El sectarismo es una trampa para el sectario: lo atrapa en su universo. El problema es que no aprende con el prójimo, no es un ataque ni una defensa, es una debilidad.
“Lumière! L’Aventure Commence”, filme compuesto por Thierry Frémaux, abrió esta semana la Fiesta del Cine Francés. “Compuesto” porque se trata de una selección de las geniales películas de los hermanos Lumière, explicadas y comentadas por Frémaux, el organizador del festival de Cannes. Los originales, restaurados con notable calidad, tienen todos hasta 50 segundos y son escenas de trabajo, de fiestas, de conmemoraciones, de paisajes urbanos, algunas escenas cómicas, otras documentales.
Son películas increíbles por el encuadre, por la figuración, por la representación del movimiento en aquel pasaje del Siglo XIX al Siglo XX en que se inventaba el automóvil, el tránsito alcanzaba una velocidad peligrosa, la torre Eiffel se erguía sobre París, las fábricas ya empleaban a millares de hombres y mujeres y el mundo estaba por transformarse. Y me puse a pensar cómo estas películas hayan sido olvidadas, lo que es una forma de preguntarse sobre el sectarismo, porque hay una estirpe de sectarismo que es simplemente ignorar o despreciar el pasado, como si lo tonante - acabado de llegar - inaugurase un universo vacío, sin historia. Todos caminamos sobre nuestro pasado y es bueno respetarlo y recordarlo. Sí, llegamos después de otros y lo que aprendimos fue con ellos. Si cada persona hubiese comenzado de cero, sería nada. Por lo tanto, el brillo de los Lumière no nos muestra sólo la fundación del séptimo arte, también nos enseña a mirar el hoy.
Hay, sin embargo, otra forma de sectarismo, tal vez más agresiva. Es el sectarismo ya no contra el pasado sino contra el presente. Es lo que en política se puede definir así: el sectario es el que detesta al que está más cerca de él y con quien sería más fácil e incluso natural cooperar. Ese sectarismo es un suplicio. Destruye una fuerza política por dentro y como la historia portuguesa está llena de ejemplos, todos con el mismo destino, vale la pena reflexionar sobre ese peligro.
Antes de escribir sobre el peligro, una palabra de precaución. En la vida pública, en un grupo de teatro, en un partido político, en un sindicato, en una asociación, se crean identidades, que son necesarias y útiles. Quien vive en común una lucha social, una campaña electoral, la escenificación de una obra, crea lazos y esos lazos hacen comunidad. Somos animales comunitarios y felizmente bien. Aprecio por eso los cánticos, hasta las frases que parecen imitaciones de una persona hacia otra, las liturgias, las alegrías, el orgullo que un militante tiene de su partido o asociación. Me permito hasta pensar que, por la existencia de esa fuerza comunitaria, es tan importante evitar sectarismo.
Ahora bien, el sectarismo es peligroso porque es fácil. Él crea un sistema de señales y de referencias autosuficientes que, sirviendo para delimitar, también cierra el grupo en una campana de cristal. La pertenencia está definida en ese caso por compartir un lenguaje tribal y por el rechazo de quien no lo reconoce. Es por eso por lo que el sectarismo necesita de la intriga que apunta a los enemigos, exigiendo con ansiedad la creación de fábulas o de engrandecimiento (lo que se puede llamar caciquismo o culto a la personalidad) o de desprecio (los otros son seres inferiores).
Asimismo, es una forma de inmunización frente a la realidad: para el sectario cualquier cosa que ocurre puede ser leído como una red de conspiraciones que nos persiguen, lo que excluye cualquier responsabilidad. El mito de la infalibilidad requiere agigantar los monstruos que nos atacan pues, de existir una falla, la responsabilidad debe siempre resultar de la dimensión del armamento de los fantasmas que nos acosan.
Por consiguiente, el sectarismo es una trampa para el sectario: prisionero en su universo. El problema es que no aprende con el prójimo, no es un ataque ni una defensa, es una debilidad. No escuchar lo que nos dice la sociedad es una forma de enclaustramiento voluntario. Un buen consejo contra el sectarismo es: no cruzar una calle sin mirar las los lados.