Jung. Foto: Archivo
Kairós. 384 pp., 29'50 e.
En su última película, Un método peligroso, que se estrena hoy en España, David Cronenberg nos aproxima a la figura de Sabine Spielrein y al curioso papel jugado por esta mujer en los inicios del psicoanálisis, primero como paciente de Carl G. Jung (Kesswil, 1875-Küsnacht,1961), después como amante suya y, finalmente, como psicoterapeuta ella misma, seguidora de Freud, en una historia que se deja contar con todos los ribetes de un difuso ménage à trois, cargado, como no podía ser menos en este caso, de dramático simbolismo. Pese a que el filme de Cronenberg se basa en realidad en un libro anterior de John Kerr, A most dangerous method, La historia secreta del psicoanálisis. Jung, Freud y Sabina Spielrein (Crítica, 1995), la coincidencia de su estreno con la llegada a las librerías españolas de la biografía de Antier sobre Jung contribuirá a la difusión de ésta última.
Antier (Rouen, 1928), escritor polifacético y novelista especializado en biografías de grandes personajes, aprovecha por lo demás el atractivo de este episodio erótico, donde paciente y médico acabaron sucumbiendo a los mecanismos de la transferencia, y lo mezcla hábilmente en su texto con el relato de las relaciones entre Jung y Freud desde su primer encuentro en 1907 hasta su ruptura definitiva en 1914. Este hilo conductor constituye lo más sustancioso de la primera parte de la obra. En ella descubrimos también la compleja atmósfera familiar en que discurrió la infancia de Jung, un niño hipersensible y solitario al que acompañamos en su etapa de adolescente atormentado y estudiante inconformista hasta verlo convertido, a los veintinueve años, en un médico psiquiatra de éxito que, tras algunos titubeos, apuesta por la terapia psicoanalítica, siendo alzado por el maestro a la condición de heredero e “hijo espiritual”, como presidente de la Sociedad Psicoanalítica Internacional.
Como explica Antier, Freud vió en ese ario suizo, rubio y cristiano protestante, procedente de la burguesía acomodada de Alemania, un excelente medio para que la causa psicoanalítica no quedara reducida a la condición de mero producto del guetto intelectual judío. Obvió así las discrepancias teóricas entre ambos y, cuando Jung le puso en antecedentes sobre el caso de la adolescente rusa que había ingresado en la clínica Burghözli de Zúrich, aquejada de una psicosis histérica grave, y a la que él había tratado con éxito, pero dejándose enredar en un conflicto sentimental, se apresuró a excusar la inexperiencia del joven terapeuta. Al poco tiempo cambiaría de idea. Entretanto, curada y despechada, Sabina había emprendido estudios de medicina, se había doctorado con un trabajo sobre la esquizofrenia y se había mudado a Viena para consagrarse al psicoanálisis, ganándose las simpatías de Freud. Anticipando la hipótesis de la relación entre la sexualidad y el instinto de muerte, había demostrado al maestro ser mucho más fiel que el díscolo Jung, quien en ningún momento había dejado de coquetear con lo místico y lo oculto.
Engarzando así estas historias personales de celos, atracciones y rivalidad con la reconstrucción de la trayectoria intelectual de Jung, Antier logra un texto ameno, que introduce numerosas nociones especializadas empleando un estilo accesible y que, si no aporta gran novedad en el plano estrictamente biográfico, basado como está ante todo en la autobiografía de Jung y en los cinco volúmenes de su correspondencia, sí que acierta a iluminar uno de los perfiles más acusados del personaje, su interés permanente por la vivencia de lo “numinoso”.
La importancia de esta dimensión espiritual de la existencia, raíz de sus investigaciones sobre el psiquismo primitivo y la pervivencia de esos resortes arcaicos en la mente del hombre moderno, es el verdadero hilo conductor de la segunda parte de la obra de Antier y, de hecho, la que explica para él, como por otra parte ha sido reconocido en numerosas ocasiones, que la ruptura con Freud fuera algo inevitable. Según reza el subtítulo de esta biografía, la experiencia de lo sagrado resulta un elemento constitutivo en la vida de Jung. Siempre desconfió por ello de la manera en que Freud concentraba en la sexualidad el sentido del inconsciente. Para él, esta perspectiva era reduccionista e incapaz de dar cuenta de lo más específico del alma. Transformaciones y símbolos de la libido, publicado por Jung en 1912, mientras Freud pergeñaba en Totem y tabú una respuesta insuficiente, consumaría el asesinato simbólico del padre, dejándolo libre para emprender la exploración de unas profundidades de la psique jamás entrevistas por el psicoanálisis.