Katrina Oko-Odoi
Carpentier escribió este cuento alrededor de la década de los años ‘40, cuando todavía vivía en su Cuba nativa, y durante una época cuando él exploraba mucho la cultura africana y afro-cubana. A pesar de que no Carpentier mismo no era de ascendencia africana, él se vio muy influenciado por los movimientos en boga en ese periodo de la Negritude (movimiento literario fundado por colonos franceses en los años 1930s enfocado en realzar y celebrar la identidad negra/africana) y el Negrismo (movimiento literario basado en el caribe hispano que enfatizaba la cultura híbrida de la gente afro-caribeña e incorporaba las influencias africanas en la literatura, especialmente la poesía). Aquí podemos pensar en figuras como Aimé Césaire (poeta martinico) y Nicolás Guillén (poeta cubano). Esta influencia es reflejada en la novela El reino de este mundo (1949) por Carpentier, una de sus obras más conocidas y exitosas, que trata el momento de la revolución haitiana desde la perspectiva de un esclavo negro. “Viaje a la semilla,” entonces, es un texto precursor a esa novela, y representa una reflexión similar sobre la historia colonial del Caribe, además de un interés en el tiempo no-linear y en una cosmovisión africana que se opone a y desafía el orden racional de la cultura europea.
El texto se divide en 13 partes y abarca dos marcos temporales. En la primera y última sección, estamos en el tiempo narrativo del presente, que podemos deducir es al fin del siglo diecinueve (en Cuba, eso equivale el final de la época colonial). En las demás secciones (dos a once) hay un marco temporal que contiene un retroceso en el tiempo – un viaje al pasado, por así decirlo. El cuento toma como protagonista a la casa urbana de una familia de la vieja oligarquía cubana, los Marciales. En el presente del texto, hay un grupo de obreros (bajo contrato sindical) que están derrumbando la casa. Ya el viejo Marqués de Capellanías, Don Marcial, ha muerto, y como él estuvo en la ruina financiera, el banco se ha apropiado de la propiedad y quiere deshacerse de la vieja casona. En lenguaje típicamente elocuente, Carpentier describe como se va deshaciendo la casa, “por las almenas sucesivas que iban desdentando las murallas aparecían –despojados de su secreto— cielos rasos ovales o cuadrados… y papeles encolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de serpiente en muda” (p. 1). Creo que nunca se ha escrito sobre la destrucción de un edificio de una manera tan poética. Al final del día, los obreros se van y dejan la casa medio derrumbada, para volver y terminar el trabajo al día siguiente.
La segunda parte del cuento abre con la figura del negro viejo, quien había estado rondando la casa durante su destrucción. Cuando ya está a solas, él empieza a mover su cayado de una manera extraña, alzando las ruinas de las casa desde donde habían caído sobre la tierra para reconstruir la casa hasta hacerla completa de nuevo. Es este personaje negro quien pone a rodar hacia atrás el tiempo. A lo largo del texto, cada personaje negro que aparece se opone o se resiste a la cosmovisión europea, desafiándola con sus acciones y gestos extraños y con su apariencia diferente y exótica. Carpentier construye esta oposición entre lo africano/afro-cubano y lo occidental/europeo meticulosamente para cuestionar la lógica de la realidad de los colonizadores y proponer el borrar la historia que habían creado con sus conquistas y genocidio y esclavitud. Con el retroceso en el tiempo, el lector sigue la vida de Don Marcial hacia atrás, viendo como se cura de su enfermedad mortal, como su esposa muerta bajo circunstancias sospechosas vuelve a la vida, como regresan a la iglesia de su boda para “recobrar su libertad,” hasta que Marcial es un infante de nuevo. Es en ese momento de la conciencia básica de un bebe recién nacido cuando él logra “la suprema libertad,” según el narrador.
Al recorrer el tiempo hacia atrás, Carpentier sugiere, o pregunta, lo que pasaría si volviéramos a empezar de nuevo. “Borrón y cuenta nueva,” como dicen. Con este nuevo inicio, el autor alude a la posibilidad de una historia alternativa, distinta. Deshace la historia de dominación y codicia, aludiendo a “la percepción remota de otras posibilidades,” como percibe el joven Marcial después de una borrachera cuando ve el tiempo distorsionado en el correr de los relojes hacia atrás. Algunos críticos han interpretado este nuevo empiezo como la oportunidad para crear un mundo más justo, para redimir la historia de alguna manera. Pero para mí, esa interpretación es demasiado fácil, demasiado optimista. Carpentier nunca proponía proyectos tan obvios – su visión iba mucho más allá de eso. Lo que hace el autor en este texto es desfamiliarizar el tiempo cronológico que todos conocemos, y yuxtaponerlo con el tiempo mítico para sugerir que hay otras maneras de ver y entender al mundo. Su incorporación de elementos místicos que parecen venir de la religión afro-cubana (probablemente de influencia Yoruba) complican la percepción del cubano como europeo, afirmando y realzando esta otra influencia tan importante en su identidad colectiva. Hay que borrar la historia de Don Marcial porque esa historia excluyó a personas importantes del pasado de Cuba, porque ignoró las influencias en su cultura que vinieron del otro lado del Atlántico. Al final, Carpentier deja la historia des-determinada. No siempre hay una resolución fácil u obvia, a veces la idea es sólo revelar y contemplar la tensión que existe entre distintas cosmovisiones.
Ahora sí, “Viaje a la semilla” tiene varios aspectos problemáticos – no se puede negar eso. La representación de la cultura y cosmovisión africana/afro-cubana es más que un poco estereotípica y esencialista. La idea de un cayado mágico; la exotización de los criados como Melchor quien se presenta como un hombre primitivo; la cosificación de las mulatas y negras como objetos sexuales dedicados al placer del hombre blanco —todos esos elementos señalan una representación problemática de la identidad africana. Pero a la vez, Carpentier denunciaba el sistema que creó toda esa jerarquía social y racial, y buscaba entender mejor esos orígenes africanos que la cultura dominante cubana había marginalizado por tanto tiempo. Al fin, Carpentier era un hombre de su época – no se le puede pedir más de lo que era capaz de hacer con el tema de la raza en los años 1930s y 40s. Sólo basta decir que Carpentier desafiaba las normas de su época de una manera productiva, a pesar de la sutileza aparente (y necesaria) de su mensaje.
Sigan escribiendo,
Katrina Oko-Odoi
Founder & Chief Editor
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