sábado, 7 de octubre de 2017

JUAN NUÑO De un nazismo al otro

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Lo de menos es la anécdota: hace más de cincuenta años, Hitler toma el poder en
Alemania. Ni cómo lo toma: golpe, semi-golpe, elecciones, coaliciones, artimañas,
incendio del Reichstag, amenazas. Ni por qué lo toma: crisis económica, revanchismo
bélico, militarismo prusiano, cobardía de las democracias, recurso frente al
bolchevismo. Lo que cuenta es lo que el nazismo significa. No lo que significó hace
cincuenta años: lo que sigue significando, su innegable peso en este siglo, el siglo de las
ideologías totalitarias en marcha, ensayadas y más que probadas: triunfantes.
Sólo que gracias a los historiadores, a Hollywood, a los politólogos y al sadismo
pornográfico, la imagen de un nazi es una mezcla de monstruo vestido de negro
chorreando baba mientras tortura a una víctima semidesnuda y triturada, todo ello bajo
la cruz gamada. El coco de la época: bueno para asustar niños democráticos.
Con el nazismo hay que comenzar por negar. No fue un fenómeno aislado,
excepcional, extraordinario que un mal día irrumpió en la culta, industriosa, avanzada y
democrática nación alemana. Al contrario: sale del más oscuro y auténtico modo de ser
alemán; nutrido en el viejo irracionalismo romántico, a lo Wagner, a lo Nietzsche;
formado en las ideas totalitarias de la gran filosofía alemana, a lo Hegel, a lo Fichte, con
la prédica ciega de la adoración hacia el todopoderoso Estado; aderezado con la salsa
bien germana del antisemitismo más cerril, aquel que se basa en el rechazo a todo lo que
no sea eigentlich bei uns. El nazismo pertenece a Alemania tanto como Sigfrido, el
Walhalla y Lutero. O tan poco como Goethe, Beethoven y Durero. El nazismo no fue un
suceso patológico, la acción violenta e incontrolable de unos cuantos locos desatados
que, mediante la técnica del Putsch y el ejercicio del terror, se imponen a todo un
pueblo pacífico y amenazan al mundo. Ojalá hubiera sido así. Los nazis eran seres
perfectamente normales, sanos, equilibrados, padres de familia, trabajadores, sobre
todo, trabajadores y organizados. Verdaderos modelos de burguesía burocrática,
tranquila y disciplinada. Eso sí: con una ideología en qué creer y un programa que
cumplir. Una anécdota poco conocida revela su seriedad. El 9 de noviembre de 1938
caía abatido en París Ernst von Rath, consejero de la Embajada alemana, asesinado por
el judío polaco Grynzpan, desesperado por la deportación a que se vio sometida su
familia. Aquel homicidio fue la chispa que desencadenó la famosa Kristalinacht del 10
de noviembre en toda Alemania: quema de sinagogas, ataques a negocios judíos y
violencia física contra las personas. Esa orden aislada había partido de Goebbels a las
SA, la secciones de asalto de los primeros tiempos del partido nazi. La orden creó un
profundo malestar en el partido. Goering, Himmler y el propio Hitler criticaron
internamente los hechos y condenaron los excesos. Pues los nazis no propugnaban
ninguna violencia vulgar y callejera contra los judíos. Eran gente seria. La espinosa
Judenfrage debía resolverse científicamente, no a empellones, latas de gasolina y
cristales rotos. Y en efecto: trataron de resolverla definitivamente: Endlösung, es decir,
seis científicos millones. Para una primera prueba, no está mal.
Sobre todo, el nazismo no quedó limitado a un país y a una época. Basta ya del
recuento de los hechos y de las interpretaciones histórico-económicas. Frente al libro
clásico de Shirer (The Rise and Fall of the Third Reich), el poco transitado de Arendt
(The Origins of Totalitarianism). El nazismo no sólo fue algo del pasado alemán. Forma
parte de nosotros y de este siglo. Está ahí, aquí, en todas partes. El nazismo en tanto
expresión histórica, es decir, Hitler y el movimiento nazi, fue tan sólo un primer
ejercicio de dominación total. Pero no ha sido el único: fue el primero y fracasó. Mas el
ser humano es tesonero y cree en el progreso. Ahí está el Gulag, del que podrán decirse
muchas cosas, pero no que es un fracaso. La dominación ideológica total ha prendido en
el cuerpo social. La civilización puede sentirse orgullosa. A partir de Occidente, pero
ahora sin limites mundiales, esta civilización, a fuerza de abstracciones, ha creado la
obra maestra: la ideología totalitaria.
Se comenzó con la abstracción de un dios, en vez de muchos; se siguió con la
abstracción de la naturaleza y se llegó a la despersonalización de las fuerzas y poderes
que explican acciones y procesos. Por eso, tras la ideología nazi, hay que buscar la
noción biológica de supervivencia del más fuerte y superior. Ello explica que los
ejecutantes nazis pudieran ser a la vez implacables y tranquilos, malvados y banales:
estaban aplicando una ley biológica, la que exige primar al superior sobre el inferior.
Eso fue todo. Detrás de la ideología comunista, la noción histórica de la supervivencia
de grupos: la lucha de clases lo explica todo y todo lo justifica. Oponerse a la
Judenreinnigung, a la limpieza de sangre mediante la eliminación de judíos, era tan
insensato como oponerse a la curación del cáncer. Disentir de las purgas de Stalin o de
los hospitales psiquiátricos de Breznev o de la KGB de Andropov es tan absurdo como
no estar de acuerdo con la liberación de los esclavos. Aquello fue una necesidad
biológica; esto equivale a una obligación histórica. Ambas ideologías pretenden ser
científicas, se resguardan en leyes y aspiran a servir a toda la humanidad. Para siempre,
para todos los hombres, sin apelación, pues son La verdad y La solución. En eso
estamos. Y al que no le guste, ya sabe qué elegir: el holocausto termonuclear, la otra
cara de la moneda. La cara tecnológica de una moneda científica que alimenta las
grandes ideologías totalitarias del siglo.
Pese a todo, hay que reconocer que el nazismo tiene algo de anecdótico, de historia
tenebrosa, un poco démodé. Comparado con lo que vino después, Hitler era un pobre
tipo, apenas un aficionado de provincias. Recuerda mucho al Jack the Ripper de aquella
ingeniosa película de Nicholas Meyer Time after Time («Escape al futuro»), en su
didáctico enfrentamiento con el candoroso Wells juvenil, creyente en la utopía y en el
socialismo. En aquella habitación de hotel californiano, Jack el Destripador enseña al
victoriano Wells, recién llegado de 1893 en su máquina del tiempo, otra máquina, la
televisión, plagada de guerras, crímenes, violencias, genocidios, muerte por doquier, y
entonces es cuando suelta la gran frase, la que ahora podría decir con toda propiedad
Adolf Hitler de estar vivo: «En mi época, yo era un monstruo y ahora me siento un
simple amateur».
No importa que no maten a Klaus Barbie, alias Klaus Altnann. Con él, por ahora el
último de los nazis, montarán otra vez el gran espectáculo encantorio. La buena
conciencia de la humanidad se sentirá aliviada una vez más al abrazar como verdades
sus propias creencias. De nuevo se demostrará que los nazis fueron unos monstruos,
horrendos mutantes indignos de la especie humana, dedicados al estupro, al genocidio y
al sadismo; se releerán historias de la casa de los mil horrores, en las que la maldad
quedará localizada y concentrada, expuesta ante los atónitos ojos de los inocentes y de
los infelices fascinados por la destructora vorágine. Como invasores de un planeta
tenebroso y lejano un mal día llegaron para hacer sufrir y exterminar a medio mundo.
Fue un monstruoso accidente, una ráfaga de locura divina, la negra noche en que las
potencias demoníacas se enseñorearan de la tierra embutidas en sus relucientes
uniformes negros tocados de la plateada calavera. Los ángeles terribles. La espada
vengadora. El castigo de Dios por los pecados de los hombres. La amarga hora de la
expiación.
Se cierran los ojos y se olvida; o se abren a rachas para recordar confusa la pesadilla
mientras mecánicamente se reza que no vuelva a suceder. Marcado del infamante signo
de la cruz gamada, yérguese el Mal ante los hombres, separado y cercano, distante y
próximo, decididamente lo Otro, la Negación, el Enemigo. Cuando juzguen a Barbie se
evocarán sus sevicias y los campos de exterminio, Drancy y Auschwitz, los vagones de
ganado humano, las cámaras de gas y la «solución final». En la sombra, muy atrás,
agazapados, en el oscuro rincón de la memoria, sin jamás mencionarlos, quedarán los
pogroms, las inquisitoriales piras, los primeros campos de concentración sudafricanos
inventados por los ingleses, las múltiples noches de San Bartolomé, el millón largo de
armenios masacrados, el tráfico de esclavos, las brujas calcinadas, los niños de
Guernica, los indios exterminados, los mencheviques exterminados, los protestantes
exterminados, los católicos exterminados, las purgas de Stalin, el ejército de niños en la
santa cruzada, otros nazis, los mismos nazis, la bestia demasiado humana. Klaus Barbie
hoy, Adolf Eichmann ayer pueden llenar su pecho de civilizado orgullo: representan a
cabalidad toda una forma de ser y de vivir, una tradición histórica secular. Que
ciertamente, ni lo quiera Dios, no termina con ellos. Hacia adelante surgen otros hitos
no menos gloriosos: My Lai, los boat people, los Rosenberg electrocutados, Sabra,
Chatila y Tal-al-Zahar, el «septiembre negro», el inmenso Gulag, los desaparecidos, las
madres de Mayo, el éxodo de Mariel, el apartheid, Camboya, Indonesia, Etas y otras
Iras, brigadas rojas, negras, de todos los colores, Vietnam y las bombas de
fragmentación y el napalm y los defóliantes, Idi Amin, Pol Pot, Bokassa. Donde elegir
mientras lleguen los legítimos e inevitables sucesores.
Barbie era un infeliz, un funcionario más, apenas un modesto burócrata, incipiente
aprendiz de brujo, un ínfimo tornillo escondido en la selva boliviana. Van a hacerle de
pronto el inmenso honor de ponerle bajo los focos, de concentrar en él toda la luz, de
convertirlo en símbolo del Mal. Una vez más, objetivo cumplido: al fondo, en las
resplandecientes tinieblas que nadie quiere ver, la gran máquina de esta civilización sin
la cual ni Barbie ni Hitler ni Stalin ni Pinochet ni Castro ni Franco ni iglesias ni partidos
únicos ni dogmas ni ideologías ni líneas doctrinarias funcionan y se comprenden.
Mejor, no se intenta comprender y se les deja sólo funcionar, hormigas incansables de
una civilización de persecución, intolerancia y muerte, humanísima. Cristianísima.
Judeocristianísima. Mahometanísima. Monoteísta y excluyente. Por algo el hombre
cayó del Paraíso al abyecto estado del pecado en el que nace y vive, y Dios, todo
magnanimidad, desde lo alto, cuida de redimirlo, una y otra vez, por el fuego, el
sufrimiento y la muerte.
Cuando Simon de Montfort, una luminosa mañana del verano de 1209, duque de
Montfort, pero en realidad funcionario de la represión de entonces y de siempre, un
Klaus Barbie de la época, dio a sus tropas la fría orden de entrar a sangre y fuego en la
ciudad de Béziers y pasar a cuchillo a todos sus siete mil moradores, hombres, mujeres,
niños, jóvenes y ancianos, sin exclusión, todos ellos cátaros, albigenses, herejes,
enemigos, alguien, un alma cándida, que nunca faltan, le hizo observar que con tan
drástica medida se exponía a llevarse por delante a más de un inocente. La
tranquilizadora respuesta de Amairie, obispo catalán, retrata a todos los Barbies, a todos
los humildes burócratas del mal, a todos los dulces creyentes en cualquier verdad,
revelada o dialéctica: «El Señor, allá arriba, en su infinita sabiduría, sabrá separar

inocentes de culpables». Amén.

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"Los últimos quince años de su vida sobre todo los dedicó Nuño a intervenir con sus análisis, desde diversas tribunas de prensa, en los más variados asuntos. Pero sería un error ver en esta actividad una afición de diletante, añadida a una carrera académica exitosa y ya concluida. Tampoco sería acertado caracterizarla echando mano de las categorías al uso en los medios de comunicación. Nuño no fue un comentarista más o menos especializado en temas específicos, de los que era capaz de abordar un amplio abanico, extrayéndolos de la actualidad política, la historia, la literatura o los simples lugares comunes de las opiniones de sus contemporáneos. Pero cualquier lector de esta parte de su obra comprende de inmediato que tiene delante un corpus, a la par que heterogéneo, coherente: conocimientos adquiridos y refinados durante más de treinta años de ejercicio de la filosofía, aparecen aquí perfectamente aclimatados a una función crítica esencial: contribuir al desvelamiento de las falacias e imposturas –los idola fori, habría dicho Bacon– que impiden la cabal comprensión del mundo en que vivimos. En última instancia, un objetivo invariablemente perseguido por Nuño en sus tres facetas filosóficas: la de helenista, la de especialista en lógica, filosofía del lenguaje y filosofía de la ciencia, y la de intelectual comprometido con sus coetáneos.
La valoración de la obra de Juan Nuño, se la dejo al también filósofo Alejandro Rossi: “Obra firme, erudita, original, entre lo más recordable de la filosofía en lengua española contemporánea.”
http://www.analitica.com/opinion/opinion-nacional/para-no-olvidar-a-juan-nuno/
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Bibliografía de Juan Nuño
  • La revisión heideggeriana de la historia de la filosofía. Episteme, Caracas, 1962.
  • La dialéctica platónica. Su desarrollo en relación con la teoría de las formas. Episteme, Caracas, 1962.
  • El pensamiento de Platón. Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1963; 2ª ed.: Fondo de Cultura Económica, México, 1988.
  • Sentido de la filosofía contemporánea. Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1965; 2ª ed., 1980.
  • Sartre. Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1971.
  • El marxismo y las nacionalidades. El planteamiento de la cuestión judía en el marxismo clásico. Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1972.
  • La superación de la filosofía y otros ensayos. Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1973.
  • Elementos de lógica formal (1975). 2ª ed.: Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1980.
  • El marxismo y la cuestión judía. Monte Ávila, Caracas, 1977.
  • Compromisos y desviaciones. Ensayos de filosofía y literatura. 2ª ed.: Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1978.
  • Kafka: clave judía. Editorial Venezolana, Mérida, 1983.
  • Los mitos filosóficos. Exposición atemporal de la filosofía. México, Fondo de Cultura Económica 1985; 2ª. ed.: Reverso Ediciones, Barcelona, 2006.
  • 200 horas en la oscuridadCrónicas de cine. Ediciones de la Dirección de Cultura, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1986.
  • La filosofía de Borges. Fondo de Cultura Económica, México, 1986; 2ª ed.: La filosofía en Borges. Reverso Ediciones, Barcelona, 2005.
  • Sionismo, marxismo, antisemitismo. La cuestión judía revisitada. Monte Ávila, Caracas, 1987; 2ª. ed.: Reverso Ediciones, Barcelona, 2006.
  • Doble verdad y la nariz de Cleopatra. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1988.
  • La veneración de las astucias. Ensayos polémicos. Monte Ávila, Caracas, 1988.
  • La escuela de la sospecha. Nuevos ensayos polémicos. Monte Ávila, Caracas, 1990.
  • Fin de siglo. Ensayos. Fondo de Cultura Económica, México, 1992.
  • Escuchar con los ojos. Monte Ávila, Caracas, 1993.
  • Ética y cibernética. Monte Ávila, Caracas, 1994.

[1] Este texto es un fragmento de “Acercamiento a Juan Nuño”, prólogo a la reedición en 2007 de El pensamiento de Platón, de este autor, por el Fondo de Cultura Económica (col. Heteroclásica).
[2] Alejandro Rossi, “Juan Nuño”, Vuelta, México, julio de 1995, p. 52.
[3] “Razón y pasión del fútbol”, Vuelta, México, nº 116 (julio de 1986), pp. 22-26.

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2 comentarios:

  1. Excelente artículo, felicitaciones por difundir.

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  2. Lo utilicé para ilustrar algunos conceptos de mi próximo libro, "Heidegger contaminado". He aquí la nota al pie en donde va incluido el texto de Juan Nuño:

    Si bien Hitler fomentó en un principio, con la creación de las SA, la manera patotera de hacer política, luego comprendió que al movimiento no le convenía esa táctica. La Noche de los Cristales Rotos, por ejemplo, aconteció sin que el Führer la aprobara. A los judíos había que tratarlos no a los golpes, sino con sistema, orden y estructura: “El 9 de noviembre de 1938 caía abatido en París Ernst von Rath, consejero de la Emba-jada alemana, asesinado por el judío polaco Grynzpan, desesperado por la deportación a que se vio someti-da su familia. Aquel homicidio fue la chispa que desencadenó la famosa Kristalinacht del 10 de noviembre en toda Alemania [...]. Esa orden aislada había partido de Goebbels a las SA, las secciones de asalto de los primeros tiempos del partido nazi. La orden creó un profundo malestar en el partido. Goering, Himmler y el propio Hitler criticaron internamente los hechos y condenaron los excesos. Pues los nazis no propugnaban ninguna violencia vulgar y callejera contra los judíos. Eran gente seria. La espinosa Judenfrage debía resol-verse científicamente, no a empellones, latas de gasolina y cristales rotos. Y en efecto: trataron de resolverla definitivamente: Endlösung, es decir, seis científicos millones. Para una primera prueba, no está mal” (Juan Nuño, "De un nazismo al otro", en línea).

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