que la libertad de que gozamos no fue conquistada por nosotros, lo que provoca amargura"


Nagy, vigilado por su madre, estampa su autógrafo con paciencia infinita sobre una montaña de libros de Kertész a modo de dedicatoria y en muchos tipos de ediciones diferentes, en húngaro y en alemán, de
 Sin destino. Enfrente, en una habitación de un hotel cercano a la sede de la Berlinale, donde se presentó la película el martes en concurso y después de haber sido incluida a última hora, el autor de Liquidación está sentado en un sofá. Nagy dice que vio casi todas las películas sobre el Holocausto que pudo, desde La lista de Schindler a El pianista, pero que, sobre todo, fue el escritor quien le enseñó muchas cosas, habló mucho tiempo con él y se lo contaba "con sentido del humor". Pero es que puede que sea la única forma de hacer digerir una historia como la de Sin destino, muy autobiográfica, y que relata el viaje al espanto de un niño judío húngaro en las puertas de la adolescencia con escalas en Buchenwald o Auschwitz.Llegó el martes a Berlín para presentar la película, que ha dirigido su compatriota Lajos Koltai, más conocido en el mundo del cine como operador de películas de Giuseppe Tornatore o de Ivan Szabo. Junto al autor y al director también ha viajado el protagonista de la historia, Marcell Nagy, un muchacho de 13 años que se ha tenido que enfrentar a una verdad dolorosa como fue la experiencia de los campos de concentración sin que apenas supiera de lo que es capaz el hombre.
Kertész dice que ayudó al muchacho a comprender ese mundo con una fórmula infalible: "Con honestidad. Yo me limito a hacer lo que puedo, escribo novelas, ensayos y así es como saldo las cuentas con lo que he vivido. Mi honestidad es lo único que puedo ofrecer".
La honestidad, la distancia, la escritura, le fueron curando ese sentimiento que llevaba en los ojos al volver a su casa después de aquella atrocidad, y que es lo que responde el niño en la película a un compatriota cuando se lo pregunta en el tranvía. "Rabia", contesta. Normal, porque cuando te dejan en pie durante días, formando una fila absurda en un estercolero hasta que desfalleces después de aguantar de pie balanceándote para no claudicar, cuando duermes junto a la muerte y lo ocultas para conseguir doble ración de pan por la mañana, cuando el hambre te ha vencido y lo ofreces todo a cambio, cuando te amontonan desnudo junto a una cordillera de cadáveres bajo una lluvia que no eres capaz de sentir, es difícil que te invada algo diferente a la rabia.
Sin embargo, Kertész no demoniza a nadie. Afirma que su obsesión era sacar conclusiones positivas de aquel sufrimiento y que ése es el mensaje de Sin destino. No reparte culpas ni maldice a ningún pueblo. "Poner las cosas en perspectiva es difícil, pero no debemos radicalizar. El Holocausto no debe reducirse a que fue un enfrentamiento entre dos pueblos, es una gran tragedia europea, una experiencia de nuestro continente. Con el Holocausto se derrumbaron todos nuestros valores, nuestros ideales, y eso no afecta sólo a una nación, afecta a la civilización, a todos los totalitarismos que se vivieron en el siglo XX y se viven en el XXI", asegura.
Todos los horrores, los abusos, las matanzas indiscriminadas son un Holocausto para él. Pero no quiere exagerar con otros signos de idiotez humana como los resurgimientos neonazis en Europa, y concretamente en Alemania, donde el domingo los ultraderechistas salieron a las calles de Dresde para intentar dar la vuelta a la historia. "No me preocupan. En Europa existe un consenso indiscutible sobre este asunto. Creo que hemos aprendido bastante y no debemos alarmarnos", afirma, aunque puntualiza: "Tampoco ha cambiado mucho el mundo desde Auschwitz. Es cierto que después de la II Guerra Mundial la sociedad se hizo más naïf y se rodeó de simpleza, seguramente para olvidar, y que quizás se hayan pasado por alto algunas cosas cruciales, pero no veo razones para que un país como Alemania, tan estable ahora, vuelva a fallar".
Se siente con fuerza moral para ver el lado positivo de las cosas. No deja de sonreír, es de una amabilidad serena y muy pausada, reflexivo y observador. Pregunta a menudo si las respuestas satisfacen a su interlocutor y le gusta llamar a sus personajes héroes, aunque desborden un tormento de azufre autodestructivo como los de su última novela, Liquidación, que ofrece una lectura mucho más negra del estado anímico de su país desde el presente que otras obras suyas. "En Sin destino, el héroe nos enseña el horror de su experiencia y quiere sacar conclusiones positivas de todo aquello, pero en Liquidación el tiempo cambia, son los noventa en Hungría, después de la transición, y trata sobre personas que no logran escapar de su pasado heredado, porque en mi país la gente todavía no está preparada para ajustar cuentas con todo eso y existe el trauma de creer que la libertad de que gozamos no fue conquistada por nosotros, lo que provoca amargura".
Piensa que es un caso similar a lo que muchos españoles sienten al recordar a Franco muerto en la cama. "Si en España empiezan ahora a poder abordar eso, la verdad es que nos hace falta tiempo. Será cosa de una generación, por lo menos, pero hace falta que la siguiente sea lo suficientemente valiente como para afrontarlo", asegura el escritor.
Él sigue indagando sobre la propia experiencia y prepara su autobiografía. Está disfrutando con ella y quiere dejar claro que el Nobel no le ha caído como una losa que afecte en lo más mínimo a su manera de escribir. "Siempre he escrito como he querido y seguiré haciéndolo así", afirma. Su nueva obra autobiográfica la plantea como un drama en el que dos amigos conversan: "Uno soy yo, y el otro, mi otro yo. Llevo ya avanzada la mitad y es como un médico al que le cuentas cosas fascinantes en conversaciones directas y claras. Así he ido descubriendo que he podido ser testigo de una gran era".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 17 de febrero de 2005
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Sin destino

IMRE KERTÉSZ

Traducción de J. Xantus Fzarvas.Círculo de Lectores, 2001. 238 páginas, 1.990 pesetas. KADDISH POR EL HIJO NO NACIDO Traducción de A. Kovacsics. El Acantilado. Barcelona, 2001. 147 páginas., 1.600 pesetas

Kertész es uno de los intelectuales más sólidos de Europa. Estos dos libros certifican que hay algo que puede salvar al hombre no ya del totalitarismo, sino de la cultura que él mismo ha producido

RAFAEL NARBONA | 21/03/2001 |  


La chimenea de Auschwitz se ha convertido en el símbolo del mal radical y el hilo de nuestra memoria no cesa de regresar a esa imagen, buscando una causa capaz de explicar la transformación de seres humanos en columnas de humo. Ernst Nolte afirma que no había ninguna crueldad en este procedimiento. Simplemente, se trataba de eliminar a los responsables de un rumbo histórico indeseable. Imre Kertész sólo era un adolescente que vivía en Budapest, cuando Eichmann realizó el milagro burocrático de enviar en unos pocos meses a 325.000 judíos húngaros a los Lager alemanes. Kertész era judío, pero no descubrió lo que eso significaba hasta que sufrió la experiencia de la deportación. Su estancia en Auschwitz fue muy breve (apenas tres días); el resto de su cautiverio lo pasó entre Buchenwald y Zeitz. Ese traslado significó el paso de un Vernichtungslager (campo de exterminio) a un Arbeitslager (campo de trabajo). Kertész podía haber relatado su experiencia en forma de autobiografía, imitando los procedimientos de Primo Levi, Steinberg, Améry o Klöger, pero ha preferido crear un personaje imaginario para recrear su peripecia. Las semejanzas entre Kertész y Gyürgy Küves, que es el protagonista de Sin destino (una obra que cuando se publicó en 1975 pasó desapercibida), son muy acusadas, pero, a fin de preservar la distancia y la ironía del relato, construyó a un personaje “que no se le pareciera”. Su intención es preservar la memoria de lo que sucedió, sin incurrir en sentimentalismos que falsifiquen su experiencia. Además, Kertész percibe la escritura como ese trabajo que le aleja de la posibilidad del suicidio en que se hundieron Celan, Borowski o Levi.

La novedad de Sin destino es la perspectiva desde la que se relata la tragedia de los judíos húngaros. Gyürgy Küves es un adolescente que está descubriendo el amor a través de los besos clandestinos de una vecina cuando comprende lo que significa ser judío: no es una diferencia innata, sino una distinción impuesta por los otros. Aunque al principio vive su deportación como algo insólito y festivo, no tardará en descubrir el sentido profundo del Lager: destruir cualquier forma de intimidad, confundir la humillación con la justicia, borrar la identidad individual mediante el deterioro físico, transformar el tiempo en un continuo homogéneo, donde carece de sentido realizar proyectos. La maquinaria del campo cumple su función y Gyürgy se convierte en un “musulmán”, que es el nombre que se utilizaba en el Lager para referirse a los que ya no muestran ningún interés en sobrevivir.

Kaddish por el hijo no nacido (1990) mezcla relato y reflexión. Por un lado, el protagonista relata el hundimiento de su matrimonio y su decisión de no tener hijos. Por otro lado, la obra profundiza en los ensayos reunidos en Un instante de silencio en el paredón (1998), donde se aúnan memoria y comprensión para explicar la existencia de Auschwitz. Al igual que Benjamin, Kertész opina que hay que recuperar el pasado en sus formas de fracaso o derrota para abrir un espacio en la utopía. El olvido sólo consolida la interpretación de la historia de los vencedores. El Holocausto (un término que horrorizaba a Levi y a Kertész, pues Shoah, en hebreo, significa “ofrenda a Dios”) no es un brote exacerbado de antisemitismo más, sino una matanza que revela la verdadera naturaleza del poder. Kertész coincide con Arendt en que el antisemitismo no es la causa del genocidio. La clave hay que buscarla en la naturaleza de nuestra cultura. Auschwitz no es una anomalía histórica, algo irracional o irrepetible, sino la esencia de una cultura basada en un poder político que se ejerce sobre el cuerpo y el alma. Foucault llamó a este procedimiento “biopolítica” y señaló su conexión con la educación, el manicomio y la cárcel. Kertész percibe esa misma continuidad. Cuando habla del internado en que pasó sus primeros años, escribe: “Auschwitz me pareció una exacerbación de las mismas virtudes para las cuales me educaron desde la infancia”. Lo más trágico es que la autoridad del padre no está muy lejos de esa perversión. De ahí que Kertész renuncie a la paternidad como “la posibilidad de otra existencia”. Se trata de no perpetuar un “orden mundial” que se apoya en un “miedo bien organizado”. Esta resolución implica la exclusión y la soledad. Kertész repudia “la integración total en lo existente”. Se instala en los márgenes de la historia y certifica el fracaso de una cultura que gira sobre la culpabilidad, el temor y la vergöenza.

Giorgio Agamben señala que la figura del “musulmán” es la mayor abyección del nazismo. Se trata de un hombre destruido, sin esperanza, “sin rostro ni palabra”, que nos ofrece un testimonio privilegiado de lo inhumano. Kertész es uno de los intelectuales más sólidos de Europa, pero también fue un “musulmán”, un “no-hombre”. Estos dos libros (El Acantilado anuncia la recuperación de Yo, otro, 1997) certifican que hay algo (Kertész habla de un “concepto puro”; Marina, más clásico, evoca la “dignidad”) que puede salvar al hombre no ya del totalitarismo, sino de la cultura que él mismo ha producido. 

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