William James observó que la sabiduría consistía en aprender qué podemos pasar por alto. El príncipe Hamlet es el más inteligente de los personajes literarios, pero si lo sometemos a la prueba práctica de James, ese carismático shakesperiano que va en pos de la perdición es cualquier cosa menos sabio. Hamlet no puede pasar nada por alto, y así impone la pauta a todos los que pueden iluminar la sabiduría pero no pueden encarnarla. El genio, o demonio, de Hamlet consiste en hacerle consciente de todo al mismo tiempo. Hamlet piensa demasiado bien y la verdad lo mata. Seas quien seas, tu demonio se convertirá en tu némesis y hará que seas tu peor enemigo, incapaz de saber qué puedes pasar por alto.
Davide Stimilli, una autoridad en demonios y antiguo alumno mío, observa que Némesis, hija de la Noche, era una diosa venerable del panteón griego. Es nuestra mortalidad, nuestra mala suerte, nuestro autoflagelo, nuestra incapacidad universal para perdonárnoslo todo. Toda nuestra ausencia de sabiduría se centra en ella. Freud, en El malestar en la cultura , la equipara a nuestro sentido de culpa inconsciente. Némesis flota en el espacio vacío, a la espera de saltar sobre nosotros. De los escritores sapienciales comentados en este libro, Goethe es nuestro mejor guía para defendernos de Némesis, porque nos dice que confiemos en nuestro demonio personal, nuestro genio, para rechazarla. Emerson, nuestro Goethe americano, aconseja la confianza en uno mismo, aunque posteriormente cedió ante la deidad que llamó Destino, una versión más casera de Némesis. Aunque Emerson organizó su Partido de la Esperanza, reconoció que ganaría pocas elecciones en las sombras cada vez más largas de nuestra Tierra del Atardecer, sede del Nuevo Orden Mundial. La Némesis nacional de Estados Unidos podría resultar nuestra globalización de la ilusión wilsoniana de que otros países puedan ser un mundo seguro para la democracia.
No obstante, la pregunta que planteo en este libro está completamente expresada en su jobiano título: ¿Dónde se encuentra la sabiduría? La respuesta americana, al igual que lo fue la hebrea, parece ser en el miedo a Yahvé, sólo que ¿no convierte eso a Dios en una Némesis masculina? El cristianismo, desde san Pablo, y pasando por san Agustín, contrapone a Némesis o a la Tora ( «enseñanzas ») de Yahvé la esperanza encarnada en Jesús de Nazaret, rey de los judíos, semilla legítima del valor de David y la sabiduría de Salomón. Que el genio, o el demonio, de Estados Unidos esté realmente en armonía con el Jesús americano fue una duda profética de Reinhold Niebuhr, cuyo espíritu parece ausente ahora de nuestra vida pública.
Una sabiduría jobiana es muy poco americana; nuestra épica nacional es Moby Dick , que desafía al Dios de Job, y las Hojas de hierba de Whitman, una inextricable mezcla de esperanza y tormento. Ninguna de ambas obras es cristiana. La sabiduría de los griegos o los hebreos, o la de los grandes ensayistas morales, ¿nos sigue resultando tan accesible como la sombría comedia de Cervantes o la sublimidad de la tragedia de Shakespeare? Este libro las ha reunido, así como los enigmas de un Jesús lo bastante variado como para abarcar el Evangelio de Tomás, san Agustín y la comunicación indirecta por parte de Kierkegaard de la dificultad de hacerse cristiano en una sociedad supuestamente cristiana que, de hecho, adora a Némesis a pesar de abogar por la esperanza. Como sugiere Davide Stimilli, Némesis no es un poder moral: Ella es la diosa de la venganza, homérica y freudiana, y no cristiana o platónica. Goethe y Emerson, que no eran cristianos, intentan enseñarnos que dentro de nosotros hay un dios que es capaz, al menos en un momento dado, de resistir a Némesis. En la práctica, eso acabó siendo la benévola intuición de William James de que la sabiduría debía convertirse en la facultad de pasar por alto lo que se hacía insuperable. ¿Es ésa, ahora, nuestra única respuesta a la pregunta de dónde se encuentra la sabiduría? Al menos nos ayuda a pasar los días duros o aciagos.
Personalmente, espero que la literatura sapiencial, tal como la hemos considerado en este libro, pueda ofrecernos algo más que eso. El monoteísmo occidental —judío, cristiano, islámico— quizá no es tan opuesto como complementario a la confianza de Goethe, Emerson y Freud en el genio individual, o Eros demoníaco. La tradición de la sabiduría laica y la esperanza monoteísta quizá al final no puedan conciliarse, al menos no del todo, pero los más grandes escritores antiguos y modernos —Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare— idean equilibrios que (aunque precarios) permiten que coexistan la sabiduría prudencial y algunas insinuaciones de esperanza. Leemos y reflexionamos porque tenemos hambre y sed de sabiduría. La verdad, según el poeta William Butler Yeats, no puede conocerse, pero puede encarnarse. De la sabiduría yo, personalmente, afirmo lo contrario: No podemos encarnarla, aunque podemos enseñar cómo conocer la sabiduría, la identifiquemos o no con la Verdad que podría hacernos libres.
HAROLD BLOOM nació en Nueva York, Estados Unidos el 11 de julio de 1930. Hijo de inmigrantes judíos, estudió en Cornell y en Yale, ejerciendo posteriormente en ésta última, en Harvard y en la Universidad de Nueva York como docente. Sus particulares visiones sobre la teoría y crítica literaria le han valido fama de polémico. Bloom defiende la concepción estética de la literatura, renegando contra todo tipo de estudios culturales y materialistas. También han generado controversia sus particulares visiones sobre la religión: En The Book of J ( El libro de J ), Bloom sugiere que la figura de Yahvé fue inventada a nivel literario por una mujer. Pero posiblemente la obra más polémica sea El canon occidental (1994), donde Bloom crea una lista de los que considera los mejores autores literarios de todos los tiempos. Además, Bloom cuestionó los conceptos de tradición e influencia con su definición de la «ansiedad de la influencia», explicando la creación literaria como una especie de pugna entre el escritor y los escritores que lo preceden y que forman parte de la tradición.