Luis Bugarini
Parte de las últimas premiaciones del Nobel de literatura, si bien acertadas por la indiscutida calidad de los autores, no ha generado apenas interés en los lectores. Ya se ha vuelto una bomba atómica que explota en octubre, inunda las librerías de títulos que meses después se convierten en otro lastre bibliográfico para sacrificio en las mesas de remate. Este ha sido el caso de Doris Lessing, Mo Yan o Alice Munro, al menos, premiaciones celebradas por los asiduos que ya los leían de antes, capaces de generar interés en el corto plazo, pero que no logran insertarse en un segmento específico del lector promedio. Caso diferente es el de Imre Kertész (1929-2016), cuyo rescate literario de su experiencia primeramente en el campo de concentración de Auschwitz, para luego ser trasladado a Buchenwald, generó una aproximación indispensable para acercarse a uno de los hechos más lamentables de la Historia reciente.
En un balance a quemarropa, es posible afirmar que la literatura húngara es una de las menos exploradas en el ámbito hispanoamericano. Tristemente, no es la única. Su desconocimiento figura no sólo a nivel de investigación erudita sino también por lo que respecta a incursiones editoriales por parte de sellos hispanoamericanos. Esta carencia tiene repercusiones a un nivel más elemental: los lectores ávidos de explorar narrativas remotas se enfrentan a un muro de poca visibilidad editorial. El mundo europeo pareciera terminar en Alemania, Austria e Italia, mientras una sombra se posa sobre Escandinavia, los países del Báltico, Polonia, Hungría, República Checa, Rumania, Bulgaria y los Balcanes, para renacer parcialmente en San Petersburgo, Moscú y Odesa. El otorgamiento del Nobel a un escritor de una lengua periférica, si tiene la fuerza y el talento necesarios, puede lograr que los lectores se asomen a sus libros y, con suerte, a esa tradición literaria.
Liquidación (2003), al igual que sus anteriores trabajos —Sin destino (1975), Fiasco (1988) o Kaddish por el hijo no nacido (1990) —, proponen excursión a las fuentes de la maldad, encarnada en la Solución Final que le costó la vida a millones de seres humanos (en su mayoría judíos aunque igualmente había comunistas, disidentes, homosexuales, etc.). Es una novela que subrayo por encima del resto de su obra, por su alejamiento del asunto del campo de concentración para internarse en la ficción pura. El argumento de Liquidación: un escritor se suicida con una sobredosis de morfina; un colega suyo, escritor en ciernes, se da a la tarea —con los característicos matices de la obsesión patológica— de rastrear el manuscrito de una novela de aquél, sobre la que alguna vez le escuchó hablar y que, a su juicio, podría ser una obra maestra de la literatura contemporánea. Es la historia de un manuscrito perdido. Las complicaciones aparecen: el autor de la novela (cuyo manuscrito sí existió), muy al estilo de Kafka, pide que la quemen a su muerte. La destrucción se lleva a cabo y el intento de rescate resulta infructuoso; de este modo, se pierde una obra central de un escritor semidesconocido y, a la par, la vida de su creador. Es un relato de pérdidas.
Los vericuetos del suicidio, de la voluntaria tarea investigadora del amigo, así como las conjeturas sobre el posible contenido de la novela perdida, dan el marco para que el autor desarrolle los tópicos de su narrativa: el sinsentido de la existencia humana, la imposibilidad de entablar relaciones humanas desprovistas de intereses y el autor como responsable frente a sus propias creaciones. Entre líneas, se lee lo siguiente: ¿Qué tanto un autor es dueño de sus obras? ¿Hasta qué punto le pertenecen? ¿Hasta dónde llega su derecho a manipularlas o incluso a destruirlas? ¿Cuál es el lugar de la posteridad en el pensamiento del creador, si es que alguno tiene?
Kertész regresa una y otra vez a los hechos de su adolescencia, tal y como lo hicieron en su momento Bernhard o Borges, quienes dirían que se pasaron la vida escribiendo el mismo libro. Liquidación es una reformulación inteligente de la historia que se narra en Sin destino(1975), novela con la cual diera cuenta de su experiencia como interno en el campo de concentración. La reelaboración no resulta tediosa, pues aborda el drama desde una perspectiva reflexiva. Los juegos estilísticos que utiliza Kertész apenas varían: cambios imprevistos de voz narrativa, monólogo interior, saltos de escenario y flashback de múltiples personajes: los mecanismos frecuentes de la narrativa moderna. El relato deriva polifónico, desconcertante y laberíntico.
Al igual que Albert Camus, que abre El mito de Sísifo (1942) con una declaración sobre la importancia del suicidio, Kertész desbroza la estructura narrativa de Liquidación y siembra sus teorías acerca del acto —siempre voluntario— de vivir o de no hacerlo. El suicidio de B., el autor de la enigmática novela que aparece sugerida en Liquidación, planteado como un acto filosófico, abre la puerta al debate y la carta que éste deja a su amante, podría considerarse como una de las defensas más arrebatas del acto de quitarse la vida. Junto al cuerpo yaciente de B. sólo aparece una hoja titulada: “¡NO OS ENFADÉIS! ¡BUENAS NOCHES!”. En un párrafo se lee lo siguiente: “Deseo de todo corazón mi aniquilamiento. No sé por qué he tenido que desgranar esta larga vida cuando habría podido suicidarme a tiempo, en una época en que desconocía aún la inutilidad de luchas y ambiciones. Nada ha tenido ningún sentido; no he conseguido crear nada; el único fruto de mi vida es haber conocido la extrañeza que me separa de mi vida. He estado muerto ya en vida”. [la cursiva es del original].
Otro de los elementos de la narración es la burocracia comunista: ese cuerpo que custodió, desde la murmuración, la higiene moral de los países socialistas. La irracionalidad de los cuerpos políticos, que apareció con mayor detalle en Fiasco (1988), se niega a abandonar las páginas de Kertész y, una vez más, con ganas de ridiculizar aquellos días de austeridad y dureza, el autor húngaro los retrata con angustia. El ambiente de persecución por la vida tiene consecuencias en la concepción de B. y su desenlace. Su suicidio filosófico, según “el personaje de Dostoievsky”, parte de argumentaciones próximas al tono del Libro del desasosiego de Pessoa, desde una variedad de matices del desencanto.
La literatura de Kertész es una lección del espíritu humano, capaz de sobrevivir a los escenarios de angustia más intolerables jamás creados. Nadie podrá olvidar la perplejidad de Gyorgy Koves, protagonista de Sin destino, a su vuelta a Budapest, luego de que fueron liberados los prisioneros de los campos. “¿Dónde estabas?”, le preguntaban asombrados, como si se hubiese perdido en una borrachera. Luego se sabría, con un detalle escabroso al punto de que nunca será olvidado, a pesar de quienes afirman que Auschwitz nunca sucedió (¡!) o que, habiendo sucedido, no tuvo las proporciones que el judaísmo internacional sostiene. Uno de los hechos más trágicos de la historia requeriría de todas las habilidades de memoria para ser relatados. Kertész se arrojó al fondo y salió victorioso, como Levi y Semprún. Auténtico tríptico de la memoria.
https://www.nexos.com.mx/?p=27981
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Adiós a Imre Kertész
Adan Kovacsics
Imre Kertész, superviviente de Auschwitz y ganador del Premio Nobel de Literatura, falleció este jueves a los 86 años en su ciudad natal, Budapest. Adan Kovacsics, su traductor al español, le rindió homenaje. El título es de la redacción de Nexos.
Hoy 31 de marzo de 2016, a las cuatro de la madrugada, falleció Imre Kertész, premio Nobel de Literatura 2002. Resulta imposible plasmar en pocas palabras todo el significado de la obra de este autor, uno de los más grandes de las letras húngaras del siglo XX y del actual. Como también es imposible describir en pocas líneas lo que ha significado como persona, como escritor y pensador, para su traductor al español. Los últimos años de Imre Kertész fueron de enorme dificultad, la enfermedad de Parkinson había hecho mella en su cuerpo, en su mente, en su alma, aunque él se aferraba a la vida y, en particular, a lo que había sido el contenido esencial de su vida, la literatura. En enero todavía estaba trabajando con su colaborador Zoltán Hafner en la recopilación de sus apuntes de los años noventa.
La obra de Kertész es esencial para comprender al ser humano del siglo XX y del actual. Cuando se publicó Sin destino en 1975, la novela pasó inadvertida. Inadvertida precisamente por la radicalidad de su visión, porque era intolerable, se alejaba de las grandes palabras, describía la expropiación del destino propio del individuo, su conversión en destino de masas, “el despojamiento de la sustancia más humana del hombre” en los campos de exterminio en particular y en el totalitarismo en general. En el célebre final de la novela, el protagonista, el adolescente judío Gyuri Köves, regresa a Budapest tras su paso por los campos y se topa con la incomprensión: su lenguaje no es el mismo, sus sentimientos no son los mismos, sus sensaciones no son las mismas que los de la gente que se ha quedado. Los tópicos con los que lo reciben no tienen nada que ver con su experiencia. Y él insiste en que sus palabras reflejen la experiencia. Lo mismo hará también Kertész en sus libros. Esa es la perspectiva existencial, iluminadora y aterradora de su obra. En Fiasco, el narrador se define como “un miembro modestamente aplicado, de comportamiento no siempre intachable, de la tácita conspiración urdida contra mi vida”.
Nuestra época, la del ser humano funcional y sustituible, la de la sociedad de masas y del Estado moderno, lleva implícita la posibilidad del totalitarismo y, por tanto, de Auschwitz. Y aquí se encuentra otro de los puntos que hacen de la obra de Kertész algo singular: la consideración del significado del Holocausto como mito universal y como cultura. En Diario de la galera escribe: “Auschwitz, y lo que forma parte de ello (¿y qué no forma parte de ello hoy en día?), es el trauma más grande del hombre europeo desde la cruz…”. En los años noventa se percibía en sus escritos y ensayos cierta confianza en el influjo catártico de la experiencia del Holocausto, cierta confianza en Europa e incluso en que su país, Hungría, se acercara a las democracias de corte occidental. Confiaba en el mito de Auschwitz como eje ético para crear una nueva cultura europea y universal. No obstante, al mismo tiempo constataba que el fondo nada había ocurrido de verdad, seriamente, que hiciera imposible otro Holocausto en el futuro.
En estos días, Acantilado publicará en español el hasta ahora último libro de Imre Kertész. Se titula La última posada. Es el libro de su vejez. Su intención era escribir una obra sobre la senectud, una novela inspirada en los cuadros postreros de William Turner o en los últimos cuartetos de Beethoven. La última posada plasma ese intento, el esfuerzo, las dudas y también el fracaso. Se lo impidió, entre otras cosas, la enfermedad que fue creciendo, el Parkinson que se le diagnosticó hace más de quince años.
Adan Kovacsics
Es traductor del húngaro y del alemán. Nacido en Santiago de Chile, es hijo de inmigrantes húngaros. Ha recibido el II Premio de Traducción Imre Kertész (2007), el Premio Nacional de Traducción 2010 del Ministerio de Cultura por el conjunto de su obra y el Premio Nacional de Traducción de Austria por el conjunto de su obra y por sus traducciones de Karl Kraus.
Es traductor del húngaro y del alemán. Nacido en Santiago de Chile, es hijo de inmigrantes húngaros. Ha recibido el II Premio de Traducción Imre Kertész (2007), el Premio Nacional de Traducción 2010 del Ministerio de Cultura por el conjunto de su obra y el Premio Nacional de Traducción de Austria por el conjunto de su obra y por sus traducciones de Karl Kraus.