martes, 29 de agosto de 2017

JOSEPH ROTH uno de los mayores escritores centroeuropeos del siglo XX.





"El infierno en la tierra"
por Joseph Roth

El Acantilado publicó La filial del infierno en la tierra, libro que recoge los artículos y cartas de Joseph Roth escritos durante su exilio en París. Puedes ver una selección compuesta por tres de ellos, en los que Joseph Roth avisa premonitoriamente, desde el mismo año de 1933, sobre la verdadera naturaleza del régimen nazi.
"Ha llegado el momento de irnos. Quemarán nuestros libros, pensando en nosotros. Si uno se llama Wassermann, Döblin o Roth no puede esperar más. Tenemos que marcharnos, para que sólo prendan fuego a los libros." Es lo que, según testimonio de un amigo, manifestó el escritor austriaco Joseph Roth en junio de 1932. Medio año después, el 30 de enero de 1933, abandonó Berlín, la ciudad en la que había pasado la mayor parte de los doce últimos años. No volvería a pisarla. El 10 de mayo de 1933 su pesadilla se hizo realidad: los libros de los autores "proscritos" ardieron en las calles. En el exilio en París y durante los seis años siguientes, hasta su muerte en 1939, apareció más de la mitad de su obra: algunas de sus novelas más importantes, como Confesión de un asesino, La cripta de los capuchinos La leyenda del santo bebedor, y un buen número de artículos que sobre el totalitarismo y la dictadura en general y contra el régimen nacionalsocialista en particular escribió para distintas revistas y periódicos. Nadie lo hizo con tan inflexible claridad y convincente energía, con tanta pasión y a la vez desde la independencia. En La filial del infierno en la tierra (Kiepenheuer & Witsch, Colonia, 2003; El Acantilado, Barcelona, 2004) se han reunido por vez primera la mayor parte de esos artículos políticos y cuatro de las cartas que con el mismo tema dirigió a su amigo Stefan Zweig. La fuerza de una de las voces más originales de las letras alemanas se percibe ya desde algunos de los títulos de estos textos: "La muerte de la literatura alemana", "Auto de fe del espíritu", "Los judíos y los nibelungos", "El mito del alma alemana", "El orador apocalíptico", "El bozal para escritores alemanes" o "El enemigo de todos los pueblos". Enemigo que no es sino la indiferencia frente a las atrocidades que se cometen en el terreno de lo humano.•  B. V. M.
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El Tercer Reich, la filial del infierno en la tierra

Desde hace diecisiete meses nos hemos acostumbrado a que en Alemania se vierta más sangre que tinta emplean los periódicos para informar sobre esa sangre. Es probable que el amo de la tinta de imprenta alemana, el ministro Goebbels, tenga más cadáveres sobre su conciencia, si es que la tiene, que periodistas a su disposición para echar tierra sobre la mayor parte de los muertos. Pues se sabe que la misión de la prensa alemana consiste no tanto en publicar hechos, sino en ocultarlos; no sólo en difundir mentiras, sino también en sugerirlas; no sólo en confundir al mundo —el resto de este mundo raquítico que aún posee una opinión pública—, sino también en obligarle a aceptar las noticias falsas con una ingenuidad desconcertante. Nunca hasta ahora, desde que se derrama sangre en este planeta, ha habido un asesino que se haya lavado las manos ensangrentadas con tanta tinta de imprenta. Nunca hasta ahora, desde que en este mundo se miente, ha tenido un mentiroso tantos y tan potentes altavoces a su disposición. Nunca hasta ahora, desde que se cometen traiciones en este mundo, un traidor fue traicionado por otro aún mayor, nunca se vio semejante concurso de traidores. Pero tampoco jamás esa parte del mundo que hasta ahora nunca se había hundido en la noche de la dictadura quedó cegada hasta tal punto por el rojizo brillo infernal de la mentira, aturdida hasta tal punto por el estrépito de la mentira, ni tan sorda como ahora. Porque desde hace siglos se ha acostumbrado uno a que la mentira se cuele de puntillas, sin hacer ruido. Sin embargo, el más sensacional invento de las modernas dictaduras consiste en haber creado la mentira estridente, basándose en la hipótesis, acertada desde el punto de vista psicológico, de que al que hace ruido se le concede el crédito que se niega a quien habla sin levantar la voz. Desde la irrupción del Tercer Reich, a la mentira, contradiciendo el refrán, le han crecido las piernas. Ya no sigue a la verdad pisándole los talones, sino que corre por delante de ella. Si hay que reconocer a Goebbels alguna obra genial, sería la de haber sido capaz de hacer que la verdad oficial cojeara tanto como él. Ha prestado su propio pie equinovaro a la verdad oficial alemana. El hecho de que el primer ministro de la Propaganda alemán cojee no es una casualidad, sino una broma consciente de la Historia.. .
 Sin embargo, hasta ahora esta ingeniosa ocurrencia de la historia universal tan sólo ha sido advertida por los corresponsales extranjeros en raras ocasiones. Pues es un error creer que los periodistas de Inglaterra, de América, Francia, etcétera, no caen en manos de los altavoces y de los transmisores de mentiras alemanes. También los periodistas son hijos de su tiempo. Es una equivocación creer que el mundo tiene una idea exacta de lo que es el Tercer Reich. El corresponsal, que tiene que dar fe de los hechos, se inclina devoto ante el fait accompli (el hecho consumado) como ante un ídolo, ese fait accompli que incluso reconocen los políticos, monarcas y sabios, los filósofos, profesores y artistas que detentan el poder y gobiernan el mundo. Aún hace diez años un asesinato, da igual dónde y contra quién se cometiera, habría estremecido al mundo entero. Desde los tiempos de Caín la sangre inocente que clamaba al cielo se escuchaba también en la tierra. Aún el asesinato de Matteotti —¡y no ha pasado tanto!— causó horror entre los vivos. Pero desde que Alemania acalla el grito de la sangre con sus altavoces, éste ya no se escucha en el cielo, sino que se difunde en la tierra como una noticia habitual de la prensa. Se ha asesinado a Schleicher y a su joven esposa. Se ha asesinado a Ernst Röhm y a muchos otros. Muchos de ellos eran asesinos. Pero el castigo que han recibido no es justo, sino injusto. Unos asesinos más astutos y más rápidos han matado a los menos astutos y más lentos. En el Tercer Reich no sólo Caín mata a Abel a golpes. También un super-Caín mata al simple Caín. Es el único país del mundo en el que no hay asesinos a secas, sino asesinos elevados a la enésima potencia.
  Y como queda dicho, la sangre derramada clama a ese cielo en el que no se reúnen los corresponsales —criaturas terrenales—. Ellos se reúnen en las conferencias de prensa de Goebbels. No son más que seres humanos. Aturdidos por los altavoces, desconcertados por la velocidad con la que de pronto, y contra todas las leyes de la naturaleza, una verdad renqueante se pone a correr y con la que las cortas piernas de la mentira se alargan de tal modo que a paso de carga adelanta a la verdad, estos periodistas comunican al mundo sólo aquello que les notifican en Alemania, y no tanto lo que ocurre en Alemania.
  Ningún corresponsal puede hacer frente a un país en el que, por primera vez desde la creación del mundo, no sólo se producen anomalías físicas, sino también metafísicas: ¡monstruosas creaciones del infierno! Tullidos que corren; incendiarios que se prenden fuego a sí mismos; fratricidas que son hermanos de asesinos; demonios que se muerden su propio rabo. Es el séptimo círculo del infierno, cuya filial en la tierra lleva por nombre "Tercer Reich".
Pariser Tageblatt. 6 de julio de 1934


  Europa sólo es posible sin el Tercer Reich

Sigue habiendo —incluso hoy día— un anhelo, una nostalgia de solidaridad europea, una solidaridad de la cultura europea. La solidaridad misma por desgracia ya no existe, a no ser en los corazones, en la conciencia, en las mentes de algunos grandes hombres en el seno de cada nación. La conciencia europea —me gustaría llamarla la "conciencia cultural de Europa"— empezó a atrofiarse en aquellos años en los que despertó el sentimiento nacional, la conciencia nacional. Se podría decir que el patriotismo ha asesinado a Europa . El patriotismo es particularismo. Un hombre que ama su "nación" o su "patria" por encima de todo, revoca la solidaridad europea. Amar significa valorar el objeto amado, más aún, sobrevalorarlo. Amar con los ojos abiertos, es decir, con capacidad crítica, es algo de lo que sólo son capaces algunos hombres, los elegidos. A la mayoría de las personas el amor las vuelve ciegas. La mayoría de las personas que aman su patria o su nación son unos pobres ciegos. No sólo no están en condiciones de ver los típicos errores de su nación y de su país, sino que incluso tienden a considerar esos errores como un modelo de virtudes humanas. Y a eso, con mucho orgullo, se le llama "conciencia nacional".
  No obstante: la cultura europea es mucho más antigua que las naciones europeas. Grecia, Roma e Israel, la cristiandad y el Renacimiento, la Revolución Francesa y la Alemania del siglo XVIII, la música supranacional austriaca y la poesía eslava, todas esas fuerzas han moldeado la faz de Europa. Todas esas fuerzas han configurado la solidaridad europea, la conciencia cultural de Europa. Ninguna de esas fuerzas conoció las fronteras nacionales. Todas ellas son enemigas naturales del poder bárbaro, del llamado "orgullo nacional".
  El estúpido amor por el "terruño" mata el amor a la tierra. El orgullo por haber nacido en un determinado país, en el seno de una nación determinada, destruye el sentimiento universal europeo. Se puede o amar a todos los pueblos en la misma medida o anteponer uno solo a todos los demás. Es decir, se puede ser europeo o un "patriota" ciego... Y la mayoría de los patriotas son ciegos, tienen que estar ciegos, como tienen que estarlo los enamorados. Si no estuvieran ciegos, no estarían enamorados.
  Me invitan ustedes a decir si es posible salvar la cultura europea. ¡Sin duda alguna! ¡Incluso hoy día!
     Teniendo en cuenta el peligro —nada desdeñable— de que sus lectores me tomen por un "utópico ajeno al mundo", me permito proponerles mi receta:
    1. Se acuerda, se establece en un lugar reconocido por todos —aún hoy— que cualquier "orgullo nacional", cualquiera que sea, es un disparate y su invocación una muestra de mal gusto.
     2. Se decreta en Ginebra, en la Sociedad de Naciones, que todos los hombres de todas las razas son iguales y se prohíbe a esa nación que no comparte esta opinión el ingreso en la Sociedad de Naciones .
     3. S e prohíbe a la actual Alemania, al Tercer Reich por lo tanto, gozar de la misma dignidadde la que pueden vanagloriarse todas las naciones europeas. Porque, de todos los países y pueblos europeos, Alemania es el único que proclama su supuesto derecho a una misión especial. Se aísla a Alemania: entonces la solidaridad europea quedará establecida . En la actualidad sólo hay un enemigo de la solidaridad europea. Ese enemigo es el "Tercer Reich". Ese enemigo es Alemania.
     Ruego a los lectores que no me acusen demasiado rápido de "resentimiento" o de algún tipo de "odio". Sería mejor guardarse de esa falsa "objetividad" que al fin y al cabo lleva a abrir las puertas también a los asesinos, para que no echen en cara a sus víctimas que no han actuado con lealtad.
     No siento ningún odio hacia Alemania, más bien desprecio. La alusión al pasado de Alemania me parece ridícula e infantil. Desde 1870 Alemania se diferencia de la vieja Alemania aún más que la moderna Grecia de la antigua. No se reconoce a un ministro griego de hoy por el hecho de ser un compatriota de Pericles. De modo que dejemos de una vez por todas de deducir del gran pasado alemán la esperanza en un gran futuro alemán. Más semejanza existe entre Venizelos y Aquiles de la que puedan tener Goebbels, Göring y Hitler aunque sólo sea con Hagen de Trónege. Es un error considerable y peligroso conceder algún crédito a esa nación alemana de hoy a pesar de todas las barbaridades que comete, crédito al que su pasado al parecer le da derecho. Porque conserve uno en los cementerios las tumbas de Lessing y de Schiller, no se es necesariamente el heredero de Lessing y de Schiller.
     La acrópolis aún está en Atenas. Y a nadie se le ocurre afirmar que el Parlamento griego de hoy es heredero del ágora. ¿Por qué entonces conceder a la Alemania de hoy el crédito que hayan merecido sus antepasados, a los que ella hace tiempo ha negado, es más, suprimido ?
     ¡Un pueblo cuyo Lessing actual es Goebbels tiene menos que ver con la antigua Alemania que los modernos helenos con Agamenón!
     Existe una posibilidad, incluso hoy día, de restablecer la solidaridad europea, y consiste en excluir al "Tercer Reich" de la solidaridad europea.
     No cabe ninguna solidaridad europea con Alemania, con el "Tercer Reich". Con él, Europa es un escándalo. Sin Alemania, Europa es una autoridad.
Die Wahrheit (Praga). 20 de diciembre de 1934


  Lo inexpresable

Mes tras mes, semana tras semana, día tras día, de hora en hora, de un instante al siguiente, en este mundo resultará cada vez más difícil expresar lo inexpresable. El círculo de fascinación de la mentira, que los criminales levantan en torno a sus fechorías, paraliza la palabra y a los escritores, que están a su servicio. No obstante, se impone el deber, inexorable, que le ha encomendado a uno la gracia, de perseverar hasta el último momento, es decir, hasta la última gota de tinta, de tomar la palabra en el verdadero sentido de la palabra, la palabra amenazada por la paralización. En nuestros días debe uno disculparse si escribe... Y sin embargo tiene que seguir escribiendo...
    Hay que escribir precisamente cuando ya no cree uno que se pueda mejorar nada por medio de la palabra impresa. A los optimistas es posible que escribir les resulte fácil. A los escépticos, por no decir desesperados, les cuesta mucho, y por eso sus palabras deberían tener más peso. Las suyas deberían ser por así decir voces del más allá. Deberían estar envueltas en el brillo de lo estéril. (¡Y es que lo estéril tiene su brillo!)
II ¿Quién estaría en condiciones de imaginar tamañas monstruosidades, cuando él mismo no las comete? Las monstruosidades que actualmente son difundidas cada día por la radio y por las redacciones del mundo entero. Y menos aún las monstruosidades que una y otras silencian. Es monstruoso hasta el hecho de que, lejos de la amenaza, todavía pueda uno hundir la pluma en el tintero con toda tranquilidad para informar de esas verdades que a un mundo apático, perezoso, sordo, le gusta calificar de "cuentos" y hasta de "cuentos de terror", de "falsas atrocidades", en un momento en el que la realidad es una atrocidad de tal índole que ella misma se convierte en un cuento y una verdadera atrocidad resulta un idilio comparado con esa realidad. Esa realidad está armada hasta tal punto que ya no puede regir ningún inter arma silent musae y uno debería acostumbrarse a esta otra versión: Inter arma clamant musae de profundi.

III En el edificio de viviendas del número 67 de la Obere Donaustrasse de Viena, un judío de setenta y dos años fue obligado a trepar por una escalera de bomberos sosteniendo la manguera en la mano izquierda y agarrándose con la derecha al pasamanos. Los hombres de las SA lo llamaron "prueba de fuego". Cuando el portero declaró a los verdugos que estaba dispuesto a trepar en lugar del judío, se le amenazó con detenerle y se le envió de vuelta a su sótano.
     En Wilster el tribunal ha decidido que a los padres que impidan a sus hijos el ingreso en las Juventudes Hitlerianas se les negará la "patria potestad". (¡Madres suprimidas!)
     El Tribunal Supremo en Colonia ha declarado en una sentencia que una casa en la que viva un judío puede considerarse "defectuosa".
     Al dueño de un café en la Währinger Strasse vienesa los nazis le dejaron ciego.
     ¿Es suficiente?
     No. Me temo que no lo es. Y he de temer mucho más si prosigo con el informe de las verdades: me incluirían entre los "notorios" inventores de atrocidades, denunciados "hasta la saciedad", de quienes los autores de las atrocidades nos cuentan sus propios cuentos (no los nuestros).
     Son muchas las atrocidades que conozco. Y también son numerosos los que las consienten. Pero, ¡saber! ¿Quién quiere saber algo de esto? El mundo se ha vuelto apático y sordo, desconfiado frente a los que dicen la verdad y confiado frente a los que difunden la mentira. Sé que escribo en el desierto, ¡y que todos nosotros clamamos en el desierto...!
     Noticias como las que he mencionado anteriormente —y similares— le llegan casi cada día al autor de estas líneas. Publicarlas sería evidentemente el deber de los periodistas extranjeros, si no supiera uno que a sus obligaciones se les han puesto límites y que por tanto lo monstruoso sucede. ¡Que los mensajeros de la verdad están obligados por sus patronos a un compromiso, es decir, que, puestos a elegir entre la verdad y la mentira, tienen que hacer justicia de la misma manera a una y a otra!
     Suceden cosas monstruosas. "Los ojos y los oídos del mundo", como se dice en los noticiarios semanales, deslumbran los ojos despiertos y aturden los oídos de los hombres dispuestos a escuchar.
     Un brillo infernal único —el reflejo rojizo del fuego del averno— emana sin embargo de la mentira, que en modo alguno se conforma con encubrir una verdad, sino que además está dispuesta a ponerse en su lugar y a alcanzar su título. Y lo ha conseguido, ¡no cabe duda! ¡Qué mundo! En él, las más atrevidas fantasías de Balzac palidecen, las más formidables entre las de Shakespeare pierden color y uno se siente forzado a reconocer que esta década, en lo que respecta a la intensidad de su ruindad diabólica, podría avergonzar a varios siglos...
IV Pienso en el anciano judío de setenta y dos años al que obligaron a trepar por la empinada escalera de incendios. No había allí ningún corresponsal extranjero. Y si hubo alguno, no informó sobre ello. Y de haber informado alguno sobre ello, habría caído en el olvido.
     ¡En efecto! Frente a la indiferencia del mundo, las atrocidades del no-mundo son una minucia.
     Y la más terrible de las "pretendidas atrocidades", de la que aún hablarán nuestros bisnietos, es el embotamiento de un mundo que se ha convertido en un no-mundo. Como si, de manera grotesca, quisiera alegar que no ha sido creado a partir de la palabra de Dios, sino de una errata de Satanás.

Manuscrito de 1938. 
Leo Baeck Institute (Nueva York)

— Nota introductoria y traducción de Berta Vias Mahou



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Portada



REPORTAJE:RELECTURAS

El brillo de lo auténtico (Joseph Roth)




La traición a uno mismo es el primer peldaño hacia el fracaso. Es lo que le sucede al protagonista de El Leviatán cuando mezcla lo falso con lo auténtico. Una obra que remite a la situación actual de lo literario, en un momento en que se habla más de los fenómenos digitales que de los buenos libros que se editan. Un tiempo, también, lleno de simulacros y falsificaciones



Hallándose Zadie Smith dando unas clases de literatura en la India, en la ciudad de Madrás, un alumno le preguntó por qué tenía tantas ganas de agradar. Creo que éste es el tipo de pregunta que puede obligar a casi todo el mundo a pensar, quizás porque antes de responder conviene revisar el estado de nuestras relaciones con el fracaso, al que tanto tememos. De hecho, queremos agradar porque no nos gusta fracasar y que el destino nos dé la espalda. Hay dos formas distintas de derrota: ante los demás, ante nosotros mismos. Fracasar ante los demás, si uno tiene humor y ganas de vivir, carece de importancia porque depende exclusivamente del estúpido o desinformado juicio de los otros. Pero el otro tipo de fracaso es mucho más duro, sobre todo si incluye la traición a nuestra propia moral, a nosotros mismos.
Al comentar la pregunta de Madrás y reflexionar sobre el fracaso, escribe Zadie Smith: "Quienes como yo han crecido bajo el signo de la posmodernidad observamos con escepticismo el concepto de autenticidad. Se nos enseñó que ésta no tenía sentido. Ante esto, ¿cómo asumir el hecho de que para un escritor el fracaso más profundo, el más auténtico, es el de la traición a uno mismo?".
Esto sitúa el concepto de autenticidad en estado de relectura. ¿Pasó a ser lo auténtico un concepto trasnochado y rústico cuando se impuso la tendencia moderna a tener muchas personalidades en una sola alma? Está claro que si uno, por ejemplo, es muchos poetas al mismo tiempo, difícilmente va a preocuparse de haber traicionado flagrantemente a una de sus personalidades. Quizás esto explique que hoy en día, cuando los escritores admiten fracasos, generalmente les guste reconocer sólo los pequeños. Es muy fácil aceptar que hay frases que chirrían, que dan pura vergüenza, pero más complicado resulta enfrentarse al hecho (escribe Smith) "de que hay libros completos que escribimos sonámbulos y para los que 'inauténtico' sería el calificativo más apropiado".
La palabra 'inauténtico' nos trae a la memoria la hoy en día tan apagada y supongo que pasada de moda "filosofía del arte", una manera de ver las cosas que percibe al acto creativo como una manifestación implícita de fidelidad del autor a su mundo propio y no a valores externos a ese mundo como podrían ser la tradición histórica o el valor comercial. De lo auténtico y del gran fracaso que conlleva la traición a uno mismo que provoca la implacable venganza del destino habla El Leviatán, imprescindible libro de Joseph Roth que cuenta la historia de Piczenik, un comerciante de corales de la ciudad de Progrody que ama los corales auténticos, criaturas del pez original Leviatán, y sin embargo no sabe resistir el falso engaño de los falsos corales de celuloide. Sólo una nostalgia ocupa su corazón: nostalgia de la patria de los corales, del mar. Cuando aparece el diabólico Lakatos, un vendedor de corales falsos, Piczenik se aviene a comprar algunos, mezclándolos con los suyos; entonces el destino le vuelve la espalda. Todo el relato tiene la ejemplaridad de la parábola. Quien traiciona lo más auténtico de él mismo, está perdido.
La relectura de El Leviatán me confirma que es una obra maestra que cada día nos recuerda más a la situación actual de lo literario en un mundo en el que hasta la prensa cultural, de forma más que alarmante, está arrinconando las noticias sobre libros. Se dedican grandes reportajes a los avances digitales, al inquietante futuro de Internet, al peligro de que se extingan los textos impresos, pero nadie parece hacer mucho para seguir hablando de libros con la normalidad de antes: o se habla de que éstos van a desaparecer, o ya directamente no se habla y se prefiere llenar páginas con un modisto nazi, por ejemplo. Creo que, de vez en cuando, convendría que alguien comentara con mayor amplitud lo que se edita entre nosotros, incluso que explicara algo que es completamente auténtico, una noticia bomba que diría una gran verdad: jamás se ha editado como ahora, con tanta pasión y con un nivel -si nos acordamos de las editoriales independientes- altísimo, un verdadero punto elevado en la historia del libro en nuestro país. Y eso a pesar de que esa industria tiene que convivir con los advenedizos que, alejándola de la autenticidad, es decir, traicion
ando a los corales verdaderos, la llevan hacia un clima de fin de trayecto. Ese clima conecta con la traición a sí mismo del comerciante Piczenik y desde hace tiempo va llevando a la vieja Poética hacia un paisaje de desastre que hace temer que al final, por la vía directa de tanta ruina moral, el destino acabe dándonos la espalda.
Todo esto me lleva a recordar cuando Alberto Manguel apadrinó la palabra "prístino" a la hora de seleccionar una del idioma castellano que precisara ser rescatada del olvido. Sus razones fueron: se refiere a lo que perdura en el tiempo con vigor y tiene el brillo de lo auténtico. Atribuye un resplandor especial. En estos tiempos de simulacros y falsificaciones, es una palabra que no encuentra fácilmente dónde posarse. De manera que lo prístino se oculta detrás de sinónimos difusos: primitivo, antiguo, original. Más que un arcaísmo es una palabra que debe esperar para ser usada. Esperemos".
Viendo que entre nosotros se va poniendo de moda el engaño, el fraude artístico -el homenaje hispano tardío a Fake de Orson Welles, por ejemplo-, la poética ya trillada de lo heterónimo, el remake que traiciona el espíritu de lo imitado, lo cibernético como ilusoria acreditación de modernidad, todos los tópicos de una posmodernidad que llega a nosotros tan tarde (castizos comentaristas vernáculos registrando ahora la existencia de la 'autoficción' cuando ésta pasó a mejor vida hace más de dos décadas), uno termina por decidir que lo mejor será permanecer en lo auténtico que tiene todo camino propio. A fin de cuentas, seguir esa vieja senda permite alejarse del estilo ramplón, trillado, inane, de tantos escritores americanos que surgen de los departamentos de literatura creativa, llena de fórmulas y carente de una sola voz auténtica. Y, además, permite no tener que pensar más en recurrir a aquello de lo que hablaba Auden cuando decía que los artistas cambian de visión del mundo para renovar su poética. ¿Para qué renovarla si eso no garantiza ser moderno y si, además, ser moderno es una cuestión sólo de clasificación, enteramente ajeno a toda valoración artística?
En todos los tiempos históricos ha habido una modernidad, pero ésta, como tan razonablemente explica Félix de Azúa en su Diccionario de las Artes, no puede conocerse hasta el siguiente momento de la modernidad: "En el siglo XII, por ejemplo, la modernidad de la construcción gótica cortaba con la construcción románica, la cual se veía, de ese modo, lanzada al pasado. Pero que el gótico iba a ser la modernidad del siglo XII es algo que sólo se supo después". A fin de cuentas, nadie puede saber en qué consiste la modernidad del momento presente y de nada sirve que algunos se presenten con esa etiqueta. Es más, cuando haya desaparecido el momento presente, se habrá presentado una nueva modernidad. En medio de ese panorama, la autenticidad parece una carta menos necia si se quiere innovar en medio de la monotonía de lo falso y asegura, de paso, la no traición a nuestro camino de siempre y a nuestra poética inamovible y hasta nos aleja del fracaso más temido, el fracaso más auténtico, aquel que amenazaría con destruir lo que debería ser indestructible: nuestro "prestigio propio".
El Leviatán. Josep Roth. Traducción de Miguel Sáenz. Siruela. Madrid, 1992. Diccionario de las Artes. Félix de Azúa. Anagrama. Barcelona, 2002. www.enriquevilamatas.com

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de marzo de 2011

https://elpais.com/diario/2011/03/26/babelia/1301101959_850215.html

LIBROS EN PDF

Resultado de imagen para roth pdf LA LEYENDA DEL SANTO BEBEDOR


LA LEYENDA DEL SANTO BEBEDOR


La leyenda del Santo Bebedor, fue publicada por primera vez en 1939, pocos meses después de la muerte de Roth, exiliado en París, y puede ser considerada, por muchos motivos, su testamento, la parábola transparente y misteriosa que encierra la cifra de su autor, hoy redescubierto como uno de los más extraordinarios 

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LA MARCHA RADETZKY – Joseph Roth

La Marcha Radetzky. Joseph RothSegunda mitad del siglo XIX, Imperio Austro-húngaro.El capitán Joseph Trotta, quien salvó una vez la vida del emperador Francisco José I,se topa un día con un manual escolar que narra la batalla de Solferino (junio de 1859, triunfo de tropas francesas y sardo-piamontesas sobre fuerzas austríacas): justamente aquella en la que realizó la mencionada hazaña. Para su sorpresa y posterior enojo, la versión del manual distorsiona los hechos, amplificándolos y embelleciéndolos con evidentes fines propagandísticos. Lo que el buen capitán no puede saber es que, así como el texto adultera para edificación de infantes la historia de su proeza, el brillo del imperio –del que es un orgulloso súbdito- es sólo brillo de oropel, apto únicamente para encubrir su sostenida decadencia.

El escritor Joseph Roth (1894-1939) vertió en su novela ‘La marcha Radetzky’ (publicada en 1932) toda la nostalgia que podía sentir por el fenecido imperio de los Habsburgo. Nostalgia y tristeza: no obstante el provincianismo de su ciudad natal (Brody, región de Galizia), a pesar de su siempre problemática condición de judío, y a despecho de haber firmado artículos como ‘Joseph el rojo’ (el color del radicalismo de izquierda, antiimperialista; cabe destacar que escribió una serie de reportajes sobre la Rusia revolucionaria, cuyo tenor fue más crítico que admirativo).
Roth sirvió en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial. Luego se desempeñó como corresponsal en destinos como Berlín, Rusia y París. El alemán fue su idioma propio, en el periodismo y en la literatura. Huyó del nazismo y se estableció en la capital francesa, donde falleció a los 44 años de edad, atiborrado de desencanto y de alcohol.
En un estilo comedido, reacio a estridencias y afanes innovadores (de los que su época era tan pródiga), ‘La marcha Radetzky’ se ocupa de tres generaciones de varones Trotta von Sipolje, el primero de los cuales es el héroe de Solferino. Si el manual de marras hubiese sido redactado en omisión de todo interés ideológico, difícilmente Joseph Trotta hubiese devenido cromo ejemplarizante, dada la escasa espectacularidad de su hazaña: joven teniente de infantería (que no de caballería, como figura en el texto), nunca acudió en auxilio del emperador para liberarlo de un cerco enemigo (que jamás ocurrió), ni tuvo ocasión de propinar sablazos. Tampoco fue herido de un lanzazo en el pecho. Al menos había algo de cierto: Trotta sí que salvó la vida de Francisco José. Ocurrió del siguiente modo: a poco de comenzar la batalla,el emperador se había aproximado a la unidad comandada por el teniente, dispuesto a emplear unos binoculares; el uso demasiado evidente del instrumento podía convertirlo en blanco para tiradores enemigos. El teniente percibió el peligro; sin pensárselo demasiado, puso sus manos sobre los hombros de Francisco José y presionó, haciéndolo caer –obviamente noera ésta su intención, sólo se propasó en la fuerza aplicada-. Acto seguido Trotta cayó derribado por una bala, la que sin su atolondrada acción hubiese dado en el emperador.
La batalla culminó en derrota para el imperio, pero la imaginería imperial se hizo de un héroe.
Como fuere, el teniente Joseph Trotta ha sido ascendido a capitán, condecorado con la máxima distinción y ennoblecido, añadiéndose a su nombre un sonoro Von Sipolje (en alusión a su lugar de nacimiento, una localidad eslovena). Años después, tras enterarse del bulo contenido en el manual, procura por todos los medios (entrevista con el emperador inclusive) el triunfo de la verdad, sin lograr nada salvo confirmar su frustración. Burocracia y propaganda se imponen, y al propio emperador el asunto apenas incomoda. Al fin y al cabo, ninguno de los dos involucrados sale malparado, y son tantas las mentiras que se cuentan que una más, da igual.
Este primer Trotta ennoblecido y su hijo son almas grises. La existencia de ambos es modélica, tediosamente modélica. Sólo el más joven de los Trotta, Carl Joseph (quien protagoniza la mayor extensión de la novela), parece descarriarse por momentos, más por debilidad que por rebeldía. Irreflexivo como es, incurre repetidamente en deslices de juventud. Contrae deudas y está a punto de ser expulsado del ejército, pero su padre, funcionario de cierto rango, obtiene del emperador el indulto. Tratándose de un Trotta, (casi) todo le está permitido. (El emperador, entretanto, ya está anciano, y de primeras cree tener ante sí al hombre que lo salvó en Solferino –es su hijo-.) Vuelto a la senda de la normalidad, Carl Joseph fallece en la Gran Guerra de manera poco conspicua. Nada es propicio a su padre: el nieto del héroe de Solferino ha muerto, la guerra es un fracaso, el imperio se desmembra y el emperador fallece. Muere él también, el funcionario, muy oportunamente –si cabe-, como un símbolo de una época que ha finalizado. Tras su entierro, dice un personaje a otro que “le habría gustado mencionar que el señor de Trotta no podía sobrevivir al emperador”, a lo que su interlocutor responde: “No sé. Yo creo que ninguno de los dos era capaz de sobrevivir a Austria”.
Si los Trotta fungen como símbolo virtual del imperio, la célebre marcha Radetzky (compuesta por Joseph Strauss en 1848) fue un símbolo real, y aunque los protagonistas de la novela se sienten indisolublemente vinculados al país, esta unión y el símbolo representado por la marcha pueden resultarles ominosos. Un mal día, Carl Joseph comete la irreverencia de interpretar la emblemática pieza en el piano de un burdel, mientras ordena retirar de la pared el retrato del emperador. Sí, el mismo Carl Joseph que, en otras circunstancias, pensaba que no había mejor forma de morir que oyendo música marcial, sobre todo la susodicha marcha. Momentos antes de perecer, el joven Trotta cree oír sus redobles iniciales.
Ya está dicho que el estilo de la novela es sobrio. Puede uno incluso atribuirle un cierto anacronismo: parece salida directamente del austero, sólido realismo decimonónico (no se me ocurre mejor ejemplo que el de Tolstói). Sin embargo, ¿no cultivó Thomas Mann un estilo llano, aunque no siempre tan directo? Pues sí. Contundente llaneza y elegancia se encuentran en ’La marcha Radetzky’. Contundente, también, el impulso abarcador. Así pues, la invitación a leer este clásico de la literatura está cursada.
Joseph Roth, “La marcha Radetzky”. Edhasa, bolsillo. Barcelona, 2005. Traducción de Arturo Quintana. 574 pp.


http://www.hislibris.com/la-marcha-radetzky-joseph-roth/



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El escritor Joseph Roth y el nazi Raynhard Heydrich: dos hombres y un destino


Recientemente se cumplía el 73 aniversario de la muerte del escritor austriaco de origen judío Joseph Roth. Era, concretamente, el 27 de mayo de 1939 cuando moría, internado en un sanatorio parisino. Sumido en un delirium tremens provocado por su alcoholismo, las últimas y solitarias horas de Roth fueron el epílogo trágico de una existencia que había hecho del exilio y la huida dos constantes desde que los nazis llegaran al poder en Berlín.

La capital alemana primero, Viena, Ámsterdam, y finalmente, París, fueron la ruta de escape de un escritor que fue sumiéndose en el alcoholismo como el crudo alivio ante un mundo que ya no reconocía como suyo. Con el ejército alemán pisándole los talones, siempre pendiente de un cheque, vital para la supervivencia, y que no llegaba o era reenviado a antiguas direcciones, el escritor y periodista austriaco fue arrastrando su existencia por pensiones en las que malvivía y por cafés en los que continuaría escribiendo casi hasta el día de su muerte.Durante toda su vida Joseph Roth reconoció una única patria, la vieja monarquía austrohúngara, en cuyo seno vino al mundo en 1894, en la fronteriza localidad de Brody, en Galitzia, ubicada en el extremo del imperio, cerca de la frontera con Rusia. Tampoco eran tiempos fáciles aunque desde luego resultaron utópicos en comparación con la tormenta de acero que llegaría decenios más tarde. El ambiente intelectual era prestigioso, el teatro muy apreciado y era casi una obligación escolar el aprendizaje de al menos tres lenguas: el polaco, el ucraniano y el alemán. Más de la mitad de la población de Brody era de origen judío y el comercio era la actividad más prolífica en aquellas estepas de calurosos y cortos veranos y de inviernos eternos y heladores. No en vano la localidad de Brody fue el epicentro de la Haskala, la ilustración judía que alumbró numerosos talentos, especialmente en las obras dramáticas representadas en yidish.
La vieja monarquía
Con el discurrir de los años Joseph Roth llegó a apreciar como un paraíso aquella mezcolanza de súbditos de un amplio y heterodoxo imperio que incluía a checos, eslovacos, polacos, eslovenos, serbios, croatas y ucranianos entre otros. Entre sus cincuenta millones de súbditos, Roth descubrió la importancia de la individualidad, del respeto a unas reglas de convivencia amplias y de la consideración hacia las minorías. En sus propias palabras: «Amaba esta patria mía que permitía ser a la vez un patriota y un ciudadano del mundo entre todos los pueblos de Austria y también un alemán».
Como es sabido todo ese delicado entramado institucional, en realidad decadente y hasta contradictorio, saltó por los aires el 28 de junio de 1914 en Sarajevo cuando el estudiante serbio Gavrilo Princip asesinó al archiduque Francisco Fernando y a su esposa. La difícil unidad de los Balcanes se rompió en mil pedazos y Europa dio un paso de gigante hacia su autodestrucción. En pocas fechas la I Guerra Mundial sería una realidad. Esta tragedia fue magistralmente descrita por un colega, y amigo hasta sus últimos días, de Joseph Roth, el vienés Stefan Zweig, en su obra «El mundo de ayer». Toda una forma de entender la vida cayó bajo las balas aquella tarde de verano en Sarajevo.
Algunos críticos literarios afirman que la obra más significativa de Roth es «La marcha Radetzky». Esta novela histórica se sirve de una familia, los Trotta, vinculados generacionalmente al servicio del emperador, para describir el proceso histórico que conduce a la decadencia austrohúngara. La obra arranca en la batalla de Solferino con el fundador de la dinastía, Trotta, quien tiene ocasión de salvar la vida del emperador Francisco José vinculando de esta forma su apellido y la vida de sus descendientes a la casa de Habsburgo. El título de la novela es el de la pieza musical compuesta por Johan Strauss padre en 1848. Radetzky era un mariscal de campo austriaco y la marcha militar que lleva su nombre fue considerada símbolo de esta monarquía imperial. «La Marcha Radetzky» es una novela melancólica y a ratos nostálgica, que radiografió con acierto el siglo XVIII en Europa central y que supo anticipar temores que el futuro histórico dejaría pequeños.
Una vida de paralelismos
Los paralelismos entre las vidas de Joseph Roth y Stefan Zweig son evidentes. Ambos fueron fruto de la vieja monarquía austrohúngara y en su seno se forjaron como escritores y ciudadanos, ambos eran de origen judío y a los dos el auge del totalitarismo en Europa les obligó al exilio dejándoles huérfanos y desubicados. Ninguno tuvo fuerzas para emprender una nueva vida y si Joseph Roth escogió el lento suicidio del alcoholismo, Zweig, junto con su esposa, eligieron, desde su exilio en la ciudad brasileña de Petrópolis, una salida más expeditiva el 22 de febrero de 1942, después de la caída de Singapur en manos del Eje y convencidos de que el fascismo italiano, el nazismo alemán y el imperialismo japonés acabarían por dominar el mundo. En una nota previa Zweig afirmaba: «Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra».
No parece extraño que en los días de su exilio, con la monarquía austrohúngara convertida en un recuerdo borroso, Joseph Roth afirmara «la verdadera patria es la amistad».
Joseph Roth fue autor de una vasta obra periodística y, al margen de su obra maestra, «La marcha Radetzky», de un puñado de novelas memorables. El autor de «Hotel Savoy» y «La leyenda del santo bebedor» ejerció notable influencia cultural entre los exiliados del nazismo y el conflicto europeo. Otro de sus amigos más íntimos fue el también periodista y escritor Soma Morgenstern, autor de «Huida y Fin de Joseph Roth», (Editorial Pre textos) un libro que retrata la última temporada del maestro en París, su progresiva degradación física, su compleja relación con el alcohol y su muerte final.
El destino juega a los dados
En el tercer aniversario de la muerte de Roth el destino volvió a jugar una carta inesperada. Era una mañana soleada la de aquel 27 de mayo de 1942 en la ocupada Praga. A la vuelta de una curva pronunciada dos paracaidistas checos entrenados en Inglaterra esperaban el paso del coche que conducía a Raynhard Heydrich, la «bestia rubia», el gobernador nazi de la histórica ciudad europea, el hombre que unía en su personalidad un sadismo sin límites y un pragmatismo que le llevó a desempeñar sus tareas políticas en la República Checa con gran éxito para el Reich.
Raynhard Heydrich era un hombre construido a sí mismo con los ladrillos de la ambición y la carencia absoluta de escrúpulos. Era también un hombre inteligente y sabía ser sibilino. Desde su puesto de máximo responsable del ejército alemán en Praga y tres meses antes de su muerte pronunció un discurso revelador: «Es esencial ajustar cuentas con los profesores checos, porque el cuerpo docente es un vivero para la oposición. Hay que destruirlo y cerrar los institutos checos. Naturalmente habrá que hacerse cargo de la juventud checa en algún lugar donde se la pueda educar fuera de la escuela y arrancarla de esa fórmula subversiva. No veo mejor lugar para ello que un campo de deporte. Con la educación física y el deporte, nos aseguramos a la vez un desarrollo, una reeducación y una formación».
Aquella mañana el coche de Heydrich se retrasaba y la pareja de paracaidistas emboscados se impacientaba. Al fin, el Mercedes descapotable hizo su aparición. El atentado fue una chapuza, con una ametralladora encasquillada y una bomba que únicamente logró reventar los neumáticos y deformar la parte trasera del coche del jerarca nazi. Sin embargo, y a pesar de sobrevivir al atentado, Heydrich (como si de un cuento borgiano se tratara) no pudo escapar a su cita con el destino. Las heridas se infectaron y desembocaron en una septicemia. El gobernador nazi de Praga moriría días más tarde. Al parecer Heydrich rechazó la asistencia médica local hasta que se lograra traer desde Alemania a un cirujano ario. Llegó demasiado tarde.
Los paracaidistas checos, ayudados por la red de resistencia, consiguieron ocultarse. Sin embargo una traición inesperada permitió a los alemanes localizarles en su escondite, una céntrica iglesia. El cerco del edificio religioso se extendió durante días y Jozef Gabcík y Jan Kubis, que así se llamaban los paracaidistas, uno checo y otro eslovaco, optaron por suicidarse antes de caer en manos del enemigo.
La cobardía y la impotencia de los nazis explotaron pocos días más tarde en el pueblo checo de Lídice, que fue arrasado hasta los cimientos, y sus habitantes, sin excepción, fusilados en el caso de los varones o deportados a campos de concentración.
«HHhH» La extraordinaria historia de los dos paracaidistas y del atentado contra Heydrich son los mimbres con los que el joven autor francés Laurent Binet construye su obra «HHhH» (Seix Barral). Detrás de su extraño título se parapeta la frase en alemán «Himmlers Hirn heisst Heydrich» («el cerebro de Himmler se llama Heydrich»), y que hace alusión a la alta consideración que había logrado Raynhard Heydrich ante la jerarquía nazi. Mezclando hechos históricos y peripecias personales, Laurent Bidet logra que unos hechos que transcurrieron durante la ocupación alemana de Europa, parezcan actuales. De hecho, el autor alerta con perspicacia que las terribles consecuencias que tuvo para Europa el auge del nacionalsocialismo no surgieron al azar. Fue un largo proceso en el que intervinieron muchos factores los que hicieron posible que un hombre como Raynhard Heydrich llegase a gobernar Praga. De la llamada conciencia colectiva, viene a decir Binet, depende que se haga imposible que una conjunción de factores parecida pueda repetirse. Joseph Roth firmaría esas conclusiones.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=152161


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http://leolo.blogspirit.com/archive/2009/06/15/la-rebelion-de-joseph-roth.html

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Josep Roth 1918

Moses Josep Roth (BrodyImperio austrohúngaro2 de septiembre de 1894 - París27 de mayo de 1939) fue un novelista y periodista austríaco de origen judío.
Escribió con técnicas narrativas tradicionales varias novelas de calidad como Fuga sin finLa leyenda del santo bebedorLa cripta de los capuchinos o La rebelión. Su obra más conocida es La marcha Radetzky, que describe a una familia durante el ocaso del Imperio austrohúngaro. Está considerado, junto con Hermann Broch y Robert Musil, uno de los mayores escritores centroeuropeos del siglo XX. Formó parte de la literatura del exilio provocado por el nazismo. Su obra fue reconocida póstumamente.

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