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lunes, 7 de octubre de 2024

LE FEU FOLLET (1963, Louis Malle) El fuego fatuo



 Han transcurrido ya seis décadas, y la valoración de los nuevos cines europeos ha ido oscilando. Entre ellas, la generada por la Nouvelle Vague francesa. Sin embargo, contra toda fluctuación de modas y estéticas, determinados títulos no solo han sobrevivido al discurrir del tiempo, sino que encima lo hacen, erigiéndose en verdaderas singularidades. En auténticos puntos sin retorno, películas que supieron desafiar toda convención, demostrando que el hecho cinematográfico, está abierto a miradas personales y contrapuestas. LE FEU FOLLET (El fuego fatuo, 1963) es, sin duda, uno de dichos ejemplos, apareciendo, además, como el título quizá más prestigioso, de un realizador tan ecléctico e inclasificable, como fue Louis Malle.

En esta ocasión, en pleno contexto de la ya señalada Nouvelle Vague, Malle optó por dar vida un relato minimalista, actualizando y adaptando -sin acreditar-, el mundo sombrío y torturado, emanado de la novela del controvertido Pierre Drieu La Rochelle. Una novela escrita en 1931, pocos años antes de su filiación fascista, tomando como base la figura de un amigo suyo, el poeta Jacques Rigaud. Ello da pie a un relato triste, dominado por la fuerte y al mismo tiempo melancólica personalidad, que le brinda la iluminación en blanco y negro de Ghislain Cloquet, y la circunstancia de estar delimitada su leve base argumental, en el radio de acción de apenas 24 horas. En realidad, la película se centra en la mirada, la descripción, y las leves pero reveladoras vivencias, protagonizadas por Alain Leroy (un Maurice Ronet, en el papel de su vida), un hombre aún joven, que se encuentra en su último día de existencia, tras unos meses ingresado en una residencia, ubicada en Versalles, al objeto de poder dejar atrás su dependencia del alcohol. Con celeridad, en los primeros instantes -en los que Leroy hace el amor de manera casi catatónica, con una joven amante-, iremos vislumbrando el hieratismo que preside, en apariencia, la personalidad y el comportamiento de nuestro protagonista. Con una puesta en escena, dominada por su atonalidad, por su desdramatización, plasmando casi en una idea cada plano, o en la precisión de los diálogos, descubriremos que Alain se encuentra casado, aunque está separado de su mujer, que reside en Nueva York. Con la precisión de la cámara de Malle, bien ayudado por el montaje de Suzanne Baron, uno de los grandes aciertos de LE FEU FOLLET, reside en esa cadencia. En esa capacidad de hacer transmitir al espectador, ese torturado mundo interior de su protagonista. Alguien aún revestido de enrome encanto, pero del que todos los que lo contemplan, no dejarán de subrayar su decadencia.

Así pues, la película discurre con tanta serenidad como precisión. A modo de pequeños meandros. De constantes pinceladas, que ayudan por un lado a crear esa buscada temperatura triste y desesperanzada, pero al mismo tiempo, a través de sencillos y cotidianos episodios, en los cuales, de manera creciente, se irá vislumbrando esa condición de muerto en vida, que representa su protagonista. Es cierto que, en aquellos años, esas crónicas existenciales, tuvieron una notable expresión en los cines de la época, pero no es menor perceptible, que el film de Malle adquiere en este contexto, una personalidad propia. Lo hará desde su primer tramo, descrito en el interior de esa un tanto anticuada y sombría residencia. También, tras ese inicio, en el que la figura catatónica de Leroy, hará el amor por última vez con una amante, que le intentará aconsejar sobre su futuro, al tiempo que saldará con él una antigua deuda de juego. Así pues, las secuencias descritas en dicha residencia, irán proporcionando al espectador las suficientes pistas, en torno a las intenciones del protagonista. Esos recortes de prensa en torno a crímenes y accidentes -uno de ellos, destacando la figura de la suicida Marilyn Monroe-. Los leves comentarios del propio comentarista –“la vida pasa demasiado lenta para mí”, llegará a afirmar-, sus gestos, sus miradas, la aparición de esa pistola que guarda en su maletín, la inutilidad del contacto con el doctor de la residencia, hasta que llegue el comentario que anunciará -para sí mismo- su definitiva intención; “Mañana me voy a matar”.

En una película que va ‘de dentro a afuera’, LE FEU FOLLET cobra otro aire, cuando su protagonista abandone por un día esas opresivas instalaciones, y se traslade hasta Paris. Será la oportunidad para acercarse a una serie de amigos, de los cuales ha carecido de contacto durante cierto tiempo. Ello supondrá exteriorizar la película y hacerlo, además, sin dejar de plasmar dicho reencuentro, desde el prisma de Leroy. Ello permitirá un hecho a mi juicio especialmente remarcable en esta película, como es articular ciertos postulados estéticos de la Nouvelle Vague, al servicio de esa mirada personal y desencantada. Es por ello, que los exteriores urbanos del film de Malle, aparezcan revestidos de una extraña pátina de alienación. La plasmación de rituales y acciones cotidianas -el circular de los coches, las evoluciones de los peatones, el rito del aperitivo en las terrazas, la temperatura humana de los mercados-, adquieren en esta ocasión un protagonismo propio, casi revulsivo, al estar mediatizados por la mirada de ese hombre, que lleva ya la cercanía de su casi inminente muerte, marcada en su rostro. Esa visita a la capital, servirá para reencontrarse con viejos amigos, recalando en un hotel que frecuentó en el pasado, donde conversará con un barman, que tentará involuntariamente a nuestro protagonista, al ofrecerle el coctel habitual que le preparara durante reiteradas ocasiones en el pasado, y que Leroy declinará tomar.


En su reencuentro con antiguos compañeros, destacará el intento de hacerle desistir de su decisión de abandonar el mundo, por parte de un escritor de temas egipcios, ante quien finalmente nuestro protagonista revelará la inutilidad de sus razones, en unos instantes descritos en un paseo por exteriores parisinos, revestidos de una infrecuente sinceridad. Más breve será su encuentro con dos antiguos camaradas, enfrascados aún en una lucha comunista, que Alain les hará ver, resulta ya del todo inútil. También se reencontrará con una pintora arruinada, vieja amiga suya -encarnada por Jeanne Moreau-, a la que la sinceridad de su trazado, y su interacción con Leroy, acabará por deslizarse en la única secuencia del relato, que a mi modo de ver incurre en una molesta aura discursiva, describiendo una serie de artistas de ridículas ínfulas, que se encuentran reunidos en la desvencijada vivienda de esta. Será un riesgo -el de recaer en matices retóricos-, del que se librará la última visita del protagonista, tras sufrir las consecuencias de su primer trago -un fuerte dolor en el estómago-, y la inclemencia de una lluvia. Alain será recibido y ayudado en la mansión de un matrimonio de sinceros amigos suyos, el formado por Cyril (Jacques Sereys) y Solange (la fascinante Alexandra Stewart). Una pareja acaudalada, que vivirá una cena al más alto nivel, en la que Leroy será invitado. Allí no dejará de enfrentarse hacia un exhibicionista intelectual, con el que Solange no deja de coquetear, abandonando finalmente la mansión para retornar a su habitación en la residencia de Versalles.


Serán estos últimos minutos, el inicio de un auténtico ritual para el casi inminente suicida. Pagará a la enfermera para que le dejen tranquilo unas horas, recogiendo con parsimonia los elementos, fotografías, enseres, que hasta entonces ha ido desperdigando por las estancias. Como si se produjera una voluntaria retirada de cualquiera de los vestigios que podrían definir su carácter. Hay mucho de ritual. De destino internamente buscado. De liberación de un ser sensible, que no ha logrado su acomodo en el mundo que le rodeaba pese a, en apariencia, poseer todo aquello que le hubiera proporcionado, de manera superficial, éxito y placer en la misma. En una película, abrumadoramente dominada por la presencia, el trasluz y el sentimiento íntimo de su protagonista -apenas detecté dos pequeñas secuencias, en las que no se encuentra presente en su discurrir-. Un hombre que no supo detectar el afecto ni darlo. Que comprobó en todo momento, como esa existencia que todos lo han dicho que era maravillosa, para él ha discurrido, como si fuera algo ajeno. Algo imperceptible, como fuente de sentimientos y emociones. Ello le hará ver que no hay lugar para él en el día a día. Nada bueno ni nada malo. En definitiva, la completa ausencia de esas enormes contradicciones, que proporcionan el contraste de la realidad. Y en mitad de los años sesenta, cuando aún florecía en la sociedad europea de su tiempo, un fuerte rasgo de optimismo, apareció esta obra sombría y a contracorriente, que además de su dolorosa efectividad, avanzaba oscuros senderos en torno a la evolución inmediata de la sociedad occidental. Lo hizo de manera intimista, delicada. Acertando al seguir un sendero personal, utilizando y desmarcándose al mismo tiempo, de los rasgos y estilemas del cine de su tiempo.


https://thecinema.blogia.com/2020/062901-le-feu-follet-1963-louis-malle-el-fuego-fatuo.php

Antropoceno: la problemática vital de un debate científico

 

El término Antropoceno se ha creado para designar las repercusiones que tienen en el clima y la biodiversidad tanto la rápida acumulación de gases de efecto de invernadero como los daños irreversibles ocasionados por el consumo excesivo de recursos naturales. Pero ¿se puede usar este vocablo para definir una nueva época geológica? La respuesta a esta pregunta ha suscitado un apasionado debate entre los científicos. Por otra parte, las soluciones se hacen esperar demasiado porque existe una negativa colectiva a ver la realidad, que es fruto a la vez de una creencia ingenua en el progreso, de una mentalidad consumista y de las presiones ejercidas por potentes grupos económicos.

El hombre de Vitruvio derretido”. La tripulación del rompehielos “Arctic Sunrise” de Greenpeace ayudó al artista John Quigley a recrear el famoso dibujo de Leonardo de Vinci del cuerpo humano en un banco de hielo situado a unos 800 km del Polo Norte.



Por Liz-Rejane Issberner y Philippe Léna


El término Antropoceno se emplea hoy en centenares de libros y artículos científicos, se cita miles de veces y se usa cada vez más en los medios de comunicación. Creado en un principio por el biólogo estadounidense Eugene F. Stoermer, este vocablo lo popularizó a principios del decenio de 2000 el holandés Paul Crutzen, premio Nobel de Química, para designar la época en la que las actividades del hombre empezaron a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala mundial. Ambos científicos habían comprobado que esas mutaciones habían alterado el relativo equilibrio en que se mantenía el sistema terrestre desde los comienzos de la época holocena, esto es, desde 11.700 años atrás. Stoermer y Crutzen propusieron que el punto de arranque de la nueva época fuera el año 1784, cuando el perfeccionamiento de la máquina de vapor por el británico James Watt abrió paso a la Revolución Industrial y la utilización de energías fósiles.


Entre 1987 y 2015, un vasto proyecto científico pluridisciplinario, el Programa Internacional sobre la Geosfera y la Biosfera (PIGB), acopió numerosos datos sobre el impacto de las alteraciones antropógenas en los parámetros del sistema Tierra. Otros estudios emprendidos en el decenio de 1950 sobre las muestras de hielo antiguo del Antártico y la actual composición de la atmósfera –investigada por el Observatorio de Mauna Loa (Hawái)– pusieron de manifiesto la veloz acumulación de las emisiones de gases de efecto invernadero, y más concretamente de las de dióxido de carbono. En 1987 se creó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), encargado de evaluar las repercusiones de ese fenómeno en el clima.


La gran aceleración

Agrupando todos esos datos, el sueco Johan Rockström y el estadounidense Will Steffen, junto con sus colegas del Centro de Resiliencia de Estocolmo, confeccionaron en 2009 y 2015 una lista con nueve límites del planeta que sería sumamente peligroso traspasar, cosa que ya se ha producido en el caso de cuatro de ellos, a saber: el clima, la alteración de la cobertura vegetal, la erosión de la biodiversidad o la desaparición de especies animales (sexta extinción de la vida en la Tierra); y la alteración de los flujos biogeoquímicos, en los que los ciclos del fósforo y el nitrógeno desempeñan un papel esencial. También mostraron cómo se habían disparado desde la Segunda Guerra Mundial todos los indicadores disponibles sobre consumo de recursos primarios, utilización de energía, crecimiento demográfico, actividad económica y deterioro de la biosfera. Por eso llamaron a esta época “la gran aceleración”. Otros observadores hablan incluso de un periodo de hiperaceleración a partir del decenio de 1970. Todas esas tendencias se han calificado de “insostenibles”.


¿Auténtica época geológica o mera metáfora?

Parece haber un consenso sobre el hecho de que varios parámetros del sistema terrestre han empezado a evolucionar fuera del espectro de variabilidad natural de la época holocena, y también se admite cada vez más el uso de la expresión época antropocena para especificar que esa evolución es de origen humano. Un reducido número de científicos ha decidido ir más allá de la metáfora y de la referencia práctica e interdisciplinaria, proponiendo que el Antropoceno figure oficialmente en la lista de épocas geológicas al igual que el Holoceno o el Pleistoceno.


Un Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno (AWG) se ha encargado de presentar esta propuesta a la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (UICG). No obstante, para que los especialistas en estratigrafía la refrenden, es necesario que se compruebe la existencia de una ruptura universal entre las capas sedimentarias de dos épocas geológicas. Ahora bien, se considera que todavía no hay una prueba suficiente de esa ruptura, a pesar de que se ha constatado desde 1850 la presencia de carbono antrópico en los sedimentos. El grupo propone que el cambio de periodo se fije en 1950, año de arranque de “la gran aceleración” y de la aparición de diversos compuestos químicos y partículas de plástico de origen antrópico en los sedimentos. De todos modos, aunque no se llegue a reconocer todavía que el Antropoceno es una época geológica, eso no invalida el uso que los científicos están haciendo de este concepto.


En su corta existencia, el concepto de Antropoceno ha suscitado ya varias controversias. Se ha puesto en tela de juicio el propio vocablo. Historiadores y antropólogos se han interrogado sobre la referencia al “anthropos“, esto es, al ser humano genérico. Y se preguntan si no son el hombre occidental y un determinado sistema económico los responsables de haber traspasado los límites biogeofísicos del planeta. Por eso se han propuesto otras denominaciones como Occidentaloceno o Capitaloceno. Hay también especialistas en historia global o medioambiental que consideran que no se ha producido una ruptura ontológica y que “la gran divergencia”,  esto es, el carácter excepcional del crecimiento occidental, se debe situar en una perspectiva a largo plazo.


En su opinión, en los últimos 40.000 años por lo menos el ser humano ha influido cada vez más en el medio ambiente, contribuyendo por ejemplo a la desaparición de la megafauna americana y australiana. De ahí que algunos científicos se pronuncien por un Antropoceno de larga duración, dividido en épocas como la industrialización capitalista (1850-1950) y la gran aceleración. La mayoría de ellos reconocen, no obstante, que es necesario dejar de lado, de una vez por todas, toda visión lineal y determinista del tiempo histórico.


Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, algunos científicos advirtieron que el modelo económico occidental no era sostenible y que tampoco se podía generalizar. En ese entonces todavía no se había traspasado ningún límite y la humanidad consumía menos de un planeta. Pero la dinámica creada no paró y la situación se agravó a principios del decenio de 1970. Los datos científicos se fueron acumulando y las señales de alerta se multiplicaron. En esos dos momentos habría sido posible emprender otro camino, pero hoy resulta mucho más difícil hacerlo.


Una negativa colectiva a ver la realidad

¿Por qué nos negamos a ver la situación real? Entre otras, por las siguientes razones: la fe ciega en el progreso y el desarrollo, esto es, en un sistema que aumenta sin cesar la cantidad de riquezas disponibles; la creencia en la capacidad de la ciencia y la tecnología para resolver cualquier problema y todo fenómeno atribuido a causas externas, por ejemplo la contaminación; la existencia de poderosos intereses que sacan provecho de esta dinámica y ejercen presiones intensas; y la colonización de la mentalidad de los consumidores por parte de los medios informativos, que provocan un ansia de consumo individual para obtener comodidades, distinguirse de los demás y conseguir un reconocimiento social.


Sorprende mucho que las ciencias humanas y sociales no hayan abordado durante mucho tiempo esta problemática, a pesar de ser determinante para el futuro de la humanidad. La pasaron por alto porque, además de ser antropocéntricas por definición, estas ciencias estimaban que se trataba de un ámbito de investigación per se de las ciencias naturales. La aparición del concepto de Antropoceno les ha conferido ahora la responsabilidad de examinar y explicar cómo las sociedades humanas han podido provocar cambios de tan gran magnitud en el modus operandi del planeta, y cuál es el impacto diferenciado de cada una de ellas en el mundo. Las ciencias humanas y sociales tendrán que elaborar y dominar instrumentos y conocimientos inéditos para responder a los problemas planteados por esta nueva era de la humanidad: desastres de la naturaleza, energías renovables, agotamientos de recursos naturales, desertificaciones, ecocidios, contaminaciones generalizadas, migraciones, injusticias sociales y medioambientales, etc.


También sorprenden mucho la lentitud y el apocamiento de las reacciones de los dirigentes políticos y las sociedades en general. Un análisis matemático de las redes de referencias nos muestra que desde principios del decenio de 1990 ya existía un consenso sobre el cambio climático en los artículos científicos dedicados a este tema. Por eso, y teniendo en cuenta el agravamiento de la situación, no se acierta a comprender por qué son tan poco audaces los esfuerzos realizados para reducir las emisiones de gases de efecto de invernadero. ¿Qué obstáculos impiden que las negociaciones internacionales sean más eficaces? Dejando aparte la intencionalidad de esos obstáculos, no cabe duda que en lo referente al cambio climático por lo menos la comunicación entre el mundo de la ciencia y la sociedad carece de fluidez. De ahí que el IPCC haya adoptado un nuevo enfoque en su VI Informe de Evaluación (IE6) para sensibilizar a los ciudadanos, y no exclusivamente a los encargados de tomar decisiones.


¿Hay soluciones?

Para hacer frente a los problemas del Antropoceno, uno de los principales escollos con que se tropieza es la necesidad de resolver la delicada cuestión de la justicia medioambiental. En efecto, el cambio climático va crear nuevos peligros y aumentar los que ya se ciernen sobre los ecosistemas naturales y humanos. Ahora bien, esos riesgos están desigualmente repartidos y en general afectan más a las personas y grupos desfavorecidos. Sin embargo, no resulta fácil encontrar una solución a este problema, habida cuenta de lo heterogéneos que son los países en función de su nivel de desarrollo, extensión territorial, población, recursos naturales, etc. Además, la huella ecológica humana sobrepasa en un 50% la capacidad de regeneración y absorción del planeta, y el 80% de la población mundial vive en países cuya capacidad biológica ya es menor que su huella ecológica. Brasil –al igual que otros países del continente americano– posee todavía un amplio excedente de capacidad biológica, pese a que consume el equivalente de 1,8 planetas. Sin embargo, un 26% de sus emisiones de gases de efecto de invernadero se deben a la deforestación. Una porción importante de su huella ecológica procede de la exportación de productos primarios causantes en buena medida de esa deforestación. El sistema competitivo mundializado busca por doquier abastecimientos al menor costo, fomentando así una extracción abusiva de recursos naturales en muchos países y el acaparamiento de tierras en otros.


Si fuera posible suprimir desde ahora la totalidad de las emisiones de dióxido de carbono de los países de ingresos altos, no sería suficiente para reducir la huella de carbono mundial y no sobrepasar los límites impuestos por la biosfera hasta 2050. En otras palabras, a pesar de las grandes diferencias de desarrollo económico y riqueza de recursos naturales existentes entre los países del mundo, todos ellos tendrán que esforzarse por solucionar el problema más apremiante del periodo antropoceno y reducir en proporciones drásticas sus emisiones de gases con efecto de invernadero.


Pero aquí entramos en el callejón sin salida que reaparece continuamente en todas las negociaciones internacionales: “la caza de culpables”. Debido a ella, los países se resisten a contraer compromisos para no hacer peligrar su crecimiento y su tasa de empleo, y también para no ir en contra de intereses sumamente poderosos. La solución encontrada el 22 de abril de 2016, fecha de la firma del Acuerdo de París, consistió en pedir a los países que contrajeran compromisos voluntarios, en vez de imponerles criterios establecidos a nivel mundial. Esto es, se propuso que cada país se comprometiera a alcanzar determinados objetivos en materia de reducción de emisiones de gases que fuesen acordes con lo que estimaba viable. Gracias a este planteamiento se pudieron evitar los callejones sin salida y posibilitar la puesta en marcha de acciones, pero también se creó una confusión en los criterios de evaluación que va a complicar la tarea de comparar los esfuerzos realizados por cada país. Además, a pesar de su alcance universal, este acuerdo internacional no prevé sanción alguna contra los países que no cumplan los compromisos contraídos. Esto revela cuán endeble es la gobernanza del cambio climático. En efecto, como se carece de una institución dotada con un mandato preciso para ejercerla, es muy arduo imponerse a los intereses económicos de los países y las empresas.


A los gravísimos problemas medioambientales de la época antropocena no se les otorga la debida prioridad en los proyectos y programas de las sociedades del mundo entero. Parece como si la humanidad estuviera viendo aletargada una película y esperando que en la secuencia final aparezcan los héroes salvadores que le van a solucionar todo para su mayor felicidad.


Philippe Léna

Geógrafo y sociólogo, Philippe Léna (Francia) es también investigador emérito en el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo (IRD-France) y el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN-Paris) de Francia.

Liz-Rejane Issberner

Economista e investigadora titular en el Instituto Brasileño de Información en Ciencia y Tecnología (IBICT). Liz-Rejane Issberner (Brasil) también es profesora del Programa Conjunto para Posgraduados en Ciencias de la Información del IBICT y la Universidad Federal de Río de Janeiro




https://courier.unesco.org/es/articles/antropoceno-la-problematica-vital-de-un-debate-cientifico

viernes, 4 de octubre de 2024

Ignasi Gozalo, ensayista: "Los alumnos de las escuelas de negocios elitistas son los futuros malvados de la humanidad"

 El autor de 'La excepcionalidad permanente' reflexiona sobre los nuevos poderes y la sumisión de los ciudadanos.


madrid

¿Vivimos en un estado de excepción constante? No, pero sí en una excepcionalidad cotidiana, "que no es otra cosa que la producción de una angustia permanente sobre nosotros en forma de vigilancias, amenazas y alarmas continuadas". El problema, según el ensayista Ignasi Gozalo Salellas (Darnius, 1977), es que la excepción se ha convertido en normalidad y que nuestra sumisión es voluntaria.

El profesor de la UOC lo explica con detalle en La excepcionalidad permanente (Nuevos Cuadernos Anagrama), donde sostiene que el poder nos somete mediante un pánico —o una alerta, matiza él— sin fin. Por sus páginas desfilan el 11S y Guantánamo, Musk y Trump, el procés y el juez Llarena, el tecnofeudalismo y Netflix, Giorgia Meloni y Grande-Marlaska, el ecototalitarismo y el laboratorio tecnopolítico del coronavirus.

El poder aprovecha el miedo, la amenaza o la precariedad para someternos a un estado de excepcionalidad. ¿Cómo relacionaría a todos esos actores?

El estado de excepción implica un período de tiempo determinado. Sin embargo, mediante el giro de la vida material a la virtual —un nuevo paradigma de vida a la que yo llamo la condición algorítmica—, no vivimos un estado de excepción, sino la excepcionalidad. Es una condición, no algo temporal que se acaba; que no solo permanece, sino que ya nos viene dada. Los jóvenes, por ejemplo, viven literalmente fuera de la vida real.

La excepcionalidad proyecta diversas formas de control y las genera mediante las redes, de modo que afecta a aspectos de la vida muy diferentes, aunque siempre con los mismos argumentos. Con la salud, a través del miedo, se genera un pánico sin fin. Con las redes y las plataformas, los algoritmos no solo generan ansiedad, sino también procesos de bullying, maltrato y tecnoansiedad.

También es muy importante la cuestión ecológica, o sea, toda la retórica del pánico vinculada a la idea del colapsismo. Esa idea de "no hay final" muy transmitida mediante redes, pero poco argumentada. Y, en el ámbito de discusión política, es evidente la confrontación permanente basada en la idea de rivalidad extrema y, sobre todo, de polarización. De alguna manera, todos los espacios son de alarma o de conflicto.

No nos domina la información, sino el algoritmo.

Se han sustituido las ágoras materiales, que eran para la discusión o la deliberación, por la nueva "ágora digital común", como llamó Elon Musk a su querido Twitter, ahora X, que solo busca la confrontación, la polarización o la negación de las ideas diferentes. O sea, las famosas cámaras de eco, donde solo nos tuiteamos, leemos y escuchamos entre nosotros.

De alguna manera, todas estas lógicas relacionadas con la economía digital niegan una temporalidad sostenida, que permite la deliberación, el argumento, el devaneo y el cambio de tema. En cambio, hoy en día tenemos aceleración, polarización y simplificación. Esa excepcionalidad es la condición sine qua non de nuestra existencia.

Más allá de los grandes dictadores, ahora hay una nueva pulsión hacia el deseo de control. Si tú no quieres ser controlado, no aceptas el juego de entrar en las redes sociales. Sin embargo, la gente tiene un extraño deseo de ser vista y, por lo tanto, de ser controlada.

Eso ya pasó en el período de las dictaduras: ese deseo del ciudadano de ser dominado por esas figuras. Antes eran los jefes militares y los grandes caudillos, tan vigorosos y todopoderosos, y ahora son los Trump, los Musk, los superopinadores o los superinfluencers, en los que la gente común proyecta ese deseo de ser dominada.

Son aliados y encarnaciones complementarias de esas figuras ultramasculinas que solo renacen en momentos de crisis de la civilización. Después de escribir el libro, Musk y Trump se hermanaron y empezaron a hacerse videollamadas.

Esa es la gran imagen que le falta a La excepcionalidad permanente: una especie de colaboración en equipo de dos figuras bastante similares que responden, desde el mundo de la empresa y de la administración, a una necesidad de nuevos superhombres —porque las masas están aborregadas y polarizadas— y a una pérdida de capacidad de los Estados para gestionar el mundo.

Donald Trump y Elon Musk pasaron por la Universidad de Pensilvania.

Yo también, por eso estoy escribiendo sobre eso, porque la conozco desde dentro. Los alumnos de las escuelas de negocios elitistas, como los que tenía en la Wharton Business School, son los futuros malvados de la humanidad. Les transmiten directamente una idea fundamental: Estados Unidos solo necesita al 1% de la población para gestionar al resto. Una idea casi biologista que enmarcaría en el darwinismo sociológico. O sea, "necesitamos auténticos líderes superhombres que gestionen el mundo".

Así funciona Estados Unidos desde hace muchos años con estas escuelas de negocio ultraelitistas, donde forjan a los nuevos líderes, esos empresarios con grandes capacidades. Jeff Bezos, la versión progre de la misma mierda, estudió en Princeton. Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y Meta, en Harvard, al igual que Bill Gates, el dueño de Microsoft. [En la costa oeste, Larry Page, cofundador de Google, estudió en Stanford, como Sundar Pichai, CEO de Alphabet, o Reid Hoffman, cofundador de LinkedIn]

Ignasi Gozalo Salellas, autor del ensayo 'La excepcionalidad permanente'.
Ignasi Gozalo Salellas, autor del ensayo 'La excepcionalidad permanente'.  Nuevos Cuadernos Anagrama

No es casual que todas esas figuras hayan pasado, aunque algunas no acabasen sus estudios, por la Ivy League, una maquinaria de preparación de las élites de nuestro tiempo. La diferencia es que antes eran juristas y politólogos, como la generación de los Kennedy, y ahora estudian en escuelas de negocios, que son la fábrica del mal.

Un elemento específico de Estados Unidos es la vinculación entre empresa e ingeniería. De hecho, todas son grandes tecnológicas y hay un gran vínculo con el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Es decir, hay una clara colaboración entre lo económico y la base del entrepreneurship. Los emprendedores suelen venir de las ingenierías, pero siempre muy vinculados a las escuelas de negocios.

[El autor de La excepcionalidad permanente deja claro que el lenguaje utilizado para definir estas escuelas de negocio es totalmente coloquial y figurado, por lo que "malvados", por poner un ejemplo, sería un adjetivo hiperbólico para referirse a los "futuros soberanos del mundo"]

¿Lo hace extensivo a las escuelas de negocios españolas o europeas?

Las grandes escuelas de negocios de la élite española copian el modelo yanqui. Sin embargo, fueron fundadas por la Iglesia católica. Dos de las más importantes son del Opus Dei y de los jesuitas, mientras que la tercera es superpija. Pese a copiar el modelo estadounidense, muchas de ellas están empezando a dar un giro humanista y a rectificar esa producción de monstruos.

Netflix fomenta el apocalipsis, la distopía, la desesperanza y el "no hay futuro", según usted, ¿pero con qué intención?

No me interesan tanto los contenidos de las series como la propia lógica del algoritmo en las series: la interrupción constante de la unidad de tiempo, que era la narración clásica, desde Aristóteles hasta la película del siglo XX. Esa aceleración, acumulación y fragmentación de la unidad narrativa genera ansiedad en el usuario, que no puede parar de ver series. Luego, esos contenidos colapsistas y catastrofistas se van incorporando a nuestra existencia y provocan un totum revolutum: la incapacidad de diferenciar entre el relato y la vida.

La depresión digital. Ansiar la felicidad y sentir culpa. Y el tecnofeudalismo, que apela a nuestro narcisismo para, en realidad, usarnos como mano de obra.

La trampa de las plataformas digitales es que antes de entrar tienes que aceptar una serie de compromisos, una lógica absolutamente feudal que supone nuestra muerte civil. El delito que cometen es tan bestia que las multinacionales se encargan de no cometer ninguna ilegalidad, obligándote a aceptar cláusulas continuamente. Eso es peor que una lógica feudal, porque nosotros la aceptamos. Me refiero al concepto de servidumbre voluntaria, de Étienne de La Boétie.

Si vivimos en una democracia y tenemos derecho a decir que no a Twitter, ¿qué la convierte entonces en una relación feudal? Si tú decides oponerte a esas redes sociales, te quedas fuera del mundo. Es una paradoja, porque quienes vivimos en el mundo real no nos enteramos de nada, como si viviésemos en un mundo paralelo.

En su ensayo, los jueces españoles tampoco quedan indemnes. ¿Tanto poder tienen?

Sí. Eso bebe de la incapacidad del político clásico que ejercía el liderazgo y la autoridad, en términos de Max Weber. Ahora hay claramente una subrogación de esas figuras, porque han quedado vaciadas de poder. De hecho, durante el procés, Mariano Rajoy delega en Soraya Sáenz de Santamaría, que conoce perfectamente el funcionamiento de la maquinaria judicial del Estado. Rajoy, por cierto, encarnaba al político ideal de nuestra época, porque no le interesaba tener autoridad: era, literalmente, un gestor de la vida pública.

Como los políticos —en el sentido antiguo del príncipe que decide por el pueblo— no tienen capacidad de gestionar de manera honesta y virtuosa al pueblo, lo que hacemos es delegar en las formas clásicas o nuevas del poder del Estado. Y esa subrogación va en dos direcciones: en la de las nuevas figuras supersoberanas dentro del Estado, que son los jueces, los mandos militares y policiales, etcétera, por un lado; y los empresarios, por otro.

Es impresionante lo que está pasando con los jueces en España, aunque también en Estados Unidos, porque están determinando la agenda política. Eso se debe a que el poder legislativo y ejecutivo van de la mano, pero el judicial va a su rollo, al igual que el mediático, un cuarto poder que ha devenido en algo más: el poder algorítmico y de las redes. Así, el poder judicial y el virtual están hoy en día ocupando esa capacidad de gestión de la vida pública que tuvieron en su momento el legislativo y el ejecutivo.

De hecho, los líderes políticos que mandan hoy en día superan la figura virtuosa del político al servicio público. O sea, Donald Trump, un tío narcisista sin ningún interés en el bien común. ¿Y por qué esa devoción por estos hombres? Pues porque hay una pasión muy baja, es decir, porque en momentos de guerra y de conflicto la gente quiere superfiguras a quienes entregarles la plena capacidad de gestión.

https://www.publico.es/culturas/ignasi-gozalo-ensayista-alumnos-escuelas-negocios-elitistas-son-futuros-malvados-humanidad.html#md=modulo-portada-bloque:4col-t2;mm=mobile-big


Ignasi Gozalo Salellas (Darnius, 1977) es doctor en Filosofía por la Universidad de Pensilvania y licenciado en Comunicación Audiovisual y Humanidades.

Actualmente compagina la posición de profesor en los grados de Comunicación y diseño con la docencia en los másteres de Filosofía para los Retos Contemporáneos y de Social Media: Gestión y Estrategia de la Universidad Oberta de Catalunya.

Es coautor del libro El síntoma Trump (2019) y sus textos se han publicado en medios como Ara, CTXT, La maleta de Portbou, La Marea o Público.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Yuval Noah Harari: “La Inteligencia Artificial podría hacernos lo que nosotros les hicimos a otros; no por malvada sino porque es poderosa y no le importamos”

 Por Sol de María    07 Sep, 2024 


El autor de ‘Sapiens’ destacó la urgente necesidad de establecer mecanismos de control sobre las potentes entidades que creó el ser humano . Es el tema de “Nexus”, su nuevo libro, que está por salir

El historiador israelí Yuval Noah Harari lanzó advertencias contundentes en su más reciente entrevista con La Vanguardia acerca de los riesgos que entraña la Inteligencia Artificial (IA). En el marco de la publicación de su nuevo libro titulado Nexus, el autor de aclamados títulos como Sapiens y 21 lecciones para el siglo XXI, sostiene que “los algoritmos ya han matado a gente” y subraya los peligros potenciales que puede enfrentar la humanidad si la IA se sale de control.

Harari plantea que hemos creado una entidad más inteligente y poderosa que el ser humano, y si no establecemos mecanismos de control adecuados, las repercusiones podrían ser devastadoras no solo para la humanidad, sino para todo el sistema ecológico.

En diálogo telefónico con el periodista Justo Barranco, el historiaador expresó: “No porque la IA sea malvada, pero es extremadamente poderosa y no le importamos, podría hacernos lo que hemos hecho nosotros a tantos otros organismos”, destacó el historiador, añadiendo que los escenarios catastróficos no son solo imaginarios, sino plausibles.

Yuval Noah Harari y su libro "Nexus"
Yuval Noah Harari y su libro "Nexus"

Además, enfatizó que, cada vez más, la IA está tomando un rol crucial en la creación y difusión de ideas. Contrario a lo que algunos suponen, la IA no se limita a replicar ideas, sino que es capaz de generar sus propias visiones y tomar decisiones sobre cómo y qué difundir. “En TikTok o Facebook es un algoritmo el que decide qué mensajes recibirán mucha atención. Y eso moldea la opinión pública”, puntualizó Harari en diálogo con La Vanguardia. Esto tiene implicaciones masivas para nuestras sociedades ya que, según él, se está empezando a ver cómo las decisiones de los algoritmos influyen en la política, la cultura y la comunidad internacional.

“Con la IA, parte del problema es que hay cientos de escenarios muy peligrosos. Algunos fáciles de imaginar: un dictador le da a la IA el control de las armas nucleares y por error de cálculo hay una catástrofe”, dijo el historiador.

Y pensó otro ejemplo: “Los terroristas crean con la IA un nuevo virus mortal. Pero la naturaleza misma de la IA es que puede crear nuevas visiones e ideas por sí misma. No es una herramienta en nuestras manos. Estamos liberando millones de nuevos agentes autónomos que podrían volverse más inteligentes que nosotros y no podemos anticipar ni controlar qué harán”.

El autor también reflexionó sobre la influencia de la IA en el lenguaje y la política. “La clave de casi todo lo que hemos creado es en última instancia el lenguaje. Hasta hoy, nadie excepto los humanos podía entender o crear estas cosas”. Harari destacó que la IA no solo es capaz de dominar el lenguaje similar a los humanos, sino que puede hacerlo mejor en muchos aspectos. Sostuvo que, en un futuro cercano, la IA será capaz de elaborar manifiestos políticos y textos religiosos, lo que podría significar un cambio radical en cómo se desarrollan y estructuran las sociedades.

“Algunos dicen -contó- que la IA es como la imprenta o la radio, y que copia nuestras ideas y las difunde. No es cierto. Es capaz de crear ideas propias y también toma decisiones sobre la difusión de las ideas humanas. En TikTok Facebook es un algoritmo el que decide qué mensajes recibirán mucha atención. Y eso moldea la opinión pública”.

Las preocupaciones de Harari se extienden también a la estructura de la democracia moderna. Según explicó, hay una disrupción tecnológica que está dificultando la conversación democrática al mezclar las voces humanas con las no humanas, generando un efecto de desinformación. “La democracia es una conversación y debería ser entre humanos”, dijo. Pero hoy “más del 20% del contenido de Twitter lo difunden bots”, señaló el historiador, subrayando que la calidad del debate democrático se deteriora. “¿Qué pasa con la conversación humana cuando las voces más fuertes en ella no son humanas?”

Harari sugiere prohibir bots que se hacen pasar por humanos (KRISTOF VAN ACCOM/Belga/Sipa USA)
Harari sugiere prohibir bots que se hacen pasar por humanos (KRISTOF VAN ACCOM/Belga/Sipa USA)

La democracia no es un fenómeno natural, se construye en condiciones determinadas. Explicaba el historiador: “Las democracias antiguas eran pequeñas ciudades-Estado o tribus. Si millones de personas intentan mantener un debate y no hay periódicos ni radio ni televisión, no pueden. Y como la democracia se edifica sobre esas tecnologías de la información, cualquier revolución importante en ellas está destinada a crear conmoción en la democracia”.

¿Peligros? Harari cree que la Inteligencia Artificial ya se cobró vidas humanas. “Lo vimos hace casi diez años, con la campaña de limpieza étnica en Myanmar contra los rohingya, en parte impulsada por algoritmos que, para aumentar la participación de los usuarios en Facebook, difundieron teorías conspirativas escandalosas, noticias falsas y odio contra esta minoría”, le dijo al medio español. Esto llevó al asesinato de decenas de miles. Incluso si los algoritmos tienen solo un 1% de responsabilidad es la primera vez en la historia que las decisiones tomadas por una IA sobre qué información difundir han contribuido a un importante cambio histórico. Los algoritmos ya han matado a gente”.

Cómo sería el futuro de la sociedad si la IA continúa avanzando a gran velocidad

Haciendo un paralelismo con las divisiones ideológicas en Estados Unidos, Harari plantea que el problema actual no es necesariamente mayor que en los años 60, pero la tecnología de la información exacerba la situación al impedir conversaciones razonadas. “Es difícil explicar lo que está sucediendo solo en términos de ideología”, afirmó. Esta falta de diálogo racional, según él, agrava la crisis social y política, transformando incluso a partidos conservadores en entidades radicales.

Uno de los aspectos más alarmantes es el potencial de la IA para influir en los procesos electorales y democráticos. Harari expresó temor sobre la posibilidad de que líderes autoritarios puedan aprovecharse de la tecnología para socavar los fundamentos democráticos. “Lo más importante de las democracias es su capacidad de autocorrección. Si votas por un hombre fuerte, un dictador, puede tomar muchas decisiones buenas pero tarde o temprano tomará una mala, no reconocerá su error y no podrás deshacerte de él”, dijo Harari al medio español. Además, utilizó ejemplos como el caso de Hugo Chávez en Venezuela para ilustrar cómo el poder mal manejado puede llevar al deterioro de una nación. “En Venezuela, Chávez y su movimiento llegaron al poder democráticamente y durante un tiempo mucha gente pensó que estaban haciendo cosas buenas, pero finalmente comenzaron a destruir el país. Y ahora el pueblo de Venezuela no puede deshacerse de ellos. Y el peligro es que algo similar pueda suceder en Estados Unidos. Si Trump es elegido, podría hacer algo similar a Chávez Putin”.

La manipulación tecnológica comienza por líderes autoritarios, según Harari
La manipulación tecnológica comienza por líderes autoritarios, según Harari

Respecto a cómo mitigar estos riesgos, Harari propone una regulación estricta sobre la IA y la prohibición de bots que puedan hacerse pasar por humanos. Las redes sociales, según aclaró, deben ser responsables de los contenidos que difunden a través de sus algoritmos. “Una IA nunca debería hacerse pasar por un ser humano”, enfatizó el historiador, instando a las autoridades a actuar de manera firme para proteger la integridad de la conversación pública.

“Las empresas de redes sociales dicen que no quieren censurar las opiniones de ningún ser humano por la libertad de expresión -declaró Harari-. Y puedo entenderlo, pero los bots no tienen libertad de expresión. No hay defensa para las empresas de redes sociales que permiten que entidades no humanas, bots, secuestren la conversación”.

Finalmente, al referirse al conflicto en Israel, Harari lamentó la situación actual y acusó a los extremistas de ambos bandos de alimentar el conflicto por sus propias fantasías mesiánicas. “Lo que tenemos que recordar es que la raíz del conflicto es que hay dos pueblos que existen en esta tierra y que tienen derecho a existir aquí”, afirmó.

Harari aboga por una paz basada en el reconocimiento mutuo y es crítico de las políticas del Primer Ministro Benjamin Netanyahu, señalando que Israel no es simplemente su líder, sino una sociedad democrática con una fuerte oposición interna.


https://www.infobae.com/cultura/2024/09/08/yuval-noah-harari-la-inteligencia-artificial-podria-hacernos-lo-que-nosotros-les-hicimos-a-otros-no-por-malvada-sino-porque-es-poderosa-y-no-le-importamos/



Las ideas de Yuval Noah Harari sobre la Inteligencia Artificial: “No sé si la humanidad podrá sobrevivir”

 


El historiador y filósofo israelí, quien también es autor del libro Sapiens. De animales a dioses (2014), compartió sus preocupaciones en torno a los avances de la inteligencia artificial. Acá, las reflexiones de Yuval Noah Harari y su propuesta para controlar las capacidades de esta tecnología.

Alexis Paiva Mack

5 may 2023 

Entre los firmantes se encontraron el cofundador de Apple, Steve Wozniak, y el magnate de SpaceX, Tesla y Twitter, Elon Musk, quien paradójicamente acaba de fundar una empresa de IA a la que bautizó como X.AI.

Pero además de ellos, también plasmó su nombre el historiador y filósofo israelí, Yuval Noah Harari, quien ha publicado libros tan aclamados como Sapiens. De animales a dioses: breve historia de la humanidad (Debate, 2014), Homo Deus: breve historia del mañana (Debate, 2014) y 21 lecciones para el siglo XXI (Debate, 2018).

En la carta, los adherentes pidieron una “pausa” en la IA hasta que “estemos seguros de que sus efectos serán positivos y sus riesgos manejables”.

Y precisamente, ese fue el punto que Harari conversó en profundidad en una extensa entrevista con The Telegraph.

Durante la conversación, el filósofo israelí aseguró que esta es “la primera tecnología de la historia que crea historias”, debido a que distintos programas de este tipo tienen la capacidad para elaborar textos, imágenes, videos e incluso música, a partir de ideas que les suministran los usuarios.

“La nueva generación de IA no se limita a difundir los contenidos que producen los humanos. Puede producir el contenido por sí misma”, destacó.

Yuval Noah Harari
Yuval Noah Harari. Foto: Oded Balilty / The Telegraph.

Bajo esta línea, cuestionó: “Trate de imaginar lo que significa vivir en un mundo en el que la mayoría de los textos y melodías, y luego las series de televisión y las imágenes, son creados por una inteligencia no humana. Simplemente no entendemos lo que significa”.

“¿Cuáles podrían ser las consecuencias de que la IA se apodere de la cultura?”.

Yuval Noah Harari y sus reflexiones sobre la Inteligencia Artificial

La semana pasada un semanario alemán compartió una supuesta “entrevista” exclusiva que le hicieron al ex piloto de la Fórmula 1, Michael Schumacher, pero rápidamente se conoció que el artículo había sido elaborado con IA, es decir, no contó realmente con su participación

Aquello desató que sus familiares anunciaran una demanda contra la revista.

Para Harari, casos como ese son solo el comienzo de lo que se podría llegar a hacer con la IA si se utiliza para fines dañinos.

Sugirió al citado medio que es probable que próximamente se pueda discutir de política con presuntos usuarios de la internet, quienes en verdad podrían ser el resultado de la inteligencia artificial generativa.

“Puede que incluso te envíen un video hablando, pero no hay ninguna persona de atrás”, insistió, “se trata de una amenaza especialmente grave para las democracias, más que para los regímenes autoritarios, porque las primeras dependen de la conversación pública”.

Computador
Computador. Foto referencial: CU.

En este sentido, recalcó que “si la IA se apodera de la conversación, se acabó la democracia”.

Desde su visión, el uso de la IA con fines dañinos también podría ser una nuevo instrumento en beneficio de los sistemas dictatoriales, en caso de que no se adopten medidas previas para restringir sus formas de utilización.

“Un nuevo régimen en el siglo XXI tendrá herramientas mucho más poderosas. Así que las consecuencias podrían ser mucho más desastrosas. Es algo a lo que no sé si la humanidad podrá sobrevivir”.

La propuesta del filósofo para controlar la IA

Un factor crucial en el análisis del filósofo israelí, es que ciertos programas de IA podrían llegar a ser difíciles de controlar si toman “decisiones sobre su propio uso”.

Por ejemplo, representantes de Google anunciaron recientemente que un software que están trabajando aprendió a hablar bengalí de manera instantánea, a pesar de que en un inicio solo le habían entregado “muy pocas indicaciones” en ese idioma.

Harari ve tales casos como un serio problema.

“Hemos inventado algo que nos quita poder. Y está ocurriendo tan rápido que la mayoría de la gente ni siquiera entiende lo que está pasando. Tenemos que asegurarnos de que la IA tome buenas decisiones sobre nuestras vidas”.

Para disfrutar de los beneficios de esta tecnología considerando sus eventuales riesgos, Harari propuso que se apliquen medidas preventivas como las que se utilizan antes de poner un nuevo remedio a la venta.

“Una compañía farmacéutica no puede lanzar un medicamento al mercado sin pasar antes por un largo proceso de regulación. Es realmente extraño y aterrador que las corporaciones puedan hacerlo con herramientas de IA extremadamente potentes a la esfera pública, sin ninguna medida de seguridad similar”.

Yuval Noah Harari
Foto: Kristof Van Accom / Belga Photo.

Pero, ¿quién tendría que implementar y controlar esas normas?

Para el autor de Sapiens, dicha responsabilidad debe recaer en el sector público y no en las empresas privadas.

“Con todo el debido respeto a Elon Musk y Zuckerberg o a los otros jefes de las grandes empresas tecnológicas, no son elegidos por nadie, no representan a nadie excepto a sus accionistas y no hay razón para confiar en ellos”, cerró.


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