(RE)LEER
Miquel Pairolí (Foto: el Periódico/Click Art) |
El diario digital catorze.cat publicaba hace poco un artículo del escritor catalán Miquel Pairolí (1955-2011) que habla de la relectura. Señala este periodista y novelista unos cuantos aspectos dignos de reflexión sobre esta actividad lectora y, suponiendo que a algunos de los visitantes de este blog pueda interesarles también, he optado por traducir varios fragmentos, a los que les he añadido mis comentarios.
Alguien dijo que leer es releer. Me parece que no, que una acción y la otra son sustancialmente distintas y que ambas tienen cualidades y condiciones propias.
No se trata sólo de la distancia que media entre el descubrimiento de un buen libro, que puede provocar sorpresa o emoción, y la familiaridad de la relectura, sino que, dependiendo del tiempo transcurrido entre una y otra lectura, la impresión que nos produce es distinta.
Puesto que leer es vivir, releer es volver a vivir, y no se trata de un ejercicio inocente. No podemos abordar de nuevo a los 40 años un texto que leímos cuando teníamos 18 sin que la vida y la experiencia contaminen las páginas. El lector ya no es el mismo y por tanto el libro también nos parece distinto.
Dan ganas de subrayar esto: la lectura y la vida son inseparables. Y nuestras lecturas son parte muy importante de nuestra experiencia vital. Tal como explica más adelante Pairolí, a medida que nos adentramos en la relectura, vamos recordando cómo era nuestra vida cuando leímos ese libro por primera vez y van aflorando memorias no sólo de la historia narrada, sino también de nuestra propia historia.
Entonces, cuando ha pasado tanto tiempo, ¿hemos de hablar de relectura o simplemente de lectura? Depende de la memoria de cada cual, pero en muchos casos quien regresa aLa cartuja de Parma veinte años después de haberla leído por primera vez no sólo es otra persona, sino que además conserva únicamente una atmósfera, impresiones y escasos detalles de la historia de Fabrizio y de la Sanseverina. Y no hace falta decir que fue el propio Stendhal quien subrayó la importancia de los detalles en literatura. Por lo tanto, aquí no habría que hablar de relectura sino simplemente de lectura.
Es curioso, pero me sucedió exactamente eso y precisamente con esta misma novela. Leí La cartuja hacia los veinte años y nunca había vuelto a ella. En mi memoria -y sospecho que incluso lo debí de citar alguna vez, fiándome de ella- la novela daba comienzo con la escena del campo de batalla de Waterloo, por el que Fabrizio ronda como alma en pena, sin tener ni idea de qué es lo que está pasando en realidad. Bien, pues, cuando no hace mucho lo tuve de nuevo en mis manos, para consultar ese pasaje, me di cuenta de que mi recuerdo se había "comido" los capítulos iniciales, y que en la famosa escena de la batalla pasaban a la vez más y menos cosas de las que yo recordaba. En resumen, que "mi" Cartuja no era del todo la de Stendhal, sino más bien una fabricación propia que yo me había construido a mi gusto en el recuerdo.
El campo de batalla de Waterloo |
Cuando la mano envejecida recupera del estante de la biblioteca aquel libro que dejó la mano joven, nunca se sabe qué puede pasar. Se puede reencontrar el placer, ciertamente, bajo una forma u otra, ya sea únicamente el placer de la memoria o el placer de la literatura o ambos, pero también se expone uno a sufrir un disgusto.
William Hazlitt, el eximio ensayista inglés, era de la misma opinión. Según él, releer las obras que uno admiró en su juventud puede resultar una decepción: "El sabor intenso y delicioso, el suave aroma, ha desaparecido y sólo quedan el tallo, la cáscara y la vaina de la literatura." Una postura muy extrema, la de Hazlitt. Sin duda algunas obras pierden brillo con la distancia, pero otras cobran mayor profundidad, porque nuestra experiencia como lectores nos hace capaces de ver en ellas significados que antes se nos escaparon.
Aunque no pierdas la ilusión de leer, a partir de cierta edad da la impresión de que las mejores fiestas del lector ya son parte del pasado que, de una manera u otra, la mayoría de libros siempre te evocan otros libros.
Muy cierto, pero ser capaces de establecer conexiones entre obras distintas, de diferentes autores y épocas, es parte del placer de habitar el mundo de la ficción. Si antes nuestra actitud era la del descubridor que se adentra en una terra incognita, que continuamente se maravilla ante los nuevos descubrimientos que va haciendo, ahora somos los colonos de ese territorio, empeñados en hacerlo fructificar y sacar de él los mejores rendimientos. Pues, pase el tiempo que pase entre lectura y lectura, lo esencial, las palabras, siguen allí.
Las palabras aun están allí, en la misma disposición precisa y eficaz en que fueron ordenadas por el autor y, si tenemos suerte, volverán a decirnos alguna cosa, pero será una cosa distinta; nos volveremos a emocionar, pero tal vez en otros pasajes, en otros detalles, por otros motivos.El texto siempre es el mismo, somos nosotros los que hemos cambiado. Los libros seguirán ahí, en espera de otros lectores que los lean y los (re)lean.
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