martes, 22 de agosto de 2017

La Strada, una maravilla neorrealista de Federico Fellini


La strada

"Los preceptos no son precisiones, son paquetes 
de sensaciones y relaciones que viven en forma 
independiente de quien quiera que los experimenta" 
(Gilles Deleuze)

El cine es ensueño, es música. No hay forma de arte que vaya más allá de la conciencia ordinaria como lo hace el cine, directamente a nuestras emociones, al penumbroso recinto del alma.
Ingmar Bergman.
LA STRADA (1954)
Dirección: Federico Fellini.
Intérpretes: Giulietta Masina, Anthony Quinn, Richard Basehart, Aldo Silvani.

Gelsomina (Giulietta Masina), después de ser vendida por su madre,
se convierte en compañera del bruto y fornido Zampanó (Anthony Quinn),
 un hombre que se gana la vida realizando espectáculos circenses callejeros.
Proveniente de las enseñanzas del neorrealismo, en esta primera etapa de
retrato social, Fellini, siempre trata de huir del dramatismo exacerbado
de sus predecesores, para centrarse en historias simplemente humanas,
dentro de una estética que sí puede emparentar con sus maestros, más
radicales.
En “La Strada”, elige a dos personajes marginales, Zampanó (Anthony
Quinn) y Gelsomina (Giulietta Masina), que el azar unirá sus destinos,
para definitivamente separar sus caminos imposibles.
Zampanó es un mísero “artista” circense que se gana la vida en la
carretera, haciendo su patético número en las calles de la hambrienta
Italia de posguerra, al morir su compañera adopta como ayudante a
Gelsomina, una muchacha que hoy denominaríamos “discapacitado psíquico
límite”, que, como es habitual, rebosa inocencia y bondad. Enfrente un
Zampanó, sin muchas más luces, pero brutal y primitivo.
El film, con este escenario, se convierte verdaderamente en una historia
de amor imposible, más que en la denuncia social, que como fondo, se
desenvuelven los personajes, (en uno de los mejores trabajos en la
carrera de ambos protagonistas).
El amor dulce y abnegado de la enternecedora muchacha, choca una y otra
vez con el amor orgulloso y egoísta de Zampanó, ciego y temeroso de sus
propios sentimientos, aunque acabará finalmente tomando conciencia de su
ya inevitable y amarga soledad.
Una lección espléndida sobre la incomunicación, el egoísmo, y finalmente
el desamparo, frente a la bondad, la inocencia y el infinito corazón que

posee la ¿disminuida? Gelsomina.

Angel Lapresta

http://www.alohacriticon.com/cine/criticas-peliculas/la-strada-federico-fellini/







. El personaje de Gelsomina nos remite al del vagabundo chapliniano

2. "Todo lo que existe tiene un motivo para estar ahí"


3. Zampanó enfrentado al sentido de su propia existencia

La strada

"Lo que me hubiera gustado hacer es una película como 'La Strada'. Pero nunca haré 'La Strada'. Ya está hecha, es muy buena, no se podría mejorar
Francis Ford Coppola


Las palabras de Coppola expresan a la perfección la excepcionalidad del cuarto largometraje de Federico Fellini, para muchos (entre los que me encuentro) la obra cumbre de la etapa neorrealista del director (la que va desde su ópera prima, Luces de Varieté, hasta su sexto largometraje, la celebrada Las noches de Cabiria, pasando por la divertidísima El Jeque Blanco y las también magníficas Los inútiles Almas sin conciencia), además de uno de los mejores títulos de toda su filmografía.

No es casual, en este sentido, que el film se ubique justamente en el centro (cronológicamente hablando) de la mencionada etapa neorrealista del director (sin dejar de ser espléndido, un período todavía de formación y, desde mi punto de vista, menos personal que el que se iniciará en 1960 con La dolce vita y en el que Fellini alcanzará su máxima madurez para ofrecernos la mayor parte de sus mejores títulos): justamente por el hecho de encontrarse todavía alejado de la etapa en la que Fellini desarrollará su universo más íntimo (desde una actitud autoconsciente de búsqueda de la propia personalidad artística), pero, al mismo tiempo, sin dejar de contener la esencia de la poética felliniana (en este caso, desde una mirada mucho más espontánea), La Strada se presenta como una obra de una pureza y sensibilidad que convierten su visionado en una experiencia absolutamente conmovedora.

Esta espontaneidad y sensación de primera vez es precisamente lo que hace de la película una obra única y excepcional, algo que queda completamente patente en el personaje de Gelsomina (Giulietta Masina). Para entendernos: siendo también un film ejemplar, es difícil evitar ver en la posterior Las noches de Cabiria la voluntad un tanto forzada de retomar el carácter de la protagonista de La Strada (transfigurada aquí en la inocente prostituta que da nombre al film), circunstancia que acaba lastrando, aunque solo sea en parte, la sensación de naturalidad que sí encontramos en esta Gelsomina, un personaje por otra parte excepcional en su pureza e ingenuidad (tal como confiesa el propio Fellini, hablando de su motivación sentimental a la hora de crear a su personaje: “Creo que la película la he hecho porque me he enamorado de esa muchacha-viejita un poco loca y un poco santa, de ese desgreñado, ridículo, desgraciado y tiernísimo clown al que he llamado Gelsomina y que todavía hoy logra hacer que me encorve de melancolía cuando escucho el tema de su trompeta”).

Apoyándose en la extraordinaria composición del personaje de Gelsomina a cargo de Giulietta Massina (una figura que nos hace pensar inevitablemente en el vagabundo chapliniano – fotograma 1), y arropada por la no menos memorable interpretación del forzudo Zampanó a cargo de Anthony Quinn, la película se estructura a modo de una peculiar roadmovie a lo largo de la cual asistiremos al errático deambular de la pareja protagonista a la búsqueda de su pequeño lugar en el mundo y, en último término, del sentido de su existencia, tal como expresa la propia Gelsomina en una escena del film ante el joven acróbata (Richard Basehart): “Nadie me necesita. ¿Para qué vine a este mundo?”; a lo que el rival de Zampanó responde de manera elocuente: “Puede que Zampanó te quiera. Si tú no te quedas con él, ¿quién lo hará? No soy muy instruido, sólo he leído un par de libros. Pero todo lo que existe tiene un motivo para estar ahí. Tú también eres buena para algo. Con tu cara de alcachofa” (fotograma 2).

Precisamente la trágica ausencia de Gelsomina será el detonante para que el rudo Zampanó tome finalmente consciencia de su triste realidad, en el emocionantísimo y revelador final en el que, tras ser echado de una taberna completamente borracho, y después de proclamar con desesperado orgullo su soledad (“¡No necesito a nadie! ¡Quiero estar solo!”), el protagonista se enfrentará finalmente al sentido de su existencia postrado ante la inmensidad del firmamento en la misma playa en la que recogió años atrás a Gelsomina (fotograma 3). Para quien esto escribe, una de las más conmovedoras escenas de revelación existencial que nos ha dado el arte del cinematógrafo.

David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2014)

http://cinemaesencial.com/peliculas/la-strada



La Strada, una maravilla neorrealista
 de Federico Fellini
Drama, costumbres y circo ante la mirada de Gulieta Masina 
y la grandeza de Anthony Quinn

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La Strada
Zampanó (Anthony Quinn) y Gelsomina (Giulietta Massina) con el tambor, en una escena del film de Fellini.
La Strada
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DATOS RELACIONADOS
Título original: La Strada (1954)
Director: Federico Fellini
Guión: Tullio Pinelli & Federico Fellini
Intérpretes: Anthony Quinn, Giulietta Massina, Richard Basehart, Aldo Silvani, Marcella Rovere, Livia Venturini
Fotografía: Otello Martelli (B&W) 

Música: Nino Rota

Duración: 108’

País: Italia
Productora: Ponti de Laurentiis
Premios obtenidos: Premios Oscar en 1977 a Mejor película de habla no inglesa, y León de Oro en el Festival de Venecia de 1954.

Iduna Ruiz de Martín – La República Cultural
Suena una melodía con aroma triste, pero sin dar tiempo a que se encojan las emociones, el ritmo nos lleva hasta un circo. Sobre unas notas y otras, leemos los nombres que han hecho de La Strada una película inolvidable, un hito de Federico Fellini. Durante los dos minutos que duran los créditos, Nino Rota, el compositor de la banda sonora, ha avisado al ánimo de que aquí se mezcla todo, que el drama manda, pero también iremos a la feria a sonreír.
¡Gesolmina, Gesolmina!” (con el cantarín acento italiano y la voz aflautada de unos niños) son las palabras que nos llevan hasta ella, la hipnótica Giulietta Masina, que interpreta el personaje más dulce, inocente y expresivo, que para mí ha dado el séptimo arte. Anthony Quinn es el zafio Zampanó, el ser más opuesto a ella sobre la faz de la Tierra. Chocan, desde el primer instante, la curiosidad e imaginación en la mirada de ella, la apatía y cruda realidad en la de él. El gigante (desde la perspectiva de Masina y la mía, lo es) paga por adelantado, y Gesolmina abandona feliz y expectante, su hogar. ¡Va a convertirse en artista! O eso sueña.
Fellini, maestro del neorrealismo italiano, nos adentra en las carreteras y caminos de una Italia empobrecida por la guerra a través de Zampanó, un artista ambulante burdo, machista y beligerante, y Gesolmina, una joven sin mayor mundo que el que ha escuchado narrar, a quien compra por 10.000 liras para que le ayude en sus espectáculos. El director, también guionista, crea dos personajes muy diferentes entre sí, hace convivir en un destartalado carromato la dulzura y la brusquedad, las ganas de vivir y conocer, y la incomunicación. Son bagajes que pesan demasiado, y uno termina cargándose de más, siempre.
Ahora, si me permitís, voy a sumergirme en las imágenes de esta delicia de largometraje…
¡É arrivato Zampanó!”. Y suena el tambor. Soy incapaz de no sonreír recordando la escena en que Gesolmina inicia su aprendizaje. Es terrible, porque el bruto titiritero la trata cual perro; pero inspira tanta ternura, tanta… Sonrío (después de abofetearle a él mentalmente), no puedo evitarlo.
Zampanó no regala ni una sonrisa, ni una. Ella las pone todas. Con el dibujo de sus labios y con los ojos. ¡Ay la Massina plantando tomates en mitad del viaje! Con esta ocurrencia esboza un gesto divertido hasta la tosquedaz personificada.
El mundo interior de Gesolmina va evolucionando, y lo sabes por como -y donde- fija la mirada, por como se encoge de hombros, por como camina. La inocencia que transmite cuando Zampanó está con otras mujeres, esa timidez de quien es testigo de una conversación o escena que le ruboriza, después torna en amarga resignación, en saberse diferente, que no peor. Ella es especial, es pura, pertenece a otro mundo que sólo entienden sus iguales. En este punto recuerdo un fragmento de la novela También esto pasará, de Milena Busquets, que dice “[…] lo que vemos nos define absolutamente. Y amamos instintivamente a los que ven lo mismo que nosotros, y les reconocemos al instante” y en La Strada se ve tal cual. En una boda, donde la inconfundible mirada de Fellini nos presenta desde dentro las arraigadas costumbres italianas, un grupo de niños arrastra a Gesolmina, su igual, para que haga reír al niño enfermo que se esconde en una de las habitaciones. Los pelos de punta ante este recuerdo, ante la magia que se crea entre dos que se miran en el mismo espejo y se reconocen.
El flequillito rubio encuadra unos ojos que empiezan a darse cuenta de que Zampanó es mala gente, que no la merece. Y pregunta, con más interrogante que rabia, ¿por qué? No teme preguntar, no le asusta, ¡qué privilegio! Y llora y ríe sin disimulo, porque no siente la necesidad de disimular, ¿para qué? Una de las grandezas de este personaje es la transparencia, la ausencia de mentira en cada gesto, la simpleza que nos hace más humanos.
Cedo parte de mi admiración incondicional por Gesolmina al papel que interpreta Richard Basehart, “Il Matto” (El Loco), un trapecista del que me declaro enamorada. En torno a él he tenido conversaciones enfrentadas, hay quienes le aplauden, como yo, y quienes le tachan de farsante sutil. A estos hoy no les hago ni caso. Creo que es un espíritu que vibra en consonancia con Gesolmina, pero con ese punto machista de todos los hombres de Fellini, de los italianos que retrata el neorrealismo. Hay quienes apuntan a que “Il Matto” engaña a la joven, la incita con maldad a ver en Zampanó amor, a ilusionarse. Yo lo que veo es un acto de bondad, hacia ella, porque le da una razón de ser, de estar, un propósito; y hacia el patán Zampanó. Si Gesolmina se va… ¿quién quedará? “Il Matto es juego, la vitalidad que concede la ligereza, es el complemento perfecto para aquellos ojos vibrantes que se van apagando ante el desprecio. Cuando habla con la bella Masina me acuerdo de aquellas mañanas en que mi padre me sentaba frente a los títeres del Retiro y yo gritaba a voces, levantándome, lo que quería que sucediera “¡sal corriendo, sal corriendo! ¡la bruja está detrás!” Pues aquí igual. Le digo a Gesolmina, desesperada, la decisión que debe tomar, pero no me hace caso; y lo peor de todo es darme cuenta de que quizás yo tampoco me lo haría.
Se acerca el final, y de nuevo cobra protagonismo una melodía, la que tararea la dulce muchacha, la que quiere aprender a tocar la trompeta. Después, la mujer tendiendo la ropa, el helado cerca del mar, los borrachos, el darse cuenta mal y tarde. Del final de esta joya del cine ni quiero ni debo decir más. Hay que sentir ese fundido a negro, es la única manera de llevarse La Strada grabada en la piel
.





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