Tres lecciones del último libro del célebre pensador surcoreano, ‘El espíritu de la esperanza’, que aborda esta brújula para encontrar nuevos caminos y huir del miedo que nos paraliza
Winston Churchill, un hombre que era muy proclive a las depresiones, dijo: “Si estás pasando por un infierno, sigue adelante”. Esa recomendación encierra que todo, lo bueno y lo malo, es provisional, como la vida misma.
Lo que mata la esperanza, según Byung-Chul Han, no es la desesperanza; bien al contrario, esta última es su punto de partida, el inicio del viaje. Tal como lo expone en el preludio del ensayo, lo contrario a la esperanza es el miedo. En sus propias palabras: “Pasamos de una crisis a la siguiente, de una catástrofe a la siguiente, de un problema al siguiente. De tantos problemas por resolver y de tantas crisis por gestionar, la vida se ha reducido a una supervivencia”. Para el coreano, vivir en esa mera supervivencia nos ancla a la depresión y al miedo. Este último nos cierra puertas y nos roba la libertad, ya que imposibilita que nos pongamos en marcha. Alguien con miedo al futuro será incapaz de organizar y crear su propio futuro. Entra en una especie de profecía de autocumplimiento.
Como señala Byung-Chul Han, en alemán la palabra miedo —Angst— procede, al igual que en latín, del término angostura. Es decir, cuanto mayor es nuestro temor, más angosta será nuestra área de acción. Por eso quien se angustia se siente, de un modo u otro, acorralado.
El antídoto es la esperanza ya que, en sus propias palabras, “va dejando indicadores y señalizadores de caminos. La esperanza es la única que nos hace poner en marcha. Nos brinda sentido y orientación (…) Y las acciones necesitan un horizonte de sentido”. Así como el miedo imposibilita, la esperanza, como la definía el filósofo danés Søren Kierkegaard, es la pasión por lo posible.
Resumiendo, en clave práctica, estas reflexiones, podemos concluir tres cosas:
1. Tener esperanza es ver nuevas posibilidades. Es decir, adelantarnos a otros escenarios que nos esperan, aunque estén lejos de nuestra situación actual. Byung-Chul Han cita, en este sentido, una Epístola a los Romanos del Nuevo Testamento: “Si lo que se espera ya está a la vista, entonces no es esperanza, porque ¿para qué esperar lo que ya se está viendo?”. Por lo tanto, hay algo de visionario en ello.
2. Hay esperanza pasiva y esperanza proactiva. La primera nos pone a merced de los acontecimientos. La segunda supone trabajar para que se materialice la nueva posibilidad. De hecho, el dramaturgo francés Gabriel Marcel decía que la esperanza está trenzada: “En el tejido de una experiencia en curso (…) está metida en una aventura que aún no ha terminado”. Es decir, supone estar en el proceso de dirigirnos hacia algo mejor.
3. La esperanza es asumir que todo es temporal. Por consiguiente, es solo cuestión de tiempo que salgamos de este trance. El problema de los desesperados es que creen haber ingresado en una condición permanente. La persona deprimida se convence de que no saldrá del pozo, mientras que quien siente que el mundo se ha vuelto en su contra cree estar condenado de por vida. Para escapar de esa angostura hay que evitar tomar la parte por el todo. Todo mal momento es solo un capítulo de la historia. El próximo puede ser distinto. Con las acciones adecuadas, los acontecimientos y las circunstancias cambiarán.
La poeta Emily Dickinson definía el asunto de este artículo con esta bella imagen: “La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma, y entona melodías sin palabras, y no se detiene para nada, y suena más dulce en el vendaval”.
Esperanza versus optimismo
En su último ensayo, Byung-Chul Han establece una diferenciación clara entre esperanza y optimismo, que este filósofo ve como algo pasivo y limitado. Tal como lo explica en El espíritu de la esperanza: "El optimismo carece de toda negatividad. Desconoce la duda y la desesperación (…) El optimista está convencido de que las cosas acabarán saliendo bien", aunque al mismo tiempo, señala el coreano, "desconoce el futuro como campo abierto a las posibilidades".
En su crítica al optimismo a ultranza entraría la ley de la atracción mal entendida: el hecho de considerar que basta con pensar en un resultado positivo para provocarlo, sin "picar piedra" para conseguirlo. Y ese esfuerzo empieza por alimentar la misma esperanza, que según Byung-Chul Han "muchas veces hay que suscitarla y concitarla expresamente".