Querido profesor:
Yo soy un hombre que desatina y razona con trabajo y con muchas nieblas, mientras que usted es preciso y límpido y lleno de experiencia vital, hasta el punto de que cuando usted habla yo me quedo oyéndolo con la misma seguridad con que me abandono ante la naturaleza; pero sobre este tema del trabajo de creación del arte pienso ahora lo contrario que usted.
Usted dice que para crear una gran obra basta con vivir lo más intensa y profundamente posible cualquier vida real, que si nuestro espíritu tiene en sí las condiciones de la obra maestra, ésta brotará casi por sí sola, naturalmente, sanamente, como ocurre con todos los fenómenos vitales.
Usted ve el arte, en suma, como un producto natural, una actividad normal del espíritu que tendría como característica esencial la sanidad.
Pues bien, yo niego gran parte de los significados dados a estas cosas y en especial la última.
No, en mi opinión el arte exige un trabajo tan largo y un maceramiento tal del espíritu, un calvario tan incesante de tentativas que en su mayoría fracasan, antes de llegar a la obra maestra, que se le podría clasificar más bien entre las actividades antinaturales del hombre.
Sana es en sí la obra de arte verdaderamente buena, ya que, al ser la obra de arte sólo una construcción orgánica, donde palpita la vida, una vida cualquiera, como la de plantas y piedras, esto es, la perfecta correspondencia y actividad de sus diversas partes, es una condición indispensable; pero no por esta razón han de ser igualmente sanos el contenido de la obra o el alma del creador.
Más aún, si esta alma no se ha retorcido y trastornado y desangrado, si no ha pasado por una serie larguísima de experiencias repetidas hasta la completa absorción por su parte, si no se ha visto reducida por las fatigas y el abuso de actitudes particulares a un aspecto al margen de lo común y privado de ese sórdido optimismo que lleva consigo la natural sanidad, esta alma no valdrá jamás para componer una obra maestra.
Y repito, sólo y precisamente por esas condiciones antihumanas, o quizá sobrehumanas, y por un largo tormento de intentos fallidos, el espíritu puede llegar a dar esos frutos suyos gallardos y milagrosos, esas nuevas criaturas que están sobre la tierra como otros muchos seres vivos.
Por eso el arte es la más elevada de las actividades y lleva al hombre más cerca de la divinidad que cualquier otra cosa: permite crear seres vivos.
Y por esta esperanza vertiginosa yo no me persuadiré jamás de “pensar en otras cosas” esperando que la obra maestra nazca dentro de mí de repente, sino que continuaré agotándome, rompiéndome, enriqueciéndome en vida y en mano segura.
Continuaré esta existencia enferma y antipática.
Usted dice que para crear una gran obra basta con vivir lo más intensa y profundamente posible cualquier vida real, que si nuestro espíritu tiene en sí las condiciones de la obra maestra, ésta brotará casi por sí sola, naturalmente, sanamente, como ocurre con todos los fenómenos vitales.
Usted ve el arte, en suma, como un producto natural, una actividad normal del espíritu que tendría como característica esencial la sanidad.
Pues bien, yo niego gran parte de los significados dados a estas cosas y en especial la última.
No, en mi opinión el arte exige un trabajo tan largo y un maceramiento tal del espíritu, un calvario tan incesante de tentativas que en su mayoría fracasan, antes de llegar a la obra maestra, que se le podría clasificar más bien entre las actividades antinaturales del hombre.
Sana es en sí la obra de arte verdaderamente buena, ya que, al ser la obra de arte sólo una construcción orgánica, donde palpita la vida, una vida cualquiera, como la de plantas y piedras, esto es, la perfecta correspondencia y actividad de sus diversas partes, es una condición indispensable; pero no por esta razón han de ser igualmente sanos el contenido de la obra o el alma del creador.
Más aún, si esta alma no se ha retorcido y trastornado y desangrado, si no ha pasado por una serie larguísima de experiencias repetidas hasta la completa absorción por su parte, si no se ha visto reducida por las fatigas y el abuso de actitudes particulares a un aspecto al margen de lo común y privado de ese sórdido optimismo que lleva consigo la natural sanidad, esta alma no valdrá jamás para componer una obra maestra.
Y repito, sólo y precisamente por esas condiciones antihumanas, o quizá sobrehumanas, y por un largo tormento de intentos fallidos, el espíritu puede llegar a dar esos frutos suyos gallardos y milagrosos, esas nuevas criaturas que están sobre la tierra como otros muchos seres vivos.
Por eso el arte es la más elevada de las actividades y lleva al hombre más cerca de la divinidad que cualquier otra cosa: permite crear seres vivos.
Y por esta esperanza vertiginosa yo no me persuadiré jamás de “pensar en otras cosas” esperando que la obra maestra nazca dentro de mí de repente, sino que continuaré agotándome, rompiéndome, enriqueciéndome en vida y en mano segura.
Continuaré esta existencia enferma y antipática.
Cesare Pavese
Carta a Augusto Monti
Turín, 18 de mayo de 1928
Carta a Augusto Monti
Turín, 18 de mayo de 1928
***
Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba.
Mi compañera continúa durmiendo y lo ignora.
Mis compañeros duermen todos. La clara jornada
se me revela más limpia que los rostros aletargados.
Mi compañera continúa durmiendo y lo ignora.
Mis compañeros duermen todos. La clara jornada
se me revela más limpia que los rostros aletargados.
A distancia, pasa un viejo, camino del trabajo
o a gozar la mañana. No somos distintos,
idéntica claridad respiramos los dos
y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
También el cuerpo del viejo debería ser sano
y vibrante -ante la mañana, debería estar desnudo.
o a gozar la mañana. No somos distintos,
idéntica claridad respiramos los dos
y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
También el cuerpo del viejo debería ser sano
y vibrante -ante la mañana, debería estar desnudo.
Esta mañana la vida se desliza por el agua
y el sol: alrededor está el fulgor del agua
siempre joven; los cuerpos de todos quedarán al
descubierto.
Estarán el sol radiante y la rudeza del mar abierto
y la tosca fatiga que debilita bajo el sol,
y la inmovilidad. Estará la compañera
-un secreto de cuerpos. Cada cual hará sentir su
voz.
No hay voz que quiebre el silencio del agua
bajo el alba. Y ni siquiera nada que se estremezca
bajo el cielo. Sólo una tibieza que diluye las estrellas.
Estremece sentir la mañana que vibre,
virgen, como si nadie estuviese despierto.
y el sol: alrededor está el fulgor del agua
siempre joven; los cuerpos de todos quedarán al
descubierto.
Estarán el sol radiante y la rudeza del mar abierto
y la tosca fatiga que debilita bajo el sol,
y la inmovilidad. Estará la compañera
-un secreto de cuerpos. Cada cual hará sentir su
voz.
No hay voz que quiebre el silencio del agua
bajo el alba. Y ni siquiera nada que se estremezca
bajo el cielo. Sólo una tibieza que diluye las estrellas.
Estremece sentir la mañana que vibre,
virgen, como si nadie estuviese despierto.
Cesare Pavese
Creación
Versión de Carles José i Solsora
Creación
Versión de Carles José i Solsora
Foto: Cesare Pavese