Año:
1957
Film:
Blanco y negro
Duración:
110 min
Producción:
Dino De Laurentiis (Roma), Les Films Marceau (Paris)
Distribuidora:
Paramount
El cine es ensueño, es música. No hay forma de arte que vaya más allá de la conciencia ordinaria como lo hace el cine, directamente a nuestras emociones, al penumbroso recinto del alma.
Ingmar Bergman.
Cabiria, inocente e indefensa, es una prostituta con una existencia infeliz. Ha corrido el riesgo de ser asesinada por un amigo por su dinero; un célebre actor se burla de ella e incluso sus compañeras de la calle se divierten a sus espaldas. Desconsolada, acude al santuario del Divino Amor y, atrapada por el énfasis de una ceremonia religiosa, reza ella también para que un milagro le haga cambiar de vida. Y parece que el milagro se cumple; después de que un ilusionista le ha predicho un futuro feliz, Cabiria encuentra a Oscar, que le declara su amor y ella, como contrapartida, le confía sus ahorros. Pero Oscar está interesado solo en su dinero e intenta incluso asesinarla. Cabiria consigue salvarse una vez más y se da cuenta de que su ingenuidad le complica la vida. Desesperada, vaga por un bosque, de noche, donde encuentra un grupo de jóvenes alegres y felices. Y Cabiria encuentra su sonrisa, deja de llorar, lista para volver a emprender su camino.
Año:
1957
Film:
Blanco y negro
Duración:
110 min
Producción:
Dino De Laurentiis (Roma), Les Films Marceau (Paris)
Distribuidora:
Paramount
El cine es ensueño, es música. No hay forma de arte que vaya más allá de la conciencia ordinaria como lo hace el cine, directamente a nuestras emociones, al penumbroso recinto del alma.
Ingmar Bergman.
Cabiria, inocente e indefensa, es una prostituta con una existencia infeliz. Ha corrido el riesgo de ser asesinada por un amigo por su dinero; un célebre actor se burla de ella e incluso sus compañeras de la calle se divierten a sus espaldas. Desconsolada, acude al santuario del Divino Amor y, atrapada por el énfasis de una ceremonia religiosa, reza ella también para que un milagro le haga cambiar de vida. Y parece que el milagro se cumple; después de que un ilusionista le ha predicho un futuro feliz, Cabiria encuentra a Oscar, que le declara su amor y ella, como contrapartida, le confía sus ahorros. Pero Oscar está interesado solo en su dinero e intenta incluso asesinarla. Cabiria consigue salvarse una vez más y se da cuenta de que su ingenuidad le complica la vida. Desesperada, vaga por un bosque, de noche, donde encuentra un grupo de jóvenes alegres y felices. Y Cabiria encuentra su sonrisa, deja de llorar, lista para volver a emprender su camino.
Crew
Dirección: Federico Fellini
Argumento: Federico Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli (da un'idea di Federico Fellini)
Guión: Federico Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli
Adaptación de los diálogos: Pier Paolo Pasolini
Consulente artistico: Brunello Rondi
Director de fotografía: Aldo Tonti
Música: Nino Rota
Director musical: Franco Ferrara
Escenografía: Piero Gherardi
Vestuario: Piero Gherardi
Montaje: Leo Catozzo
Ayudante montaje: Adriana Olasio
Sonido: Roy Mangano
Ayudante de dirección: Moraldo Rossi, Dominique Delouche
Secretaria de producción: Narciso Vicario
Maquillaje: Eligio Trani
Director de producción: Luigi De Laurentiis
Dirección: Federico Fellini
Argumento: Federico Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli (da un'idea di Federico Fellini)
Guión: Federico Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli
Adaptación de los diálogos: Pier Paolo Pasolini
Consulente artistico: Brunello Rondi
Director de fotografía: Aldo Tonti
Música: Nino Rota
Director musical: Franco Ferrara
Escenografía: Piero Gherardi
Vestuario: Piero Gherardi
Montaje: Leo Catozzo
Ayudante montaje: Adriana Olasio
Sonido: Roy Mangano
Ayudante de dirección: Moraldo Rossi, Dominique Delouche
Secretaria de producción: Narciso Vicario
Maquillaje: Eligio Trani
Director de producción: Luigi De Laurentiis
Cast
Giulietta Masina : Cabiria
Amedeo Nazzari : Alberto Lazzari
François Périer : Oscar D'Onofrio
Franca Marzi : Wanda
Ennio Girolami : un "magnaccia"
Dorian Gray : Jessy
Aldo Silvani : l'illusionista
Mario Passante : lo zoppo
Pina Gualandi : Matilda
Polidor : il frate
Christian Tassou : Luccicotto
Maria Luisa Rolando : amica di Cabiria
Amedeo Girard : Davide, il maggiordomo di Lazzari
Loretta Capitoli : una prostituta
Franco Balducci : ipnotizzato dall'illusionista
Ciccio Barbi : ipnotizzato dall'illusionista
Nino Milano : ipnotizzato dall'illusionista
Leo Catozzo : l'uomo col sacco
Giulietta Masina : Cabiria
Amedeo Nazzari : Alberto Lazzari
François Périer : Oscar D'Onofrio
Franca Marzi : Wanda
Ennio Girolami : un "magnaccia"
Dorian Gray : Jessy
Aldo Silvani : l'illusionista
Mario Passante : lo zoppo
Pina Gualandi : Matilda
Polidor : il frate
Christian Tassou : Luccicotto
Maria Luisa Rolando : amica di Cabiria
Amedeo Girard : Davide, il maggiordomo di Lazzari
Loretta Capitoli : una prostituta
Franco Balducci : ipnotizzato dall'illusionista
Ciccio Barbi : ipnotizzato dall'illusionista
Nino Milano : ipnotizzato dall'illusionista
Leo Catozzo : l'uomo col sacco
Awards
1957
Oscar a la mejor película en lengua extranjera
1957
Nastro d’argento al mejor director (Federico Fellini), mejor producción (Dino De Laurentiis), mejor actriz (Giulietta Masina)
1956-1957
David de Donatello al mejor director (Federico Fellini), mejor productor (Dino De Laurentiis)
1957
Festival de Cannes: mejor actriz (Giulietta Masina)
1957
Premio OCIC - Premio especial
1957
Oscar a la mejor película en lengua extranjera
1957
Nastro d’argento al mejor director (Federico Fellini), mejor producción (Dino De Laurentiis), mejor actriz (Giulietta Masina)
1956-1957
David de Donatello al mejor director (Federico Fellini), mejor productor (Dino De Laurentiis)
1957
Festival de Cannes: mejor actriz (Giulietta Masina)
1957
Premio OCIC - Premio especial
Peculiarites
«La censura había prohibido la película y yo no quería que quemaran los negativos. Así, acepté el consejo que me dio padre Arpa, un amigo jesuita inteligente y, tal vez, sin prejuicios. Fui a Génova a ver a un cardenal famoso, considerado uno de los más papables y tal vez por esto también muy potente, para pedirle que viera la película. En una minúscula sala de proyección ubicada justo detrás del puerto, había hecho instalar en el centro un sillón que había comprado el día antes en una tienda de antigüedades. Era una especie de trono con un gran cojín rojo y flecos dorados. El cardenal llegó a las doce y media de la noche en su Mercedes negro. A mí no me permitieron que me quedara en la sala y no sé si el alto prelado vio de verdad toda la película o se quedó dormido. A lo mejor padre Arpa lo despertaba en los momentos más oportunos cuando había procesiones o imágenes sagradas. Sea como fuere, al final dijo: "Pobre Cabiria, ¡tenemos que hacer algo por ella!". Y creo que ha bastado una simple llamada. Alguien me acusó públicamente porque era una especie de Richelieu, que en vez de luchar a la luz del sol, tramaba entre bambalinas. Por suerte, en aquel entonces, se podía perder tiempo en polémicas de este tipo. En pocas palabras, la película se salvó. Pero con una sola condición, rarísima, que impuso el cardenal: que se cortara la secuencia del hombre con el saco. [...] Para este episodio me había inspirado en un personaje extraordinario con el que había pasado dos o tres noches dando vueltas por Roma. Era una especie de filántropo, un poco mago, que tras haber tenido una visión, se había dedicado a una misión especial. Iba a visitar a los que no tenían nada hasta los lugares más remotos de la ciudad y les daba comida y ropa que llevaba en un saco. Y esto cada día. Con él he visto cosas fantásticas. Si levantabas la tapa de ciertas alcantarillas donde pensabas que estaría lleno de barro y ratones, encontrabas a una viejecita que dormía. En los pasillos de un suntuoso palacio de via del Corso, donde ahora está el Partido socialista, había vagabundos que dormían hasta la cinco de la madrugada y habían entrado gracias a la complicidad del guardia nocturno. El hombre con el saco conocía todos estos lugares: iba para hacer una inyección a uno, para darle de comer a otro. En la película imaginé que Cabiria se lo podía encontrar en la calle Appia Antica, mientras volvía a su casa, al amanecer, refunfuñando porque un cliente sinvergüenza no la había pagado. Veía el hombre qu ellevaba el saco, mientras bajaba de un coche e iba hacia las canteras de toba, pararse en la orilla de una especie de vorágine y llamar a una mujer con su nombre. De este escondite asqueroso salía entonces una vieja puta que Cabiria conocía como la Bomba Atómica, que estaba viviendo como una rata. Luego, Cabiria aceptaba volver a casa en el coche del hombre y quedaba muy asombrada por lo que le contaba. Era una pequeña secuencia muy conmovedora pero que estuve obligado a quitar. Evidentemente, a ciertos ambientes católicos les molestaba que en la película hubiese un homenaje a esa filántropa poco convencional, emancipada de la mediación eclesiástica. Y quisiera saber: ¿acaso no es ridículo que el alcalde de Roma, cuando salió Cabiria, protestara porque había metido unas putas en un lugar - el Paseo Arqueológico- que él se había empeñado en que fuera digno de la capital?»
Federico Fellini, Intervista sul cinema, a cura di Giovanni Grazzini, Laterza, Roma-Bari, 1983, pp. 102-103
«La censura había prohibido la película y yo no quería que quemaran los negativos. Así, acepté el consejo que me dio padre Arpa, un amigo jesuita inteligente y, tal vez, sin prejuicios. Fui a Génova a ver a un cardenal famoso, considerado uno de los más papables y tal vez por esto también muy potente, para pedirle que viera la película. En una minúscula sala de proyección ubicada justo detrás del puerto, había hecho instalar en el centro un sillón que había comprado el día antes en una tienda de antigüedades. Era una especie de trono con un gran cojín rojo y flecos dorados. El cardenal llegó a las doce y media de la noche en su Mercedes negro. A mí no me permitieron que me quedara en la sala y no sé si el alto prelado vio de verdad toda la película o se quedó dormido. A lo mejor padre Arpa lo despertaba en los momentos más oportunos cuando había procesiones o imágenes sagradas. Sea como fuere, al final dijo: "Pobre Cabiria, ¡tenemos que hacer algo por ella!". Y creo que ha bastado una simple llamada. Alguien me acusó públicamente porque era una especie de Richelieu, que en vez de luchar a la luz del sol, tramaba entre bambalinas. Por suerte, en aquel entonces, se podía perder tiempo en polémicas de este tipo. En pocas palabras, la película se salvó. Pero con una sola condición, rarísima, que impuso el cardenal: que se cortara la secuencia del hombre con el saco. [...] Para este episodio me había inspirado en un personaje extraordinario con el que había pasado dos o tres noches dando vueltas por Roma. Era una especie de filántropo, un poco mago, que tras haber tenido una visión, se había dedicado a una misión especial. Iba a visitar a los que no tenían nada hasta los lugares más remotos de la ciudad y les daba comida y ropa que llevaba en un saco. Y esto cada día. Con él he visto cosas fantásticas. Si levantabas la tapa de ciertas alcantarillas donde pensabas que estaría lleno de barro y ratones, encontrabas a una viejecita que dormía. En los pasillos de un suntuoso palacio de via del Corso, donde ahora está el Partido socialista, había vagabundos que dormían hasta la cinco de la madrugada y habían entrado gracias a la complicidad del guardia nocturno. El hombre con el saco conocía todos estos lugares: iba para hacer una inyección a uno, para darle de comer a otro. En la película imaginé que Cabiria se lo podía encontrar en la calle Appia Antica, mientras volvía a su casa, al amanecer, refunfuñando porque un cliente sinvergüenza no la había pagado. Veía el hombre qu ellevaba el saco, mientras bajaba de un coche e iba hacia las canteras de toba, pararse en la orilla de una especie de vorágine y llamar a una mujer con su nombre. De este escondite asqueroso salía entonces una vieja puta que Cabiria conocía como la Bomba Atómica, que estaba viviendo como una rata. Luego, Cabiria aceptaba volver a casa en el coche del hombre y quedaba muy asombrada por lo que le contaba. Era una pequeña secuencia muy conmovedora pero que estuve obligado a quitar. Evidentemente, a ciertos ambientes católicos les molestaba que en la película hubiese un homenaje a esa filántropa poco convencional, emancipada de la mediación eclesiástica. Y quisiera saber: ¿acaso no es ridículo que el alcalde de Roma, cuando salió Cabiria, protestara porque había metido unas putas en un lugar - el Paseo Arqueológico- que él se había empeñado en que fuera digno de la capital?»
Federico Fellini, Intervista sul cinema, a cura di Giovanni Grazzini, Laterza, Roma-Bari, 1983, pp. 102-103
Reviews
Las noches de Cabiria, por su equilibrio ordenado (fruto de un sentido firme del personaje y de un control sólido de los medios técnicos), representa la obra más madura y decidida del director, gracias a sus transparencias poéticas y a un gusto espectacular indudable. Los momentos discutibles de esta película son raros.
"Bianco e Nero", a. XVIII, n. 6, giugno 1957
El poético y etéreo personaje de Cabiria no podía ser expresado sino por el cinematógrafo y, al mismo tiempo, por un director como Fellini. Porque solo un artista podía evitar, tal y como ha pasado en esta película, el peligro de caer en el poeticismo, que habría falseado el personaje y el de la realidad trivial, que lo habría hecho insoportable.
"Il Giorno", 12 maggio 1957
No nos parece correcto decir que la película es fragmentaria; es, tal vez, la impresión más inmediata pero no hay que creérselo. A pesar de su estructura basada en episodios, el arco narrativo es riguroso y armónico, comparable con una sinfonía en la que los diferentes tiempos (los episodios) se entrelazan, desvinculados pero complementarios, por analogía o por contraste. Todos convergen en la definición cada vez más profundizada del personaje principal y de su destino.
"La Notte", 10 ottobre 1957
A menudo se ha evocado a Chaplin a propósito de La strada pero esta comparación muy forzada, entre Gelsomina y Charlot, nunca me ha convencido mucho. La primera toma -no solo digna de Chaplin, sino igual a sus mejores aciertos- es la última de Las noches de Cabiria, cuando Giulietta Masina se da vuelta hacia la cámara y su mirada cruza la nuestra. Según mi opinión, Chaplin ha sido único en la historia del cine y ha sabido utilizar, de manera sistemática, este gesto que condena todas las gramáticas del cine. Y, sin duda alguna, no tendría ningún significado que Cabiria, clavando su mirada en la nuestra, se dirigiera a nosotros como mensajera de una verdad. Pero el objetivo de este acierto en la dirección, que me parece genial, es que la mirada de Cabiria pasa muchas veces delante de la lente de la cámara pero no se para nunca de manera exacta. Las luces se encienden en esta maravillosa ambigüedad. Sin duda, Cabiria sigue siendo aún la protagonista de las aventuras que ha vivido frente a nosotros, detrás de la máscara de la pantalla pero es también quien nos invita, ahora, con su mirada a que la sigamos por su camino. Una invitación púdica, discreta, suficientemente incierta porque nosotros podemos fingir y creer que se dirige a otros. Una invitación suficientemente cierta y directa para arrancarnos de nuestra posición de espectadores.
"Cahiers du Cinéma", n. 76, novembre 1957
Las noches de Cabiria, por su equilibrio ordenado (fruto de un sentido firme del personaje y de un control sólido de los medios técnicos), representa la obra más madura y decidida del director, gracias a sus transparencias poéticas y a un gusto espectacular indudable. Los momentos discutibles de esta película son raros.
"Bianco e Nero", a. XVIII, n. 6, giugno 1957
El poético y etéreo personaje de Cabiria no podía ser expresado sino por el cinematógrafo y, al mismo tiempo, por un director como Fellini. Porque solo un artista podía evitar, tal y como ha pasado en esta película, el peligro de caer en el poeticismo, que habría falseado el personaje y el de la realidad trivial, que lo habría hecho insoportable.
"Il Giorno", 12 maggio 1957
No nos parece correcto decir que la película es fragmentaria; es, tal vez, la impresión más inmediata pero no hay que creérselo. A pesar de su estructura basada en episodios, el arco narrativo es riguroso y armónico, comparable con una sinfonía en la que los diferentes tiempos (los episodios) se entrelazan, desvinculados pero complementarios, por analogía o por contraste. Todos convergen en la definición cada vez más profundizada del personaje principal y de su destino.
"La Notte", 10 ottobre 1957
A menudo se ha evocado a Chaplin a propósito de La strada pero esta comparación muy forzada, entre Gelsomina y Charlot, nunca me ha convencido mucho. La primera toma -no solo digna de Chaplin, sino igual a sus mejores aciertos- es la última de Las noches de Cabiria, cuando Giulietta Masina se da vuelta hacia la cámara y su mirada cruza la nuestra. Según mi opinión, Chaplin ha sido único en la historia del cine y ha sabido utilizar, de manera sistemática, este gesto que condena todas las gramáticas del cine. Y, sin duda alguna, no tendría ningún significado que Cabiria, clavando su mirada en la nuestra, se dirigiera a nosotros como mensajera de una verdad. Pero el objetivo de este acierto en la dirección, que me parece genial, es que la mirada de Cabiria pasa muchas veces delante de la lente de la cámara pero no se para nunca de manera exacta. Las luces se encienden en esta maravillosa ambigüedad. Sin duda, Cabiria sigue siendo aún la protagonista de las aventuras que ha vivido frente a nosotros, detrás de la máscara de la pantalla pero es también quien nos invita, ahora, con su mirada a que la sigamos por su camino. Una invitación púdica, discreta, suficientemente incierta porque nosotros podemos fingir y creer que se dirige a otros. Una invitación suficientemente cierta y directa para arrancarnos de nuestra posición de espectadores.
"Cahiers du Cinéma", n. 76, novembre 1957
http://www.federicofellini.it/es/node/2735
Título original: Le notti di Cabiria
Director: Federino Fellini.
Intérpretes: Giulietta Masina, François Périer, Amedeo Nazzari, Aldo Silvani, Franca Marzi,Ennio Girolami.
Trailer:
B.S.O.: