miércoles, 16 de agosto de 2017

Televisión versus cultura por Miguel Dalmau



Anagrama, Barcelona, 191 págs.
Trad. de Josep Escué




Jean-Philippe Toussaint (Bruselas, 1957) conoció su primer momento de gloria a principios de los ochenta, cuando a raíz de la publicación de El cuarto de baño se convirtió en líder de un nuevo Nouveau Roman que nos debe aún esos sucesores de A. Robbe-Grillet, N. Sarraute, M. Duras o C. Simon, que prometía tan hábil como temerariamente una prestigiosa editorial francesa. Pero sí es cierto que Toussaint quedó asociado a la llamada «Corriente de los Impasibles», cuyos ecos persisten en las letras galas como un soplo vivificante en clave minimalista. Posteriores novelas como Monsieur Lacámara fotográfica confirmaron el talento de su autor para erigir un mundo con escasos elementos, un ámbito claustral donde los individuos se mantienen a prudente distancia de la vida, negándose a la acción, aquejados de una melancolía algo autista que entronca con cierta indiferencia de la posmodernidad.
Tras una larga temporada dedicado al cine –Monsieur, La Sévillane La Patinoire–, Toussaint regresó a la literatura con La réticenceuna novela áspera y sombría que no obtuvo el favor del público. En los antípodas de ésta se sitúa La televisión, un inteligente alegato contra el siniestro artefacto que preside nuestras vidas y condiciona de paso nuestra percepción de la realidad. Fiel a su estilo, el autor belga acota pronto personajes y escenario: un historiador de cuarenta años se instala en Berlín con una beca para escribir un ensayo sobre las relaciones entre Tiziano y Carlos V, que ilustran el vínculo entre el Arte y el Poder. Mientras su mujer y su hijo pasan las vacaciones en Italia, el narrador decide consagrar el verano a la tarea, no sin antes tomar una postura radical: dejar de ver la televisión. Esta heroicidad pertenece por derecho propio a los atributos del elenco toussaintiano, seres que tras imprimir un giro brusco a su existencia –como refugiarse en la bañera-se entregan a meditar sobre el sinsentido de la vida. Pero, a diferencia de obras anteriores, la decisión del historiador no implica pasividad o aislamiento contemplativo. Antes bien, le descubre que haber prescindido de la televisión garantiza un amplio margen de maniobra: nadar en la piscina, practicar el nudismo en el parque de Halensee, dar largos paseos por el bosque de Grünewald, recorrer el museo de Dahlem, departir con los amigos, sobrevolar el cielo de Berlín en la avioneta de una muchacha o contemplar desde la ventana a una vecina desnuda. Es, por tanto, una novela más abierta y optimista que las otras, un canto a la libertad vital que se eleva sobre el pilón de un electrodoméstico tiránico.
No por ello pierde la televisión su aciago dominio, cúbico BigBrother que hostiga desde su negrura en el salón del apartamento. Surgen entonces las tentaciones, los súbitos brotes de teledependencia que el narrador encara con astucia de adúltero o bien resuelve en escenas más propias de un film de Buster Keaton o Jacques Tati. Pese a las agudas reflexiones sobre el medio, Toussaint no plantea su diatriba desde un ángulo moralizante: se sabe abogado de una causa perdida –mejor un correoso fiscal-y a la vez preso en libertad condicional. ¿Hasta cuándo podrá mantener su compromiso? Paradójicamente, renunciar a la televisión no le proporciona mayor tiempo para la escritura –otra forma de alejarse de la vida– aunque sí le permite unas ingeniosas elucubraciones, sobre la creación artística que frente a la pantalla encendida serían impensables. El texto puede leerse entonces como un tratado ligero sobre la impotencia literaria, las infinitas distracciones que alejan al escritor de la frase bien hecha. Para demostrarlo Toussaint desarrolla sus ideas a partir de la conclusión, envuelta casi siempre en un tono aforístico: «Las posibilidades que se tienen de llevar a cabo un proyecto son inversamente proporcionales al tiempo que se ha dedicado a hablar de él por adelantado». Al final sabremos que la norma rige con televisión o sin ella.
En un Berlín veraniego, soleado, semivacío, entre paisajes bucólicos y suburbios tenuemente apocalípticos, el narrador se enfrenta a uno de los grandes dilemas de la época –¿podemos vivir sin televisión?-y, como nuevo Sísifo, arrastra mil veces su carga mientras profiere inventivas contra deidades catódicas. Precisamente por exponer en clave irónica las ambiguas relaciones entre el artista y the idiot box, esta novela quedará como una de las más oportunas, frescas y sagaces de la última narrativa francesa.
01/01/2000


Traducción de Josep Escué. Barcelona: Anagrama, 1999.
El libro cuenta el verano en Berlín de un historiador de arte, al que han concedido una beca para escribir un ensayo sobre Tiziano y Carlos V, y que a la vez toma una decisión importantísima: dejar de ver la televisión. El narrador aparenta ser un profesor tranquilo, de unos cuarenta años, vagamente belga, que vive con su mujer, tiene un hijo, casi dos. En vacaciones, se queda solo en Berlín para consagrarse a su estudio, pero sufre la doble prueba del «mono» televisivo y del bloqueo de la escritura que intenta combatir con mil astucias para propiciar la suerte o simplemente ocupar el tiempo. Y aunque Toussaint afirma: «No he querido escribir ni un ensayo ni un panfleto, sino sólo hablar de mi época. Un novelista debe hablar de su época ¿no?», el lector podrá sacar sus conclusiones sobre la oposición profunda entre escritura y televisión, y sobre las ambiguas relaciones que tenemos con esta última... «Toussaint tiene el secreto de la epopeya minúscula y del relato doméstico burlesco. Hay algo obsesivo en esas historias deliciosamente divertidas y que sin embargo rozan sin cesar el fracaso, el malestar. Personaje funámbulo, el héroe de La televisión (que se parece a su autor como un hermano gemelo...) es de la familia de Buster Keaton, pero al ralentí... Apagad la televisión y precipitaos sobre este libro para gozar de unas horas de lectura sabrosa, de puro júbilo» (Michèle Gazier, Télérama). «Algunos ensayistas han analizado gravemente la crisis de la representación —es decir, de la civilización— que ha provocado el bombardeo continuo de imágenes virtuales que sufrimos, entre el éxtasis y el síndrome de abstinencia. Toussaint le da una expresión novelística de una eficacia cómica y crítica ejemplar... Un jansenista que ríe» (Pierre Lepape, Le Monde). «¿Y la televisión en esta novela? Pues bien, por muy condenada que esté a la mudez, resulta omnipresente con su ojo ciego. Y además, fuera está en todas partes, en casa de los demás, de todo el mundo» (Jean-François Josselin, Le Nouvel Observateur). «Como en sus libros precedentes, Toussaint practica el arte infinitamente divertido del casi nada... Irresistible retrato de una ciudad alemana, pequeño tratado de la pereza estudiosa e implacable lección de estilo, La televisión es aún más que un libro divertido: es un libro dichoso... Es un libro tanto sobre la escritura como sobre la televisión. Hay una gran precisión al describir los pequeños rituales de los escritores» (Les Inrockuptibles). «Toussaint es una especie de Beckett juguetón, un tanto Tati. En pintura sería algo parecido no a Tiziano sino al Pop Art, a Hockney, sobre todo a Wesselman» (Patrick Graiville, Le Figaro). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Umberto Eco – De Internet a Gutenberg

Conferencia pronunciada por Umberto Eco el 12 de noviembre de 1996 en la Academia Italiana de estudios avanzados en EE.UU. ...