Portada de la nueva edición de 'Cien años de soledad' en Japón, ilustrada por Ryuto Miyake, en una imagen cedida por la editorial Shinchosha. |
La edición de bolsillo de Cien años de soledad en japonés se ha convertido en el fenómeno editorial del verano tras vender en ocho semanas unos 290.000 ejemplares y casi la misma facturación de las tres versiones en tapa dura impresas en los pasados 52 años. Entre las razones del inesperado auge de la obra cumbre de Gabriel García Márquez figuran el próximo estreno en Netflix de una serie basada en la novela, su influencia en prestigiosos autores japoneses y la portada con figuras macondianas dibujadas en un estilo enciclopédico por uno de los ilustradores locales más cotizados del momento, Ryuto Miyake, autor de campañas publicitarias para marcas como Gucci, Bottega Veneta o Apple.
“Además de ofrecerla en formato de bajo precio a los lectores que verán la serie de Netflix, queríamos aprovechar el décimo aniversario de la muerte de Gabo para volver a presentar su literatura”, explica Ryo Kikuchi, encargado de promocionar la nueva edición de la novela, publicada por primera vez en Japón por su editorial (Shinchosha), en 1972, cuando él mismo no había nacido y el autor colombiano no había ganado el Nobel de Literatura.
Kikuchi, que atiende la entrevista vestido con una camiseta negra estampada con la cara sonriente de García Márquez en medio de un letrero amarillo que dice en español “bienvenido a Macondo”, diseñó una campaña publicitaria que incluye bolsas de tela (tote bags) decoradas con el árbol genealógico de la familia Buendía. El editor aclara que pese al lento ritmo de ventas de la edición original, la novela se ha mantenido en las librerías japonesas todos estos años, dada su reputación como obra maestra de la literatura mundial, que ha vendido 50 millones de copias en 46 idiomas.
La camiseta con el árbol genealógico de los Buendía, incluida en la promoción de la nueva edición de 'Cien años de soledad', en una imagen de la editorial Shinchosha. |
El libro, lanzado en 1967 en Buenos Aires, ha sido además fuente de inspiración o detonante de la carrera literaria de distinguidos autores nipones. Kenzaburo Oé (1935-2023), premio Nobel de Literatura de 1994 y admirador declarado de Cien años de soledad, la tomó como referencia para su obra Dojidai gemu (algo así como El juego de la contemporaneidad, 1979), el relato de un imaginario pueblo periférico cuyo mito fundacional simboliza la historia moderna de Japón y cuestiona el origen de la familia imperial.
Otro conocido escritor, Natsuki Ikezawa, describe una isla ficticia en Micronesia llamada Navidad gobernada por un dictador de inspiración macondiana en su novela Mashiasu Giri no Shikkyaku (La caída de Mathias Giri, no traducido al español). Poco después de su publicación, el libro recibió el premio Tanizaki, uno de los máximos galardones literarios de Japón, y la crítica resaltó su ruptura estilística con la novela naturalista e introvertida que había dominado la narrativa nipona por más de medio siglo.
Ikezawa ostenta con ironía el calificativo de “acosador de la prosa garciamarquiana” y en el Primer Congreso García Márquez, que tuvo lugar en el Instituto Cervantes de Tokio en octubre de 2008, explicó que aprendió del autor colombiano la técnica para “desafiar las leyes de causa y efecto”. En un reciente coloquio sobre Cien años de soledad, Ikezawa dialogó con Tomoyuki Hoshino, otro premiado autor que, tras leer la saga de la familia Buendía en la década de los años noventa, dejó el periódico donde trabajaba y se fue a estudiar español a México.
Gabriel García Márquez retratado en Cartagena, en 1991.ULF ANDERSEN (GETTY IMAGES)
En su debate, Hoshino asoció la vigencia de la novela a la situación turbulenta que atraviesa el mundo, con caos social, tiranos y guerras, en una repetición cíclica de la historia enunciada por Úrsula Iguarán en la obra.
Muchos lectores llegan a la edición de bolsillo atraídos por la portada del ilustrador Ryuto Miyake. Su estilo evoca las minuciosas ilustraciones de la Expedición botánica de José Celestino Mutis, que entre los siglos XVIII y XIX denominó y clasificó gran parte de la flora colombiana. Como en una vitrina de coleccionista, Miyake dispone 16 elementos macondianos, entre ellos un alambique, un telescopio, un gallo de pelea y un racimo de plátanos, además de personajes como el gitano Melquíades y el coronel Aureliano Buendía.
La ordenada secuencia sugiere la intención de guiar a los lectores en una lectura que, según los comentarios de las redes sociales, se presenta compleja y difícil de seguir. “Aunque hayan dicho que se vende como salchichas, no es un libro fácil”, advierte el crítico literario Sinsi Saito en su canal de YouTube al presentar una serie de cuatro capítulos didácticos sobre Cien años de soledad. Saito desglosa los episodios principales del libro, explica los orígenes del realismo mágico y recomienda no cuestionar la lógica de episodios fantásticos como el vuelo de Remedios la Bella.
Al comentar el impacto de Cien años de soledad, los hispanistas locales señalan la calidad de la traducción realizada por el ya fallecido traductor Tadashi Tsuzumi para la primera edición y revisada un par de veces para las dos reediciones en tapa dura.
La historia traducida de Macondo tiene una capa sensorial inexistente en el original, gracias al inagotable catálogo de las onomatopeyas japonesas que, además de sonidos, permiten describir sensaciones o estados emocionales. En la escena inicial, por ejemplo, el traductor añadió el sonido rítmico de las piedras del lecho del río de Macondo goro-goro y para transmitir su tacto liso recurrió a la onomatopeya sube-sube.
El deseo de entender mejor la obra ha originado clubes de lectura y coloquios para discutir también aspectos no literarios. Personalidades ajenas al mundo literario, como el cómico Baki Baki Virgin, con 1,6 millones de seguidores en YouTube, aseguran que, pese a su reputación de obra maestra, no se trata de un libro pretencioso y recomiendan disfrutar la inverosimilitud sus episodios.
Su consejo recuerda la ocurrente sugerencia de Kobo Abe, otro famoso escritor devoto de la novela, en un discurso en 1983. Tras subrayar la “excesiva seriedad” de sus paisanos, Abe explicó las propiedades de la comida picante para estimular el hemisferio derecho del cerebro, donde, según el autor, se sitúa el sentido del humor, de lo que concluyó que la mejor forma para que los japoneses disfruten de Cien años de soledad es comiendo sushi con mucho wasabi.