sábado, 27 de julio de 2024

Olivier Roy, el filósofo con espíritu aventurero que diseccionó las guerras culturales

El pensador francés, gran referencia en el análisis del islam, que se jugó la vida en su años mozos en sus viajes a Afganistán, sostiene que vivimos un proceso de desculturización


Daniel Gascón

26 JUL 2024 

 Olivier Roy, un filósofo francés especializado en el islam, ha escrito el mejor libro sobre las guerras culturales y la política de la identidad. Elogiado por autores como Ivan Krastev o Tyler Cowen, L’Aplatissement du monde (el aplanamiento del mundo) —publicado en francés en 2022 y traducido al inglés este año— describe “la crisis de la cultura y el imperio de las normas”. Según Roy, a diferencia de lo que ha ocurrido en otros momentos, vivimos un proceso de desculturización sin que haya una nueva cultura que venga a sustituir la que desaparece. La cultura se erosiona como realidad antropológica y como estándar normativo. El resultado son identidades y subculturas reducidas a códigos de comunicación puramente performativos. En palabras de Krastev, “si el hogar es un lugar donde sientes que te entienden, ahora vivimos en un mundo sin hogar. La utopía cosmopolita donde todo el mundo se siente en casa se ha visto suplantada por el miedo a que nadie esté en su casa en su propio país”.

El fenómeno, según Roy, obedece a varios factores: la mutación de valores provocada por la revolución individualista y hedonista de 1968, la aparición de internet, la globalización financiera neoliberal y la globalización del espacio y circulación de los seres humanos, que llama “desterritorialización”. La cultura se compone de implícitos: ahora se sustituye por un código, y nuestra convivencia se puebla de normas que deben ser explícitas. No ocurre solo en las culturas minoritarias: también se ve en las teóricamente dominantes, que temen ser sustituidas. Los conservadores occidentales no apelan a valores universales sino identitarios, que es justo lo que reprochan a los progresistas. Ambos, a izquierda y derecha, se ven tentados por una “pedagogía autoritaria”, que reglamenta la laicidad, el sexo o las costumbres.

Nacido en una familia protestante en La Rochelle en 1949 y profesor en el Instituto Universitario de Florencia, Olivier Roy lleva décadas estudiando la relación entre cultura y religión. Ha escrito sobre el legado del cristianismo en Europa, pero es conocido sobre todo por sus trabajos acerca del islam. Es un académico atípico y a la vez un hombre del 68. Estudió en el prestigioso Lycée Louis-le-Grand, formó parte de la maoísta Gauche prolétarienne y se marchó a Afganistán en autostop en 1969. Frecuentó el país, aprendió persa, y el contacto con las personas y el terreno lo apartó de sus apriorismos y de teorías más rígidas y culturalistas. Durante el curso daba clases de Filosofía en institutos en Francia, en verano viajaba a Afganistán. Cuando estalló la guerra con los soviéticos se marchó de nuevo y “se profesionalizó”: llevó armas a los muyahidines, viajó a pie y a caballo (a veces, disfrazado de afgano; su pareja se tuvo que ocultar tras un burka), trabajó para gobiernos occidentales, estuvo en grave peligro varias veces. Fue asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores francés, de la ONU para ayuda humanitaria en Afganistán, y estuvo como enviado de la OSCE en Tayikistán.

Roy cuenta esas aventuras y describe su evolución intelectual en un libro apasionante, En quête de l’Orient perdu (en busca del Oriente perdido), que recoge sus conversaciones con el ensayista, editor y traductor Jean-Louis Schlegel. Se convirtió en director de Investigación en el Centro Nacional de Investigación Científica y fue profesor en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Publicó libros como El fracaso del islam político y se transformó en una autoridad en la religión musulmana, una referencia a la hora de analizar la yihad y el terrorismo, la relación del islam con Occidente y la modernidad o las implicaciones de la laicidad. Tuvo sonadas polémicas con Gilles Kepel, especialista en terrorismo islámico. Kepel hablaba de la “radicalización del islam”; Roy destacaba la “islamización del radicalismo”, subrayando el componente nihilista del terror. (Kepel no ha querido hacer declaraciones)

Para Schlegel, Roy “se cansó de escribir ensayos sobre el islam político, que lo confinaba en una especialidad bastante estrecha y poblada. Reorientó su investigación hacia el desarrollo de la religión en la globalización”.

“Es original, nuevo, sorprendente”, dice Schlegel por correo electrónico. “Realiza asociaciones asombrosas, síntesis audaces entre realidades aparentemente desvinculadas”.

En L’Aplatissement du monde Roy aborda la política de la identidad sin caer en los tópicos, con puntos de vista sorprendentes e iluminadores. No la ensalza ni la condena: actúa como antropólogo cultural, y describe sus mecanismos, aristas y contradicciones. Para Faisal Devji, profesor de Historia India en el St. Anthony’s College de Oxford, la tesis del libro es que las guerras culturales y las políticas de identidad surgen como parte de una desculturización generalizada, y de la producción de identidades empobrecidas que definen unos pocos marcadores genéricos desvinculados de cualquier contexto histórico. Otro elemento distintivo de esa crisis es la muerte de las utopías: el activismo climático intercambia utopía por nostalgia; también es pesimista la visión de los ultracatólicos, de los evangélicos y los yihadistas.

“Vivimos en una atmósfera apocalíptica”, dice Roy por teléfono, y convive con la folclorización: “Si miras a la derecha, los que piensan que la cultura europea, francesa o italiana están en peligro no reivindican a Victor Hugo. Hablan de la baguette, el salchichón, el vino tinto, las danzas tradicionales, las provincias, las películas de los años cincuenta”.

Roy, un hombre de izquierdas, prefiere hablar de choque de valores en vez de guerra cultural. Presenta diferencias a ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos, las discrepancias entre republicanos y demócratas no tienen que ver primordialmente con cuestiones económicas o geoestratégicas, sino con valores (el aborto, por ejemplo). La situación en Europa es algo distinta porque los valores de la libertad sexual son más firmes (con excepciones, dice, como Vox y Zemmour). “La paradoja europea es que algunos populistas presentan valores como el feminismo como una identidad frente al islam”.

La extrema derecha actual no es un neofascismo, sostiene, porque no combate por un proyecto de nueva sociedad o valores superiores. No quieren extranjeros, son conservadores, pero en una sociedad transformada por la revolución sexual. Wilders, Marine Le Pen o Meloni dicen defender “un modo de vida”. Meloni habla de la defensa de la pizza como un objetivo de gobierno. “No te imaginas a Mussolini hablando de la pizza”.

El sexo y la raza son centrales en la reflexión sobre la cultura y la norma de L’Aplatissement du monde, porque plantean la pregunta de si la biología puede servir de límite al código de los marcadores de la identidad. Para Faisal Devji, Roy describe cómo “el sexo se ha liberado de la necesaria opacidad del deseo y se ha recurrido a una secuencia transparente de actos en cada uno de los cuales es posible determinar que se ha producido el consentimiento. Se ha convertido en una relación contractual neoliberal”.

La raza y el sexo se han transformado en identidades fluidas que se pueden elegir, pero deben ser vigiladas constantemente para evitar la apropiación, explica Devji, presenta como ejemplo el debate sobre lo trans. Las feministas que dicen que el sexo biológico es real son condenadas como antitrans, pero quienes se presentan como negros sin serlo se enfrentan a la afirmación de que la raza es real. El factor diferencial es el sufrimiento, que genera una jerarquía. Y a la vez, en ausencia de un imaginario político compartido para el futuro, las relaciones se vuelven transaccionales, definidas por el reconocimiento y el contrato, y el disenso se estigmatiza y castiga, preferiblemente por la ley y si no a través del ostracismo social.

El punto en común de los sistemas normativos, herederos paradójicos del optimismo del 68, sostiene Roy, es su profunda desconfianza en el encuentro con los demás: la crisis de la cultura es una crisis del humanismo.

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