Hiroshima, mon amour (1959)
Marguerite Duras
Georges Delerue, Giovanni Fusco
Sacha Vierny, Takahashi Michio (B&W)
Coproducción Francia-Japón
Uno de los movimientos más indelebles en la historia de la cinematografía mundial fue La Nouvelle Vague francesa, también conocida como la Nueva Ola, el movimiento que inauguraba lo que a la postre se conocería como cine moderno. Aportes como el montaje, la manera en que se manejaba la cámara, la recordada técnica de cámara en mano, narraciones en off, nutrieron el cine de los primeros lustros acabada la segunda guerra mundial. Tres fueron los filmes angulares del movimiento: A Bout de Souffle (1959), de Godard, Los 400 Golpes (1959), del genial Truffaut, y esta cinta, Hiroshima, Mon Amour de Resnais. Quizás el menos comprometida con los principales lineamientos y directrices mencionados, el presente filme se erige como una de las primeras fuentes de renovación cinematográfica, y rebosa asimismo de un poderoso mensaje pacifista, acorde con el momento histórico de entonces, y además repotenciado por una desbordante poesía, poesía audiovisual, invaluable efecto que se logra gracias al aporte de una fuente providencial en la solidez de esta excelente cinta. Me refiero al elemento primigenio, el elemento inicial, la obra literaria en que se inspira el filme, el libro homónimo de Marguerite Duras, el cual nos traslada a la historia de Elle, una actriz francesa que está grabando un documental sobre la terminada segunda guerra mundial en Hiroshima, escenario de la bomba atómica, y ahí tendrá efímero pero intenso idilio con un japonés, que le hará rememorar un anterior romance con un nazi durante la ocupación germana en Francia. Con esa vertiente como hilo narrativo, nos adentramos en el severo viaje que es la cinta.


Resnais alcanza con su filme algo sublime, algo que se dice fácil pero que no se realiza de la misma forma, es hacer al cine hablar, hacerlo hablar sin palabras, teniendo para ello invaluable aliado en el apartado musical, esto se vuelve patente sobre todo en los primeros segmentos del filme, resurgiendo en algunos pasajes posteriores. Así, la inicial mudez de los personajes habla a través de la música. Se abre paso, y se abre paso a través de la inserción del poderoso texto, el poema inicial de la francesa Duras es lo que rompe el hielo, poderoso meollo poético, cuyos versos nos introducen al atemporal mundo del filme. Los metafísicos versos de la Duras nos abren las puertas al espectáculo de imágenes que se avecina, la poesía se anexa a lo carnal, fundiéndose en una poesía cinematográfica que tiene su cimiento visual en las intensas escenas de los amantes, a quienes inicialmente no reconocemos como dos individuos separados, pues actúan como una unidad, fundidos el uno con el otro. Es esta característica la que escinde al presente trabajo de los otros dos mencionados filmes, a los que muy usualmente se hermana la comentada cinta, y es que, al margen del aporte o novedad técnica y narrativa aquí encontrados, tenemos el aporte mencionado líneas antes, y es la poesía, la forma en que el guión, obra y gracia de Marguerite Duras, va guiándolo todo. Resnais nunca se consideró a sí mismo un mecenas de la Nueva Ola, rechazó ese para muchos bien ganado lugar, y protestaba contra el rígido realismo psicológico imperante en las adaptaciones literarias al cine por parte de sus camaradas cineastas de entonces. Paradójicamente, Resnais, en este filme, más que realizar lo que reclamaba a sus colegas, esto es, aportar, más que traducir texto literario al cine, termina haciendo precisamente eso, darle espacio a los escritos literarios, deja que éstos imperen en la cinta, y la poesía se vuelve el hilo argumental, el hilo narrativo, la clave para entender la intencionalidad del filme, una suerte de bizarra oda al olvido; pero Resnais lo hace en pro de la cinta, y en efecto, al darle libertad al texto, al permitirle llevar la batuta narrativa, impregna a su trabajo de la intensidad, la nostalgia, la belleza y la autenticidad del testimonio poético de la Duras, testigo de primera mano de la pesadilla de la guerra. Esto se siente particularmente en el preámbulo, el inicial segmento del filme.
En esta primera secuencia, apreciaremos a una fémina siempre ávida de conocerlo todo, deseosa de haberlo visto todo ya, pero prontamente su amante revienta la burbuja, afirmándole que ella en realidad no ha conocido nada, que no ha visto nada. Pero aunque Lui, él, se esmera en ello, en tratar de borrar sus recuerdos, sin darse cuenta él mismo se vuelve humana y viviente prolongación de los mismos, él prolonga sus vivencias, se prolonga el amor por Elle, ella, experimentando, ahora en la forma de un japonés militar, y Resnais juega con la plástica para materializar la continuidad, la unidad de ambos hombres, particularmente con las imágenes de las manos de los oficiales; la continuación, la prolongación del amor para Elle es pues flagrante, y correcto es el recurso por el francés cineasta utilizado. Es poderoso el efecto que consigue Resnais, combinando la bella poesía francesa, con las más bizarras imágenes de la destrucción generada por la furia nuclear, ciertamente la realidad supera a la ficción, y así veremos sórdidas imágenes, mezclas de planos de un ojo vaciado, desfiguraciones varias, todo conciliado con las perennes imágenes de los amantes, y es que un amor está naciendo mientras nosotros recapitulamos, recapitulamos ayudados por ella. Severo claroscuro temático el que construye Resnais, al interminable desfile de desolación humana y las ruines consecuencias de la guerra, a las pilas de cadáveres y extremidades humanas cual carnicería de hombres, se amalgaman nuestros protagonistas, materializando su acto de carnal amor. Terminado ese mórbido collage, ese preludio -que, dicho sea de paso, es una de las representaciones de la devastada Hiroshima que más destacado realismo y crudeza tiene, sobre todo considerando lo reciente que estaba todo lo sucedido-, comienza Lui con el interrogatorio sobre su extinto competidor, comienza la doble narración, el doble hilo argumental se va articulando, cimentándose en los amargos recuerdos de Elle. Resnais abandona un ya bifaz mosaico narrativo, dos amantes en intenso coito, sumados a las purulentas imágenes de muerte, por la segunda narración a dos bandas, nuevamente los amantes, por supuesto, sumados ahora a los amargos recuerdos de ella.

